El accidente del tren Alvia 151, que realizaba la ruta Madrid Chamartín-El Ferrol, en la ya maldita curva de A Grandeira ha
convertido, de repente, en expertos de seguridad a medios de comunicación y
ciudadanos. El maquinista, por si no tuviera suficiente cargo de conciencia, está siendo objeto de un salvaje y apresurado linchamiento. Por la
memoria de los 78 fallecidos, por sus familiares, por la recuperación de los
heridos y por la confianza y las vidas de los futuros viajeros, conviene averiguar todo lo
que ha pasado. Aquí no vale descargar la culpabilidad exclusiva en una única
persona, en una cabeza de turco. Nadie quiere que se repitan los errores de los siniestros del
Yak-42, del metro de Valencia o del vuelo de Spanair Madrid-Gran Canaria,
¿verdad?
No creo que nadie quiera estar ahora mismo en el cuerpo de Francisco
José Garzón Amo, maquinista de Renfe de 52 años. Era el conductor del tren
Alvia 151 que cubría la ruta Madrid Chamartín-El Ferrol. El vehículo, con doce
unidades (siete coches de pasajeros, un vagón cafetería y una máquina más un
furgón generador en cada sentido del convoy), descarriló a las 20:41 horas del miércoles 24 de julio, víspera de la Fiesta de Santiago, patrón de Galicia, en
la pronunciada curva de A Grandeira, ubicada en la parroquia de Angrois en Santiago de
Compostela.
Subió al tren en Ourense para recorrer los últimos 180 kilómetros
de la línea. El otro maquinista “no estaba en la cabina y no tenía que estar”,
ha explicado y justificado el mismo presidente de Renfe, Julio Gómez Pomar. Garzón llevaba
más de un año operando en la línea que recorría el Alvia siniestrado. Conocía
la curva de A Gradeira. “Pasó sesenta veces por ese punto”, ha subrayado el
máximo responsable de Renfe.
Renfe, Adif y el Ministerio de Fomento tendrán, por ejemplo, que
defender el diseño de la curva. Sí, la entrada a los núcleos urbanos puede
dificultar los trazados. La curva de acceso a la estación madrileña de Atocha es un claro ejemplo. Pero
es preciso conocer si existían alternativas y, si se desecharon, por qué.
Minimizar la responsabilidad
del accidente en el maquinista se acerca demasiado a lo que se entiende como
cerrar en falso una investigación. ¿Quieren que este accidente no afecte a la
Alta Velocidad española? Pues investiguen en profundidad porque en el extranjero no van a ser
tan permisivos y no comprarán una tecnología con dudas y con un accidente tan grave a cuestas y sin explicar.
El tren se encontraba a apenas cuatro kilómetros de la estación
santiaguesa. 78 pasajeros, según el último balance, han fallecido. 168 más han
resultado heridos. 81 permanecen hospitalizados, 31 de ellos en estado crítico.
Números fríos que describen una tragedia que ha conmocionado a toda España. Es
el mayor accidente ferroviario en España desde 1972. Entonces, un choque entre
el Expreso Madrid-Cádiz y un ferrobús (conocido como ‘La Cochinita’) dejó 86
muertos y 112 heridos en El Cuervo (Sevilla).
Desde la noche del miércoles, muchos medios de comunicación se han convertido de
súbito en avezados expertos en seguridad ferroviaria. Y, sin esperar a la
investigación, han encontrado ya a un culpable: Francisco José Garzón Amo, que
resultó herido leve en el descarrilamiento. Como mínimo, un despropósito jurídico y ético. La
gravedad del accidente insta a mantener, aunque sea complicado, la calma y a no
impulsar investigaciones paralelas y apresuradas.
Hay un hecho que parece irrefutable: el tren circulaba muy rápido. El
mismo maquinista, en conversaciones telefónicas con la sala ferroviaria, confesó, nada más producirse el accidente, el exceso de velocidad.
