miércoles, 14 de agosto de 2013

Gibraltar, cortina de humo imperfecta

Territorio británico desde hace tres siglos, el Gobierno de Mariano Rajoy, con una imagen social muy debilitada por los casos de corrupción y la gestión de la crisis, ha aprovechado la impresentable provocación gibraltareña, lanzando unos setenta bloques de hormigón con pinchos a la bahía de Algeciras, y está jugando la carta del nacionalismo español para retener votantes y mejorar su percepción pública. Las colas en la frontera han agrandado un conflicto que se podría arreglar con el uso de la diplomacia. Pero a La Moncloa, Gribaltar y Downing Street, les interesa mantenerlo en primera plana para distraer a sus ciudadanos de mayores preocupaciones.

Colas de vehículos en la frontera entre España y Gibraltar. Foto: Reuters.
 
¡Gibraltar español, Malvinas argentinas! Esos británicos han sido siempre unos piratas. Y unos colonialistas. Hay que cerrar la verja de Gibraltar, invadirlos y expulsarlos. Llamemos al comando que recuperó la isla de Perejil ante los pérfidos moros marroquíes. Ya tenemos infiltrado al insigne general Federico Trillo como embajador en Londres. Hay que recuperar nuestro imperio. ¿Cómo se atreven a tirarnos bloques de hormigón en la bahía de Algeciras? ¡Pobres pescadores! Pues ahora que se jodan. Vamos a parar a todos los coches que entren y salgan de Gibraltar. ¡Arriba la Guardia Civil! ¿Qué se piensan estos borrachuzos ingleses que dan la nota en nuestras playas? Pa’ chulos, nosotros. ¡Viva España!
 
