“En nombre del PP quiero
pedir disculpas a todos los españoles por haber situado en puestos de los que
no eran dignos a quienes en apariencia han abusado de ellos”. Y, ¿ya está? ¿Con
eso vale? Pues va a ser que no, señor presidente.
24 horas antes de que
estallara la Operación Púnica (35 detenidos y 15 imputados), que arrancó el
lunes 27 de octubre con Madrid como epicentro y extensiones en
Murcia, Valencia y León, Mariano Rajoy minimizaba en la clausura de
la XXII Intermunicipal del PP el impacto de la corrupción en España. Lo hizo
fiel a su cobarde estilo de afrontar los problemas, sin citarlos.
“Ya sé que se han producido
algunas cosas que no nos gustaría que se produjeran, pero estamos tomando
decisiones y la justicia está actuando. Dejémosla trabajar (…). Unas pocas
cosas no son 46 millones de españoles ni el conjunto de España. Yo, desde
luego, no lo voy a aceptar nunca por más que a algunos les guste hacer según
qué cosas”.
Esas cosas que Rajoy no se
atrevió a citar por su nombre son los constantes casos de corrupción que sacuden a España
y que han provocado un enorme hartazgo social que explotará (¿alguien lo duda?) en las
urnas con un castigo histórico al bipartidismo PP-PSOE. Rajoy salía al paso, de forma timorata, al
escándalo de las tarjetas black de Caja Madrid-Bankia y a la imputación de Ángel Acebes por apropiación indebida por omisión de dinero de la caja B del PP
destinado a comprar acciones del ultraconservador medio de comunicación
Libertad Digital.
Dos escándalos que
estrechaban aún más el cerco sobre Rajoy. Rodrigo Rato (exdirector general del FMI, expresidente de Bankia, exministro de Economía y Hacienda y exvicepresidente del Gobierno de José María Aznar) y Ángel
Acebes (exsecretario general del PP, exministro de Interior, exministro de Justicia, exministro de Administraciones Públicas y hasta exconsejero de Bankia) han compartido trayectoria política con el presidente del Gobierno. Tres
leales de Aznar acosados por la corrupción, dos en los tribunales y el tercero en la sociedad por omisión. Todo esto con Jaume Matas en prisión, Carlos Fabra
camino de ella, Paco Camps salvado en el caso de los trajes por un jurado
popular con pocas luces, Sonia Castedo riéndose de toda Alicante y…
Por no hablar de la trama
Gürtel y los papeles de Bárcenas. ¿Recuerdan? Normal que ya, en ocasiones, se
nos pasen algunas “cosas”, como diría Rajoy. Es absolutamente vergonzoso que,
seis años después del comienzo de la investigación, el único que ha pagado por Gürtel a día de hoy sea el juez
instructor: Baltasar Garzón. España es sinónimo de corrupción. Es cierto, “unas
pocas cosas no son 46 millones de españoles ni el conjunto de España”. Pero de
ahí a infravalorar el problema de la corrupción como pretenden Rajoy y el PP…
Rajoy lo hizo. Y las
consecuencias fueron instantáneas. Rajoy se marchó a la cama el domingo muy
ufano, orgulloso de sí mismo por sus palabras en la XXII Intermunicipal del PP,
por hacerle la pelota a la sociedad española resaltando nuestra limpieza
mientras metía en el mismo saco de 46 millones de españoles a ciudadanos
normales que no tenemos nada que ver con la corrupción con manzanas podridas
del sistema político.
Durmió a pierna suelta
el domingo. Soñó, y todo, con Merkel. Pero le llegó un duro despertar con la
Operación Púnica que salpicaba a empresarios corruptos con importantes
dirigentes del PP. También del PSOE, como el alcalde de Parla y el exprimer
edil de Cartagena. Al frente de la operación aparecía, no obstante, un primer espada del PP de Esperanza Aguirre en Madrid: Francisco Granados, exsecretario regional, exconsejero de
Presidencia de la CAM, exdiputado en la Asamblea de Madrid y exsenador. Y es que la vida de los corruptos está llena de antiguos cargos donde han ido sembrando su maquiavélico plan.
