sábado, 15 de febrero de 2014

Guardias civiles contra inmigrantes

El Gobierno español debe explicar con suma claridad la muerte de quince subsaharianos en las aguas de Ceuta mientras eran disparados con pelotas de goma y ‘gaseados’ con bombas de humo. Nada de vídeos editados que se cortan, sospechosamente, en los momentos incómodos. La inmigración no se resuelve ni con concertinas ni con pelotas de goma tratando a seres humanos desesperados como si fueran delincuentes de altísima peligrosidad. Y, por cierto, ¿a qué espera el ministro del Interior, ya que pedírselo a él sería un milagro de los que no le cuentan en la Iglesia, a destituir al director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, que negó el ya admitido uso de material antidisturbios? Menos cierre de filas y más dar la cara.
 
La Guardia Civil, con material antidisturbios, recibe a un grupo de inmigrantes en Ceuta.
“El futuro está en España, en África no tenemos nada. No hay nada”. Marianna, una centroafricana embarazada, resume con contundencia la realidad de la inmigración africana, en especial de los países subsaharianos. No tienen nada que perder. Nada. Y seguirán buscando su sueño de llegar a Europa por muchas concertinas en las vallas de las fronteras que pongamos y por mucho material antidisturbios que usemos. Así no se resuelve la inmigración. Como mucho, se consigue, al menos, quince muertos en las aguas del espolón de Ceuta.

“En España no estamos sabiendo estar a la altura. No se puede poner un tapón en la frontera y echar las culpas a los países de origen y de tránsito. Son personas desesperadas, que atraviesan África hasta llegar aquí”, ha explicado, acertadamente, Manuel Sobrino, portavoz de la ONG Red Acoge, en el diario ‘El País’. Quien nada tiene, nada tiene que perder. La muerte de quince inmigrantes en Ceuta, ahogados mientras trataban de llegar a suelo español, debe marcar un antes y un después en la política del Gobierno. Y, para empezar, convendría saber qué ha pasado.

El inmigrante es el eslabón más débil de una sociedad. Fuera de su país, de su entorno familiar, en ocasiones con una lengua distinta y desconocida y con el recelo, y a veces más que recelo, de la sociedad autóctona. Siempre he pensado que una de las mejores medidas para valorar la verdadera calidad democrática de un país es el trato a su población inmigrante. España suspende. España es un país extraordinariamente racista al que no le gusta que le recuerden su racismo. El inmigrante, en amplios sectores de la sociedad, es visto como un enemigo que viene a robarnos los trabajos y a imponer sus bárbaras costumbres sociales. Sí, así de simple funcionan algunas mentes.
 

No es algo exclusivo de España, claro. Tampoco es un problema nuevo. Pero la inmigración está llena de tópicos y prejuicios que conviene erradicar. España, pese al evidente incremento de la población extranjera, sigue siendo, por ejemplo, un país con un índice de delincuencia ridículo. La inmensa mayoría de los inmigrantes llega a España en busca de trabajo, de una vida mejor, no para robar. Han ocupado, en gran parte, aquellos empleos que casi nadie quería. El sector agrícola está lleno de trabajadores extranjeros. La construcción también se nutrió de muchos inmigrantes, mano de obra barata en el boom inmobiliario. La hostelería, con sueldos y condiciones laborales humildes, es el otro sector que más inmigrantes ha absorbido. Pero casi no hay médicos extranjeros, ni ingenieros, ni abogados… pese a que bastantes inmigrantes, sobre todo sudamericanos, cuentan con estudios universitarios.

Me apena pasear por la calle y ver las reacciones de determinados ciudadanos con los extranjeros. Miradas poco amistosas, cuchicheos y, sobre todo, desprecio. Esa es la actitud del español medio con el inmigrante. Pues, ¡qué vergüenza! Millones de españoles han salido de nuestro país en el último medio siglo. Alemania, Francia, Suiza, Reino Unido, Argentina y Venezuela han sido destinos laborales de nuestros abuelos. Esos mismos países, y otros muchos más como Estados Unidos, Dubái o incluso la lejana China, son ahora el refugio laboral de las actuales generaciones.

Somos un pueblo inmigrante y, sinceramente, no quiero que en Londres, Berlín, Nueva York o Pekín se trate a ningún español como se hace, a menudo, en España con los subsaharianos o los latinoamericanos. Empiezo a estar harto de la gente que juzga a las personas en función de su raza, su religión o su nacionalidad. Con una economía cada vez más globalizada, curiosamente tenemos una sociedad española cada vez más xenófoba. Lo malo es cuando esa actitud, como ha sucedido en Ceuta, salta a la política.
 

