Si la Audiencia de Palma no lo impide, la infanta Cristina se sentará en
el banquillo del caso Nóos junto con otros catorce acusados, entre ellos su
marido Iñaki Urdangarin. El juez Castro ha concluido la instrucción con la
imputación de la ahora hermana del rey Felipe VI por presunto blanqueo de
capitales y como cooperadora necesaria de dos delitos fiscales. ¿Asunto zanjado? Ni mucho menos. La Fiscalía
(siguiendo los pasos que marca el Gobierno) no ha jugado su última carta y ha
optado por desprestigiar a Castro para salvar el cuello a la infanta. Todo vale para defender a la ‘borbónica’.
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El juez Castro y su siniestra sombra, el fiscal Horrach. |
Artículo 446 del Código Penal: De la prevaricación.
El juez o magistrado
que, a sabiendas, dictare sentencia o resolución injusta será castigado:
1. Con la pena de prisión de uno a
cuatro años si se trata de sentencia injusta contra el reo en causa criminal
por delito y la sentencia no hubiera llegado a ejecutarse, y con la misma pena
en su mitad superior y multa de doce a veinticuatro meses si se ha ejecutado.
En ambos casos se impondrá, además, la pena de inhabilitación absoluta por
tiempo de diez a veinte años.
2. Con la pena de multa de seis a
doce meses e inhabilitación especial para empleo o cargo público por tiempo de
seis a diez años, si se tratara de una sentencia injusta contra el reo dictada
en proceso por falta.
3. Con la pena de multa de doce a
veinticuatro meses e inhabilitación especial para empleo o cargo público por
tiempo de diez a veinte años, cuando dictara cualquier otra sentencia o
resolución injustas.
Para un juez no hay
peor acusación y condena posible que la prevaricación. Un delito que cuestiona
directamente su profesionalidad. Un juez, alguien llamado a impartir justicia,
actúa deliberadamente en contra de los principios jurídicos. Supone algo
excepcional, pero no extraordinario. Jueces prevaricadores ha habido en España.
Elpidio José Silva, el magistrado que ‘ha osado’ investigar al todopoderoso
expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, está actualmente acusado de
prevaricación. El precio de meterse con un intocable.
La lista de jueces
prevaricadores no es extensa, pero sí cuenta con nombres muy influyentes. El
actual abogado de Luis Bárcenas, Javier Gómez de Liano, fue condenado por el
Tribunal Supremo a quince años de inhabilitación por el caso Sogecable. Apenas
un año después, el Gobierno de Aznar indultó a Liaño. Pascual Estevill, Justo
Gómez Romero, Fernando Ferrín Calamita, Francisco Serrano y, especialmente, Baltasar
Garzón han sido otros jueces condenados por prevaricación.
A Garzón le expulsaron
de la carrera judicial durante once años por las escuchas ilegales de la trama
Gürtel, según el Tribunal Supremo. Curiosamente, el juez que investigaba uno de
los casos de corrupción más graves en la historia de España aún sigue siendo el
único condenado por Gürtel. ¡Como para confiar en la justicia! El honesto,
inhabilitado. Los ladrones, en la calle. Así está montada España en las más altas esferas.
La prevaricación se
ha convertido en un instrumento de coacción para aquellos jueces que se atrevan
a ‘importunar’ a quien no deben. El último en sumarse a la lista podría ser el
juez José Castro, instructor del Caso Nóos. Castro ha concluido el sumario,
tras cuatro años de investigación, y mantenido la imputación a la infanta
Cristina por presunto blanqueo de
capitales y como cooperadora necesaria de dos delitos fiscales.
Me resisto a llamarlo valiente. Creo que incluso el mismo juez Castro se
molestaría. Simplemente está cumpliendo con su trabajo, algo que en este país,
cuando se trata de asuntos judiciales, puede ser un serio inconveniente para su
futuro profesional. Castro, sin embargo, ha sorteado todas las zancadillas (y
han sido muchas) que le han colocado en estos últimos años. Atreverse a
investigar al marido de la infanta Cristina, Iñaki Urdangarin, y a la misma
infanta era algo que los estamentos más inmovilistas de la sociedad española
no estaban dispuestos a permitir.
Erraron con Castro. Por los juzgados de Palma desfiló Urdangarin. Y
también la infanta tras una primera imputación frenada en seco desde la
Fiscalía. El Caso Nóos, una golfada más en esta España a mayor gloria del
sufrido contribuyente, suponía una peligrosa afrenta para los monárquicos, más
preocupados por el evidente desgaste social de la Casa Real (no hay más que ver la
repentina abdicación de Juan Carlos I y su aforamiento exprés) que por los
negocios sucios con dinero público de Urdangarin con el Instituto Nóos. Dinero
que acababa en Aizoon, una sociedad participada por la infanta al 50%.
