miércoles, 23 de noviembre de 2016

Las alabanzas del último día de Rita

De alabada durante casi tres décadas a repudiada, corrupción de por medio, en su mismo hogar: el PP. Y de repudiada a santificada, muerte incluida, en cuestión de dos días tras excursión previa por el Tribunal Supremo. La glorificación de Rita Barberá. ¡Santa Rita! Y, digo yo, si Santa Rita Barberá era tan buena, ¿por qué el PP la había abandonado en los últimos meses?


Líbrame del día de las alabanzas.

¡Qué gran verdad!

No hay acto más hipócrita que la muerte.

No por el muerto, claro, sino por el espectáculo (artificial) que se crea a su alrededor. ¡Si el muerto recuperara la audición se indignaría o se carcajearía, según su sentido del humor, con muchos comentarios!

¡Qué bueno era! ¡Cómo le echaremos de menos! ¡Se van siempre los mejores!

Muertos somos (casi) todos maravillosos.

El espectáculo de la hipocresía en su máximo esplendor.

Y no se libra (casi) nadie.

Ese espectáculo hipócrita es el que está siguiendo a la inesperada muerte, por un infarto, de Rita Barberá, apenas dos días después de declarar en el Tribunal Supremo, por su condición de senadora y, por tanto, aforada, en una presunta trama de blanqueo de capitales y financiación irregular del PP valenciano.

Barberá ha sido una de las figuras más importantes en la política española en el último cuarto de siglo. Toda una vida en la primera línea desde que llegara a la Alcaldía de Valencia en 1991. Antes había perdido unas elecciones autonómicas con Joan Lerma. Barberá no saldría del Ayuntamiento de Valencia hasta las elecciones municipales de 2015. Los valencianos le enseñaron entonces, en las urnas, la puerta de salida.

Un referente básico en el municipalismo, con seis mandatos consecutivos en la tercera ciudad más populosa de España.

Pero mucho más. Barberá ha sido una pieza imprescindible en el PP. Imprescindible. Carné número tres del PP, solo por detrás de Manuel Fraga y José María Aznar. Una figura que explica muchas cosas del PP. Y en un lugar tan sensible como la Comunidad Valenciana.

El estilo Barberá encaja como un guante en eso que el PP y adláteres adjudican con notable desprecio a otros: el populismo.

Un fortísimo personalismo, con un sentido del humor muy particular, que la hizo, consecuentemente, partícipe directa de todo lo que ha pasado en la Comunidad Valenciana durante los gobiernos de Zaplana y, sobre todo, Camps, con el que mantenía una mejor relación. ¡Y vaya si han pasado cosas en la orilla levantina!

Nadie que quisiera hacer carrera en el PP en Valencia podía osar a cuestionar a ‘la jefa’. Un apelativo que dice mucho del personaje. Un apelativo rebajado, por la misma Barberá, a broma de la Policía Local por una gorra de la alcaldesa. El humor Barberá.


Tampoco nadie que quisiera mandar en el PP en Génova. Bien lo sabe el mismo Mariano Rajoy, que la necesitó en sus momentos más críticos, cuando Esperanza Aguirre amagó con disputarle el liderazgo.

Durante muchos años, hasta que el castillo quedó sepultado bajo un lodazal de corrupción, el PP de la Comunidad Valenciana era la nueva joya de la corona de la derecha española.

Y allí estaba Rita.

Rajoy, incluso cuando el río de la corrupción estaba desbordado, mantenía intacta la confianza en la polémica alcaldesa de Valencia en un mitin en las últimas elecciones municipales, hace apenas un año y medio:

“Rita, eres la mejor. Valencia siempre fue Valencia, pero desde que Rita es alcaldesa ha dado un salto adelante que ninguna ciudad europea dio. A ver quién me dice lo contrario y sobre todo quién me lo argumenta”.

Ya saben, los mítines comparten mensaje hipócrita con los funerales. Y sin necesidad de finado al que velar.

