domingo, 9 de marzo de 2014

Diez años de aquel mal despertar del 11 de marzo

Con el caso juzgado (bien juzgado) es momento de, un aniversario más, honrar la memoria de los 192 fallecidos y demostrar a los supervivientes y a sus familias que una inmensa mayoría de españoles hemos estado, estamos y estaremos siempre a su lado. No os olvidamos.


Sin duda una de las fechas que mejor recordamos todos los españoles es el 11 de marzo de 2004. Todos recordamos aquella mañana, aquel mal despertar, aquella pesadilla hecha realidad mientras escuchábamos atónitos por la radio, la televisión, las incipientes ediciones digitales o simplemente tomando un café en un bar que cuatro trenes de Cercanías habían reventado en Madrid con un número indeterminado y muy elevado de fallecidos.

La sensación de irrealidad, de que era imposible lo que estábamos viendo o escuchando, aumentaba al ritmo que crecía el número de víctimas. ¿Cómo era posible que sucediera esto en España? Las llamadas a familiares y amigos residentes en Madrid se multiplicaban. La incertidumbre devoraba a España. También el miedo. Y, con el paso de las horas, la indignación y la necesidad de saber qué había pasado.

La televisión se convirtió en un doloroso maratón con testimonios de policías, bomberos, médicos, enfermeros, psicólogos, heridos y familiares de desaparecidos. España absorbía el dolor de todos ellos mientras transcurría un jueves 11 de marzo de 2004 que pasaba tristemente a la historia del país. Había elecciones generales tres días después pero no creo que casi nadie pensara en ellas. Casi nadie. Sí lo hacían algunos políticos que comenzaron desde el primer momento a calcular el impacto de los atentados en el resultado de las urnas.

La sociedad estaba a otra cosa. Las primeras informaciones oficiales, también nuestros primeros pensamientos, apuntaban hacia una ETA que se resistía a desaparecer. Estábamos equivocados. Muy pronto, una inmensa mayoría de españoles empezamos a cuestionarnos la versión del ministro del Interior, Ángel Acebes. Las noticias que llegaban fuera de España rebatían la autoría de ETA. Detrás de las bombas de la calle Téllez y de las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia estaba el terrorismo yihadista.

Como millones de españoles salí en la tarde del viernes a mostrar mi solidaridad con los fallecidos, los heridos y sus familias. Compartir en la medida de mis posibilidades su dolor. Demostrarles que no estaban solos. Al mismo tiempo, me invadía un sentimiento de indignación con el Gobierno en funciones el PP. Me sentía engañado. Muchos nos sentíamos engañados. Desde las altas esferas del Estado estaban jugando con nosotros para ganar unas elecciones.

Recuerdo aquella manifestación. Nunca había visto una protesta tan multitudinaria en Valladolid, mi ciudad natal. El silencio dominaba la marcha. No había ganas de gritar consignas. Sí que sucedió en otras ciudades. Lo que yo viví fue una demostración colectiva de dolor, de rabia y de necesidad de conocer qué había pasado. Entre cuchicheos, la gente debatía sobre la autoría del 11-M. Aún no existían las redes sociales ni el dichoso Whatsapp, lo que no impedía que las informaciones sobre los atentados corrieran a toda prisa por la calle.

El sábado todo se precipitó. La Policía detenía a cinco personas, dos indios y tres marroquíes, entre ellos estaba Jamal Zougam, condenado como autor material del 11-M. Las dudas empezaban a despejarse. El 11-M tenía sello yihadista. La reivindicación llegaba esa misma noche del sábado, unas horas antes de unas elecciones generales que supusieron un vuelco. El PSOE regresaba al poder con José Luis Rodríguez Zapatero tras ocho años en la oposición. La gestión institucional de los atentados, más que las bombas mismas, cambiaron el resultado en las urnas.
 

En aquellas fechas Zapatero carecía de cuajo para gobernar. Era un líder blando, un ‘Bambi’ en medio de la selva. España, nos decían entonces, iba bien. No tardaríamos mucho en comprobar que también en eso nos habían engañado. Por entonces, en 2004, la burbuja inmobiliaria ya era elevadísima. La actual crisis económica se estaba gestando. El PP acudía a las urnas sin Aznar, que había dejado paso, voluntariamente, a un meritorio soso y sin personalidad, un títere llamado Mariano Rajoy.

