24-M. Puede ser una jornada
histórica en la moderna democracia española. El bipartidismo, erosionado por la
crisis, la corrupción y su progresivo y manifiesto distanciamiento de la
sociedad y de la realidad, se juega su supervivencia en las urnas. ¿Hasta dónde
llegará el hartazgo de los españoles? Muchos soñamos con que hasta el final de
un modelo caduco con representantes que merecen un máximo castigo electoral.
El 24-M medirá el nivel de cabreo de la sociedad con
la corrupción (insoportable en el Partido Popular y notable también en el PSOE),
la gestión de la crisis (con un humillante incremento de la desigualdad social,
económica y laboral en España) y con un modelo democrático gestado en la
Transición y agotado desde hace muchos años. Es el momento del cambio. Porque
ahora, por fin, existe una verdadera esperanza del cambio por más que el
bipartidismo PP-PSOE apele a la ‘experiencia’ democrática, la estabilidad y,
sobre todo, el miedo a las nuevas formaciones.
Sí, ya sé que son elecciones municipales y
autonómicas, que lo que toca este domingo es renovar nuestros ayuntamientos
(excesivos, por cierto, eso de tener un ayuntamiento por cada municipio debe
revisarse ya) y gobiernos autonómicos. Pero sería un error no leer estas elecciones
en clave de cambio. Un buen resultado de las fuerzas emergentes (Podemos y
Ciudadanos) tambalearía el tablero político. En realidad ya lo han hecho. A
partir del lunes, como está sucediendo en Andalucía desde sus elecciones
autonómicas de marzo, se hablará, y mucho (y para bien), de una palabra:
pactos.
Los pactos son una vía que han explorado en contadas
ocasiones el PSOE y, sobre todo, el PP. Solo lo han hecho cuando no les ha quedado otra. Un ejemplo claro son los pactos de Felipe González y José María Aznar con la CiU de Jordi Pujol. La vocación de los dos grandes partidos
ha sido, siempre, alcanzar la mayoría absoluta y gestionar desde ella. Ni PP ni
PSOE entienden la política como una necesaria área de entendimiento de todos
los españoles porque, lógicamente, todos los españoles no somos iguales pero,
lógicamente, necesitamos entendernos. Ese espíritu de convivencia, esa política
de acuerdos, de pactos, me parece de lo más democrático del mundo. Aceptar que
entramos en una era de pactos significaría el primer cambio.
Sentadas las bases de ese primer cambio, igual,
igual, hasta podremos soñar con fundamento con crear una nueva y verdadera
democracia. Es el momento del cambio. Ahora o, quizás, nunca.
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