Rita Barberá no fue una buena alcaldesa.

Su proyecto se basó en la ostentación. La política de los grandes eventos. La política de los castillos (en el aire) que se acabaron derrumbando con estrépito.

Uno tras otro: la Ciudad de las Artes y las Ciencias, la visita del Papa Benedicto XVI, la Fórmula Uno, la Copa América…

En Valencia, todo se hacía a lo grande.

Y se cayó... a lo grande.

Un paseo por las ruinas de lo que dejaron la Copa América o la Fórmula Uno es el mejor resumen de su gestión.



Pero Valencia siempre es más.

No era suficiente con una política municipal megalómana.

Valencia es la cuna de la corrupción.

Y, aunque costó, fue la corrupción la que acabó con ‘la jefa’.

La derrota en las urnas en las municipales de 2015 fue el primer paso.

Barberá expresó, mejor que nadie, lo que pasó en las urnas, en la ciudad y en la comunidad:

-¡Qué ostia, qué ostia!

El PP le buscó un destino cómodo: senadora.

La blindó judicialmente, en medio del carrusel de elecciones, con su inclusión en la Diputación Permanente del Senado.

Pero, fuera de la Alcaldía, avanzó la batalla judicial.

‘La jefa’ ya no tenía el poder de antes.

Hasta sus fieles la abandonaban.

El PP empezó a repudiarla en público. Le exigió que abandonara el Senado. Barberá se negó y pasó al Grupo Mixto.

El ‘modus operandi’ tradicional en el PP cuando alguien ya está absolutamente quemado por la corrupción. De protegerlo a capa y espada a desentenderse, como si no lo conocieran de nada.

Ya no es de los nuestros.

No hay que irse muy lejos.

Mientras Barberá declaraba en el Tribunal Supremo, Pablo Casado, el vicesecretario de Comunicación del PP, marcaba distancias con la otrora referencia del PP valenciano: “No está ya en el Partido Popular y no tenemos nada que comentar al respecto”.

La muerte de Rita Barberá no ha tardado en cambiar el mensaje.

“Se hace muy duro esto (…). Ha dedicado su vida a Valencia. Ha dedicado su vida al PP”, ha recordado Rajoy.


Rita Barberá, una vez muerta, ha vuelto a ser ‘uno de los nuestros’.

El mismo PP que se había desmarcado de Barberá, en plena avalancha judicial, ha cogido el pañuelo cual plañidera en un cementerio para llorar la pérdida de la exalcaldesa de Valencia.

Ahí tenemos, como claro ejemplo, la loa de Rafael Hernando, portavoz del PP en el Congreso: “Gran servidora pública. Linchada política y mediáticamente”.

Y la corrupta Rita Barberá ha pasado a ser la víctima Rita Barberá. La víctima de “una cacería” judicial, política y mediática.

Celia Villalobos: “Habéis condenado a muerte a Rita Barberá. Estaba muy dolida y destrozada, y con razón. Si yo lo estaba con el Candy Crush (cuando le pillaron a Villalobos jugando en el Congreso), que era una tontería, ¡cómo no lo iba a estar ella por lo de los 1.000 euros!” (por el ‘pitufeo’ de la financiación irregular del PP de Valencia).

Rafael Catalá, ministro de Justicia: “Cada uno tendrá sobre su conciencia lo que ha hecho y ha dicho (de Barberá), las barbaridades que se le han atribuido sin ninguna prueba y justificación. Yo lo que siento muchísimo es que haya tenido unos meses finales con tanta crítica injustificada, en mi opinión. Yo he hablado siempre de la presunción de inocencia”.

El coro de plañideras.

Las alabanzas del último día.

¡Qué buena era Rita!

Hoy.

Hace dos días, cuando declaraba en el Tribunal Supremo…

Santa Rita, que estaba en el infierno del PP, ha sido elevada a los cielos.

Solo ha sido necesario… que dijera ‘adiós’. ¡Hipócritas!

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