La sentencia del fallo de la
Audiencia de A Coruña deja impune la mayor catástrofe ecológica en España. El
vertido de 63.000 toneladas de fuel del pecio del petrolero ennegreció 2.980
kilómetros de las costas españolas y francesas. Hubo (clamorosos) errores en la
gestión política, no hay más que revisar el errático rumbo del barco, además de
una clarísima responsabilidad del armador del buque, la compañía que fletó el viaje y la aseguradora. Francia consiguió culpar a la petrolera Total de la marea
negra del Erika y BP admitió su error ante Estados Unidos por el crudo que se
escapó de su plataforma en el Golfo de México. Pero esto es España en el siglo
XXI. Aquí hay barra libre. Incluso en los hundimientos del Urquiola, en 1976, y
el Mar Egeo, en 1992, se encontraron culpables. Ahora...
Miércoles 13 de noviembre de
2002. El Prestige, un petrolero monocasco griego, con bandera de conveniencia
de Bahamas, con dueño y operadores logísticos liberianos, asegurador británico,
certificado estadounidense y fletado por la firma Crown Resources, navega con
77.000 toneladas de fuel de mala calidad (pronto conoceremos una nueva palabra:
chapapote) a 28 millas del Cabo Fisterra. El mar está picado, con olas de entre
seis y ocho metros. El temporal arrecia en el Atlántico y zarandea a un buque
viejo (26 años), mal conservado y con una carga letal. Una chatarra llena de fuel en medio de un
mar embravecido.
¿Prefieren ‘ABC’ , ‘La Gaceta’ y ‘La
Razón’ que el vertido del Prestige quede sin culpables y que el coste sea asumido finalmente por el conjunto de los ciudadanos? Pues parece
ser que sí. Es más importante dejar bien al Gobierno del PP, entonces dirigido
por José María Aznar y que tenía al actual presidente, Mariano Rajoy, como uno
de sus hombres fuerte y protagonista de la celebérrima frase de los “hilitos de
plastilina” que salían del Prestige. No, señores de la prensa conservadora, no se puede dejar una
catástrofe medioambiental como la del Prestige sin culpables. Pero, ¿de qué
estamos hablando?
Pasadas las tres de la
tarde, el capitán del Prestige, Apostolus Mangouras, una de las tres únicas
personas que se han sentado en el posterior juicio, emite un mensaje de socorro al Centro
de Salvamiento de Fisterra. El petrolero ha empezado a escorarse. La
tripulación, salvo el capitán, el primer oficial y el jefe de máquinas es rescatada. Mangouras llama a los dueños del
Prestige para decidir si acepta ser remolcado. El petrolero,
finalmente, se dirige a la costa para vaciar su pecio hasta que aparece el
Ministerio de Fomento que decide mandarlo lo más lejos posible. Vamos, lo que
se dice lavarse las manos, una sabia decisión.
El Prestige, con una herida
de muerte, sigue sangrando chapapote que va llegando a las costas gallegas. Aún
es poco. El rumbo es errático y cambia cada pocas horas. Una fragata portuguesa
obliga incluso a modificarlo para evitar que el vertido toque sus costas.
Viendo el rumbo del Prestige parece claro que las autoridades no sabían
muy bien qué hacer con el petrolero. De cualquier manera, el ministro de Fomento,
Francisco Álvarez Cascos, y el presidente de la Xunta, Manuel Fraga, se marcharon de caza y el ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, a Doñana. ¿Para qué cambiar los planes por un petrolero a punto de hundirse frente a las costas gallegas con miles de toneladas de fuel?
El petrolero monocasco no
aguanta la bravura del Atlántico. Se rinde el martes 19 a las 8 horas a 133
millas de Fisterra. El Gobierno había alejado el barco (hubo quien, como el
ministro de Defensa, Federico Trillo, propuso bombardearlo) lo máximo posible. Ignorancia supina.
El mar no permanece quito. El fuel no cesa de salir de las bodegas del Prestige.
