jueves, 20 de diciembre de 2012

Dos años, como mínimo, de inestabilidad hispanocatalana

El pacto suscrito entre CiU y ERC, que incluye la celebración de una consulta sobre la independencia de Cataluña en 2014, vicia la política catalana en una única dirección en medio de una crisis económica que no se resuelve por arte de magia con una segregación. Artur Mas, que fracasó en las urnas el pasado 25-N, sigue con su huida hacia adelante y se convierte en rehén, más o menos cómodo, de los republicanos. La coalición nacionalista se lo juega todo a una carta. Y la sociedad catalana, por deseo expreso de CiU y ERC, también.
 

 
Incertidumbre. El pacto suscrito entre CiU y ERC echa más leña a un fuego reavivado tras unos resultados nada espectaculares del independentismo en las urnas del 25 de noviembre. La celebración de un referéndum en el año 2014, sin fecha concreta, sobre la permanencia o no de Cataluña dentro de España no parece un asunto de primera necesidad como para encabezar la agenda política de una Generalitat que debería tener como prioridad la lucha contra la crisis, un problema invencible hasta ahora. Ayer mismo escuchaba a Joan Ridao, conocido tertuliano y exdiputado de ERC en el Congreso, admitir que no existe todavía en Cataluña una mayoría cualificada para lograr la independencia y que eso sería el reto de CiU y ERC en los próximos dos años. ¿Ese es el principal reto de la Generalitat? ¿Ese, de verdad? ¿Por qué el principal reto no es la salida de la crisis? ¿Por qué ahora se va a fondo a por la salida de España?


El independentismo catalán es consciente de que el Estado español está más débil que nunca. Acorralado por una crisis convertida ya en depresión económica y social, cuyo final no se atisba, defender el españolismo en estas fechas y, en algunos territorios, no vende. Las relaciones entre Cataluña y el resto de España se han escenificado en las últimas tres décadas en demasiadas ocasiones exclusivamente en materia económica. Con la economía más que hundida, los puentes se han tambaleado y el independentismo ha visto la oportunidad para dar un salto hacia adelante en sus reivindicaciones maximalistas. Que ERC quiera a Cataluña fuera de España no es ninguna novedad. Forma parte de su coherencia programática. ERC ha sido independentista en años de bonanza, ¿cómo no va a serlo ahora?

El salto de CiU es más complejo de justificar. Siempre ha existido una sensibilidad independentista, en especial en Corvergència, mucho menor en Uniò. Pero Artur Mas ganó las elecciones de noviembre de 2010 sin marcarse la segregación de Cataluña como objetivo y, entonces, la crisis económica ya era una realidad más que asfixiante. Mas y CiU, tras una política de recortes sociales más ambiciosa e injusta con las clases medias y bajas, si sabe, que la de Rajoy y el PP, viró de la mano de la multitudinaria manifestación de la Diada. Aupado al carro del independentismo para salvar su propia gestión en la Generalitat, convocó unas nuevas elecciones como si fueran un plebiscito sobre su figura como líder hacia la construcción de un Estado catalán. Y fracasó. CiU perdió doce escaños y cerca de noventa mil votos en unos comicios en los que la participación creció en más de medio millón de catalanes. Quería un resultado histórico, arrollador, y no lo tuvo.

Las elecciones del 25 de noviembre no crearon el Parlament más independentista de la historia. CiU (50 escaños), ERC (21) y las CUP (3) suman 74 sobre un total de 135 representantes en la cámara catalana. Son, por ejemplo, dos menos que tras los comicios de 2010. Cierto es que entonces CiU no era tan claramente proindependentista, pero cierto es también que el PSC tampoco era tan decididamente proespañolista. Las opciones segregacionistas cuentan en la actualidad con el respaldo efectivo de casi 1.735.000 votantes. Representan un tercio del censo electoral en Cataluña, incluyendo también otras formaciones independentistas sin representación en el nuevo Parlament, como es el caso de Solidaritat Catalana per la Independència. Ni menos, ni más. Emprender un cambio tan importante como una independencia con ese apoyo, grande, pero no incontestable, me aparece osado.

