lunes, 21 de octubre de 2013

De cabeza a la deflación

Los precios están bajando en España, al menos los precios de los bienes de medio y gran consumo. El IPC apenas si establece un alza interanual de tres décimas. ¿Es una buena noticia? Sin duda supone un alivio para los bolsillos agujereados de tantas familias españolas pero…
 
 
la deflación es uno de los peores síntomas posibles de una economía enferma. Este fenómeno supone una caída generalizada y continuada, al menos durante dos trimestres, de los precios. Y se produce, sobre todo, cuando el consumo se para. Los precios de los pisos, los coches, los electrodomésticos, los hoteles, los viajes, la ropa o el calzado se abaratan para estimular los ánimos de los compradores. ¿No les suena a lo que está pasando ahora en España? Y no es nada sencillo superar la deflación. Japón ha vivido instalado en este fenómeno en las dos últimas décadas. Pero la economía japonesa no tiene nada que ver con la española. Para empezar, tiene una tasa de desempleo residual, casi anecdótica, del 4%, siete veces menos que en España.
 
Efectivamente, comprar ahora mismo un piso, un coche, un mueble o simplemente ropa es sustancialmente más barato que antes de la crisis. ¿A qué se debe tanta generosidad? Sin duda, al desplome del consumo. Las masivas ventas de viviendas, vehículos y electrodomésticos fueron uno de los símbolos de los años de ‘bonanza’ económica en España. La fiebre consumista se extendió como un virus sin control. La infección se ha detectado tarde. Llegó la crisis y el consumo se hundió. Un ejemplo, se matricularon un total de 64.059 vehículos en España en el pasado mes de septiembre, según datos de la DGT. Siete años atrás, en el mismo periodo, fueron 158.949. Una caída de casi el 60% que ni siquiera maquillan las ayudas a las compras del Gobierno, con el Plan PIVE, y las importantes rebajas de fabricantes y concesionarios.
 
Sí, rebajas. El precio de los artículos es, sin duda, una de las principales herramientas que tienen los empresarios para competir en el mercado. Si en los años de ‘bonanza’ económica demasiados españoles compraron casi sin mirar la etiqueta, en especial con los pisos colaborando en la creación de una burbuja inmobiliaria sin precedentes, ahora se mira como oro en paño cada euro que sale de nuestros bolsillos. Las empresas no han tenido más remedio que bajar y bajar los precios y reducir los márgenes comerciales para captar clientes. Y sigue sin ser suficiente. El consumo no repunta. La mayoría de españoles no se creen la recuperación económica pregonada como profetas del Nuevo Testamento por los ministros con el presidente Rajoy como ‘Mesías’. El consumo no se reactiva. Y la deflación asoma.
 
De este fenómeno, quizás solo se escapan los productos básicos de la cesta de la compra, el impresentable encarecimiento progresivo de la luz (coincidiendo con un empobrecimiento generalizado de los españoles) y los carburantes. ¿Alguien se acuerda de ver la gasolina y el gasóleo por debajo de un euro el litro? Pues pasaba antes de la crisis. Ahora, no. Una familia media española puede subsistir sin renovar por completo el ropero cada dos-tres años y sin cambiar de coche cada cinco años, esos son lujos innecesarios en el actual contexto económico. Pero comer…, comer hay que comer si se quiere seguir viviendo. Es un gasto imprescindible. Por eso, quizás, sea el sector de la economía donde se aprecia menos la caída del consumo, aunque sí existe un cambio de preferencias en el menú. El pollo le ha comido terreno a la ternera. Las sardinas, al besugo.
 
España podría entrar en deflación en este último trimestre del año. El efecto del repunte del IVA en septiembre de 2012 se ha difuminado en la inflación, con una pequeña subida anual de tres décimas. En breve, la mayoría de los precios tendrán tasas interanuales negativas y, lejos de ser una buena noticia, es un síntoma inequívoco de que la tan cacareada recuperación económica que nos vende el Gobierno ni se aproxima a las economías domésticas. La deflación aliviará el gasto de las familias, si bien lo hará sobre todo en bienes de medio y gran consumo que han quedado relegados en los planes de una amplia mayoría de la sociedad. No se notará demasiado en los bolsillos. Hay deflación en el precio de los pisos, los coches, los electrodomésticos… y no hay signos reales de que vaya a desaparecer en breve. La oferta supera, con mucho, a la demanda. Pero la deflación no aparece, por ejemplo, en los supermercados.
 
Con todo, sus efectos sí se sentirán en el conjunto de la sociedad. La deflación ocasionará una nueva reducción en los ingresos de las empresas mientras el consumo a gran escala no regrese. Se venderá lo mismo, pero más barato. Las cuentas seguirán sin cuadrar y, gracias a la nefasta reforma laboral del Gobierno de Rajoy, las reducciones de los salarios de los trabajadores y los despidos continuarán, si es que en algún momento han dejado de existir. Que les pregunten, por ejemplo, a los trabajadores de dos históricas empresas españolas como Panrico y Fagor. La caída de los salarios y el aumento de los despidos no contribuirán, precisamente, a alentar el consumo y los precios seguirán cayendo. La deflación podría prolongarse durante años. Es un riesgo real.
 
España no saldrá de la crisis mientras los ciudadanos estemos convencidos de que consumir es una buena idea. Y mientras eso no sea así, problemas como el de la deflación serán una peligrosa realidad. España no es Japón para vivir dos décadas con deflación.

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