domingo, 6 de septiembre de 2015

Antes y después de Aylan Kurdi

La crisis de los refugiados, en su mayoría procedentes de la Guerra de Siria, cuenta ya con una foto icónica y, sobre todo, vergonzosa para la Europa del siglo XXI. El cuerpo del pequeño Aylan Kurdi (tres años) inerte en una playa turca en Bodrum estremecía y abochornaba a toda Europa (a todo el mundo) en la mañana del 2 de septiembre. El drama siempre ha estado ahí. Aylan Kurdi ni es la primera, ni será la última víctima. El drama continuará si la UE sigue dividida, peleándose por las cuotas de refugiados, y sin afrontar de frente un problema del que forma parte.


Más de setenta refugiados aparecían muertos, asfixiados como animales, en un camión abandonado en el arcén de una autovía austriaca. 24 horas antes, medio centenar más de refugiados se encontraban sin vida en el interior de la bodega de un barco naufragado frente a las costas libias.

Y yo me preguntaba, hace poco más de una semana, en este mismo blog

“¿ Y mañana?”. 

No tardó mucho en llegar ese atroz mañana. Desgraciadamente, no era difícil adivinarlo.

“Cuando vi a Aylan Kurdi, se me heló la sangre. Para entonces ya no había nada que hacer. Estaba tirado en el suelo, sin vida, con sus pantalones cortos azules y su camiseta roja subida hasta la mitad del vientre. No había nada que yo pudiese hacer por él. Lo único que podía hacer era apretar el botón del obturador. A unos cien metros yacía su hermano Galip. También tenía la camisa levantada. En ninguno de sus cuerpos, tampoco en el de Rehan (la madre), que estaba tirada a otros 150 metros de distancia de Galip, podían encontrarse chalecos salvavidas o algo que les hubiera permitido flotar en el agua”.

La fotógrafa turca Nilüfer Demir captaba en una foto, con el cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, el drama de los refugiados de la Guerra de Siria. Y, de paso, agitaba aún más las conciencias de una Europa anestesiada en las altas esferas políticas con el dolor ajeno. Una Europa que no ha estado, de momento, a la altura de un drama en el que tiene su cuota de responsabilidad (colaborando con Estados Unidos en campañas militares injustificadas que han desestabilizado aún más el mundo musulmán) y su cuota a la hora de afrontar y resolver el problema.

Los Kurdi, una familia siria kurda originaria de Kobane (ciudad arrasada por el Estado Islámico), huían de la Guerra, como muchos otros antes. Y como muchos más lo harán. La Guerra de Siria (de la que en este blog ya hablé hace dos años cuando las facciones yihadistas aún no tenían fuerza) ha provocado ya cuatro millones de refugiados (repartidos en especial entre Turquía, Líbano y Jordania) y otros siete millones de desplazados en el interior de Siria. Pero Europa, hasta que los refugiados no han llamado a la puerta de sus fronteras, no ha reaccionado. Hasta entonces, era el problema de otros. 

Se calcula que unos 200.000 refugiados, entre los cuales también hay muchos procedentes de las interminables guerras de Iraq y Afganistán, han viajado a una Europa desbordada por su misma mediocridad e indignidad. 


Los Kurdi. Arriba, Abdullah con sus hijos. Abajo, los niños Aylan y Galip.
Aylan Kurdi no es el primero, ni será el último. En el camión del horror de la autovía austriaca murieron, por ejemplo, cuatro menores. Ni siquiera el pequeño Aylan y su hermano Galip fueron las únicas víctimas infantiles del naufragio de Bodrum. Otros tres menores, de entre siete y once años, les acompañaban en la playa, mecidos por el oleaje ante un mundo que les había dado la espalda. El Mediterráneo, silencioso testigo de una nueva tragedia humana. Solo Abdullah, el padre de Aylan y Galip, vivió para contarlo.

“Éramos trece, incluido el patrón del barco. A unos cuatro o cinco minutos de zarpar, el patrón vio que las olas eran demasiado altas, saltó al agua y escapó. Traté de dirigir el barco, pero otra ola grande lo volcó. Y fue entonces cuando pasó. Traté de agarrar a mis hijos y mi mujer, pero ya no había remedio. Murieron uno por uno”.

Al menos, que la muerte de Aylan Kurdi, que esa foto que ha removido a la ciudadanía europea, sirva para algo, para que haya realmente un después, para que el naufragio de Bodrum (a escasas cuatro millas de Europa, de la isla griega de Lesbos) no sea solo uno más.










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