¿Dónde está Rajoy? Es la pregunta estrella de los últimos diecinueve
meses, desde que 'manda' en España. Las ausencias del presidente del Gobierno son cada vez más frecuentes. Ahora,
acorralado por el escándalo de los papeles de la contabilidad B del PP, nada ha
cambiado. Incluso se ha intensificado. A Rajoy no solo no le gusta responder,
es que ni siquiera quiere que le pregunten. Y ni se molesta en ocultarlo. Sin
opciones de prosperar en el Congreso de los Diputados por la mayoría absoluta
popular, la moción es ahora mismo un instrumento político muy válido para
instar a Rajoy a que abra la boca y, sin la ayuda de cómodas cuestiones
preparadas por medios de comunicación afines, sea de una vez claro y hable de
lo que no le apetece hablar. No se puede gobernar un país escondido en una
cueva con un país cada vez más crispado e indignado contra La Moncloa.
No sé si habrá moción de censura contra el presidente del Gobierno. Es
una posibilidad que gana enteros según avanzan los detalles de la contabilidad
B del PP que manejaban Luis Bárcenas, actual preso en Soto del Real, y Álvaro
Lapuerta. Mariano Rajoy se encuentra en una situación más que incomoda. Su
honorabilidad está muy tocada y con ella la credibilidad de un Gobierno
sustentado por un partido sobre el que existen dudas muy serias de financiación
ilegal.
Rajoy no quiere explicarse. No es algo nuevo. En su carrera política ha
hecho del silencio una de sus banderas. A Rajoy no le gusta pisar charcos.
Prefiere escabullirse y saltarlos. Como ministro de Aznar, se ganó fama de hombre
gris y de holgazán. Como jefe de la oposición, no cambió mucho y se limitó a
recoger la fruta madura socialista desgastada por la crisis y por la errónea
gestión de la crisis. Ya en La Moncloa, con el aval en las urnas de una
equivocada mayoría absoluta, se ha reafirmado en sus convicciones: cuanto menos
hablar, mejor. Y el pueblo, ¡chitón!, que se exprese cada cuatro años, que es suficiente.
Esa estrategia delata la reducidísima cintura política de un dirigente
que necesita apoyarse en los papeles preparados por sus asesores cuando se
encuentra con una pregunta incómoda. Pero esa solución personal no sirve para
contentar a una sociedad que asiste estupefacta a un goteo de indicios de
corrupción que se acumulan en la cúpula del PP con el actual presidente del
Gobierno ocupando un rol muy importante. Hay que dar la cara, Mariano, y más
cuando las acusaciones son tan importantes.
Sin embargo, Rajoy no se da por aludido. La cumbre hispanopolaca llegó
en un momento muy inoportuno. Tras la publicación de una jugosa conversación
del director de ‘El Mundo’, Pedro J. Ramírez, con Luis Bárcenas, que dejaba muy
mal parada las cuentas del PP, el periódico madrileño redobló el órdago
informando de una serie de sms entre Rajoy y el extesorero de la formación con
el ‘caso Bárcenas’ ya en llamas.
El protocolo obligaba al presidente del Gobierno a convocar una rueda de
prensa junto con el primer ministro polaco, Donald Tusk, con dos preguntas para
cada dirigente. ¿Cómo resolvió Rajoy el reto? Con la inestimable ayuda de ‘ABC’,
centenario periódico conservador cuyo prestigio se arrastra por los suelos
desde hace mucho tiempo. ¡Y no sabrán por qué! Rajoy y ‘ABC’ se saltaron el
acuerdo del resto de medios de comunicación, que incluía preguntas más
incisivas, y se ayudaron mutuamente. ‘ABC’ preparó la respuesta al presidente
del Gobierno con una dulce cuestión sobre el ‘caso Bárcenas’. Favores… que se
pagarán. No lo duden.
Solo a los más fieles a la causa ‘pepera’ les dejó satisfechos la
intervención del presidente del Gobierno. En su potestad estaba la posibilidad
de ampliar el turno de preguntas, algo que los ciudadanos habríamos agradecido.
Pero ya sabemos que no es su estilo. Al menos esta vez no compareció a través de
una televisión de plasma con los periodistas en una sala distinta ni dio marcha
atrás al encontrarse con una nube de cámaras y micrófonos. Rajoy, cuya
comparecencia en el Congreso ha bloqueado el PP, respondió a su manera:
haciéndose el ofendido, con parquedad, con frases grandilocuentes vacías de
contenido (“El Estado de derecho no se chantajea”) y evitando siempre meterse
en un charco.
Precisamente por todo esto, una moción de censura sería un inteligente y
necesario movimiento de la oposición. No se trata de una moción que persiga un
cambio de Gobierno. Ojalá fuera posible, pero todo el mundo es consciente que
aritméticamente no lo es. En un país como España en el que los grupos
parlamentarios funcionan con una degradante unanimidad para tristeza de la
calidad de nuestra democracia, la mayoría absoluta del PP impide la caída de
Rajoy. No es ese el objetivo de esta hipotética moción de censura, que sería la
tercera tras el final de la dictadura. Ninguna, por cierto, triunfó en el
Congreso aunque sí una de ellas, la presentada por el PSOE contra UCD, lo hizo
en el medio plazo impulsando a Felipe González hacia La Moncloa.
Esta moción de censura tiene otro componente. Salvo agradable sorpresa,
la convocatoria de unas próximas elecciones generales queda lejos y, con ella,
la posibilidad de un cambio de Gobierno. En esta ocasión, la moción de censura supone
la única manera de que un presidente cobarde, Mariano Rajoy, dé la cara ante
los ciudadanos y explique todo lo que no quiere que se sepa sobre la
financiación ilegal del PP y su participación en este entramado. Ya que Rajoy
elude cualquier contacto molesto e incontrolado con periodistas que al menos
tenga que responder a la oposición en el Congreso. Si se consigue eso, la moción de censura ya
será un enorme éxito.
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