“Tenía que ir a 80 y voy a 190”, admitía en medio del ‘shock’ posterior a la
tragedia. “¡Somos humanos! ¡Somos humanos!”, repetía. “Espero que no haya
muertos, porque caerán sobre mi conciencia”. “La he jodido”. “Me quiero morir”.
Francisco José Garzón Amo está ingresado en el Hospital Clínico de
Santiago. Oficialmente, está detenido y a la espera de declarar ante el juez. La Policía, que considera que ha
cometido una “imprudencia”, le ha imputado “un hecho delictivo, vinculado a la
autoría del accidente”. El juez titular del Juzgado de Instrucción número 3 de
Santiago determinará si le acusa de un delito de homicidio imprudente.
Garzón
trabaja en Renfe desde hace tres décadas. Comenzó en su localidad natal, Monforte de
Lemos, “de peón, de auxiliar, y fue ascendiendo hasta que hace diez años
se presentó a las pruebas para ser maquinista”. Entró en Barcelona como
conductor de trenes de mercancías. Una experiencia como maquinista que
continuó en la línea de Alta Velocidad Madrid-Barcelona. Separado y sin hijos,
solicitó hace tres años su traslado para A Coruña, donde vive con su madre, que
está enferma.

No le faltaba experiencia como maquinista ni conocimiento de la línea. Cuesta
creer que tomara la curva, regulada a 80 kilómetros por hora, a más del doble
de lo permitido siendo absolutamente consciente. ¿Un despiste? ¿Un error
humano? ¿Un fallo del sistema de seguridad del tren o de la línea? ¡Prudencia!
La magnitud de la tragedia invita a no efectuar juicios paralelos cuando,
seguramente, nos faltan muchos datos para analizar el accidente.
Al respecto, me parece vergonzosa la publicación en numerosos medios de comunicación de varios
inoportunos comentarios del maquinista en su perfil de la red social Facebook. En
marzo del año pasado, publicó una fotografía de un velocímetro de tren que
indicaba 200 kilómetros por hora. “Chacho que vas a toda ostia frenaaaaaaa”, replicó uno de sus
contactos. Garzón contestó. “Estoy en el límite, no puedo correr más, si no me
multan”.
La fotografía generó más comentarios y nuevas respuestas: “El velocímetro no está trucado”. “Qué gozada sería ir en paralelo con la Guardia Civil y pasarles haciendo saltar el radar”. “Je, je, menuda multa para Renfe”, sentencia. ¿Qué aportan estos comentarios (en el contexto informal de una red social) al accidente de Santiago? Nada, quizás una forzada consecuencia: convertir al maquinista en un irresponsable amante de la velocidad, en un irresponsable capaz de protagonizar una tragedia como la de esta semana. Ya tenemos culpable. No hay más que hablar. Y eso que 200 kilómetros por hora, para el conductor de una línea de Alta Velocidad, no es un alarde precisamente exagerado, más bien lo contrario.
Los medios de comunicación deberían tener mucho más cuidado y ética a la
hora de informar sobre tragedias como la de Santiago. La mayoría de los ciudadanos no
somos ingenieros ni maquinistas ni juristas. Conocemos lo que ha pasado en el
accidente a través de las noticias de los periódicos, radios, televisiones y
ediciones digitales. Si nos presentan directamente ya al culpable de la
tragedia, ¿quiénes somos nosotros para dudar de ello si no tenemos datos ni
para confirmarlo ni menos para desmentirlo?
El papel de los medios de comunicación, y lo digo como periodista de formación y de profesión, no
puede ser usurpar funciones a la justicia. Es una temeridad. Recuerdo dos casos
muy significativos del peligro de esta actitud: Dolores Vázquez y Diego
Pastrana. Dolores Vázquez fue condenada, tras un juicio con jurado popular, a
quince años y un día de prisión por el asesinato de Rocío Wanninkhof (diecinueve
años) en Mijas (Málaga) tras su desaparición el 9 de octubre de 1999.
