El ministro del Interior, por si no hubiera dado suficiente el cante con
el Anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana y con sus posturas
ultraconservadoras con los matrimonios homosexuales y el aborto, sostiene que
el sistema colocado en la valla de Melilla, con cuchillas capaces de desgarrar
la carne, “es un elemento pasivo de disuasión, no es agresivo”, para evitar la llegada de más inmigrantes subsaharianos. “Produce
erosiones leves, superficiales”. Que pruebe él, y luego nos los cuente.
Calienta Jorge, que te toca saltar.
“Se trata de un retroceso en
materia de derechos de los inmigrantes” (Amnistía Internacional). “Este
tipo de medidas no deberían ser legales. Está fuera de toda ética y moral” (SOS Racismo). “La
defensa de las fronteras no puede hacerse a costa de los derechos humanos de
las personas más vulnerables ni contribuyendo a aumentar las tragedias
personales y familiares de quienes salen de sus países en busca de un futuro
más seguro y más digno” (Cáritas Diocesana). “No es la manera. Los inmigrantes
no son un peligro” (José María Gil Tamayo, secretario general de la Conferencia
Episcopal Española).
La explicación del ministro del Interior, el ultracatólico Jorge
Fernández Díaz, provoca una mezcla entre indignación, en especial, y risa. “La
concertina es un elemento pasivo de disuasión. No es agresivo, es pasivo.
Producen erosiones leves por parte de aquellas personas que intentan superarlas.
Si el material que se utiliza atentara contra los Derechos Humanos, habría que
prohibir su comercialización”. Pues nada, Jorge, calienta que vas a saltar.
Predica con el ejemplo, como le ha instado Joan Coscubiela, diputado de la
Izquierda Plural, e imita a Manuel Fraga cuando se bañó en Palomares tras la
caída de cuatro bombas con material nuclear en un accidente aéreo del Ejército de
Estados Unidos.
“No disuaden a personas que llegan huyendo del hambre, la miseria y la guerra. No queremos convertir la valla de Melilla en el muro de la vergüenza” (Asociación Unificada de Guardias Civiles). “Son una barbaridad y pueden producir algún desgraciadísimo
accidente” (Soledad Becerril, Defensora del Pueblo). “No es un proceder ajustado a
derecho ni tampoco en términos de estricta humanidad” (Eduardo Torres Dulce, Fiscal
General del Estado). “Solo va a causar más desesperación” (Niel Muiznieks, comisario de Derechos Humanos
del Consejo de Europa).
¿A qué se refieren? ¿Qué merece una desaprobación tan
unánime? Son las concertinas, las vallas con cuchillas que está instalando el
Gobierno en la valle de Melilla. Una medida inhumana, una trituradora de carne que causa heridas graves e incluso potencialmente mortales.
¿Considera el Gobierno que los inmigrantes no son seres humanos? La instalación
de las concertinas es una aberración moral indigna del siglo XXI, una vergüenza
nacional para los precursores de la marca España. ¡Menuda imagen de país dan
esas cuchillas!

No lo hará. El ministro Fernández Díaz, tan implicado ahora en recortar
los derechos de manifestación con el Anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana,
sabe de sobra que las cuchillas de las concertinas (que se fabrican,
curiosamente, en España, concretamente en Málaga) son lesivas para la integridad física de los
inmigrantes. Basta con pasar el dedo sobre las cuchillas para comprobarlo. Es
algo indiscutible. No hace falta esperar a un estudio técnico para pronunciarse como se ha escabullido (para variar) el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Y si el señor Jorge Fernández Díaz piensa que estoy
equivocado, que estamos casi todos equivocados (que revise las frases con las
que se abre este artículo), que lo demuestre. Yo le seré sincero. ¡No pienso
saltar, no tengo ningún interés en poner en riesgo mi vida!
Las concertinas no solo causan heridas graves. Son un método ineficaz
para luchar contra la inmigración ilegal. “Lo que se pretende es impedir la
entrada ilegal en nuestro país y creo que eso es una obligación”, ha
justificado el ministro del Interior sobre la colocación de las cuchillas en
la valla de Melilla. “Nosotros sabemos
que hay miles de personas procedentes de diferentes áreas geográficas próximas
que quieren entrar ilegalmente en España, pero el problema no es detectarlos,
sino impedir que entren ilegalmente en nuestro país y supongo que no será
mediante aviones no tripulados como pretenden evitarlo”, ha replicado al PSOE
sobre la alternativa del uso de drones.