Aunque hay quien, como Mariano Rajoy, entonces vicepresidente primero del
Gobierno y ministro del Interior, solo ve unos “hilitos de plastilina
solidificados”. Muy pronto, se verá que el vertido es mucho mayor de lo
admitido y que los medios para contener la marea negra son muy insuficientes.
El vertido del Prestige acapara
durante semanas la actualidad informativa ante la inoperancia del Gobierno, incapaz de evitar
que las playas gallegas e incluso también asturianas, cántabras, vascas y
francesas, se tiñan de negro. La vida marina llora. Y muere. Los pescadores se
desesperan. Su medio de vida sufre. Su futuro queda enterrado bajo toneladas de
chapapote. Solo una inmensa marea solidaria blanca (por el color de sus trajes) procedente de todos los puntos de
España, con miles de voluntarios, con más ilusión que medios, combate al vertido en el mar y en las costas.
Una catástrofe medioambiental
intensificada por un barco que jamás debió estar navegando, por unos armadores
golfos, auténticos piratas del siglo XXI, y por una administración pública
ineficaz y torpe. Dos meses después, en enero de 2003, el Gobierno aprobaría el
Plan Galicia, con 12.495 millones de euros, para ayudar a los afectados. En
abril, dio luz verde para extraer las miles de toneladas de fuel que aún
aguardan en el Prestige a 3.600 metros de profundidad. Una operación cara y
complicada para impedir una nueva marea negra. El vertido de unas 63.000 toneladas de fuel del pecio del
petrolero ennegreció un total de 2.980 kilómetros de las costas españolas y
francesas y ocasionó una factura de 4.400 millones de euros.
Once años después, la Audiencia de A Coruña comenzó el juicio contra los únicos
cuatro imputados: el capitán Apostolos
Mangouras, el jefe de máquinas Nikolaos Argyropoulos y el primer oficial
Ireneo Maloto por presuntos delitos contra los recursos naturales y el medioambiente, daños y desobediencia-resistencia, y el director general de la Marina
Mercante, José Luis López-Sors González, por un supuesto delito contra el medioambiente y daños. Ireneo Maloto ni siquiera se ha sentado en el banquillo. Está
ilocalizable. Cuatro ‘pringados’ para responder de una catástrofe
medioambiental en la que hubo responsables de mayor entidad. El juicio arrancó
el 16 de octubre de 2012 y concluyó el pasado 10 de julio tras 400 horas distribuidas entre 89
sesiones y 204 declaraciones de testigos y peritos.
El fallo de la
Audiencia ni siquiera condena a Mangouras, Argyropoulos y López-Sors. Solo impone
una testimonial pena de ocho meses al anciano capitán Mangouras por un delito
de desobediencia cuando inicialmente se negó a ser remolcado. La marea negra
del Prestige quedaba completamente impune. Al final, el petrolero se hundió por
culpa de los peces que agujerearon el pecio del buque. Nada de culpar a los
armadores por fletar una chatarra con una bomba medioambiental en su interior.
¿Para qué, verdad? Al final, fueron los peces los que decidieron mandar al
Prestige al quinto pinto. ¿Para qué pedir responsabilidades al Ministerio de Fomento?
Si aquí, en España, nuestros políticos son inocentes de todo.
Con diez años de
investigación, “solo se han probado aspectos adjetivos de lo
ocurrido, pero no los sustanciales desde la perspectiva del Derecho Penal”,
expone el Tribunal. Sí, soy consciente
de que la sentencia ha avalado la decisión de alejar al Prestige de la costa. Es un fallo judicial que acato, pero no comparto. ¿De verdad fue un acierto alejar
el barco, mandarlo al quinto pino como se rumoreó entonces que vociferó Cascos? No sé
si el Tribunal ha visto realmente las fotos de la marea negra. Su apoyo parece más una
decisión de marcado calado político como demuestra la eufórica reacción de los
medios de comunicación afines al Partido Popular.
