lunes, 27 de junio de 2016

Los abuelos del PP

Vivir una jornada electoral en una mesa con amplia mayoría de la tercera edad no deja espacio para las sorpresas. Al acabar el recuento, las gaviotas revuelan con fuerza entre las papeletas. Lo han vuelto a hacer. Los abuelos (salmantinos en este caso) votan muy mayoritariamente al PP. No cambiarán. Una pena. Cuatro décadas después de la muerte del dictador, siguen sin querer quitarse las cadenas. Están cómodos con ellas. No saben vivir sin ellas.

Rajoy, jugando al dominó con su electorado más fiel.
Alguna vez me tenía que tocar.

Nunca había vivido una jornada electoral en la mesa.

Lo asumí como una experiencia nueva. Lo fue. Una experiencia de la que apenas recordaré el enorme calor que pasamos en la sala de votaciones (un horno, una sauna) y que el sistema de recuento (no digo que se manipule, que quede claro, porque no es así) es muy mejorable. Ni digamos con el Senado.

Después de once horas, ponerse a contar papeletas, mientras se te nubla la vista, no resulta la actividad ideal.

¿De verdad no estamos listos para el voto electrónico? ¿O no queremos estarlo por si espanta a la tercera edad?

Aunque soy vallisoletano, llevo unos años viviendo en un barrio popular de Salamanca. Un barrio, al menos en las calles de mi mesa electoral, especialmente envejecido.

¿Y qué salió?

Lo que me esperaba. Lo que me temía.

El PP concentró la mitad de los votos. El PSOE, aunque con la mitad de los apoyos que el PP, conservó una holgada segunda posición. Unidos Podemos, con una leve ventaja, y Ciudadanos no alcanzaron, por separado, ni un tercio de los votos del PP.

Me lo temía de mis vecinos.

Aunque no deja de decepcionarte.

El PP es el partido de la tercera edad.

En España, según datos del INE, viven más de ocho millones de personas mayores de 65 años. Casi una quinta parte de la población total.

Obviamente, no toda la tercera edad vota (aunque sin duda es el grupo de edad más activo en las urnas), ni siquiera toda la tercera edad apoya al PP. Pero la pauta que me encontré en mi mesa electoral de Salamanca coincide con una tendencia general.

Solo de la tercera edad, el PP (con casi ocho millones de votos en las generales de 2016) saca, sin problemas, la mitad del electorado. Muchos, muchísimos.

Es lo que hay.

Apenas tres días después del Brexit, en el que los mayores británicos también tuvieron una gran cuota de responsabilidad, la tercera edad ha sido básica en otras urnas, en este caso en las generales españolas.

Y mientras este escenario no se modifique, el cambio profundo no llegará.

No se puede, ni se debe, entender y explicar la política sin los componentes demográfico y sociológico.

España, desde la victoria de Aznar en 1996, acumula más de doce de los últimos veinte años con un Gobierno de derechas.

No es casual.

La izquierda necesita movilizarse y, a ser posible, unida o coordinada para vencer. Pasó en las generales de 2004 y 2008.

Tampoco es casual.

La tercera edad española es la representante del ‘baby-boom’ de los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Nuestros padres (para los que formamos parte de la llamada ‘generación X’) crecieron con varios hermanos. Las familias numerosas eran habituales. Nosotros, en cambio, crecimos con un herman@. Alguno con dos. No recuerdo el caso de ningún amig@ con tres hermanos (ni digamos más). Algo habitual, sin embargo, para nuestros padres.

Esa generación del ‘baby-boom’, que fue la que acudió a votar mayoritariamente en mi mesa electoral, cuenta, además, con una característica diferencial en España con respecto a otros países: la Dictadura.

Nacieron o, al menos, crecieron bajo la Dictadura. Y se nota. Se nota mucho.

No podía ser de otra manera tras casi cuatro décadas de Dictadura. Cuatro décadas después de la muerte del dictador, Franco sigue haciendo mucho daño. El adoctrinamiento social e ideológico de la generación de los ‘baby-boom’ persiste. Incluso en algunas familias se transmite a los miembros más jóvenes.

Nuestros mayores no van a cambiar a estas alturas de la vida.

Mientras se acercaban a la mesa a votar, muchos abuelos dialogaban con los interventores del PP. Caras amigas. Los suyos. Les mimaban y se dejaban mimar.

Hasta Rajoy (61 años) no deja de ser un tío que ha tenido siempre pintas de abuelo.

España no está preparada demográficamente (y sociológicamente) para un cambio político.

Solo sería posible con una movilización muy fuerte de la izquierda (que sucedió, parcialmente, en diciembre, pero que no ocurrió el 26-J con el inesperado y estrepitoso fracaso de la confluencia Podemos-IU), capaz de contrarrestar la confianza ciega de la tercera edad en el PP.

Al abuelo medio español no le cuentes las incontables tramas de corrupción del PP, las leyes represivas democráticas que han aprobado en los últimos cuatro años, los recortes en sanidad o educación…, ni siquiera que la hucha de las pensiones ha menguado.

No te va a escuchar.

Al abuelo medio español no le gusta cambiar. Se siento cómodo con lo que tiene.

A fin de cuentas, fue educado en el conformismo de la Dictadura. Y sigue en ella.

Será añoranza confundida de la niñez y la juventud.

De la jornada electoral de las generales del 26-J, saco 63,24 euros como segundo vocal (titular) de un colegio electoral del envejecido barrio salmantino de Garrido y la duda resuelta de que mis vecinos de avanzada edad no han salido aún de la Dictadura.

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