La dimisión que no fue dimisión y, probablemente, nunca estuvo
cerca de ser dimisión. Un innecesario espectáculo que sólo estaba
en la cabeza del presidente del Gobierno. Una burda guionización de
la política como un serial de ficción. Una escenificación infantil
e irresponsable del caos. Una lamentable utilización de los
sentimientos y los temores de las bases electorales progresistas. Y, a
medio y largo plazo, más leña al fuego en una sociedad ya absurda y
peligrosamente demasiado tensionada por los intereses de unos y
otros.
Los titiriteros.