La muerte de quince subsaharianos en Ceuta debería ser una vergüenza nacional. Tenemos las manos manchadas de sangre mientras no se aclaren los hechos. Y, de momento, las explicaciones del Gobierno son parciales y contradictorias. En cuestión de horas, escuchamos al director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa (¡qué pena compartir nombre con este individuo!), amenazar con denunciar a quien afirmara que los agentes habían usado material antidisturbios. Poco después, el mismo ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, admitía, sin embargo, el lanzamiento de pelotas de goma y bombas de humo. ¿Ha pensado el señor Fernández de Mesa denunciar al ministro?

Es inadmisible que el tal Arsenio Fernández de Mesa, exdelegado del Gobierno de Aznar en Galicia durante la catástrofe ecológica del Prestige, continúe en el cargo. Por el bien de la misma Guardia Civil y, desde luego, por el bien de la democracia española, es obligatorio que este señor dimita o sea cesado cuando se ha demostrado que los agentes usaron material antidisturbios. Arsenio Fernández de Mesa ha mentido. ¡Ya está bien de que las mentiras salgan gratis a los cargos políticos! Ha mentido con quince muertes en su conciencia. Si es que la tiene.

Pero ya sabemos que en la política española se premia al perro fiel y al más mediocre. Arsenio Fernández de Mesa es el responsable de una de las frases más gloriosas tras el hundimiento del Prestige: “Probablemente el fuel no toque la costa gallega”. Pues menos mal que, probablemente, no iba a tocar la costa que si lo llega a hacer... Pero Fernández de Mesa, amigo personal de Mariano Rajoy, no solo no ha quedado inhabilitado en el mundo de la política sino que ha sido premiado con un cargo importante como el de director general de la Guardia Civil. 

No creo que lanzar pelotas de goma y bombas de humo a un grupo de inmigrantes en el agua sea una actuación precisamente democrática y proporcionada. ¿Qué pensarían ustedes si estuvieran en el mar, en un país extranjero, rodeados de policías armados y se oyeran disparos, por mucho que no fueran de fuego real (solo faltaba)? Yo estaría acojonado. Entendería que mi vida corre peligro. Y no creo que esté exagerando. También lo pensaron los inmigrantes que rodeaban el espigón de la frontera de Ceuta para entrar en suelo español.

No me valen las explicaciones del ministro. Mucho menos las del mentiroso amigo de Rajoy que ha colocado al frente de la Guardia Civil. No me vale un vídeo editado por el Gobierno que enseña solo lo que quiere enseñar con cortes que ocultan los verdaderos hechos. Y todo eso sin entrar a discutir las ‘devoluciones en caliente’ de inmigrantes que ya han pisado suelo español. Ya está bien de comportarnos como bárbaros con todo aquel que tiene distinto color que nosotros. Ya está bien de ser un país racista al que solo nos falta los capirotes y las túnicas blancas del KKK.
 

¿Tendremos que esperar a que desde la Unión Europea nos recuerden que los inmigrantes son seres humanos? Tarde, ya lo ha hecho. La comisaría europea de Interior, la sueca Cecilia Malmström, se ha mostrado “muy preocupada” por la muerte de quince subsaharianos en Ceuta y ha advertido a España de que  “cualquier medida de control transfronterizo debe ser proporcionada y respetar los derechos fundamentales y el principio de no devolución, así como la dignidad humana”. Bruselas podría incluso expedientar al Gobierno español por estos gravísimos hechos.

¡Qué vergüenza que nos tengan que venir de fuera para enseñarnos a portarnos como seres humanos! Así no se combate la inmigración. Casi ningún español se marcharía de su país si tuviera trabajo, al igual que casi ningún africano se jugaría la vida para recorrer miles de kilómetros si en sus países no se murieran de hambre. Desde luego, la inmigración no desaparecerá desgarrando el cuerpo de los inmigrantes con concertinas o ahogándose atemorizados por el sonido de disparos de pelotas de goma. Que se las lancen desde el Prestige que no echaba fuel a Arsenio Fernández Mesa, el amigo de Mariano Rajoy al que mentir le sale gratis. España ha decidido ‘resolver’ la inmigración colgando muertos en las fronteras.

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