La Generalitat Valenciana ha decidido cerrar el ente autonómico después de que el
Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana haya anulado el ERE
que afectó a más de un millar de empleados de Radio Televisión Valenciana. Tras
años de fiel servilismo pese al progresivo desplome de la pluralidad
informativa, la calidad de la programación y de la audiencia (del 22,5 al 3,8%),
la plantilla ha reaccionado, ha salido a la calle y ha optado por denunciar las
presiones a las que ha estado sometida por el Partido Popular y las constantes
manipulaciones a los espectadores y oyentes. ¿Tarde? Sí, tardísimo. Las protestas se producen como consecuencia de una lógica lucha para conservar sus
empleos. Pero, ¿qué credibilidad tienen unos profesionales que se han pasado dieciocho años ocultando las miserias de quienes ahora abominan? Hace mucho tiempo que se escapó la ocasión de ser dignos.
Estimados compañeros de Canal 9:
Lo primero, quisiera mandaros un fuerte abrazo. Siento mucho que 1.628
profesionales hayáis perdido vuestros puestos de trabajo. El paro, pese a los
cánticos de gloria de los ministros Montoro y Guindos, es un pozo en el que
nadie quiere caer en España. Soy periodista, como muchos de vosotros, y soy más
que consciente de la durísima realidad que atraviesa el sector de la
comunicación. Entiendo vuestro enfado. Comprendo vuestra situación y vuestra lucha por mantener
viva Radio Televisión Valenciana. Y os deseo la mejor de las suertes.
El cierre de Radio Televisión Valenciana es una noticia que, al menos
para los que vivimos en otras comunidades autónomas, nos ha pillado por
sorpresa. Los canales autonómicos se han convertido en los últimos años, en
especial con la llegada de la crisis, en un ejemplo de despilfarro y mala gestión.
La deuda en Radio Televisión Valenciana roza los 1.200 millones de euros. Ahora
bien, su valor como herramienta política, al servicio del Gobierno de turno, no
hacía presagiar en una medida tan traumática como un cierre.
No soy un firme defensor de los canales autonómicos públicos. Lo siento.
Creo que el dinero público debe emplearse, principalmente, en políticas
sociales y de estímulo a la actividad económica. Ahora, y siempre. Soy consciente de
los matices de la identidad valenciana con una lengua propia. Euskadi, Cataluña, Galicia, Islas Baleares y Comunidad Valenciana, precisamente por la existencia de
un bilingüismo en sus sociedades, creo que son las únicas comunidades donde tiene
sentido plantearse una tele y una radio autonómicas públicas.
Sin embargo, la promoción y defensa de la identidad de cada región y de la lengua
propia han sido aspectos que han quedado muy minimizados en todos los canales
autonómicos de España. ¿Qué pintaba, por ejemplo, Canal 9 como creadora de un
formato tan abominable como ‘Tómbola’ que tanto daño ha hecho a la televisión
en los últimos años? ¿Por qué Canal 9 se ha gastado hasta 459 millones de euros
(solo ha recuperado la mitad) en derechos de retransmisión de fútbol?
Ahora bien, mi rechazo hacia las cadenas autonómicas, hacia todas las
cadenas autonómicas se sustenta en su discurso político. Han prevalecido los intereses políticos de cada respectivo Gobierno autonómico sobre la promoción de la identidad y cultura de cada región. Canal 9 ha sido uno de
los máximos exponentes. La Generalitat Valenciana, en la infausta etapa de
Francisco Camps, utilizó Radio Televisión Valenciana como una burda herramienta
de propaganda política. Tan evidente que incluso ha espantado a muchos de sus
votantes hacia otras cadenas.
La audiencia, que llegó a ser del 22,5% en 1992, su máximo histórico,
era actualmente residual: poco más del 3,8% en el pasado mes de octubre. De
entre los grandes canales autonómicos, Canal 9 tenía la menor cuota de
pantalla. Y, sí, la televisión ha cambiado mucho en los últimos años con la
entrada en el mercado de muchos nuevos canales gracias a la TDT y la televisión
de pago distribuida en múltiples plataformas. Pero el desplome de la audiencia en
Canal 9 tiene un gran responsable: manipulación informativa.
La Comunidad Valenciana, que ha vivido arropada entre lujosos oropeles
mientras se repartían el dinero entre cuatro privilegiados, es el máximo
exponente de la corrupción y el despilfarro en España. La Trama Gürtel y el
Caso Nóos, los dos mayores escándalos de corrupción junto con los ERE de
Andalucía, tienen a Valencia como uno de sus principales epicentros. El expresident de
la Generalitat, Francisco Camps, ha llegado a ser juzgado por un supuesto delito continuado de cohecho pasivo impropio. Ya saben, el famoso Caso de los
Trajes. Y absuelto por un jurado popular. En fin.