Las sensibilidades políticas en Cataluña están, además, mucho más igualadas de lo que la agenda Mas-Junqueras indica. Entre PSC (que se ha presentado con un programa que no es rupturista con España), PP, ICV-EUiA (con votantes y dirigentes partidarios de la independencia y de la alianza con el Estado español) y Ciutadans, tienen el refrendo de 1.628.312 votantes y 61 escaños. La diferencia de representantes en el Parlament, de trece miembros a favor de los partidos independentistas, no es tan abrupta en las sufragios directos, menos de cien mil. Pocos partidarios de la segregación quedan ya en el cuerpo electoral del PSC. Tampoco en Iniciativa, con votantes más preocupados en la problemática social que identitaria, se encuentran mayoritariamente apoyos al estilo de ERC o CiU. Una cosa es ser partidarios del derecho a la autodeterminación y otra desear la independencia. No es lo mismo. No mezclemos. No generalicemos. ICV es fuerte, en especial, en Barcelona y en los núcleos urbanos, con votantes más cercanos al federalismo de Cataluña en España que de crear un nuevo Estado. En las provincias más nacionalistas, como Girona y Lleida, y en las zonas rurales, la formación de Joan Herrera tiene menor presencia. Ese reparto de votos da que pensar sobre la composición aproximada de su electorado: catalanistas de izquierdas partidarios del derecho de autodeterminación y, al mismo tiempo, de un Estado federal dentro de España.

De los diez principales municipios de Cataluña (Barcelona, L’Hospitalet de Llobregat, Badalona, Terrassa, Sabadell, Lleida, Tarragona, Mataró, Santa Coloma de Gramanet y Reus), entre CiU, ERC, CUP y SI suman menos votos que entre PSC, PP, ICV-EUiA, Ciutadans, PxC y UPyD en Barcelona, L’Hospitalet de Llobregat, Badalona, Terrassa, Sabadell, Tarragona, Mataró y Santa Coloma de Gramanet. Solo en Lleida y Reus, los partidos claramente independentistas fueron mayoritarios en las urnas del 25-N. Nadie niega que en Cataluña mucha gente se siente incómoda en España, incluso muchos ciudadanos quieren romper con España, pero es un error social (y electoral) ocultar que muchos catalanes se sienten identificados como catalanes y españoles. Conviven dos realidades numerosas, ninguna es mayoritaria sobre la otra, y eso, CiU y ERC, no quieren comprenderlo. Para impulsar la independencia de un territorio es precisa una abrumadora mayoría que evite futuras rupturas sociales. ¿Es suficiente el apoyo de casi dos millones de catalanes (los votos obtenidos por las fuerzas soberanistas en noviembre) sobre un censo superior a cinco millones de residentes en Cataluña? Creo que no.

ERC, con una sensibilidad de izquierdas de la que siempre ha hecho gala, ha aceptado pactar con CiU a cambio, poco más, de una fecha orientativa para la realización de una consulta independentista. Orientativa porque está abierta la posibilidad de retrasarse uno o más años. Ha primado su espíritu nacional sobre el social. ¿Por qué ahora esa obsesión con la independencia? Me parece sencillo de explicar. La brutal crisis que azota España provoca deseos de cambio. Dibujar un escenario de optimismo fuera de España es un mensaje fácil de comprar. La sociedad necesita un marco de ilusión. Y los políticos catalanes de CiU y ERC venden este proceso como un cambio lleno de oportunidades de esperanza. Ese movimiento sería imposible en un contexto de crecimiento económico en España. ¿Quién no se cambiaría de empresa si te prometen que en una nueva te iría mucho mejor de lo que te va en la actual? Lógicamente, esa ola independentista no habría surgido sin una base sólida previa, pero sería interesante conocer cuántos de los catalanes que desean salirse de España son por convicción política, ideológica o social y cuántos lo son como prometido mecanismo de salvación de la crisis.

Sea como sea, y sin meterme en ningún momento en las dificultades legales de la consulta, que esa es otra, la política catalana ha lanzado un órdago con solución complicada salvo que exista ánimo de negociación desde ambos gobiernos, el español y el catalán. Y, a día de hoy, estamos muy lejos de esa situación. No creo que lo que le quite el sueño a la mayoría de los catalanes sea no contar con un Estado propio, sino tener trabajo, dar de comer a sus hijos, tener un techo bajo el que dormir, contar con una sanidad y una educación públicas de calidad, disfrutar de mejores infraestructuras… Mas y Junqueras sostienen que la independencia es el camino para conseguir esos objetivos pero, sinceramente, no conozco ningún caso de un país que haya optado por independizarse de otro para superar una crisis económica. Optar por una segregación para salir de una recesión no ha pasado jamás porque, entre otras cosas, no es una receta real para un problema tan mayúsculo como la actual recesión. Una independencia es algo mucho más serio. No es un juego.

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