La abdicación de Juan Carlos I no supondrá, a corto plazo, ningún
cambio. El poder político y económico lo tiene todo atado y bien atado. Hasta
ahora. La sucesión se efectuará, sin embargo, con el rechazo de muchos españoles.
¿Cuántos? Dejen votar. ¿Por qué tanto miedo? Nunca ha habido un referéndum explícito en España para conocer el respaldo real a la monarquía, colada en el pack completo de la Constitución en
plena Transición. ¿Tendrá que venir un niño, como en el cuento infantil de Hans Christian Andersen, a gritar que el
rey está desnudo?
Un consejo. Te recomiendo que leas ‘La Fábula del Rey Desnudo’, de Hans
Christian Andersen, y reflexiones. Seguro que está en la habitación de alguna
de tus hijas e incluso se lo has leído alguna noche.
-¡Qué preciosos son
los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que
los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en
su cargo o por estúpido. Ningún traje del monarca había tenido tanto éxito como
aquel.
-¡Pero si no lleva
nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito,
escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre. Y todo el mundo se fue
repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada. Es
un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva
nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al
Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón, mas pensó: “Hay que
aguantar hasta el fin”. Y siguió más altivo que antes, y los ayudantes de cámara
continuaron sosteniendo la inexistente cola.
Felipe, ¿de verdad
quieres quedarte desnudo delante de todo el pueblo?
No soy, en absoluto,
monárquico. Señores, que vivimos en pleno siglo XXI. ¿De verdad se puede elegir al
representante de un pueblo por motivos de linaje? La democracia se basa en la
capacidad de elección de nuestros representantes. La monarquía no puede ser más
contraria al espíritu de la democracia. Pura Edad Media por mucho que exista en más países. Problema de ellos.
Desde luego, no me considero una excepción. Mucha
más gente en España piensa igual. No hay más que ver las multitudinarias
manifestaciones, convenientemente silenciadas (lo del diario ‘El País’ es un
suicidio en toda regla) o minimizadas, reclamando un referéndum tras la
abdicación de Juan Carlos I.
La monarquía, si
quiere seguir reinando en España, haría bien en buscar la legitimidad popular.
Porque ahora no la tiene. La Constitución de 1978, aprobada en plena Transición
para desterrar los fantasmas de la dictadura, queda ya muy lejos. Aquella
Constitución (todas las Constituciones), votada solo por quienes han nacido, como máximo, en 1960, no es inamovible. Se justificaba por la necesidad de
alejar el evidente peligro de que el franquismo se atrincherara en el poder tras la muerte del dictador.
Ha pasado el suficiente tiempo desde entonces como para abrir ya el debate. La monarquía se coló en la Constitución como parte de un
conjunto. No era posible apoyar la Constitución sin apoyar la monarquía. ¿Iba a
votar en contra un pueblo que llevaba casi cuatro décadas sin libertad? La
izquierda, que nunca ha tenido tradición monárquica, cedió. Socialistas y comunistas aceptaron al rey para que España eliminara los vestigios del franquismo. Fue el
precio que pagar para la reinstauración de la democracia.
El reinado de Juan
Carlos I necesita más que un revisionismo histórico independiente. El mismo
23-F lo clama a voces, más cada año que pasa. El falso documental ‘Operación Palace’ de La Sexta demostró
hasta qué punto es relativamente sencillo cuestionarnos el golpe de Estado.
¿Qué tal si se desclasificaran los documentos secretos? Tiempo perdido. Nunca
lo harán. Juan Carlos I no es, ni mucho menos, el monarca ‘campechano’ que nos
han vendido.
Tampoco Felipe VI,
vitoreado por el poder político y económico, con el servil papel de la prensa
(casi toda la prensa), como el rey mejor preparado de la historia de España. Hay
que conseguir el aval ciudadano al heredero borbónico, aunque sea a base de ser
machacones con el mismo mensaje desde hace ¡muchos años! Felipe VI ‘El
Preparao’ va camino del trono de La Zarzuela. Como dice su padre, y aquí no se
equivoca, para garantizar “la estabilidad”. Lo que no precisa es a qué tipo de
estabilidad se refiere.
Felipe VI será rey.
No lo duden. Durante cuánto tiempo es la incógnita. Por si acaso, que no deshaga por completo las maletas. Nunca se sabe. Los tambores de cambio en España,
con un evidente desgaste del bipartidismo PPSOE que lleva rigiendo el país
desde hace tres interminables décadas, han acelerado el relevo. ¡Mira que si llega Cayo Lara
o, peor aún, Pablo Iglesias a La Moncloa! Ante esa posibilidad (real), el poder tenía que dejar antes todo bien atado: Felipe VI como
garante de un cambio que, realmente, no cambia nada.
La monarquía, sin
embargo, ha dejado de ser un tema tabú en España. Durante muchos años, gracias
a la credibilidad otorgada en la Transición y, sobre todo, tras el 23-F, Juan
Carlos I y toda su prole disfrutaron de un trato de favor de la prensa y de los
partidos políticos mayoritarios. Los Borbones eran una familia modélica, convenientemente cuidada por la prensa del corazón y también por la prensa ‘seria’ frente a los escándalos en las monarquías británica y monegasca. Felipe González transformó incluso a la cúpula del
PSOE (otra cosa son las bases), de republicana a monárquica previo paso por La Moncloa.
La crisis, que ha
supuesto un despertar crítico de la sociedad, ha desnudado al rey y su familia.
Mucho también han colaborado los yernos plebeyos de las infantas. Desde el
divorcio, el ictus y los rumores de salud de Jaime de Marichalar hasta, en
especial, los negocietes de Iñaki Urdangarin. Un asunto sin cerrar. Ya veremos
cómo acaba, con la infanta Cristina, la protegida infanta Cristina, en medio.
Tampoco el rey ha
estado muy espabilado últimamente. Sus numerosos problemas de salud
(consecuencia de la edad) se han unido a errores que, años atrás, habrían sido
tapados. La escapada a Bostwana, en plena crisis, a cazar elefantes con la princesa Corina en el
grupo, con fractura de cadera como souvenir, debilitó tanto la imagen del
‘campechano’ Juan Carlos I que se vio obligado a pedir públicamente perdón. El traje de la
monarquía se caía. Empezaba a estar desnuda.
Las valoraciones del
CIS (pese a todas las reticencias que tengo a las encuestas públicas y privadas) admiten incluso un importantísimo desgaste de la imagen de la monarquía como institución. En una escala
de cero a diez, ha caído del 7,46 en 1994 al actual 3,72. Un suspenso en toda regla. Una
demostración numérica de que la monarquía no es algo que adore el pueblo
español y, por tanto, sí es susceptible de ser cuestionada.
Felipe VI hereda el
traje de su padre. Su corte, los partidos mayoritarios (que se lo mire el PSOE
que va camino de perder todas sus señas de identidad) y el poder económico, loa
al ‘Preparao’. Pero Felipe está desnudo. La monarquía carece de legitimidad
social. ¿Por qué no convoca un referéndum para saber qué queremos los
españoles? ¿Está dispuesto a reinar, como los antiguos monarcas absolutistas,
con muchos de sus súbditos en contra?
El rey está desnudo.
El pueblo lo sabe. ¿Esperará Felipe a que se lo grite algún niño en medio de un
desfile? Que nos deje votar y le vestiremos. O no. Si no nos deja, algún día
(no muy lejano) se quedará en pelotas en medio de La Zarzuela mientras el
pueblo, apoyado por una nueva mayoría política, clama por la República. ¿Para
qué pasar tanta vergüenza, Felipe, ‘El Preparao, El Breve, El Desnudo’?
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