sábado, 30 de noviembre de 2013

Pues que salte Fernández Díaz las concertinas

El ministro del Interior, por si no hubiera dado suficiente el cante con el Anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana y con sus posturas ultraconservadoras con los matrimonios homosexuales y el aborto, sostiene que el sistema colocado en la valla de Melilla, con cuchillas capaces de desgarrar la carne, “es un elemento pasivo de disuasión, no es agresivo”, para evitar la llegada de más inmigrantes subsaharianos. “Produce  erosiones leves, superficiales”. Que pruebe él, y luego nos los cuente. Calienta Jorge, que te toca saltar.
 
 
Se trata de un retroceso en materia de derechos de los inmigrantes” (Amnistía Internacional). “Este tipo de medidas no deberían ser legales. Está fuera de toda ética y moral” (SOS Racismo). “La defensa de las fronteras no puede hacerse a costa de los derechos humanos de las personas más vulnerables ni contribuyendo a aumentar las tragedias personales y familiares de quienes salen de sus países en busca de un futuro más seguro y más digno” (Cáritas Diocesana). “No es la manera. Los inmigrantes no son un peligro” (José María Gil Tamayo, secretario general de la Conferencia Episcopal Española).
 
“No disuaden a personas que llegan huyendo del hambre, la miseria y la guerra. No queremos convertir la valla de Melilla en el muro de la vergüenza” (Asociación Unificada de Guardias Civiles). “Son una barbaridad y pueden producir algún desgraciadísimo accidente” (Soledad Becerril, Defensora del Pueblo). “No es un proceder ajustado a derecho ni tampoco en términos de estricta humanidad” (Eduardo Torres Dulce, Fiscal General del Estado).  “Solo va a causar más desesperación” (Niel Muiznieks, comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa).
 
¿A qué se refieren? ¿Qué merece una desaprobación tan unánime? Son las concertinas, las vallas con cuchillas que está instalando el Gobierno en la valle de Melilla. Una medida inhumana, una trituradora de carne que causa heridas graves e incluso potencialmente mortales. ¿Considera el Gobierno que los inmigrantes no son seres humanos? La instalación de las concertinas es una aberración moral indigna del siglo XXI, una vergüenza nacional para los precursores de la marca España. ¡Menuda imagen de país dan esas cuchillas!
 
La explicación del ministro del Interior, el ultracatólico Jorge Fernández Díaz, provoca una mezcla entre indignación, en especial, y risa. “La concertina es un elemento pasivo de disuasión. No es agresivo, es pasivo. Producen erosiones leves por parte de aquellas personas que intentan superarlas. Si el material que se utiliza atentara contra los Derechos Humanos, habría que prohibir su comercialización”. Pues nada, Jorge, calienta que vas a saltar. Predica con el ejemplo, como le ha instado Joan Coscubiela, diputado de la Izquierda Plural, e imita a Manuel Fraga cuando se bañó en Palomares tras la caída de cuatro bombas con material nuclear en un accidente aéreo del Ejército de Estados Unidos.
 
No lo hará. El ministro Fernández Díaz, tan implicado ahora en recortar los derechos de manifestación con el Anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana, sabe de sobra que las cuchillas de las concertinas (que se fabrican, curiosamente, en España, concretamente en Málaga) son lesivas para la integridad física de los inmigrantes. Basta con pasar el dedo sobre las cuchillas para comprobarlo. Es algo indiscutible. No hace falta esperar a un estudio técnico para pronunciarse como se ha escabullido (para variar) el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Y si el señor Jorge Fernández Díaz piensa que estoy equivocado, que estamos casi todos equivocados (que revise las frases con las que se abre este artículo), que lo demuestre. Yo le seré sincero. ¡No pienso saltar, no tengo ningún interés en poner en riesgo mi vida!
 
