En apenas un mes, el ministro de Hacienda se ha jactado de que “España es
el gran éxito económico del mundo”, ha negado en el Congreso que los salarios
estén bajando y ha acusado al cine español de falta de calidad para justificar
la caída de la recaudación y para defender la subida del IVA cultural del 8 al
21%. Todo ello con una dialéctica que roza la verborrea, más propia de charlas
entre vinos que de un representante del Gobierno.
Cristóbal Montoro se acercó a Ana Oramas, portavoz de Coalición Canaria
en el Congreso, el 27 de mayo de 2010 con aviesas intenciones. El Gobierno de
Zapatero, más que asfixiado por la crisis económica, se rendía a las presiones
de Angela Merkel, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, finiquitaba su política social y, de paso, a su
partido durante un tiempo indeterminado, y aprobaba un duro paquete de recortes:
una reducción del 5% del salario de los funcionarios, la congelación de las
pensiones en el año 2011, la disminución del gasto en dependencia y la
eliminación del cheque-bebé.
A Montoro, tan sensible ahora a las peticiones de Berlín y Bruselas, no
le preocupaba cumplir con las exigencias que se amontaban ante La Moncloa para
ayudar a España. Montoro, entonces portavoz de Economía del PP en el
Congreso, tenía otras prioridades. Le importaba más tambalear al Gobierno de
Zapatero. “Que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”, le espetó a una
anonadada Ana Oramas. Zapatero, con el agua al cuello, necesitaba el apoyo de
los nacionalistas vascos, catalanes y canarios para aprobar un plan de ajustes
impuesto desde la UE.
Salió adelante por los pelos, gracias a la abstención de CiU, UPN y
Coalición Canaria. Oramas y su compañero de partido José Luis Perestelo no
escucharon los cantos de sirena de Montoro, que sabía muy bien a qué puerta
llamar. Si Zapatero hubiera perdido esa votación, no habría tenido más remedio
que convocar elecciones. España incluso, como sucedió meses después en Italia
con Mario Monti, podría haber tenido un presidente interino impuesto desde
Bruselas. No importaba. Había que acabar con Zapatero.
No se crean que el actual ministro de Hacienda se arrepiente y se avergüenza
de estas palabras. Meses después, Montoro admitió esa cuestionable petición a
la diputada Oramas. En el Congreso, ante las quejas de Alfredo Pérez Rubalcaba,
justificaba en verano de 2012, ya en el Gobierno, que entonces “trabajaba en
una alternativa. Es la democracia. Si Zapatero, al que no mencionan nunca,
parece que haya desaparecido del diccionario, hubiera acortado la legislatura,
nos habríamos ahorrado mucho sufrimiento a todos los españoles”.
Montoro no se cortó ni un pelo con el Gobierno socialista en los cuatro
primeros años de crisis (2008-2011). La labor de oposición del PP se basó,
precisamente, en lo que su nombre indica: en oponerse a cualquier medida del
Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero. Cero consensos. Rajoy, tras dos derrotas
consecutivas en las urnas, había olido sangre. La crisis podría abrirle, como
así sucedió, las puertas de La Moncloa. El PP en tropel, con Montoro como uno
de los más encendidos practicantes, se dedicó a colocar todos los palos
posibles en las ruedas del Gobierno. La frase dirigida a Ana Oramas resume muy
bien la política de aquel periodo: “Que caiga España, que ya la levantaremos
nosotros”.
Rajoy recompensó a uno de sus alumnos más aventajados con una cartera:
Hacienda, si bien le dejó sin el premio gordo de Economía que cayó en manos de
Luis de Guindos, que había pasado prácticamente en silencio en los años
anteriores. Montoro encajó el golpe. Ya había sido ministro de Hacienda en la
segunda legislatura de José María Aznar (2000-2004). Entonces estuvo a la
sombra de Rodrigo Rato, llamado a ser ‘el elegido’ por el dedo de
Aznar, el heredero del PP. Montoro pasó casi desapercibido. No mostró el tono bronco que la ha
caracterizado en los últimos dos años en el Gobierno de Mariano Rajoy.
No tiene
perfil de ministro, le puede el partidismo. Con Cristóbal Montoro se difumina por completo la línea que debe separar siempre al
Gobierno del principal partido que le sustenta, en este caso el PP. No pueden ser lo mismo. El ministro
obvia, a menudo, que representa al conjunto de los españoles, no solo a los
votantes que apoyaron la candidatura de Mariano Rajoy en las elecciones
generales de octubre de 2011. Esa actitud le ha llevado a adoptar un papel borde,
desagradable y bronco con el rival político. Montoro, decididamente, ha optado
por imitar el lenguaje de discusión de taberna. El mensaje político del
ministro de Hacienda se sustenta en la provocación.