El conflicto (anti)diplomático desencadenado entre España y Reino Unido, con Gibraltar como mar de fondo, permite explayarse, soltar tonterías, muchas tonterías, y agitar la bandera del nacionalismo. Como no soy británico, que sean los súbditos de la Reina Isabel II quienes juzguen las decisiones del primer ministro de Gibraltar, el laborista Fabian Picardo, y del Gobierno conservador de David Cameron, que no goza, precisamente, de mucha popularidad. En las últimas elecciones municipales, celebradas en mayo, los ‘tories’ perdieron en voto popular frente a los laboristas y avistaron la amenaza de los euroescépticos y nacionalistas del UKIP, todo un placer culpable para su base electoral y sus planes de impulsar un programa político de centro.
De todos modos, el conflicto de Gibraltar no es algo que preocupe demasiado en las islas. En sus periódicos, no inunda las portadas. Hay otras prioridades. En España, Gribaltar sí manda, sobre todo en los medios más cercanos ideológicamente al Ejecutivo de Mariano Rajoy. Con apenas año y medio en La Moncloa, el Gobierno y su presidente, por más esfuerzos baldíos que hagan, muestran una imagen pública muy erosionada por múltiples casos de corrupción (adornados con constantes mentiras con la contabilidad B del Partido Popular) y una deficiente gestión de la crisis que, además, nada tiene que ver con lo prometido en la pasada campaña electoral.
Rajoy necesita oxígeno, que se deje de hablar tanto de Luis Bárcenas, de los sobresueldos a la cúpula del PP, de la financiación irregular, de las comisiones cobradas procedentes de empresas (¿a cambio de qué?), en definitiva, de la corrupción de su partido. Tampoco le interesa demasiado que se expliquen los verdaderos motivos de una tenue recuperación económica sustentada en el tradicional buen comportamiento del turismo en la temporada de verano. El consumo sigue bajo mínimos. El empleo de calidad es una quimera en España y desde la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional nos bombardean con exigencias para reducir los salarios en hasta un 10%. ¡Como si ya no estuviera pasando! Que se lo digan, por ejemplo, a los 40000 empleados de Eroski. La empresa ha anunciado esta misma semana que recortará las nóminas en una media del 7%.
A Rajoy le interesa que se hablen de otros debates políticos donde su discurso ideológico se encuentra más cómodo. Gibraltar se lo ha puesto en bandeja. El PP siempre se ha jactado de ser el partido de España, de los patriotas, y eso que Aznar pisó La Moncloa gracias a Jordi Pujol (CiU) y Xavier Arzalluz (PNV). La bandera se agita con fuerza, por encima incluso de los ciudadanos. El nacionalismo español impregna su mensaje. Rajoy es consciente de que supone una de sus mayores bazas. Hay votos que parecen a salvo de cualquier escándalo de corrupción. Los nacionalistas españoles lo son. La bandera y la patria aparecen por encima de todo. Para ellos, el conflicto de Gibraltar representa un sueño hecho realidad. Caña a los británicos y a por el Peñón, que es nuestro.
Nada de hablar de corrupción ni de la crisis que tan bien se está 'resolviendo' a pesar del disgusto de los antipatriotas. Lo primero: ESPAÑA. Reivindicar la soberanía de Gibraltar es una de las prioridades de todo nacionalista español. ¿Qué es eso de que los británicos dominen territorio español? El PP, por convicción y por cálculo político, sabe que la baza nacionalista es uno de los pocos reductos inquebrantable que conserva, inasequible al desaliento, en la sociedad. Nada mejor que buscar y encontrar un enemigo externo para envolverse en la bandera en nombre de España. Una defensa bastante chapucera y limitada del concepto patria pero que a la derecha española le funciona muy bien en las urnas.
Y en estas, con Rajoy y el PP en mínimos, con las gravísimas acusaciones de corrupción vertidas por su extesorero, Luis Bárcenas, Gibraltar ha sido la solución. Quizás haya pensado lo mismo el ministro principal gibraltareño, Fabian Picardo, para justificar una acción, como mínimo, cuestionable y provocadora: el lanzamiento de unos setenta bloques de hormigón a la Bahía de Algeciras provistos, además, de pinchos con los que desgarrar las redes de los pescadores españoles. Toda una afrenta nacional para los sectores más conservadores de la sociedad. Desde luego, un gesto muy puñetero que sí merece una respuesta firme por parte del Gobierno español.
¿Dónde está el error de Mariano Rajoy y su Ejecutivo? En la respuesta, en la desproporcionalidad de la respuesta. El Gobierno español no ha buscado una solución diplomática a la provocación gibraltareña. Todo lo contrario. Lejos de rebajar la tensión, ha echado toda la leña posible al fuego para incrementar el conflicto y el problema y crear una cortina de humo ideal para tapar, aunque solo sea por unas semanas, el ‘caso Bárcenas’ y el deficiente estado de la economía. España ha contestado con la instalación de unos rigurosos y aleatorios controles en la frontera que están generado colas interminables de horas de duración y perjudicando, además, a los miles de españoles que trabajan en el Peñón (se conoce que tienen menos derechos que los pescadores que dice defender La Moncloa). Una reacción completamente alejada del mundo de la diplomacia y más cercana a la respuesta de un niño cabreado (responder una putada con otra mayor) que a la de un presidente del Gobierno y un ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, con formas muy anticuadas e intereses anacrónicos con la realidad actual.