¿De verdad piensa el ministro que un inmigrante de, por ejemplo, Níger,
tras recorrer casi 3.000 kilómetros atravesando el desierto, va a detenerse por
una valla, dará media vuelta y regresará a su país donde solo le esperan el
hambre, la pobreza, la miseria…? ¿Es el señor Fernández Díaz, tan enérgico a la
hora de rechazar los matrimonios homosexuales o el
aborto, un ingenuo o sencillamente no le importan las vidas de los inmigrantes?
Que piense que ahora mismo miles de españoles han tenido que buscarse las
‘habichuelas’ fuera de nuestro país. ¿Nos gustaría que les trataran así en el
Reino Unido, Alemania, Francia o Estados Unidos? Para ser una persona de firmes
convicciones católicas, ¡cuánta inhumanidad desprende Fernández Díaz cada vez
que abre la boca!
De traca ya han sido las últimas explicaciones del Partido Popular para
defender la colocación de las cuchillas precisando que existen en los contornos
de los centros penitenciarios. ¿Está equiparando el PP una frontera con una
prisión? ¿Qué se supone que debemos pensar los ciudadanos cuando se defiende de
esta manera la instalación de concertinas, que nuestro Gobierno considera que
África es una cárcel y que la libertad es Europa y no podemos permitir que se
escapen, que los africanos son ciudadanos condenados por su lugar de nacimiento
y residencia? Pues miren, señores del PP, en las cárceles españolas a los
internos se les da de comer. Los inmigrantes subsaharianos no
andan, precisamente, sobrados de comida. Viven en una ‘cárcel’ llamada África definida por una
palabra: MISERIA.
La lucha contra la inmigración ilegal no se gana colocando vallas con
cuchillas para que los pobres subsaharianos que escapan del hambre o de la
guerra se desangren mientras las saltan, como ya ha pasado, incluso con el caso
de una muerte, según denuncias de las ONG. El inmigrante que salta una valla, el inmigrante que se la juega
en una patera, el inmigrante que se oculta en el motor de un coche… no es
nuestro enemigo. No estoy defendiendo que España sea un país de puertas
abiertas. ¡Claro que hay que regularizar la inmigración, pero respetando los
derechos humanos, no masacrándolos con concertinas!
Nuestros enemigos son las mafias que se aprovechan de la desesperación
de millones de africanos. ¿Qué se consigue contra ellas colocando una valla con cuchillas? Pocas cosas hay más abominables que la trata de
personas. Para las redes de inmigración, llenar una patera o ayudar a los
subsaharianos que han logrado llegar a Marruecos para entrar a Europa es un negocio. España, como
puerta de Europa, debería saber muy bien quién es realmente el enemigo. Las
redes seguirán trayendo inmigrantes a Melilla, haya o no concertinas, porque
viven de eso. ¿Para qué provocar heridas graves a quienes salten? ¿No será
mejor evitar que vengan? ¿No será mejor ayudar a sus países, cooperar, una
palabra que con la crisis parece que ha quedado olvidada en el lenguaje de los
gobiernos europeos?
Unos dos mil subsaharianos
esperan en los alrededores de Melilla, malviviendo en el monte Gurugú, pasando
frío, sin comida y perseguidos por Marruecos, su oportunidad para saltar la
valla. No pienso que la mejor solución sea colocar unas cuchillas que desgarren
sus manos, sus piernas…, su cuerpo mientras huyen de la miseria. No lo creo. Ni
tampoco lo consideran así organismos e instituciones tan diferentes como
Amnistía Internacional, SOS Racismo, Cáritas Diocesana, la Conferencia
Episcopal Española, la Asociación Unificada de Guardias Civiles, la Defensora
del Pueblo, el
Fiscal General del Estado y el Consejo de Europa).
No se para el hambre con cuchillas que rezuman sangre.
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