lunes, 26 de agosto de 2013

Europa necesita un canciller en Berlín, no un káiser

Alemania elige presidente. Los ciudadanos europeos contenemos el aliento. La ola ultraliberal que barre la UE necesita un muro de contención y que mejor lugar que el Reichstag, donde se aviva constantemente. Europa requiere un Gobierno alemán que entienda la Unión Europea como una asociación voluntaria de países hermanados y con fines comunes, no como un imperio germano que somete y castiga a quienes no cumplen sus órdenes. Si lo entienden así, yo, como español, no quiero pertenecer a ese club. No me interesa, deseo conservar mi libertad de decisión y actuación.

 
22 de septiembre de 2013. Una fecha muy importante para la historia inmediata de los ciudadanos de la Unión Europea. Alemania celebrará sus elecciones federales, una consulta nacional pero con consecuencias evidentes en el contexto europeo e internacional. Angela Merkel, que aspira a una tercera presidencia, es la gran valedora de las ineficaces políticas anticrisis implantadas en la UE. Merkel es la gran defensora de la austeridad como irrenunciable camino para acabar con una recesión que afronta su séptimo año. No parece, precisamente, que su programa político esté teniendo mucho éxito.

Merkel y el Gobierno alemán parten de un presupuesto erróneo e insolidario y una concepción muy poco recomendable de la UE. Alemania entiende que su superioridad demográfica y, sobre todo, económica deben conllevar un inevitable liderazgo político. Oponerse a las políticas alemanas no es una opción real en la actual UE, y menos si eres un país de la Europa del Sur. Y creo que es una visión que está menoscabando la percepción ciudadana de la Unión Europea que ha pasado a ser una institución desagradable, un ogro al servicio de las naciones más opulentas de la UE. Y ese no es su espíritu.
Alemania, desde la llegada de Merkel a la presidencia hace ocho años, ha incrementado paso a paso su mano de hierro. La Unión Europea ha mimetizado el mensaje ideológico dominante en Berlín, un rampante ultraliberalismo que deja en una broma a los mismos Estados Unidos. Pero Alemania, incansable al desaliento, orgullosa, incapaz de reconocer sus errores, no cede e insiste en sus propuestas, más bien exigencias. Ha ‘secuestrado’ la iniciativa de una UE convertida en un imperio alemán en el que deben respetarse y cumplirse las órdenes lanzadas desde el Reichstag, sede actual del Bundestag.
No se trata de cargar porque sí contra Alemania, se trata de recuperar la esencia de un proyecto, la Unión Europea, desprestigiado en muchos países desde el mismo momento en que ha empezado a establecer categorías. Y de eso es máxima responsable Angela Merkel, hija de un pastor luterano, que usa la moral religiosa como herramienta política. Castiga a los países de la UE que entiende que han cometido errores. Lejos de ayudarles, les reprende, les impone unas duras condiciones que están mermando la calidad de vida de sus ciudadanos a cambio de unas migajas, de no dejarles caer del todo. Esclaviza.
Merkel no quiere consensos, ni muchos menos hablar de responsabilidades alemanas en la crisis. Su proyecto de la Unión Europea se asemeja al restablecimiento de un imperio alemán aprovechando las debilidades económicas de muchos socios de la UE. Más que como un canciller, actúa como un káiser (emperador). La UE ha apostado por la austeridad para superar la actual crisis económica. Sin demasiado éxito. Mientras, Estados Unidos, por ejemplo, ha optado por políticas económicas expansivas. En el país del liberalismo han entendido mejor cómo afrontar la crisis. Los resultados son irrebatibles.
El sometimiento impuesto desde Berlín al resto de la UE ha impedido cualquier otro movimiento. El eje franco-alemán construido entre Sarkozy y Merkel ha sido letal. Se han perdido muchos años insistiendo en las mismas políticas. Y sin propósito de enmienda. Merkel, fiel a su luteranismo, está convencida de que tiene que castigar a los pecadores países del sur. Eso sí, se le ‘olvida’ reprender a su sistema bancario, que tan alegremente, por ejemplo, colaboró en la burbuja inmobiliaria española y se ha encargado de paralizar una unión bancaria europea que descubriera las vergüenzas de su sistema financiero. Merkel hace lo que quiere en Europa. Nadie osa a contradecirla, ni siquiera Hollande, que se ha encontrado con un muro más consistente que el que dividió Berlín durante casi tres décadas.
Las encuestas reflejan un posible tercer mandato de la actual canciller, con una intención de voto que supera el 40%. La socialdemocracia alemana, con un candidato flojo, Peer Steinbrück, que fue ministro de Finanzas de la misma Merkel entre 2005 y 2009, no pasa del 25% y está muy lejos de los índices de popularidad de Schröeder. Los Verdes, aliados ideológicos, rondan el 13%. La Izquierda (Die Linke), un 8%. La victoria de Merkel está asegurada. Pero, ¿será de nuevo canciller? La clave son los liberales del FDP, que hace cuatro años obtuvieron un 14,5% de los votos. Ahora luchan por conservar el 5%, imprescindible para entrar en el Bundestag. La democracia-cristiana alemana (CDU-CSU) ha fagocitado al FDP, tanto que hasta, curiosamente, puede mandar a Merkel a la oposición si sus actuales socios de Gobierno no alcanzan el 5% de votos.
Pero, más que el resultado de las elecciones, lo que importa es la postura que adopte el próximo Gobierno alemán. Sea Merkel con el apoyo de los liberales, Merkel liderando una nueva Große Koalition (gran coalición nacional) con el SPD o un Ejecutivo de izquierdas con Steinbrück y Los Verdes, el nuevo presidente alemán debe adoptar el papel de canciller y olvidar los delirios de káiser de Angela Merkel. Alemania, sin negar su mayor poderío económico, demográfico, social y político, debe entender que la UE no es un club privado germano en el que el resto de socios deben cumplir únicamente sus normas.

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