Los medios de comunicación se cebaron con Dolores Vázquez construyendo
mil teorías sobre la muerte de Rocío Wanninkhof aprovechando una anterior
relación sentimental con la madre, Alicia Hornos. Estaba sentenciada en la
sociedad. Sin embargo, era inocente. Hoy estaría en prisión si no fuera por un
segundo crimen del verdadero asesino: Tony Alexander King, que mató en agosto
de 2003 en Coín a otra joven: Sonia Carabantes (diecisiete años).
Las pruebas biológicas incriminaron a King por ambos asesinatos. La
justicia se había equivocado. La sociedad, convencida por las ‘abrumadoras’
pruebas presentadas en los medios de comunicación, se había equivocado. No creo
que haga falta recordar el ‘show’ mediático que se creó alrededor del caso. Wanninkhof.
El ejemplo de Diego Pastrana no se queda atrás. Los hechos se remontan
al 26 de noviembre de 2009 con la muerte de una niña de tres años, Aitana, en Tenerife. La pequeña falleció en el Hospital Universitario Nuestra
Señora de Candelaria tras permanecer dos días ingresada en estado muy
grave. Diego Pastrana, un joven de 24 años que era entonces la pareja
sentimental de la madre de la niña, se convirtió en un monstruo deleznable merecedor de todo lo peor en algunos
medios de comunicación.
Pastrana fue detenido como presunto autor de un delito de abuso sexual y
de lesiones. El joven había llevado a la niña, a la que estaba cuidando, al
centro de salud de Arona. El diagnóstico indicaba una parada
cardiorrespiratoria, distintos traumatismos en el cuerpo y lesiones por
quemaduras en la región dorsal y lumbar. Pastrana recordó que la niña se había
caído de un columpio cuatro días antes. Una versión que no contó con el apoyo
de la Guardia Civil y de algunos periodistas.
‘ABC’, por ejemplo, se ensañó. Dos días después de fallecer la pequeña Aitana, no se
cortó y pisoteó el derecho a la presunción de inocencia. Al lado de una imagen
de Pastrana, con la cabeza agachada, titulaba en la portada del diario ‘La mirada del asesino de una
niña de tres años’. El subtítulo completaba el linchamiento: ‘Tenerife llora la
muerte de Aitana, que no superó las quemaduras y los golpes propinados por el
novio de su madre’. El director era Ángel Expósito que, desde entonces, no ha
hecho más que encadenar fracasos profesionales (‘ABC’, ‘La 10’ y ‘ABC Punto Radio’), aunque
nunca le ha faltado, curiosamente, cobijo laboral. Ahora colabora en la cadena COPE.
Pastrana, como Dolores Vázquez, era inocente. El informe forense indicó
que “la causa principal del fallecimiento es una caída, presumiblemente
accidental, de una antigüedad de unos cinco o seis días, lo que vendría a
confirmar la versión dada por el imputado, según la cual la menor sufrió una caída
accidental”. Era libre tras haber sufrido un linchamiento mediático bochornoso.
Pastrana se querelló contra ‘ABC’, Onda Cero y una productora de televisión por
las salvajadas no contrastadas que vertieron contra su persona.
Las cercanas experiencias de
Dolores Vázquez y Diego Pastrana no han afectado en el tratamiento de la
tragedia ferroviaria de Santiago. Buena parte de la prensa ha decretado ya
sentencia. El maquinista que se jactaba de correr en Facebook es el culpable del
accidente. ¿Para qué investigar más? El tren circulaba a una velocidad
desorbitada y el conductor debe pagar por ello. Pero, ¿no convendría conocer
por qué iba tan deprisa, por qué un maquinista experto y conocedor de la línea
tomó una curva cerrada a más del doble de la velocidad exigida?
