Alemania elige presidente.
Los ciudadanos europeos contenemos el aliento. La ola ultraliberal que barre la
UE necesita un muro de contención y que mejor lugar que el Reichstag, donde se
aviva constantemente. Europa requiere un Gobierno alemán que entienda la Unión
Europea como una asociación voluntaria de países hermanados y con fines
comunes, no como un imperio germano que somete y castiga a quienes no cumplen sus órdenes. Si lo entienden así, yo, como español, no quiero pertenecer a ese club. No me interesa, deseo conservar mi libertad de decisión y actuación.
22 de septiembre de 2013.
Una fecha muy importante para la historia inmediata de los ciudadanos de la
Unión Europea. Alemania celebrará sus elecciones federales, una consulta
nacional pero con consecuencias evidentes en el contexto europeo e
internacional. Angela Merkel, que aspira a una tercera presidencia, es la gran
valedora de las ineficaces políticas anticrisis implantadas en la UE. Merkel es
la gran defensora de la austeridad como irrenunciable camino para
acabar con una recesión que afronta su séptimo año. No parece, precisamente, que su programa
político esté teniendo mucho éxito.
Merkel y el Gobierno alemán
parten de un presupuesto erróneo e insolidario y una concepción muy poco
recomendable de la UE. Alemania entiende que su superioridad demográfica y,
sobre todo, económica deben conllevar un inevitable liderazgo político. Oponerse
a las políticas alemanas no es una opción real en la actual UE, y menos si eres
un país de la Europa del Sur. Y creo que es una visión que está menoscabando la
percepción ciudadana de la Unión Europea que ha pasado a ser una institución
desagradable, un ogro al servicio de las naciones más opulentas de la UE. Y ese
no es su espíritu.
Alemania, desde la llegada
de Merkel a la presidencia hace ocho años, ha incrementado paso a paso su mano
de hierro. La Unión Europea ha mimetizado el mensaje ideológico dominante en
Berlín, un rampante ultraliberalismo que deja en una broma a los mismos Estados
Unidos. Pero Alemania, incansable al desaliento, orgullosa, incapaz de
reconocer sus errores, no cede e insiste en sus propuestas, más bien exigencias. Ha ‘secuestrado’ la iniciativa de una UE convertida en un imperio alemán en el
que deben respetarse y cumplirse las órdenes lanzadas desde el Reichstag, sede
actual del Bundestag.
No se trata de cargar porque
sí contra Alemania, se trata de recuperar la esencia de un proyecto, la Unión
Europea, desprestigiado en muchos países desde el mismo momento en que ha
empezado a establecer categorías. Y de eso es máxima responsable Angela Merkel,
hija de un pastor luterano, que usa la moral religiosa como herramienta
política. Castiga a los países de la UE que entiende que han cometido errores.
Lejos de ayudarles, les reprende, les impone unas duras condiciones que están
mermando la calidad de vida de sus ciudadanos a cambio de unas migajas, de no dejarles caer del
todo. Esclaviza.
Merkel no quiere consensos,
ni muchos menos hablar de responsabilidades alemanas en la crisis. Su proyecto de
la Unión Europea se asemeja al restablecimiento de un imperio alemán
aprovechando las debilidades económicas de muchos socios de la UE. Más que como
un canciller, actúa como un káiser (emperador). La UE ha apostado por la
austeridad para superar la actual crisis económica. Sin demasiado éxito.
Mientras, Estados Unidos, por ejemplo, ha optado por políticas económicas
expansivas. En el país del liberalismo han entendido mejor cómo afrontar la
crisis. Los resultados son irrebatibles.
El sometimiento impuesto
desde Berlín al resto de la UE ha impedido cualquier otro movimiento. El eje
franco-alemán construido entre Sarkozy y Merkel ha sido letal. Se han perdido muchos años
insistiendo en las mismas políticas. Y sin propósito de enmienda. Merkel, fiel
a su luteranismo, está convencida de que tiene que castigar a los pecadores
países del sur. Eso sí, se le ‘olvida’ reprender a su sistema bancario, que tan
alegremente, por ejemplo, colaboró en la burbuja inmobiliaria española y se ha
encargado de paralizar una unión bancaria europea que descubriera las
vergüenzas de su sistema financiero. Merkel hace lo que quiere en Europa. Nadie
osa a contradecirla, ni siquiera Hollande, que se ha encontrado con un muro más
consistente que el que dividió Berlín durante casi tres décadas.
Las encuestas reflejan un
posible tercer mandato de la actual canciller, con una intención de voto que supera el 40%.
La socialdemocracia alemana, con un candidato flojo, Peer Steinbrück, que fue
ministro de Finanzas de la misma Merkel entre 2005 y 2009, no pasa del 25% y
está muy lejos de los índices de popularidad de Schröeder. Los Verdes, aliados
ideológicos, rondan el 13%. La Izquierda (Die Linke), un 8%. La victoria de
Merkel está asegurada. Pero, ¿será de nuevo canciller? La clave son los
liberales del FDP, que hace cuatro años obtuvieron un 14,5% de los votos. Ahora
luchan por conservar el 5%, imprescindible para entrar en el Bundestag. La democracia-cristiana alemana (CDU-CSU)
ha fagocitado al FDP, tanto que hasta, curiosamente, puede mandar a Merkel a la
oposición si sus actuales socios de Gobierno no alcanzan el 5% de votos.
Pero, más que el resultado de las elecciones, lo que importa es la
postura que adopte el próximo Gobierno alemán. Sea Merkel con el apoyo de los
liberales, Merkel liderando una nueva Große Koalition (gran
coalición nacional) con el SPD o un Ejecutivo de izquierdas con Steinbrück y
Los Verdes, el nuevo presidente alemán debe adoptar el papel de canciller y
olvidar los delirios de káiser de Angela Merkel. Alemania, sin negar su mayor
poderío económico, demográfico, social y político, debe entender que la UE no
es un club privado germano en el que el resto de socios deben cumplir
únicamente sus normas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario