El accidente en el Pozo Emilio del Valle, con un fatídico escape de
grisú que ha dejado seis fallecidos y cinco heridos, debería avergonzar a
dirigentes políticos, determinados medios de comunicación, columnistas y
comentaristas de tertulias que afearon sus protestas de hace algo más de un año
con impresentables difamaciones públicas. Resulta muy triste que sea necesaria
una tragedia para reconocer a uno de los trabajos más duros y peligrosos del mundo y
para respetar a sus profesionales.
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Los mineros recorren Madrid en la 'Marcha Negra' de julio del año 2012. |
En la década de los ochenta, no existían más canales que los dos de
Televisión Española. Recuerdo esos años. Salía del colegio a la una y media de
la tarde. Llegaba poco después a casa y encendía la televisión. No había mucho
donde elegir. Al final, el Informativo Territorial de Castilla y León (soy de
Valladolid) era una opción habitual. De esos años, también de inicio de los
noventa, recuerdo una noticia recurrente. ¡Accidente en la mina!
La Unión Europea, con el indisimulado apoyo del Ejecutivo español, ha apretado
aún más la soga al cuello al carbón. Un sector que casi ya no respira. La UE ha
obligado a que dentro de cinco años solo queden abiertas las explotaciones que
puedan sobrevivir sin ningún tipo de subvenciones y ayudas públicas. En la
práctica, será el final de un sector que ha sido esencial en la historia de la
industrialización de España.
El Gobierno compraba el mismo mensaje de los medios conservadores.
Quizás porque esos periódicos, radios y televisiones no hacían más que recibir
consignas de La Moncloa. El ministro de Industria, José Manuel Soria, valoraba así las
manifestaciones de los mineros en una entrevista en ABC en julio de 2012:
Las cámaras de televisión enfocaban una ambulancia que esperaba, casi
siempre, una mala noticia: el cuerpo sin vida de un minero. Sus compañeros,
ennegrecidos por el color del carbón, con sus monos azules y sus cascos con
luces, aguardaban con la mirada triste a la salida de la mina. Eran hombres
curtidos física y mentalmente que con solo una mirada retrataban la dureza de una de las profesiones
más peligrosas del mundo.
Siempre he tenido esos recuerdos en mi cabeza. Siento un
enorme respeto y admiración por los mineros. Por las durísimas condiciones de
su trabajo. Por la envidiable unión de un gremio que sabe que la vida de cada uno de sus
miembros depende del compañero que te cubre la espalda. Por su carácter reivindicativo,
siempre a la vanguardia en España en la lucha por los derechos de los trabajadores. Si todos tuviéramos el espíritu laboral y humano de los mineros, sin
duda tendríamos una sociedad de la que enorgullecernos.
Mucho ha cambiado el sector del carbón en los últimos años. En 1981,
llegó a emplear a más de 51.000 mineros, algo más de la mitad en Asturias. El
carbón movía la economía de amplias comarcas asturianas y leonesas,
preferentemente. Actualmente, apenas quedan 5.000 mineros repartidos entre 15
empresas. Y, tras el acuerdo firmado entre el Gobierno y los sindicatos, serán
medio millar menos en 2018.

Mientras, los cinco mil mineros que quedan en nuestro país han
continuado con sus trabajos. El peligro siempre ha estado a la vuelta de la
esquina. Es un compañero más con el que hay que aprender a convivir. La mina no es un lugar sencillo y cómodo para trabajar. Y la tragedia, como en aquellos
años en los que veía el Informativo Territorial de Castilla y León, ha vuelto a
aparecer en las galerías, casi 700 metros de profundidad, de los pozos de histórica Hullera Vasco Leonesa.
No existe un día tranquilo en la mina. Bajo tierra, a oscuras, con una gran
humedad, trabajando en espacios reducidos y siempre atentos a la posibilidad de
un accidente. El grisú, un gas casi letal, aguarda silencioso. El pasado
martes, en el Pozo Emilio del Valle de la Hullera Vasco
Leonesa, envolvió a once mineros. Seis de ellos (Carlos Pérez, Manuel Moure,
Antonio Blanco, Orlando González, Roberto Álvarez y José Luis Arias)
fallecieron. Cinco salvaron, milagrosamente, sus vidas.
La mina, ubicada en la localidad de Santa Lucía, en el municipio leonés
de Pola de Gordón, volvía a teñirse de negro. No era por el habitual color del
carbón. La mina estaba de luto. Lloraba por la muerte de seis compañeros. Era el accidente más grave en una mina
española en dieciocho años. El grisú, capaz de robar el 80% del oxígeno,
cumplió en esta ocasión su constante amenaza.
La tragedia de Pola de Gordón me ha refrescado esos recuerdos de los
frecuentes accidentes en las minas españolas que veía de niño en la televisión. Nunca he estado en una
mina. Creo que sería incapaz siquiera de meterme en un pozo. La sensación de
claustrofobia debe ser agobiante. No solo eso. En la mina, no se está de brazos
cruzados. Hay que trabajar, trabajar muy duro. Y siempre con el riesgo de un
accidente fatal a la vuelta de la esquina.
Siento rabia. Hace poco más de un año, en julio de 2012, mineros de
Asturias, León y Teruel, culminaban en Madrid la Marcha Negra con la que habían
recorrido decenas de kilómetros para luchar por sus trabajos, por su futuro. En un país como
España donde movilizarse está severamente castigado en determinados sectores
conservadores de la política y de los medios de comunicación, los mineros se
convirtieron en poco menos que aprendices de primer nivel de la ‘kalle borroka’
de ETA.