Las concertinas no solo causan heridas graves. Son un método ineficaz para luchar contra la inmigración ilegal. “Lo que se pretende es impedir la entrada ilegal en nuestro país y creo que eso es una obligación”, ha justificado el ministro del Interior sobre la colocación de las cuchillas en la valla de Melilla.  “Nosotros sabemos que hay miles de personas procedentes de diferentes áreas geográficas próximas que quieren entrar ilegalmente en España, pero el problema no es detectarlos, sino impedir que entren ilegalmente en nuestro país y supongo que no será mediante aviones no tripulados como pretenden evitarlo”, ha replicado al PSOE sobre la alternativa del uso de drones.
 
¿De verdad piensa el ministro que un inmigrante de, por ejemplo, Níger, tras recorrer casi 3.000 kilómetros atravesando el desierto, va a detenerse por una valla, dará media vuelta y regresará a su país donde solo le esperan el hambre, la pobreza, la miseria…? ¿Es el señor Fernández Díaz, tan enérgico a la hora de rechazar los matrimonios homosexuales o el aborto, un ingenuo o sencillamente no le importan las vidas de los inmigrantes? Que piense que ahora mismo miles de españoles han tenido que buscarse las ‘habichuelas’ fuera de nuestro país. ¿Nos gustaría que les trataran así en el Reino Unido, Alemania, Francia o Estados Unidos? Para ser una persona de firmes convicciones católicas, ¡cuánta inhumanidad desprende Fernández Díaz cada vez que abre la boca!
 
De traca ya han sido las últimas explicaciones del Partido Popular para defender la colocación de las cuchillas precisando que existen en los contornos de los centros penitenciarios. ¿Está equiparando el PP una frontera con una prisión? ¿Qué se supone que debemos pensar los ciudadanos cuando se defiende de esta manera la instalación de concertinas, que nuestro Gobierno considera que África es una cárcel y que la libertad es Europa y no podemos permitir que se escapen, que los africanos son ciudadanos condenados por su lugar de nacimiento y residencia? Pues miren, señores del PP, en las cárceles españolas a los internos se les da de comer. Los inmigrantes subsaharianos no andan, precisamente, sobrados de comida. Viven en una ‘cárcel’ llamada África definida por una palabra: MISERIA.
 
La lucha contra la inmigración ilegal no se gana colocando vallas con cuchillas para que los pobres subsaharianos que escapan del hambre o de la guerra se desangren mientras las saltan, como ya ha pasado, incluso con el caso de una muerte, según denuncias de las ONG. El inmigrante que salta una valla, el inmigrante que se la juega en una patera, el inmigrante que se oculta en el motor de un coche… no es nuestro enemigo. No estoy defendiendo que España sea un país de puertas abiertas. ¡Claro que hay que regularizar la inmigración, pero respetando los derechos humanos, no masacrándolos con concertinas!
 
Nuestros enemigos son las mafias que se aprovechan de la desesperación de millones de africanos. ¿Qué se consigue contra ellas colocando una valla con cuchillas? Pocas cosas hay más abominables que la trata de personas. Para las redes de inmigración, llenar una patera o ayudar a los subsaharianos que han logrado llegar a Marruecos para entrar a Europa es un negocio. España, como puerta de Europa, debería saber muy bien quién es realmente el enemigo. Las redes seguirán trayendo inmigrantes a Melilla, haya o no concertinas, porque viven de eso. ¿Para qué provocar heridas graves a quienes salten? ¿No será mejor evitar que vengan? ¿No será mejor ayudar a sus países, cooperar, una palabra que con la crisis parece que ha quedado olvidada en el lenguaje de los gobiernos europeos?
 
Unos dos mil subsaharianos esperan en los alrededores de Melilla, malviviendo en el monte Gurugú, pasando frío, sin comida y perseguidos por Marruecos, su oportunidad para saltar la valla. No pienso que la mejor solución sea colocar unas cuchillas que desgarren sus manos, sus piernas…, su cuerpo mientras huyen de la miseria. No lo creo. Ni tampoco lo consideran así organismos e instituciones tan diferentes como Amnistía Internacional, SOS Racismo, Cáritas Diocesana, la Conferencia Episcopal Española, la Asociación Unificada de Guardias Civiles, la Defensora del Pueblo, el Fiscal General del Estado y el Consejo de Europa).
 
No se para el hambre con cuchillas que rezuman sangre.

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