jueves, 31 de octubre de 2013

Ni un minero muerto más

El accidente en el Pozo Emilio del Valle, con un fatídico escape de grisú que ha dejado seis fallecidos y cinco heridos, debería avergonzar a dirigentes políticos, determinados medios de comunicación, columnistas y comentaristas de tertulias que afearon sus protestas de hace algo más de un año con impresentables difamaciones públicas. Resulta muy triste que sea necesaria una tragedia para reconocer a uno de los trabajos más duros y peligrosos del mundo y para respetar a sus profesionales.
 
Los mineros recorren Madrid en la 'Marcha Negra' de julio del año 2012.
 
En la década de los ochenta, no existían más canales que los dos de Televisión Española. Recuerdo esos años. Salía del colegio a la una y media de la tarde. Llegaba poco después a casa y encendía la televisión. No había mucho donde elegir. Al final, el Informativo Territorial de Castilla y León (soy de Valladolid) era una opción habitual. De esos años, también de inicio de los noventa, recuerdo una noticia recurrente. ¡Accidente en la mina!

 
Las cámaras de televisión enfocaban una ambulancia que esperaba, casi siempre, una mala noticia: el cuerpo sin vida de un minero. Sus compañeros, ennegrecidos por el color del carbón, con sus monos azules y sus cascos con luces, aguardaban con la mirada triste a la salida de la mina. Eran hombres curtidos física y mentalmente que con solo una mirada retrataban la dureza de una de las profesiones más peligrosas del mundo.
 
Siempre he tenido esos recuerdos en mi cabeza. Siento un enorme respeto y admiración por los mineros. Por las durísimas condiciones de su trabajo. Por la envidiable unión de un gremio que sabe que la vida de cada uno de sus miembros depende del compañero que te cubre la espalda. Por su carácter reivindicativo, siempre a la vanguardia en España en la lucha por los derechos de los trabajadores. Si todos tuviéramos el espíritu laboral y humano de los mineros, sin duda tendríamos una sociedad de la que enorgullecernos.
 
Mucho ha cambiado el sector del carbón en los últimos años. En 1981, llegó a emplear a más de 51.000 mineros, algo más de la mitad en Asturias. El carbón movía la economía de amplias comarcas asturianas y leonesas, preferentemente. Actualmente, apenas quedan 5.000 mineros repartidos entre 15 empresas. Y, tras el acuerdo firmado entre el Gobierno y los sindicatos, serán medio millar menos en 2018.
 
La Unión Europea, con el indisimulado apoyo del Ejecutivo español, ha apretado aún más la soga al cuello al carbón. Un sector que casi ya no respira. La UE ha obligado a que dentro de cinco años solo queden abiertas las explotaciones que puedan sobrevivir sin ningún tipo de subvenciones y ayudas públicas. En la práctica, será el final de un sector que ha sido esencial en la historia de la industrialización de España.
 
Mientras, los cinco mil mineros que quedan en nuestro país han continuado con sus trabajos. El peligro siempre ha estado a la vuelta de la esquina. Es un compañero más con el que hay que aprender a convivir. La mina no es un lugar sencillo y cómodo para trabajar. Y la tragedia, como en aquellos años en los que veía el Informativo Territorial de Castilla y León, ha vuelto a aparecer en las galerías, casi 700 metros de profundidad, de los pozos de histórica Hullera Vasco Leonesa.
 
No existe un día tranquilo en la mina. Bajo tierra, a oscuras, con una gran humedad, trabajando en espacios reducidos y siempre atentos a la posibilidad de un accidente. El grisú, un gas casi letal, aguarda silencioso. El pasado martes, en el Pozo Emilio del Valle de la Hullera Vasco Leonesa, envolvió a once mineros. Seis de ellos (Carlos Pérez, Manuel Moure, Antonio Blanco, Orlando González, Roberto Álvarez y José Luis Arias) fallecieron. Cinco salvaron, milagrosamente, sus vidas. 
 
La mina, ubicada en la localidad de Santa Lucía, en el municipio leonés de Pola de Gordón, volvía a teñirse de negro. No era por el habitual color del carbón. La mina estaba de luto. Lloraba por la muerte de seis compañeros. Era el accidente más grave en una mina española en dieciocho años. El grisú, capaz de robar el 80% del oxígeno, cumplió en esta ocasión su constante amenaza.
 
La tragedia de Pola de Gordón me ha refrescado esos recuerdos de los frecuentes accidentes en las minas españolas que veía de niño en la televisión. Nunca he estado en una mina. Creo que sería incapaz siquiera de meterme en un pozo. La sensación de claustrofobia debe ser agobiante. No solo eso. En la mina, no se está de brazos cruzados. Hay que trabajar, trabajar muy duro. Y siempre con el riesgo de un accidente fatal a la vuelta de la esquina.
 
Siento rabia. Hace poco más de un año, en julio de 2012, mineros de Asturias, León y Teruel, culminaban en Madrid la Marcha Negra con la que habían recorrido decenas de kilómetros para luchar por sus trabajos, por su futuro. En un país como España donde movilizarse está severamente castigado en determinados sectores conservadores de la política y de los medios de comunicación, los mineros se convirtieron en poco menos que aprendices de primer nivel de la ‘kalle borroka’ de ETA.
 