No hay que más recordar alguna portada del anacrónico diario ‘ABC’, leer
artículos del mismo periódico o del no menos ultraconservador ‘La Razón y
rememorar comentarios en determinadas tertulias. Los mineros eran presentados
como enemigos de la seguridad que se manifestaban, a fin de cuentas, para
proteger sus privilegiados puestos de trabajo. La prensa de derechas española,
cainita donde las haya, difamaba sin complejos. Cuestionaba las altas
subvenciones que recibe el sector y las tempranas y jugosas jubilaciones. E
incluso algunos ironizaban sobre la verdadera dureza del trabajo de un minero.
La reacción mayoritaria de la sociedad, a pesar de los denodados
esfuerzos de los medios conservadores, a la Marcha Negra fue distinta. Los mineros eran
aplaudidos mientras recorrían las carreteras españolas. Los ciudadanos les
apoyaban, les aplaudían y les admiraban. La entrada en Madrid, con la luz
iluminada de sus cascos, estremeció a muchos españoles. No a todos, claro.
Algunos, como la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza
Aguirre, se mofaron del “modesto” número, según su percepción, de habitantes de
Madrid que recibieron a los mineros. Conviene recordar estos desprecios para
entender ahora el dolor de los trabajadores del carbón.
“Cuando
se utiliza la violencia, como hemos visto en los medios de comunicación,
disparando cohetes incluso a helicópteros de la Guardia Civil, por legítimas
que sean sus pretensiones, se pierde todo tipo de razón. También tengo que
decir, al menos lo que ha ocurrido en Madrid en la manifestación ante las
puertas de este ministerio, que había mucha gente llevando a cabo actos de
violencia que no tenían nada que ver con los mineros y formaban parte de
colectivos antisistema”.
A nadie debe extrañarle,
pues, el más que justificado desdén de los mineros hacia el Gobierno y el
Partido Popular en unos momentos en los que acaban de perder a seis compañeros.
Venir a hacerse la foto, a cumplir el expediente, con unos señores a los que
quieren quitarles sus empleos y a los que hace apenas un año les tildaban de
violentos y trabajadores privilegiados es hipocresía a la enésima potencia.
Uno de los heridos en el
accidente de Pola de Gordón ha dado ejemplo y ha rechazado hablar con el ministro Soria, de visita
protocolaria en el Hospital. Habrá quien le acuse, no lo duden, de que ha sido un
maleducado, como sucedió con los jóvenes premiados por su expediente académico
que no saludaron al ministro de Educación, José Ignacio Wert. “El compañero
del Hospital hizo bien. Quiere terminar con nosotros, encima no vamos a ponerle
buena cara. Y menos cuando nos presentan como unos privilegiados que viven de
las ayudas”, ha valorado con acierto el presidente del comité de empresa de
Hullera Vasco Leonesa.
En ese mismo Pozo de Pola de Gordón, los trabajos se
habían reiniciado recientemente tras un ERE que afectó a sus 357 trabajadores
debido a “la denegación de ayudas a la minería en el ejercicio anterior”. El
Gobierno, que no duda en ayudar a otros sectores como el de la automoción,
tiene bloqueado el pago de 264 millones de euros. Parece que también, a la hora
de recibir subvenciones, hay ciudadanos de primera y de segunda.
Ojo, que nadie me malinterprete, me parecen correctas
y necesarias las ayudas a la automoción, igual que con el carbón. En España se
ha instalado una corrosiva corriente ideológica basada en un rampante egoísmo
que establece qué se debe pagar y qué no con mis impuestos. Algo absurdo. En
todos los países del mundo, incluidos los más capitalistas, el Estado dinamiza
la economía con dinero público a sectores empresariales estratégicos. La automoción lo es. El carbón, también.
Podemos discutir la viabilidad del sector. Se lleva
haciendo desde hace décadas. Pero siempre en España se ha olvidado dar una
alternativa a los trabajadores de las cuencas mineras. Sin las minas, solo queda un desierto
económico. Es, por tanto, absolutamente legítimo que los trabajadores del
carbón defiendan sus empleos. No podemos discutir la profesionalidad de
los mineros, ni escatimar en su seguridad, como se ha denunciado en los últimos
meses. Una consecuencia más del estrangulamiento económico del carbón.
El Gobierno y la UE están despedazando un sector
históricamente combativo (algo que molesta muchísimo a los poderosos y a los amigos de los
poderosos), que se moviliza unido y que ha sido una bandera de la lucha por los
derechos laborales en España. Sí, creo firmemente que acabar con los mineros
tiene también un componente ideológico. Estuvieron en la vanguardia de la lucha
contra el franquismo y nunca han dudado a la hora de defender sus derechos desde la reinstauración de la democracia. No son hombres fáciles de doblegar.
Los mineros merecen un respeto. No creo que a nadie le
guste trabajar en la mina, a 694 metros de profundidad en una galería de 200
metros con cinco metros de ancho y cuatro de alto. Con humedad, casi sin luz.
Jugándote la vida a cada paso. Carlos
Pérez, Manuel Moure, Antonio Blanco, Orlando González, Roberto Álvarez y José
Luis Arias son las últimas víctimas de una extensa lista de fallecidos en las minas
de España.
Por respeto a su memoria y por respeto a sus
compañeros, no puede haber ni una sola muerta más en el carbón. No quiero tener
que recordar cada poco tiempo aquellos días en los que veía por la televisión
cada poco tiempo la noticia de un accidente mortal en la mina. Un abrazo
mineros. Que Santa Bárbara, vuestra patrona, os proteja.
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