viernes, 19 de julio de 2013

Moción de censura a la mentira y la cobardía

¿Dónde está Rajoy? Es la pregunta estrella de los últimos diecinueve meses, desde que 'manda' en España. Las ausencias del presidente del Gobierno son cada vez más frecuentes. Ahora, acorralado por el escándalo de los papeles de la contabilidad B del PP, nada ha cambiado. Incluso se ha intensificado. A Rajoy no solo no le gusta responder, es que ni siquiera quiere que le pregunten. Y ni se molesta en ocultarlo. Sin opciones de prosperar en el Congreso de los Diputados por la mayoría absoluta popular, la moción es ahora mismo un instrumento político muy válido para instar a Rajoy a que abra la boca y, sin la ayuda de cómodas cuestiones preparadas por medios de comunicación afines, sea de una vez claro y hable de lo que no le apetece hablar. No se puede gobernar un país escondido en una cueva con un país cada vez más crispado e indignado contra La Moncloa.

 
No sé si habrá moción de censura contra el presidente del Gobierno. Es una posibilidad que gana enteros según avanzan los detalles de la contabilidad B del PP que manejaban Luis Bárcenas, actual preso en Soto del Real, y Álvaro Lapuerta. Mariano Rajoy se encuentra en una situación más que incomoda. Su honorabilidad está muy tocada y con ella la credibilidad de un Gobierno sustentado por un partido sobre el que existen dudas muy serias de financiación ilegal.

Rajoy no quiere explicarse. No es algo nuevo. En su carrera política ha hecho del silencio una de sus banderas. A Rajoy no le gusta pisar charcos. Prefiere escabullirse y saltarlos. Como ministro de Aznar, se ganó fama de hombre gris y de holgazán. Como jefe de la oposición, no cambió mucho y se limitó a recoger la fruta madura socialista desgastada por la crisis y por la errónea gestión de la crisis. Ya en La Moncloa, con el aval en las urnas de una equivocada mayoría absoluta, se ha reafirmado en sus convicciones: cuanto menos hablar, mejor. Y el pueblo, ¡chitón!, que se exprese cada cuatro años, que es suficiente.
Esa estrategia delata la reducidísima cintura política de un dirigente que necesita apoyarse en los papeles preparados por sus asesores cuando se encuentra con una pregunta incómoda. Pero esa solución personal no sirve para contentar a una sociedad que asiste estupefacta a un goteo de indicios de corrupción que se acumulan en la cúpula del PP con el actual presidente del Gobierno ocupando un rol muy importante. Hay que dar la cara, Mariano, y más cuando las acusaciones son tan importantes.
Sin embargo, Rajoy no se da por aludido. La cumbre hispanopolaca llegó en un momento muy inoportuno. Tras la publicación de una jugosa conversación del director de ‘El Mundo’, Pedro J. Ramírez, con Luis Bárcenas, que dejaba muy mal parada las cuentas del PP, el periódico madrileño redobló el órdago informando de una serie de sms entre Rajoy y el extesorero de la formación con el ‘caso Bárcenas’ ya en llamas.
El protocolo obligaba al presidente del Gobierno a convocar una rueda de prensa junto con el primer ministro polaco, Donald Tusk, con dos preguntas para cada dirigente. ¿Cómo resolvió Rajoy el reto? Con la inestimable ayuda de ‘ABC’, centenario periódico conservador cuyo prestigio se arrastra por los suelos desde hace mucho tiempo. ¡Y no sabrán por qué! Rajoy y ‘ABC’ se saltaron el acuerdo del resto de medios de comunicación, que incluía preguntas más incisivas, y se ayudaron mutuamente. ‘ABC’ preparó la respuesta al presidente del Gobierno con una dulce cuestión sobre el ‘caso Bárcenas’. Favores… que se pagarán. No lo duden.
Solo a los más fieles a la causa ‘pepera’ les dejó satisfechos la intervención del presidente del Gobierno. En su potestad estaba la posibilidad de ampliar el turno de preguntas, algo que los ciudadanos habríamos agradecido. Pero ya sabemos que no es su estilo. Al menos esta vez no compareció a través de una televisión de plasma con los periodistas en una sala distinta ni dio marcha atrás al encontrarse con una nube de cámaras y micrófonos. Rajoy, cuya comparecencia en el Congreso ha bloqueado el PP, respondió a su manera: haciéndose el ofendido, con parquedad, con frases grandilocuentes vacías de contenido (“El Estado de derecho no se chantajea”) y evitando siempre meterse en un charco.
Precisamente por todo esto, una moción de censura sería un inteligente y necesario movimiento de la oposición. No se trata de una moción que persiga un cambio de Gobierno. Ojalá fuera posible, pero todo el mundo es consciente que aritméticamente no lo es. En un país como España en el que los grupos parlamentarios funcionan con una degradante unanimidad para tristeza de la calidad de nuestra democracia, la mayoría absoluta del PP impide la caída de Rajoy. No es ese el objetivo de esta hipotética moción de censura, que sería la tercera tras el final de la dictadura. Ninguna, por cierto, triunfó en el Congreso aunque sí una de ellas, la presentada por el PSOE contra UCD, lo hizo en el medio plazo impulsando a Felipe González hacia La Moncloa.
Esta moción de censura tiene otro componente. Salvo agradable sorpresa, la convocatoria de unas próximas elecciones generales queda lejos y, con ella, la posibilidad de un cambio de Gobierno. En esta ocasión, la moción de censura supone la única manera de que un presidente cobarde, Mariano Rajoy, dé la cara ante los ciudadanos y explique todo lo que no quiere que se sepa sobre la financiación ilegal del PP y su participación en este entramado. Ya que Rajoy elude cualquier contacto molesto e incontrolado con periodistas que al menos tenga que responder a la oposición en el Congreso. Si se consigue eso, la moción de censura ya será un enorme éxito.

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