España y Gibraltar se han retado a ver quién se pone más chulo. Si me tiras unos bloques de hormigón, te destrozo el turismo con minuciosos controles fronterizos y te amenazo con poner tasas a quien entre y salga del Peñón. Una situación que, además, ha coincidido con unas inoportunas maniobras navales británicas que ya estaban anunciadas. La jugada, por parte del Gobierno de España, es muy torpe desde el punto de vista diplomático. Ha generado un problema con un socio europeo estratégico como el Reino Unido, sorprendido y muy molesto con los controles. Sin embargo, es una maniobra política muy bien orquestada para incentivar el nacionalismo español y recordar a algunos de sus votantes por qué habían confiado en ellos y deben seguir haciéndolo: son los verdaderos y únicos defensores de España.
La polémica, seguro, se extinguirá antes de que concluya el verano. Cuando la cortina de humo ya no sirva para esconder los verdaderos problemas cotidianos de los ciudadanos españoles. Pero, mientras, ha virado el rumbo del debate político hacia posiciones más benignas para los intereses de La Moncloa. Todo ha girado en torno a Gibraltar en las vísperas de las comparecencias de tres de los últimos cinco secretarios generales del Partido Popular, Francisco Álvarez Cascos, Javier Arenas y María Dolores de Cospedal, para responder de las acusaciones de Luis Bárcenas sobre una posible financiación irregular del PP "al menos" en las dos últimas décadas. Con la derecha española en caída libre en las encuestas, ha perdido un tercio de sus votantes en año y medio de Gobierno, necesitaba revitalizar a su electorado con algo tan sensible como España.
Porque, seamos serios, ¿les parece de recibo lo que se escucha en determinadas tertulias políticas en las últimas dos semanas? Ahora parece que la soberanía de Gibraltar es cuestión de Estado inaplazable. De un día para otro, el Peñón hay que recuperarlo. Lógicamente, en La Moncloa saben que eso, ahora mismo, es imposible e innegociable. Pero viene bien agitar a la sociedad hacia sensibilidades favorables. Ya saben, el PP es el partido de España. Gibraltar es territorio británico desde la firma del Tratado de Utrech en 1713. Tres siglos, ni más ni menos. Los gibraltareños han mostrado su disposición a continuar siendo súbditos británicos cada vez que han sido consultados. En noviembre de 2002, casi una unanimidad, el 98,4%, rechazó que España y Reino Unido compartieran la soberanía.
Los controles en la verja son desproporcionados a la provocación de Gibraltar. Desproporcionados y muy ineficaces para conseguir apoyo internacional. Ahora parece que el Gobierno español, curiosamente coincidiendo con el episodio de los bloques de hormigón en la bahía de Algeciras, ha descubierto que existe un contrabando de tabaco, a pequeña y gran escala, sin precedentes entre ambos lados de la frontera. Por ello, hay que parar a todo aquel que salga del Peñón y entre en España. Si de verdad fuera esta la explicación de los controles, nunca deberían desaparecer y todos sabemos que no continuarán durante mucho tiempo.
Existe un problema muy serio con Gibraltar que va más allá de los bloques de hormigón, el contrabando de tabaco y la soberanía. Tenemos a la puerta de nuestra casa un paraíso fiscal que no controlamos. Y medidas como los controles en la verja no combaten eso. En Gibraltar, ‘residen’ muchas empresas y fortunas españolas que escapan al pago de impuestos en nuestro país. Aquí está la raíz del problema y donde España debería dialogar (sí, dialogar) con el Reino Unido.
Ahora mismo no es una prioridad debatir sobre la soberanía de los menos de siete kilómetros cuadrados de Gibraltar. Para los españoles, ese no es un asunto de máxima importancia salvo para aquellos que viven con la bandera instalada en el corazón y la cabeza. El Peñón es una anomalía en territorio español pero, incluso aún como soberanía británica, el problema se quedaría en una disputa histórica de delimitación de fronteras si se acabara con el régimen fiscal de Gibraltar, una circunstancia que sí que nos hace mucho daño, mucho más que unos bloques de hormigón depositados en el lecho de la bahía de Algeciras.
Unos controles desproporcionados en la verja no van a conseguir que el Peñón deje de ser un paraíso fiscal. Ni tampoco cambiarán su soberanía. Menos cortinas de humo y más diplomacia para acabar con los privilegios económicos de los gibraltareños. Eso es lo más importante. ¿La soberanía? Tres siglos después, ¿creen que es el principal problema que tenemos?

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