El cabeza de lista del PP en los comicios europeos, tras su sonrojante
actuación en el cara a cara electoral con Elena Valenciano, ha demostrado sin
rubor su visión, en pleno siglo XXI, de la igualdad de sexos: “El debate entre un hombre y una
mujer es muy complicado. Si haces un abuso de superioridad intelectual, parece
que eres un machista y estás acorralando a una mujer indefensa”. Sobran las
palabras.
Más allá de sus cuestionables hábitos a la hora de comerse un yogur, su segunda
aventura en el ministerio, ya ocupó el mismo cargo en la segunda legislatura de
Aznar, ha discurrido con un acertado silencio en los medios de comunicación. Algo
que le ha valido la nota menos negativa en las distintas encuestas del CIS.
Cañete, sin aprobar, con un pobre 3.13 sobre 10, ha sido el ministro menos
quemado del carbonizado Gabinete de Mariano Rajoy. ¡Claro, porque casi no había hablado!
La prudencia de Cañete, su experiencia como europarlamentario entre 1987
y 1999, sus conocimientos en las arduas negociaciones en la PAC (Política
Agraria Común) y las cuotas pesqueras y su dominio del inglés y francés (más
nociones de italiano y alemán) le catapultaron, de nuevo, hacia la Unión
Europea. Eso sí, con la condición sine qua non de convertirse en Comisario en la
nueva legislatura. El apego por el cargo antes que por el pueblo.
Rajoy, tras dilatar sobremanera el nombre del cabeza de lista, accedió a
la exigencia de un Cañete que, desde entonces, ha sido descrito exageradamente
como el gran estadista español en Bruselas. La envidia de Churchill y Franklin D. Roosevelt. Cañete está contando con una descarada campaña de propaganda
alegremente secundada por los medios de comunicación más afines pero, sin
embargo, fuera de todo lugar. Desde que es eurocandidato, no ha hecho
más que ‘cagarla’. No hay mejor expresión, ¿para qué ser más finos hablando del rey de los yogures caducados? Conoce perfectamente el término.
Las capacidades lingüísticas de Cañete han sido siempre escasas. De ahí
también que Rajoy y su gurú electoral, Pedro Arriola, esperaran casi hasta el
final para designarlo candidato. Cuanto menos tiempo para equivocarse, mejor. Procede
de una familia bien. Vivió de niño en Tetúan. Su padre era asesor jurídico del Alto
Comisariado del Protectorado de Marruecos. Supo emparentarse mejor. Abogado del
Estado, se casó con Micaela Domecq y Solís-Beaumont. Apellidos de alta
alcurnia. Es la novena hija del ganadero Juan Pedro Domecq y de Matilde de
Solís-Beaumont, hija de los marqueses de Valenciana.
Unos orígenes y una vida familiar que le han impedido siempre
desprenderse de su imagen de ‘señorito andaluz’. Tampoco es que Cañete lo haya
intentado. En febrero de 2008, sacó su vena clasista mientras hablaba sobre
inmigración: “Ya no hay camareros como los de antes”, cuestionó mientras emulaba a Homer Simpson pensando en una birra y un plato de chuletas. “Aquellos camareros maravillosos que teníamos, que le pedíamos un cortado, un ‘nosequé’, mi tostada con crema, la mía con manteca colorada, cerdo, y a mí una de boquerones con vinagre y venían y te lo traían rápidamente y con una enorme eficacia”.
Miguel Arias Cañete lleva años en la política. Es de los pioneros de Alianza Popular con Fraga y Aznar. Su dieta de yogures caducados ha afectado gravemente a sus modales. Eso como poco. No así a su fortuna, que ha engordado al unísono que su característica rechoncha barriga de Papá Noel. Entre otros negocios, Cañete presidió hasta el 3 de febrero de 2012 la empresa petrolífera Ducar S.L., vinculada al ‘bunkering’ (esa dudosa práctica tan peligrosa de trasvasar fuel en pleno mar) a través de la sociedad Vilma Oil. Por supuesto, aspecto desmentido por Cañete.