Tuve la mala suerte
de escuchar en un debate, por ejemplo, a Antonio Pérez Henares. ¡Dios nos libre
de los convertidos! Un periodista que ha virado más su ideología que el rumbo
del Prestige. Tras calificar como “verbena” las protestas por la marea negra,
prefirió destacar la tragedia humana, con once muertos, y ambiental del
incendio de Guadalajara ocurrido en julio de 2005. Así de demagogos son los adláteres
de la derecha española. Una reacción particular que también se ha repetido en
editoriales de diarios como ‘ABC’, ‘La Gaceta’ y ‘La Razón’. Para la prensa conservadora, la
marea negra del Prestige fue poco menos que culpa de Nunca Máis. ¡Esa manía de
politizarlo todo para proteger y salvar siempre a los míos”!
‘ABC’ tituló su
editorial como ‘Sentencia contra la manipulación’: “Lo que este desenlace
judicial ratifica es que hubo una burda manipulación política del caso
Prestige, que inauguró el ‘todo vale’ contra el PP, incluidos el acoso, la
agresión y la amenaza”. Ahí queda eso. “Una maniobra que no ha funcionado en
los tribunales”, valora. ‘La Gaceta’, ¡qué graciosos ellos!, valora el fallo con un humillante ‘Nada Máis’. Por su parte, ‘La Razón’, fiel escudero del PP, titula su editorial como ‘Restitución de la verdad’. Es curioso el baremo de ‘La
Razón’ con las decisiones judiciales cuando lleva vilipendiando al Tribunal
Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo desde que ha tumbado la ‘Doctrina
Parot’. A mí, sinceramente, me desagrada tanto esa sentencia como la del
Prestige. No queda más, como demócrata, que acatarlas. ‘La Razón’ solo las
acata cuando le gustan y favorecen a los suyos.

Miren a Francia.
Allí, la petrolera Total, el cuarto grupo mundial del sector, fue
condenada por el vertido de 15.000 toneladas de fuel del Erika el 12 de
diciembre de 1999. La justicia francesa también condenó a Rina, la
compañía de certificación marítima que declaró que la embarcación de bandera
maltesa era apta para navegar, al propietario del barco y al gestor. Y no es una excepción. Otro gigante del mundo del
petróleo, la británica BP, ha admitido su responsabilidad en el escape de
crudo en su plataforma del Golfo de México, en aguas de Estados Unidos.
En España también se han
encontrado culpables en los dos anteriores grandes vertidos de crudo que se han
producido tras los hundimientos frente a la costa gallega del Urquiola, en
1976, y el Mar Egeo, en 1992. El Urquiola pidió ayuda tras chocar contra una
aguja rocosa a la entrada del puerto de A Coruña que no aparecía en las cartas
náuticas. La Comandancia de Marina ordenó alejar el barco de la costa. ¿No les
suena al Prestige? Y el barco explotó derramando 100.000 millones de fuel. La
justicia consideró la decisión “precipitada, desacertada, absurda y criticable”
y condenó al Estado a abonar 5.500 millones de pesetas para indemnizar
a compañías de seguros, bateadores, mejilloneros y pescadores de bajura gallegos.
El desastre ecológico del
Mar Egeo, el 3 de diciembre de 1992, reavivó la pesadilla negra en A Coruña. El
petrolero, de bandera griega, encalló en la bocana del puerto y se partió en
dos. Siete de sus nueve tanques estallaron con casi 80.000 toneladas de fuel.
Hubo juicio, como con el Urquiola, el Erika o el Presige. Y hubo culpables. Se
condenó, como responsables directos de los perjuicios a la aseguradora del Mar
Egeo y al Fondo Internacional de Daños Causados por la Contaminación de
Hidrocarburos, y por imprudencia temeraria al capitán del barco y al práctico
del puerto de A Coruña.
Con el Prestige, ni diez
años de instrucción, ni el vivo recuerdo de semanas de presencia en los
informativos con el chapapote inundando las playas, ni el lamentable estado del
petrolero, ni la escapista actitud de los armadores, ni las erráticas decisiones
del Gobierno han sido suficientes para hallar un culpable. Al final, el coste
de los daños económicos y medioambientales será a exclusivo cargo del
ciudadano. Y los culpables del hundimiento y la marea negra, los peces.
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