lunes, 20 de junio de 2016

La UE cuestionada: Brexit y otros retos

Reino Unido, el socio más euroescéptico, decidirá el 23-J si continúa o no dentro de la familia europea. Un aviso. Un serio aviso. Pero no el único. La gestión de la crisis económica (con una enloquecida apuesta errónea por las políticas de austeridad), el progresivo alejamiento de las instituciones europeas de los ciudadanos (la Europa comercial antes que la Europa social) e incluso la insolidaria política con los refugiados han tambaleado el proyecto común europeo. Vuelven los nacionalismos. La UE ya no seduce. No es solo el Brexit. La UE cuestionada.


¿No sabe qué es el Brexit? 

¿Dónde ha estado metido, amigo lector, en las últimas semanas?

El término Brexit se refiere a la posibilidad (real) de la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Una posibilidad abierta, de par en par, con un referéndum el próximo jueves 23 de junio.

Fecha clave para el futuro de la UE.

Reino Unido, el socio históricamente más euroescéptico de la UE, decidirá si abandona o continúa en el club en el que ingresó en 1973 tras una campaña especialmente bronca marcada de por vida por el asesinato de la diputada laborista Jo Cox, partidaria de la permanencia en la UE. Asesinato político perpetrado por un simpatizante de la ultraderecha británica con problemas mentales.

Las consecuencias de un hipotético Brexit son imprevisibles, tanto para la UE como para el mismo Reino Unido, en especial las consecuencias económicas. Argumentos (económicos) a favor y en contra del Brexit llevan generaciones cruzándose en el Reino Unido.

Me interesan más las posibles consecuencias políticas, más sencillas de adivinar y con implicaciones posteriores en la salud del proyecto de la UE.

El éxito del Brexit colocaría a la UE en un escenario incierto.

La UE ha sido un proyecto integrador desde su primer día de nacimiento (18 de abril de 1951) como Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Seis países comenzaron el proyecto más apasionante en la historia moderna de Europa: Bélgica, Holanda, Luxemburgo y tres países enemigos directos en la Segunda Guerra Mundial, apenas finalizada seis años antes, Italia, Francia y Alemania.

Europa aprendió la lección. No más guerras. Y se puso a construir un futuro común. Una Europa común para todos los europeos.

Un proyecto común que 65 años después del Tratado de París que alumbró la Comunidad Europea del Carbón y del Acero engloba a 28 países. La práctica totalidad del continente.

Una expansión en la que el Reino Unido participó con rapidez. Se sumó, junto con la vecina Irlanda y Dinamarca, en 1973 a los seis miembros fundadores.

Pero el espíritu europeo del Reino Unido siempre ha estado en duda. Nunca ha existido en las islas británicas un gran entusiasmo con la UE, percibida, en especial, como una herramienta para mejorar sus perspectivas de negocios.

Reino Unido nunca se ha implicado a fondo en la UE (la negativa al euro supone el mejor ejemplo), vertebrada alrededor del eje franco-alemán.

Una relación interesada y casi parasitaria (también desde la misma UE con Londres). Reino Unido y Europa, una historia que (estaba claro) acabaría algún día con un referéndum.



El tabloide 'The Sun', periódico más leído en el Reino Unido, pide el Brexit.
También Boris Johnson, exalcalde de Londres y favorito para relevar a Cameron
en los tories. Y, por supuesto, Nigel Farage (UKIP).
No me preocupa el riesgo en sí del Brexit. No especialmente.

Se consume o no (está claro que el resultado será siempre ajustado gane una u otra opción), el principal problema para la UE no es el Brexit, sino lo que se esconde detrás del Brexit, dentro y fuera del Reino Unido.

Porque la UE empieza a ser un enfermo al que se le acumulan los síntomas. Y el Brexit solo es uno de ellos, simplemente el primero en la lista, el más inminente.

La puerta del Brexit llega en un contexto determinado que avanza, aunque a otro ritmo y por otros caminos, en otros rincones de la UE.

El aislamiento geográfico del Reino Unido (hasta para eso siempre han estado ‘fuera’ de la UE) y el nacionalismo británico, en especial el inglés, no son algo nuevo.

Sí lo es lo que se ofrece desde la UE para controlarlo, como había pasado desde 1973. La UE siempre había encontrado alguna vía para contentar al Reino Unido. Muy a menudo, un trato de favor.

El problema no es tanto que haya millones de británicos dispuestos a marcharse de la UE (incluso con un futuro incierto) como que la UE no esté en condiciones de evitarlo.

Los euroescépticos británicos han encontrado la oportunidad que llevaban (algunos) esperando desde el primer día del ingreso en la UE.