Valencia es la comunidad del aeropuerto fantasma de Castellón promovido
por el megalómano Carlos Fabra, el Don Vito de la política de Castellón durante
casi dos décadas, que está a la espera de la sentencia de un juicio por delitos
contra la Hacienda Pública. El fiscal ha pedido ocho de cárcel para Fabra que
no es, sin embargo, una excepción. Desde la dimisión de Camps y la llegada de
Alberto Fabra a la Generalitat, el nuevo president ha tenido que apartar del
Consell y de la cúpula del PP a 15 dirigentes imputados por casos de corrupción. Sin olvidar,
a la ególatra alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, y su estrecha relación con
el empresario Enrique Ortiz, implicado en el Caso Brugal.
Valencia, la tierra que se ha permitido gastar dinero en proyectos
homéricos como el circuito de Fórmula Uno, la celebración de la Copa América de
Vela, la fastuosa Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, la Ciudad de
la Luz de Alicante, el parque temático de Terra Mítica o la visita del Papa Benedicto XVI. Proyectos
ruinosos donde las comisiones han enriquecido a unos pocos y han empobrecido las
cuentas de la Generalitat y la calidad de vida de una comunidad arruinada.
Valencia, donde se tapa con toda desfachatez un accidente de metro con 43 muertos para evitar que acapare
titulares con la llegada cinco días después del Papa Benedicto XVI. Donde se recomienda a
todos los técnicos qué explicar en un paripé de Comisión de Investigación.
Donde sus jueces colaboran para que no se conozca qué pasó en el accidente de
la Línea 1 del metro de Valencia en la estación de Jesús.
Esa es la Comunidad Valenciana, compañeros de Radio Televisión
Valenciana, que no habéis contado desde la llegada de Zaplana a la Generalitat
en 1995. En estos últimos días, habéis reconocido que vuestro trabajo ha estado
presidido por las presiones políticas del Partido Popular, por los constantes
engaños y manipulaciones hacia la sociedad valenciana. ¿Qué tiene que ver eso con la defensa de
la identidad valenciana y de la lengua autóctona que justifican la existencia
de Canal 9?
Trabajadores de Radio Televisión Valenciana, y en este caso me refiero especialmente
a los periodistas, habéis sido colaboradores necesarios y leales escuderos de la
política del Partido Popular de la Comunidad Valenciana. Los informativos de
Canal 9 han traspasado todas las líneas imaginables de manipulación. ¿No os habíais dado cuenta hasta que han anunciado el cierre de Radio Televisión Valenciana? No habéis
hecho nada para cambiarlo. Durante dieciocho años aceptasteis que Canal 9
pasara a convertirse en una tele de partido, en una tele del Partido Popular.
Vuestras quejas llegan muy tarde y solo salen a la luz cuando se ha
comunicado el cierre de Radio Televisión Valenciana. ¿Qué hubiera pasado si la
Generalitat Valenciana hubiera acatado el fallo del Tribunal Superior de Justicia
de la Comunidad Valenciana, hubieran regresado todos vuestros compañeros
despedidos pero hubiera continuado la política de manipulación en los
informativos? ¿Os habrías movilizado como estáis haciendo ahora o habrías
agachado la cabeza como hasta hace una semana?
No soy un iluso. Sé que es muy complicado cambiar la línea ideológica de
un medio de comunicación y aspirar a la objetividad. Todos los medios de
comunicación de España, y del mundo, defienden unas ideas, un proyecto político, están posicionados
ideológicamente. Pero Canal 9 traspasaba cualquier límite imaginable. Ha sido una oda a la propaganda política. Era la
televisión del PP de la Comunidad Valenciana y vosotros sus serviciales
trabajadores.
Siento que hayáis perdido vuestros empleos y os deseo mucha suerte de
ahora en adelante pero creo que llegáis muy tarde. No movisteis casi ni un dedo
para evitar que Canal 9 se convirtiera en el peor canal autonómico de España. Mientras
hubiera trabajo, aguantasteis. ¿Qué sentido tiene revolverse ahora contra quienes
habéis protegido con vuestro trabajo durante tantos años? La dignidad es un
bien en desuso en el mundo del periodismo, pero os habría venido bien tener un
poco de dignidad antes, y no ahora.
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