En apenas un mes, ha intensificado sus chulerías. Montoro y Guindos
coinciden en defender el final de la crisis económica. Otra cosa es que lleven
razón. El mensaje es el mismo. La manera de transmitirlo, no. En Guindos, no
hay espacio para la bronca. No se ensucia en el Congreso ni falta el respeto a los ciudadanos que pensamos que está equivocado. No quiere pelearse.
Montoro es diferente. El ministro de Hacienda acude al Congreso con los guantes
de boxeo bien apretados en sus puños y con el casco de ‘Nasio pa mata’ del
sargento Arensivia de la irónica ‘Historias de la puta mili’, la famosa tira
cómica de Ramón Tosas, ‘Ivà’, publicada en los ochenta en la revista ‘El Jueves’
y adaptada al cine en 1993 con el rostro de Juan Echanove.
Montoro entiende su puesto y papel de ministro de Hacienda igual que el
de portavoz de Economía de la oposición durante el Gobierno de Zapatero. Con
una importante diferencia, ahora la última palabra es suya. No le interesa debatir.
Más bien parece obcecado con reproducir discusiones de bar con un par de vinos
entre medias. Se ríe de la oposición. Busca el cuerpo a cuerpo. Y provoca desde
su fortalecida posición de ministro.
“España
es el gran éxito económico del mundo. Miren la gente que
está trabajando, miren la gente que ya ha sido capaz de encontrar trabajo,
miren la gente que ha emprendido y ha creado puestos de trabajo en nuestro
país, como nunca había ocurrido en nuestra historia. Somos el ejemplo del mundo
(…) Cuando uno examina un manual de crecimiento económico, España está en el
máximo en ese manual en la parte aplicada. ¿Cuáles son
las teorías aplicadas de crecimiento económico? Las que sitúan a España junto a
otros países, efectivamente, asiáticos”, clamó en la Escuela de
Verano del PP en Gandía hace apenas un mes.
Un desbordante triunfalismo,
insultante para una inmensa mayoría de españoles, con el que el ministro de
Hacienda se mueve como pez en el agua. Busca pelea. Busca que la oposición
descalifique sus palabras para, a continuación, cargar contra el resto de partidos
y acusarles de no querer la recuperación económica. En el fondo, parece que el
ministro de Hacienda añore sus tiempos en la oposición. Donde verdaderamente se
encuentra cómodo es en el papel de portavoz de la oposición. Necesita
enfrentarse a alguien.
En esta última semana, ha
encontrado otros dos objetivos. En una entrevista radiofónica, se ha mofado de
los problemas económicos del cine español. El mismo ministro que hace un año
elevó el IVA cultural del 8 al 21% (en Francia, por ejemplo, es del 5%) acusó
al sector de ser el único culpable de la caída de la recaudación. Montoro se
nos ha metido a crítico cinematográfico y ha sentenciado que la calidad de las
producciones españoles es cada vez menor.
Curiosamente, en esta última semana,
cuatro película españolas (‘Zipi y Zape y el club de la canica’, ‘Las brujas de
Zugarramurdi’, ‘Justin y la espada del valor’ y ‘La gran familia española’) se
encuentran entre las siete más vistas. La Academia de Cine Europea anunció,
además, recientemente que entregará el próximo Premio Honorífico para reconocer su
carrera a Pedro Almodóvar. Lejos de apoyar las buenas noticias, que existen, de
nuestro cine, Montoro prefiere desprestigiarlo. El arte de la provocación.
El ministro vive pegado al
lenguaje de barra del bar. No había soltado suficientes perlas. Necesitaba
crear más polémica. ¿Qué decir, qué decir? ¡Bingo, “los sueldos en España no
están bajando, moderan su crecimiento”. Curiosamente, la reforma laboral aprobada
por el PP, tan aplaudida por el Gobierno, perseguía reducir los costes en el
mercado de trabajo. Si el PP se vanagloria de que es un éxito, no puede negar
entonces que los salarios están cayendo. Hasta la patronal lo ha reconocido en
los últimos días.
¿Creen ustedes que Montoro
se arrepiente? ¡Ni lo sueñen! Él está feliz. Disfruta en su papel de ministro
provocador con la complicidad de un presidente simplón y con verdadera pasión
por la mentira como Mariano Rajoy que respalda todas y cada una de sus
declaraciones. Aún nos quedan muchos tragos que soportar. Montoro no quiere
soltar la barra del bar.
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