La UE es un proyecto que necesita cambios. Los necesita si, verdaderamente, quiere tener continuidad. Los necesita si, verdaderamente, quiere contar con el apoyo de los ciudadanos.

Ha perdido la capacidad de seducción. No ilusiona. 

La UE tiene que dejar de fabricar, a pasos agigantados, euroescépticos.

No es casualidad el momento histórico de la convocatoria del referéndum en el Reino Unido.

Llega más por los errores de la UE que por los avances del euroesceptismo en el Reino Unido.




Cameron no es ni más (ni menos) euroescéptico que los anteriores primeros ministros británicos: Edward Heath (1970-1974), Harold Wilson (1974-1976), James Callaghan (1976-1979), Margaret Thatcher (1979-1990), John Major (1990-1997), Tony Blair (1997-2007) y Gordon Brown (2007-2010). A fin de cuentas, Reino Unido siempre ha ido por libre en la UE.

Pero ha sido la UE quien ha abierto la puerta de salida.

El fracaso de las políticas para afrontar la crisis económica, con una irracional defensa de la austeridad, ha facilitado el resurgimiento de un fantasma latente en la UE: los nacionalismos.

De eso, el Reino Unido va sobrado.

La UE se ha convertido en la madrastra del continente que ordena a cada país miembro a ejecutar medidas, sean o no convenientes, cuenten o no con el respaldo de los ciudadanos de cada país.

Una progresiva pérdida de soberanía por la que no están dispuestos a tragar muchos británicos (y no pocos europeos). Y eso que su ausencia en la zona euro les dota de mayor capacidad de maniobra que países machacados desde Bruselas y Berlín como Grecia, Portugal o España.

Tampoco ha ayudado la errática e insolidaria respuesta a la crisis de los refugiados.

Y eso que, de nuevo, la singular relación del Reino Unido con la UE les dejaba fuera del mínimo reparto de refugiados acordado por Bruselas en otoño del pasado año.

Si algo molesta al nacionalismo británico es perder su soberanía.

Las últimas políticas de la UE, aunque el Reino Unido no sea precisamente el socio más perjudicado, caminan hacia una intromisión en la soberanía de cada socio europeo.

No sería algo malo si fuera con el aval de los ciudadanos de cada país, si fuera para mejorar en la calidad de vida de los europeos.

Pero no ha sido así.


La UE acumula fracaso tras fracaso. Se lo ha puesto fácil a quien no estaba cómodo dentro de ella.

El Reino Unido, con el hipotético Brexit, es apenas la avanzadilla.


Ya lo decía. No me preocupa tanto el Brexit en sí como lo que puede suponer para la UE. Dejaría de ser un club que crece. Dejaría de ser un club intocable.

Y abriría grietas por donde ya se quieren colar otros euroescépticos.


No estoy hablando sobre la salida de más miembros de la UE. No es algo, a priori, factible a corto y medio plazo.

Pero sí de una reformulación de la UE que no se ha querido hacer.

La realidad es que el proyecto común europeo tiene muchos síntomas, no solo el Brexit.

La crisis de los refugiados ha levantado a todo el Este de la UE, a los antiguos países de la órbita de la extinta URSS, en contra de la acogida de refugiados.

Las posiciones ultras de países como Hungría (con un gobierno ultranacionalista y con los neonazis de Jobbik apretando al primer ministro Orban) no deberían tener cabida en la UE.

Pero ya están dentro.

Y no solo en el Este de Europa, también en los países nórdicos, Holanda, Austria (donde la ultraderecha se ha quedado a 30.000 votos de la presidente de la República), la misma Alemania (con el paulatino ascenso de Alternative für Deutschland) y, por supuesto, Francia (con el Frente Nacional como opción real de Gobierno).

Los nacionalismos (siempre los nacionalismos), letalmente combinados con el racismo, con el rechazo a la inmigración, enturbian el futuro inminente de la UE.

No es solo el Brexit.

Tampoco la crisis de los refugiados y el auge de los nacionalismos.

Está también la gestión de la crisis económica.

Las recientes elecciones municipales italianas han situado al euroescéptico Movimento 5 Stelle en las alcaldías de Roma y Turín. Una prueba más del descontento con la UE.

El referéndum griego del pasado verano, contra las políticas de recortes impuestas por la UE, evidenció también el enorme desapego heleno con la UE.

Y, claro, España, con millones de españoles dispuestos a plantar cara a la UE de los recortes.

No, no es solo el Brexit.

Se vaya o no el Reino Unido, la UE tiene muchos frentes abiertos.

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