sábado, 31 de agosto de 2013

La encrucijada siria: ¿Qué debe hacer Occidente?

Más de dos años de guerra, más de 100.000 muertos y casi dos millones de refugiados no habían servido para plantear una intervención internacional. Un supuesto ataque con armas químicas del régimen de Bashar Al-Asad contra civiles de un suburbio de Damasco ha marcado un punto de inflexión en un conflicto que no puede extenderse más. Obama plantea una “acción limitada”, poco más que una reprimenda sin que sus soldados pisen suelo sirio, pero, salvo Francia, no tiene aliados. Nadie quiere repetir los errores de Iraq, ni siquiera de Afganistán. Pero esto no es Iraq. Quedarse de brazos cruzados sería un acto tan cruel como los bombardeos de Al-Asad. En Siria, sí hay motivos para intervenir: salvar vidas y, quién sabe, acabar con una guerra que está durando demasiado.

Rescate de un menor fallecido en el supuesto ataque con armas químicas en Siria. Foto: AFP.
El probable uso de armas químicas contra civiles por parte del Gobierno de Bashar Al-Asad ha abierto una nueva fase en la Guerra Civil que desangra Siria desde la primavera de 2011. Dos largos años con la comunidad internacional paralizada mientras fallecían más de 100.000 personas y casi dos millones abandonaban sus hogares para salvar sus vidas. 


El miedo a un nuevo fracaso, como la innecesaria y mentirosa operación militar en Iraq, sin olvidar los escasos réditos obtenidos en Afganistán, han impedido, hasta ahora, cualquier actuación y han debilitado con una inusitada rapidez la operación de castigo internacional que pretende liderar Estados Unidos. Obama se queda sin aliados. Los planes del presidente de Estados Unidos no incluyen una invasión. Los soldados ni siquiera pisarán suelo sirio. No obstante, el recuerdo del desastre de Iraq, que vive aún sobrecogido entre continuos coches bomba, es muy intenso entre las cancillerías europeas y también entre la sociedad estadounidense que no quiere ver derramar la sangre de sus muchachos a miles de kilómetros de su hogar.

Mientras, miles de ciudadanos sirios continúan viviendo entre dos fuegos o, como mal menor, refugiándose en las vecinas Turquía, Iraq, Líbano y Jordania. Oriente Medio se convulsiona, por si ya no lo estaba desde hace décadas. Siria es un avispero que nadie quiere que se agite en países cercanos, con Israel siempre en el centro de la diana. ¿Será necesario otro ataque con armas químicas contra civiles para actuar? ¿Tiene Bashar Al-Asad carta blanca para masacrar a sus opositores? ¿Consideran algunas potencias mundiales, en especial Rusia y China, sus aliados potenciales, que los ciudadanos sirios están seguros con un presidente que heredó el cargo de su padre, Hafez Al-Asad, que gobernó con mano dura durante tres décadas con el país en permanente estado de emergencia? Siria no destaca, precisamente, por el respecto a los derechos humanos. Bashar Al-Asad no es alguien que merezca el respeto de Occidente. Es un dictador cruel que reprimió con tanta saña las protestas ciudadanas de la Primavera Árabe que provocó una guerra civil que se complica y recrudece cada día que pasa.
El padre de Al-Asad ya mostró en febrero de 1982 cómo entendía la democracia barriendo una revuelta suní en Hama con el resultado de 40.000 muertos. Su hijo ha captado, perfectamente, el mensaje y no ha dudado en traspasar una de las fronteras, de los códigos morales, de la guerra del siglo XXI: el supuesto uso de armas químicas contra población civil. Las imágenes, bastante explícitas, dejan poco margen a las dudas. Los rebeldes, una amalgama de grupos con presencia creciente, pero no mayoritaria, yihadista, no cuentan con un arsenal capaz de provocar semejante espanto. El secretario de Estado John Kerry cifra en 1.429 (de ellos 426 niños) el número de civiles muertos en una operación con armas químicas del Ejército sirio en un suburbio de la capital siria, Damasco. “Sabemos desde dónde y a qué hora fueron lanzados los cohetes, todos ellos desde bases del régimen”, ha subrayado Kerry. “Este crimen contra la humanidad es asunto nuestro”.