Ya he ironizado en este blog sobre la absurda estrategia de defensa de la
infanta negando que conociera las actividades de Urdangarin y su socio Diego
Torres (ver ‘El cuento de la infantita enamorada’). La infanta, si la Audiencia de Palma no lo impide, se sentará en el
banquillo del Caso Nóos junto a otros catorce imputados, entre ellos su marido
Urdangarin, su socio Diego Torres y su mujer y el expresidente de las Islas
Baleares Jaume Matas. ¿Asunto zanjado? Ni mucho menos. El fiscal
Anticorrupción, Pedro Horrach, aún no se ha dado por vencido. Horrach, antiguo
amigo de Castro, ha ayudado tanto a la infanta como su mismo abogado, Miquel
Roca. La infanta, esa mujer que ha destruido la amistad de dos amigos al más
puro estilo de una película romántica o una canción de la factoría ‘Operación
Triunfo’, cuenta con el privilegio de una doble defensa en el Caso Nóos.
Horrach nunca había
cuestionado ninguna actuación de Castro. Hasta que se metió Cristina de por
medio. Y llegó, inevitablemente, el toque de atención desde instancias
superiores. Dice el Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal: “El Ministerio
Fiscal es un órgano de relevancia constitucional con personalidad jurídica
propia, integrado con autonomía funcional en el Poder Judicial, y ejerce su
misión por medio de órganos propios, conforme a los principios de unidad de
actuación y dependencia jerárquica y con sujeción, en todo caso, a los de
legalidad e imparcialidad”.
Como sus compañeros
fiscales, Horrach se debe al principio de dependencia jerárquica. Una
aberración en un sistema democrático que menoscaba la independencia del
Ministerio Fiscal cuando se trata de casos que afectan a personalidades del
agrado del Gobierno. Por encima de Horrach aparece la figura del Fiscal General
del Estado (actualmente Eduardo Torres Dulce). Un cargo propuesto directamente
por el Gobierno. Si usted tiene conocimientos jurídicos, no le estaré contando
nada nuevo. No obstante, conviene siempre recordar esta escala de
jerarquía cuando hablamos del Ministerio Fiscal, para entender sus movimientos.
Horrach se distanció de
Castro en el mismo momento que el juez valoró imputar a la infanta. Ahí se
rompió todo. Nunca habrán escuchado a ningún miembro del Gobierno conservar una
postura neutral en la instrucción del caso. Más bien al contrario. Aún hoy, el
mismo Rajoy sigue mostrando su convencimiento en la inocencia de la infanta.
Pero, ¿eso no corresponde valorarlo a un Tribunal? Ni que decir tiene que
Torres-Dulce no ha reprobado a su jefe Rajoy. Horrach aparece en el eslabón más
bajo de una cadena de mando que daña muy seriamente la credibilidad de la
justicia.
Horrach (más que nada porque
ya estaba preparado) no ha tardado nada en saltar a la yugular del juez con un
recurso con acusaciones gravísimas. A saber:
“El Instructor
construye una andamiaje probatorio,
con una falsa apariencia de solidez, para imputar a Doña Cristina de Borbón.
Cuando se revisan los anclajes de dicha estructura se revela tal inconsistencia
que una leve brisa lo desmorona”.
“El Instructor afirma
la existencia de sobrados indicios de que Doña Cristina de Borbón colaboró
activamente con el administrador de Aizoon, posponiendo a un momento posterior
la descripción de los mismos, sin embargo el “como más adelante se verá” se
convierte en un “como nunca se verá”.
“La imputación no
puede sustentarse en la falta de explicación del acusado sobre los hechos que
se le imputan (…) No es que la imputada
sea evasiva sino que no dice lo que el Instructor quiere oír”.
“Ser simultáneamente Juez y Parte desemboca
ineludiblemente en falta de imparcialidad y objetividad en la valoración de los
hechos sometidos a debate”.
¿Qué está insinuando
el fiscal Horrach? ¿Está acusando al juez Castro de prevaricador? Así se lo
parece al mismo Castro:
“Creo que si el Ministerio fiscal cree lo que escribe, y habría que
suponer que sí, lo que tiene que hacer es presentar, tenía que haberlo hecho
ya, una querella contra mí por prevaricación”.
Horrach, por pura coherencia con su propio escrito, debería acusar a
Castro de prevaricación. Si no lo hace, demostrará, una vez más, en la instrucción del Caso Nóos que se ha convertido en un hombre de paja al servicio de la infanta, mediando
en su favor por órdenes directas de sus superiores jerárquicos (la Fiscalía
General del Estado y el Gobierno).
Si cree verdaderamente en esas acusaciones, mucho está tardando en
presentar la querella. Si no lo hace, ¿no será Horrach realmente un
prevaricador actuando injustamente de manera consciente? ¿No es eso prevaricar, señor
Horrach?
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