No hay que más recordar alguna portada del anacrónico diario ‘ABC’, leer artículos del mismo periódico o del no menos ultraconservador ‘La Razón y rememorar comentarios en determinadas tertulias. Los mineros eran presentados como enemigos de la seguridad que se manifestaban, a fin de cuentas, para proteger sus privilegiados puestos de trabajo. La prensa de derechas española, cainita donde las haya, difamaba sin complejos. Cuestionaba las altas subvenciones que recibe el sector y las tempranas y jugosas jubilaciones. E incluso algunos ironizaban sobre la verdadera dureza del trabajo de un minero.
 
La reacción mayoritaria de la sociedad, a pesar de los denodados esfuerzos de los medios conservadores, a la Marcha Negra fue distinta. Los mineros eran aplaudidos mientras recorrían las carreteras españolas. Los ciudadanos les apoyaban, les aplaudían y les admiraban. La entrada en Madrid, con la luz iluminada de sus cascos, estremeció a muchos españoles. No a todos, claro. Algunos, como la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, se mofaron del “modesto” número, según su percepción, de habitantes de Madrid que recibieron a los mineros. Conviene recordar estos desprecios para entender ahora el dolor de los trabajadores del carbón.
 
 
El Gobierno compraba el mismo mensaje de los medios conservadores. Quizás porque esos periódicos, radios y televisiones no hacían más que recibir consignas de La Moncloa. El ministro de Industria, José Manuel Soria, valoraba así las manifestaciones de los mineros en una entrevista en ABC en julio de 2012:
 
Cuando se utiliza la violencia, como hemos visto en los medios de comunicación, disparando cohetes incluso a helicópteros de la Guardia Civil, por legítimas que sean sus pretensiones, se pierde todo tipo de razón. También tengo que decir, al menos lo que ha ocurrido en Madrid en la manifestación ante las puertas de este ministerio, que había mucha gente llevando a cabo actos de violencia que no tenían nada que ver con los mineros y formaban parte de colectivos antisistema”.
 
A nadie debe extrañarle, pues, el más que justificado desdén de los mineros hacia el Gobierno y el Partido Popular en unos momentos en los que acaban de perder a seis compañeros. Venir a hacerse la foto, a cumplir el expediente, con unos señores a los que quieren quitarles sus empleos y a los que hace apenas un año les tildaban de violentos y trabajadores privilegiados es hipocresía a la enésima potencia.
 
Uno de los heridos en el accidente de Pola de Gordón ha dado ejemplo y ha rechazado hablar con el ministro Soria, de visita protocolaria en el Hospital. Habrá quien le acuse, no lo duden, de que ha sido un maleducado, como sucedió con los jóvenes premiados por su expediente académico que no saludaron al ministro de Educación, José Ignacio Wert. “El compañero del Hospital hizo bien. Quiere terminar con nosotros, encima no vamos a ponerle buena cara. Y menos cuando nos presentan como unos privilegiados que viven de las ayudas”, ha valorado con acierto el presidente del comité de empresa de Hullera Vasco Leonesa.
 
En ese mismo Pozo de Pola de Gordón, los trabajos se habían reiniciado recientemente tras un ERE que afectó a sus 357 trabajadores debido a “la denegación de ayudas a la minería en el ejercicio anterior”. El Gobierno, que no duda en ayudar a otros sectores como el de la automoción, tiene bloqueado el pago de 264 millones de euros. Parece que también, a la hora de recibir subvenciones, hay ciudadanos de primera y de segunda.
 
Ojo, que nadie me malinterprete, me parecen correctas y necesarias las ayudas a la automoción, igual que con el carbón. En España se ha instalado una corrosiva corriente ideológica basada en un rampante egoísmo que establece qué se debe pagar y qué no con mis impuestos. Algo absurdo. En todos los países del mundo, incluidos los más capitalistas, el Estado dinamiza la economía con dinero público a sectores empresariales estratégicos. La automoción lo es. El carbón, también.
 
Podemos discutir la viabilidad del sector. Se lleva haciendo desde hace décadas. Pero siempre en España se ha olvidado dar una alternativa a los trabajadores de las cuencas mineras. Sin las minas, solo queda un desierto económico. Es, por tanto, absolutamente legítimo que los trabajadores del carbón defiendan sus empleos. No podemos discutir la profesionalidad de los mineros, ni escatimar en su seguridad, como se ha denunciado en los últimos meses. Una consecuencia más del estrangulamiento económico del carbón.
 
El Gobierno y la UE están despedazando un sector históricamente combativo (algo que molesta muchísimo a los poderosos y a los amigos de los poderosos), que se moviliza unido y que ha sido una bandera de la lucha por los derechos laborales en España. Sí, creo firmemente que acabar con los mineros tiene también un componente ideológico. Estuvieron en la vanguardia de la lucha contra el franquismo y nunca han dudado a la hora de defender sus derechos desde la reinstauración de la democracia. No son hombres fáciles de doblegar.
 
Los mineros merecen un respeto. No creo que a nadie le guste trabajar en la mina, a 694 metros de profundidad en una galería de 200 metros con cinco metros de ancho y cuatro de alto. Con humedad, casi sin luz. Jugándote la vida a cada paso. Carlos Pérez, Manuel Moure, Antonio Blanco, Orlando González, Roberto Álvarez y José Luis Arias son las últimas víctimas de una extensa lista de fallecidos en las minas de España.
 
Por respeto a su memoria y por respeto a sus compañeros, no puede haber ni una sola muerta más en el carbón. No quiero tener que recordar cada poco tiempo aquellos días en los que veía por la televisión cada poco tiempo la noticia de un accidente mortal en la mina. Un abrazo mineros. Que Santa Bárbara, vuestra patrona, os proteja.

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