El Estado (es decir, los sufridos ciudadanos) afrontará el colosal fracaso de las cuatro radiales de Madrid y de
otras seis vías de peaje, con una deuda de 4.600 millones de euros.
La sociedad española tendrá que pagar para salvar a unos inversores que apostaron
por construir unas carreteras que casi nadie utiliza y que casi nadie seguirá
utilizando. No hay dinero para los servicios públicos ni para ayudar a los
españoles más desfavorecidos, pero sí para rescatar a empresas privadas. ¿Crisis? Sí. ¿Estafa? También. Y van...
150.000 vehículos recorren cada día una de las carreteras españolas con
mayor volumen de circulación, la A-3 (Madrid-Valencia). Su alternativa, la
autopista de peaje R-3 (Madrid-Arganda), una de las cuatro radiales que
circundan Madrid, soporta el paso de 7.702 vehículos. La R-3 se
inauguró el 16 de febrero de 2004, apenas un mes antes de que José María Aznar
dejara de ser presidente del Gobierno. Diez años después, su fracaso correrá
por cuenta del generoso ciudadano.
La R-3 fue una de las cuatro mastodónticas autopistas de peaje
proyectadas en Madrid en los infaustos años del ‘España va bien’ (cuando
vivíamos en una realidad virtual digna del universo cinematográfico de los hermanos Wachowski en ‘Matrix’)
cuyas consecuencias padecemos en la actualidad. Aznar y el entonces presidente
de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, antes de que le diera la
ventolera con el aborto, proyectaron cuatro autopistas de peaje que iban, supuestamente, a
aliviar el abultado tráfico de Madrid.
Los cálculos hablaban del tránsito de 146.000 vehículos diarios entre
las cuatro radiales de Madrid. En enero y febrero de este año, la media diaria se limitaba, sin embargo, exactamente a 19.919 vehículos, siete veces menos de lo previsto. Vamos,
lo que se dice un éxito de planificación. ¡Hay que ver con qué alegría se
equivocan los gestores públicos con los presupuestos! Lo curioso es que, vista
su ineficacia, luego pasen con tanta alegría a sentarse en los consejos de
administración de las ‘grandes empresas’ de este país.
Aznar y Gallardón entregaron la concesión de la R-3, al igual que la R-5
(Madrid-Navalcarnero), con un tráfico actual de solo 5.323 vehículos diarios,
a la sociedad Accesos de Madrid, participada por la ‘crème de la crème’ de las
constructoras españolas: Abertis (35%), Sacyr (25%) y ACS (20%). Para completar
la nómina, la presencia, ni más ni menos, que de la antigua Caja Madrid de
Miguel Blesa, antes de que recurriera a engañar a sus clientes con las
preferentes y mientras se fotografiaba con las cabezas de un Arca de Noé
construida con su escopeta. Caja Madrid aportó el 20% de la inversión a la sociedad.
La R-3 y la R-5, como las otras dos radiales madrileñas: la R-2
(Madrid-Guadalajara) y la R-4 (Madrid-Ocaña), nunca han sido rentables.
Gallardón, en la inauguración de la primera de estas cuatro ruinosas autopistas
de peaje, la R-2, se jactaba en octubre de 2003 de que suponían “una apuesta
clara del Gobierno que muchas generaciones tendrán que valorar y agradecer”. Y,
como en tantas cosas, el que fuera alcalde del Ayuntamiento más arruinado de
toda Europa (Madrid), estaba equivocado.
Las concesionarias de las cuatro radiales de Madrid se encuentran en
quiebra. Una tras otra presentaron su respectivo concurso voluntario de
acreedores. Entre las cuatro, más de 2.300 millones de euros de deuda contraída
en una década. Un negocio ruinoso larvado en
esa falsa etapa del ‘España va bien’. ¿Aún hay gente que sigue defendiendo que
la España de José María Aznar iba bien? El PP, encantado de la vida de acusar a
Zapatero de derrochador y de provocar una mala herencia, obvia, como siempre,
sus propios pecados.
El Gobierno de Rajoy, tan aplicado a la hora de recortar en políticas
sociales, que se conoce fueron, a su parecer, las causantes de la actual crisis
económica, no ha dudado, en cambio, en salir al rescate de las cuatro radiales
madrileñas y otra media docena de autopistas de peaje huérfanas de coches y
liquidez: la M-12 (Madrid-Barajas), la AP-41 (Madrid-Toledo), la
AP-36 (Ocaña-La Roda), la circunvalación de Alicante, la AP-7 entre Alicante y Cartagena y la AP-7 entre Cartagena y Vera.
Estas diez joyitas herencia directa del Gobierno de José María Aznar (ya que al PP le apasiona agitar al viento los despilfarros, que los hubo, sin duda, de la era Zapatero) han generado una deuda de 4.600 millones de euros. Y es que había proyectos absolutamente inviables. La AP-41 (Madrid-Toledo) soporta actualmente el paso de 643 vehículos diarios (ni treinta coches por hora). ¿Era una infraestructura necesaria, alguien pensaba realmente que sería rentable? Estamos hablando de una deuda muy cuantiosa y cantada de sociedades privadas. Abertis, Sacyr, ACS y Caja Madrid, en el caso de las radiales R-3 y R-5. Isolux, Comsa, Sando y Azvi y Banco Espirito Santo, en la desértica AP-41 Madrid-Toledo.
El Gobierno de Rajoy ha propuesto una quita del 50% a los acreedores (para lo que se quiere sí se defiende las quitas) y absorber el resto de la deuda (2.300 millones) con la creación de una empresa de capital cien por cien público para salvar a las diez autopistas de peaje quebradas. El Estado o, lo que es lo mismo, los ciudadanos tendremos que avalar a empresas privadas que, sencillamente, han hecho un mal negocio y han perdido mucho dinero. Pero, ¿no consiste en eso el capitalismo, en arriesgar, invertir, ganar o perder? ¿Habrían repartido Abertis, Sacyr, ACS y Caja Madrid dividendos entre los
españoles si sus dos radiales madrileñas hubieran generado ingresos?
Resulta patética la concepción del capitalismo de este Gobierno
dispuesto, una vez más, a agujerar nuestros bolsillos para ayudar a quienes
cuando llamamos a sus puertas no se molestan ni en recibirnos. Los bancos y las
concesionarias saldrán ganando. La bromita de las diez innecesarias y gravosas
autopistas de peaje supondrá una media de 50 euros por cada español. Hagan el
cálculo, dividen los 2.300 millones de deuda asumida por el Estado por la
población del país. Y lloren.
No hay dinero para ayudar a los más desfavorecidos, a desempleados, a desahuciados,
a preferentistas estafados, a personas dependientes, a enfermos, a estudiantes…
pero sí para que todos, incluidos esos mismos colectivos sin recursos o con
menos recursos de los necesarios para una vida digna, pongamos dinero para que
los juguetes de Aznar y Gallardón no quiebren. Claro, claro, es que merece más la
pena salvar una autopista como la que conecta Madrid y Toledo, que no llega ni
a los treinta coches por hora, o la radial Madrid-Arganta que nunca ha aliviado
el tráfico de la carretera de Valencia. ¿Demagogia? No, señores, realismo.
Las autopistas de peaje sin coches de gestión privada se pagarán con nuestros bolsillos. Y eso que casi no nos quedan más agujeros de donde seguir sacando dinero.
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