Un accidente, sea en coche,
avión o tren, suele tener siempre más de una causa. Intuimos, por las imágenes
que hemos visto, una: el exceso de velocidad. ¿Es la única? No se puede cerrar
esta tragedia en falso. Tenemos accidentes muy próximos en los que las
investigaciones han sido un completo insulto a los fallecidos, heridos y
familiares: siniestro de los militares del Yak-42 en Trebisonda (Turquía) (26
de mayo de 2003), metro de Valencia (3 de julio de 2006) y vuelo de Spanair Madrid-Gran
Canaria (20 de agosto de 2008). En todos los casos, las personas que estaban al
mando fallecieron y se llevaron las culpas. Error humano. Probablemente pero, ¿solo
error humano?
¿Será preciso que un
programa de televisión, como ha ocurrido con la emisión del reportaje ‘Los
olvidados’ en ‘Salvados’ (La Sexta) el pasado 28 de abril sobre el accidente del metro de Valencia, cuestione dentro de
unos años la versión oficial de la tragedia ferroviaria de Santiago? La Fiscalía
ha solicitado esta misma semana la reapertura del caso. ¿Habría sucedido lo
mismo si no se hubiera emitido el programa de ‘Salvados’ en el que quedaban muchas preguntas sin resolver? ¿Queremos que la tragedia del Alvia de
Santiago sea tapada deprisa y mal como sucedió en Valencia con el metro?
No creo que haga falta recordar también toda la pantomima de la investigación del Yak-42. Algunos de los
militares que fallecieron habían asegurado a sus familias que temían más a
los viajes en los aviones contratados por el Ministerio de Defensa que a su
misión en Afganistán. Si ya solo eso habría merecido una investigación seria, se
unió la repugnante identificación apresurada y equivocada de muchos de los
cadáveres. Federico Trillo, entonces ministro de Defensa, es hoy embajador
español en Londres.
Tampoco parece que se sepa
todo del accidente aéreo de Barajas. La Asociación de Afectados del Vuelo JK-5022
así lo estima con la causa penal ya archivada. En agosto de 2008, los medios de
comunicación también se llenaron de expertos en seguridad aeronáutica culpando
a los fallecidos pilotos por despegar sin la configuración adecuada o a los dos
mecánicos, desimputados en el pasado mes de septiembre, que desactivaron el
calefactor del sensor de temperatura del avión. No interesó investigar las
grandes coincidencias con un accidente aéreo ocurrido en Detroit en 1987 en un aparato
McDonald Douglas similar al siniestrado en Barajas.
Las últimas grandes
catástrofes acontecidas en España se cierran en falso. Hay pavor a investigar
hasta el final. Las versiones oficiales definitivas son un paripé para salir
del paso. Y no es ser conspiranoico. Simplemente es exigir que se conozca la
verdad, aunque sea molesta y alcance a las grandes esferas. Juan Luis Pía,
presidente del Tribunal que juzga la marea negra del petrolero Prestige,
admitía en este mismo mes de julio que “es obvio que hay más gente implicada en
el siniestro, tanto responsables políticos como no políticos”. Una demostración más de que en España nunca se va hasta el final.
No podemos permitir un
engaño más. Ya han sido muchos. Las causas, todas las causas, del accidente ferroviario de Santiago deben conocerse. No pueden detenerse en la responsabilidad del
maquinista. Cuesta mucho entender que el error de una persona haya podido
ocasionar semejante tragedia y que no exista ningún mecanismo para evitarlo, ninguna otra causa adyacente. Francisco José Garzón Amo tendrá que
explicar por qué entró en la curva de A Grandeira a 190 kilómetros por hora
pero Renfe, Adif y el Ministerio de Fomento deberán inexorablemente
pormenorizar todo aquello que ha rodeado al accidente.

No es la única incógnita. El accidente ha popularizado dos sistemas de
seguridad ferroviaria: el moderno ERTMS (European Rail Traffic Management
System), que utilizan las líneas de Alta Velocidad, y el más extendido en
España, el ASFA (Anuncio de Señales y Frenado Automático), que es el que se
encuentra en el lugar del accidente.