Granados, que en los últimos
tiempos se había revelado como mordaz tertuliano y firme defensor de su
limpieza política (¡cuántos Granados habrá sueltos por las tertulias y los organismos públicos, cuánta hipocresía y desvergüenza campando a sus anchas!), se quedó
sin asiento en el Senado y la Asamblea de Madrid en el pasado mes de febrero. Al limpio Granados
le habían cazado una cuenta oculta en Suiza. ¿Qué tendrá Suiza para enamorar a tanto
dirigente popular que presume de españolidad con una pulserita en la muñeca mientras cambia de nacionalidad cuando acude al banco?
El juez de la Audiencia
Nacional Eloy Velasco ha mandado a Granados, el cerebro de la trama, a prisión
como supuesto autor de delitos de blanqueo, organización criminal, tráfico de
influencias, cohecho, malversación, prevaricación y fraude. Toda una joya. En la trena, le
esperan el actual alcalde de Valdemoro (localidad natal de Granados), José
Carlos Boza (PP), el primer edil de Torrejón de Velasco, Gonzalo Cubas (PP), y
el presidente de la Diputación de León, Marcos Martínez (PP), heredero de la
fallecida Isabel Carrasco.
Imputados están los alcaldes
de Parla, José María Fraile (PSOE), Collado Villalba, Agustín Juárez (PP), Casarrubuelos, David Rodríguez (PP)
y Serranillos del Valle, Antonio Sánchez (Unión Democrática Madrileña). Son esas “pocas cosas”, según Rajoy, que no representan a los 46 millones de
españoles. Pero, señor Rajoy, una cosa (es que esta palabra vale para todo) es
decir que no nos representan y otra muy distinta infravalorar su existencia (que no es anecdótica) e importancia.
No creo que nadie en este
país esté en disposición de descartar que dentro de una semana o un mes brote
otro escándalo de corrupción. Vamos, otra cosa más para Rajoy. Las hay de todos los
colores con los ERES machacando al PSOE en Andalucía, los Pujol desnudando a
CiU en Cataluña y Gürtel y sus innumerables ramificaciones e imitadores aniquilado al
PP. ¿Son solo unas cosas? ¡Por supuesto que no!
El presidente del Gobierno,
más que acorralado por la corrupción (nadie ha olvidado, salvo él y los suyos,
que aparece en los papeles de Bárcenas como perceptor de sobresueldos de la caja B del PP), se nos
marcó una disculpa borbónica a mayor honra y salud del rey Juan Carlos tras su escapada
a Botswana para matar elefantes solo descubierta por una inoportuna caída sobre
su maltrecha cadera. “Lo siento, me he equivocado y no volverá a pasar”. En
versión de Rajoy: “Lamento profundamente la situación creada y en nombre del PP
pido disculpas a los ciudadanos”.
Y, ¿ya está? ¿Con eso es
suficiente? ¿Qué espera Rajoy: la absolución con un par de Padre Nuestros y Ave
Marías? No sé, uno no es de misa y comunión ni diaria, ni semanal, ni anual,
pero tiene formación infantil católica y recuerda que para ganarse el perdón hacía
falta el propósito de enmienda. ¿Existe ese propósito en el PP y, en concreto,
en Rajoy? Lo dudo mucho. Si existiera, debería responder por muchas, muchas
cosas. Y cuando digo cosas, como las nombra Rajoy, me refiero a casos de
corrupción.
Pues no, señor Rajoy, el
Senado no es un confesionario y los ciudadanos no somos sacerdotes a la espera
de devolver al redil a las arrepentidas ovejas descarriadas. De todos modos, ¿espera nuestra
absolución? No se la doy. No veo, por ningún lado, arrepentimiento sincero, más
bien huida de piernas de “esas cosas” que, apenas 24 horas antes de estallar la
Operación Púnica, eran tan poco relevantes.
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