Lo que no puede hacer Occidente es seguir con los brazos cruzados ante actuaciones asesinas como la perpetrada por Bashar Al-Asad. Nunca se tenía que haber llegado hasta esta situación. Ni se trata de invadir el país ni de imponer ningún Gobierno afín. Se trata de que sean los ciudadanos sirios quienes libremente dedican qué quieren ser. Yo pensaba que en eso consistía la democracia. ¿Son libres los sirios con Al-Asad? No, igual que antes los libios con Gaddafi, los iraquíes con Saddam, los egipcios con Mubarak y los tunecinos con Ben Ali. Occidente apoyó incluso una ‘guerra’ en Libia para acabar con Gaddafi. ¿Es menos cruel Al-Asad que el fallecido dictador libio? Ya no cabe la calculada ambigüedad de Occidente que no quiere pisar nuevos charcos tras Iraq y Afganistán. En la historia de la humanidad, mala política es desvincularse de los problemas ajenos mientras no te afecten directamente. Eso es solo asquerosa hipocresía. No esperemos después que nos ayuden cuando nos haga falta.
Naciones Unidas, que ha trasladado al escenario a un grupo de inspectores recibidos con disparos de los francotiradores de Al-Asad, trabaja en la elaboración de un informe sobre los hechos. ¿Qué pasará si llegan a la misma conclusión que Estados Unidos? ¿Creen ustedes que Obama, tras la guerra de Iraq, se expondría a otra mentira para justificar una acción militar? En Siria, hay petróleo pero sus reservas son irrisorias comparado con lo que hay en cualquiera de los grandes productores como, por ejemplo, Iraq. Entiendo las reticencias y las sospechas tras los engaños de la administración Bush, pero en Siria hay una guerra civil como resultado de una revuelta popular, iniciada al calor de la Primavera Árabe en Túnez, Libia y Egipto, contestada con gran violencia por un Gobierno militar asentado en el poder tras un golpe de estado en 1970. No estamos hablando, precisamente, de un ataque a la democracia.
Sin embargo, la posibilidad de una acción militar internacional contra Al-Asad se diluye. Obama tiene garantizado solo el apoyo de Francia tras el rechazo de la Cámara de los Comunes al inicial apoyo del 'premier' británico David Cameron. Naciones Unidas, con un anticuado, antidemocrático e ineficaz sistema de funcionamiento, con los posibles vetos de Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, Francia y China, muestra, una vez más, su inadaptación al contexto actual. Rusia ya paralizó una actuación similar contra Serbia en la Guerra de los Balcanes pese a la limpieza étnica impulsada desde Belgrado. Mientras Naciones Unidas no cambie su modelo pocos consensos podemos esperar. Y Siria, aliado estratégico ruso en Oriente Medio, no es una excepción.
Occidente teme cometer los errores de Iraq. Quizás el primero sea comparar ambas situaciones. Siria vive una guerra civil cuya crueldad va en aumento. Iraq, más allá de la dictadura de Saddam, no estaba en guerra. Ni siquiera en los peores momentos de la invasión y posterior posguerra de Iraq se vieron las salvajadas que se cometen en Alepo, Homs o Damasco en los dos últimos años. Nadie defiende una invasión pero es necesario que Al-Asad entienda que hay fronteras que no se pueden atravesar. Occidente ya ha permitido dos años de masacres en Siria y, con su silencio, un conflicto que tendrá una transición de inabarcables consecuencias. Permitir una escalada de la violencia, con víctimas, además, civiles, incrementaría la devastación de una guerra que está destruyendo un país estratégico para garantizar la paz en un escenario tan sensible como Oriente Medio.
Una “acción limitada” en Siria, como plantea Obama, es un riesgo que se debe correr. Lo merecen los civiles sirios atrapados entre dos fuegos. Si miramos hacia otro lado, seremos cómplices de nuevas matanzas y no seremos muy distintos de quienes lanzan armas químicas contra niños y personas indefensas e inofensivas. Eso no es una guerra, es un holocausto. ¿Qué debe hacer Occidente? Desde luego, no quedarse de brazos cruzados y mirando hacia otro lado como si nada estuviera pasando.

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