Independientemente del papel del maquinista, necesitamos conocer por qué
el ERMTS no está instalado en una curva en la que el tren, lanzado desde
Ourense a más de 200 kilómetros por hora, debe aminorar hasta 80. “Con
el ERTMS activado, el tren nunca habría llegado tan rápido”, insiste el
Sindicato de Maquinistas. ¿Corporativismo laboral y sindical (el maquinista
está afiliado) o realidad técnica? El ERTMS desaparece cuatro kilómetros antes
del escenario del accidente del Alvia que se aproximaba a Santiago.
¿Por qué esa zona, con una
curva pronunciada, no tiene ese más sofisticado sistema de seguridad? Esa sí es una
respuesta que no puede dar el maquinista, pero sí Fomento, Adif o Renfe y que es
muy importante para conocer si la tragedia se podría haber evitado. De poco
vale incidir en que España, tras China, es el país con más kilómetros
protegidos por el ERTMS. Esa no es la cuestión.
La duda es otra, ¿por qué no
está instalado en A Grandeira tras casi noventa kilómetros en línea recta en
un tramo que obliga a una brusca reducción de velocidad? El ERTMS tiene la
virtud de disminuir la velocidad e incluso parar el tren si se exceden los
límites, como era el caso en el Alvia 151 Madrid-El Ferrol. Con él, incluso con
un maquinista lunático, desmayado o sufriendo un infarto, el accidente podría
haberse evitado. El mismo tren habría impedido encarar la curva a toda marcha.
La realidad es que el sistema
de seguridad implantado en A Grandeira, el ASFA, no ha sido efectivo. Quizás
porque precisamente entre sus funciones no se encuentra frenar a un tren cuando
circula embalado y con peligro de descarrilar. El ASFA únicamente para a un
vehículo con un semáforo con luz roja. No se trata de que sea un sistema
inseguro. Simplemente, se trata de que existe otro mejor para proteger la
seguridad de los viajeros en ese complicado tramo.

No tengo datos para afirmarlo, pero sería horroroso que no se quieran
conocer las causas exactas del accidente o simplemente se busque un chivo
expiatorio para no destruir acuerdos comerciales con la Alta Velocidad. El AVE
a La Meca supuso un contratazo de 6700 millones de euros, la mayor cuantía
histórica para un consorcio español. La concesión de la línea Sao Paulo-Rio de Janeiro,
con un espectacular premio de 12000 millones de euros, está a la vuelta. El AVE Moscú-San
Petersburgo (14000 millones), la línea de Alta Velocidad Astaná-Almaty, en Kazajistán, y el mega AVE en California (Sacramento-San Diego, con un presupuesto de 60000 millones de euros) son otros proyectos ansiados. Si España quiere
optar a ellos, no estaría de más que empezara por ser transparente con el
accidente de Santiago.
No necesitamos más afrentas a la sociedad. No necesitamos incrementar de
nuevo el daño a las víctimas como en las tragedias del Yak-42, el metro de
Valencia o el vuelo de Spanair. El accidente ferroviario del Alvia 151 requiere
imperiosamente una investigación firme, independiente y completa. Si España quiere ser un país
serio, debe empezar por asumir sus errores, en caso de que existan. Que se
investigue. ¿A qué se teme? Y, por favor, cautela. Nada de linchamientos
mediáticos y sociales al maquinista ni a nadie. Una investigación concienzuda determinará
su participación en la tragedia ferroviaria de A Grandeira. No serán juicios
paralelos, apresurados y sumarios. ¿No hemos aprendido de las vertiginosas y,
posteriormente, equivocadas acusaciones a Dolores Vázquez y Diego Pastrana?
Calma, por respeto a la investigación judicial y, sobre todo, por las víctimas.
Sus familiares y los heridos merecen saber qué ha pasado. Todo.
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