Fiel al perfil del político moderno, Cañete se calla cuando no le interesa lo que escucha. Insultante fue su reciente reacción en el programa ‘El Intermedio’ de La Sexta cuando fue preguntado por una información del digital ‘El Diario’. Cañete se hizo un ‘Cotino’ en honor a su compañero de partido en Valencia mientras le cuestionaban sobre el accidente de metro de la capital levantina. Presuntamente, durante su presidencia en Petrologis Canarias, filial de Ducar, el eurocandidato popular maniobró para evitar un juicio tras un grave incendio en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria. La empresa pagó 240.000 euros a la familia de dos trabajadores (uno fallecido) para no ir a juicio por homicidio imprudente.
Con semejante historial, repleto de meteduras de pata, Cañete se cortó, sin embargo, en el cara a cara electoral con la candidata socialista, Elena Valenciano. Se limitó a leer, como si estuviera en una conferencia, loando las glorias numéricas de la recuperación económica de Rajoy, del milagro económico de España. Vamos, un listado resumido de lo que el Gobierno lleva meses vociferando. Cañete tuvo la suerte de que el debate fuera un desastre de audiencia: menos de dos millones de espectadores, un paupérrimo 9.5% de share. Por si PP y PSOE dudaban de su galopante descrédito social. Si la gente puede elegir, la mayoría no queremos escucharlos.
Pero Rajoy y Arriola sabían muy bien que Cañete, cuanto más tarde abriera la boca, mejor. ¡Ahora muchos entendemos el retraso en su designación oficial! Al ‘señorito andaluz’ no le sentó nada bien la derrota en el debate, reconocido por todos los medios salvo por el órgano oficioso del PP: ‘La Razón’, inasequible al desaliento por complicado que sea el envite. Y Cañete volvió a abrir la boca para desesperación en la sede nacional popular. Tenía una excusa para su pobrísima actuación en el cara a cara con Valenciano: enfrente había una mujer.
“El debate entre un hombre y una mujer es muy complicado (...) Si haces un abuso de superioridad intelectual, parece que eres un machista y estás acorralando a una mujer indefensa”, ha valorado, sin rubor, en el programa de Antena 3 ‘Espejo Público’. La presentadora, Susanna Griso, no daba crédito. Normal. ¿Acaso Cañete estaba defendiendo que, dada su condición de hombre y, por tanto, de persona más inteligente, le perdonó la vida a Elena Valenciano por ser mujer? Pues, sí. Cañete ha abundado en su inaudito argumento: “Si debato con el señor Rubalcaba nos podemos
decir todas las barbaridades, pero con una mujer se interpreta de otra manera”.
¿Se molestará el señor Cañete si le llaman machista? No debería. ¡Es machista, muy machista!
Y es que Cañete es un machote. En su condición de hombre, de persona
inteligente y, además, del PP, ni más ni menos, tuvo compasión de Elena
Valenciano, una mujer, por tanto menos inteligente, y encima socialista. Cañete,
lejos de sentirse avergonzado, parece cómodo en su papel de machista. Machista,
como casi todo aquel que lo es, sin reconocerlo. Al machista de pro siempre le
viene bien ese puntito de hipocresía social, ¿verdad?
“Soy muy espontáneo y digo siempre lo que pienso y a veces no soy
políticamente correcto (..). A veces es mejor que no sea absolutamente como
soy. Tengo que hacer un esfuerzo de contención y a veces llego casi al límite (…).
Si soy yo mismo, me temo. Entraría a matar. Prefiero hacerlo de la manera en
que lo he hecho”. Dos cosas están claras: 1) Cañete no es el megacandidato que
la propaganda pepera ha vendido. 2) Se comió antes del debate todas las
reservas de yogures caducados de las neveras de los estudios de TVE. ¿Quieren
ustedes a un machista en la UE?
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