La segunda legislatura de Aznar en La Moncloa fue la más convulsa en la historia de la democracia española, más incluso que el enorme malestar social que replica en la actualidad al pusilánime monigote que colocó el expresidente al frente del PP. Hasta para ser cabrón hace falta tener cualidades para serlo. Rajoy es un simple aprendiz de un Aznar que había liderado un Gobierno que había mentido con la participación ciudadana en la huelga general de junio de 2002, con el accidente del Yak-42, con la catástrofe ecológica del Prestige y, sobre todo, con el vergonzoso apoyo de España a la injustificable Guerra de Iraq.

Una inmensa mayoría de españoles, incluido un amplísimo sector de los votantes del PP, rechazamos la participación española en una Guerra basada en mentiras. ¿Qué habrá sido de las armas de destrucción masiva de Sadam? Pero la derecha, como ahora, es experta en no cambiarse de pantalones por muchos charcos que pise. ¡Ya se secarán! Y, desgraciadamente, se secaron. La duda en aquellas elecciones se reducía a por cuánto ganaría Rajoy a Zapatero, si habría mayoría absoluta o no. Al menos era el sentir que yo tenía en aquellos días. Y no porque precisamente me gustara.

El 11-M cambió muchas cosas. Perdimos a 192 personas, más miles de heridos. Un profundo trauma penetró en la sociedad para permanecer para siempre a nuestro lado. Nunca antes, al menos para quienes no conocimos la transición, España se había movilizado en cuerpo y alma con tanta intensidad. La Moncloa cambió de color. Las bombas en los trenes de Cercanías de Madrid desencadenaron una importante reacción social contra el PP. Pero no fue el atentado lo que indignó a los españoles sino la gestión del 11-M, las calculadas mentiras sobre la autoría para salvar unas elecciones.

Diez años después, la sociedad ha avanzado. El 11-M forma parte de nuestra historia y nuestra memoria aunque cada vez se cite menos. El tiempo no cura, pero sí cicatriza. La brillante instrucción del juez Del Olmo y la incuestionable sentencia de la Audiencia Nacional con el juez Bermúnez como ponente cerraron heridas. España puede presumir de una respuesta judicial al 11-M. No obstante, todo no ha sido positivo. Diez años después, una parte de la sociedad, paranoica, incapaz de asumir el resultado de las elecciones del 14 de marzo de 2004, se niega a aceptar la verdad judicial. Las teorías de la conspiración han sido múltiples y a cada cual más descabellada.

No perderé el tiempo discutiendo con aquellos ciudadanos que viven obstinados en construir su propia tesis de lo que sucedió el 11 de marzo de 2004. ¿Para qué? Creo que las víctimas merecen un respeto. ¡Basta ya! No conozco ningún atentado de ETA en el que se haya condenado a alguien más a partir de los autores materiales y a sus directos colaboradores. ¿Qué es eso de autoría intelectual? No pienso discutir sobre Goma 2 Eco y Titadyne o sobre la destrucción de los trenes. El 11-M está juzgado y bien juzgado.  
 

Hace escasamente dos semanas, Jordi Évole nos demostró con un falso documental sobre el 23-F, otra fecha icónica en España, lo fácil que es manipular a la sociedad cuando el receptor del mensaje está predispuesto a rechazar la versión oficial porque no le conviene o le convence. Sencillamente, hay ciudadanos en España que nunca estarán contentos con una versión sobre los atentados de inspiración y ejecución yihadista del 11-M que no se acomode a su visión personal de los hechos. Piensen en las explicaciones más salvajes. Y acertarán. Es lo que hay. 

Nunca sabremos la verdad absoluta del 11-M, lo cual no impide que sepamos mucho más de lo que cualquier otro país habría soñado tras unos atentados de esta naturaleza. Siento una mezcla de rabia y pena por quienes, diez años después, siguen instalados en fabular sobre el 11-M. Es que algunos son muy listos. Pero hay gente incapaz de aceptar una verdad que, sencillamente, no les interesa. Si el PP hubiera gestionado de otra manera los atentados, incluso asumiendo la autoría yihadista, ese resultado de las elecciones de 2004 que tanto escuece aún a algunos habría sido, seguro, otro. Pero mentir tiene un coste. Afortunadamente.

Diez años después del 11-M solo me interesa demostrar que mi solidaridad hacia los fallecidos, los heridos y sus familias sigue intacta. Solo me interesa, si alguno de ellos lee estas líneas, que sepan que por mi parte y por la de millones de españoles siempre contarán con nuestro apoyo. Aquel mal despertar del 11 de marzo de 2004 nunca lo olvidaremos. Y lo único que me importa, que nos importa, sois vosotros.

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