De
alabada durante casi tres décadas a repudiada, corrupción de por medio, en su
mismo hogar: el PP. Y de repudiada a santificada, muerte incluida, en cuestión de dos días tras excursión previa por el Tribunal Supremo. La
glorificación de Rita Barberá. ¡Santa Rita! Y, digo yo, si Santa Rita Barberá era tan
buena, ¿por qué el PP la había abandonado en los últimos meses?
Líbrame del día de
las alabanzas.
¡Qué gran verdad!
No hay acto más
hipócrita que la muerte.
No por el muerto,
claro, sino por el espectáculo (artificial) que se crea a su alrededor. ¡Si el
muerto recuperara la audición se indignaría o se carcajearía, según su sentido
del humor, con muchos comentarios!
¡Qué bueno era!
¡Cómo le echaremos de menos! ¡Se van siempre los mejores!
Muertos somos
(casi) todos maravillosos.
El espectáculo de
la hipocresía en su máximo esplendor.
Y no se libra
(casi) nadie.
Ese espectáculo
hipócrita es el que está siguiendo a la inesperada muerte, por un infarto, de
Rita Barberá, apenas dos días después de declarar en el Tribunal Supremo, por
su condición de senadora y, por tanto, aforada, en una presunta trama de blanqueo de capitales y financiación irregular del PP valenciano.
Barberá ha sido una
de las figuras más importantes en la política española en el último cuarto de
siglo. Toda una vida en la primera línea desde que llegara a la Alcaldía de
Valencia en 1991. Antes había perdido unas elecciones autonómicas con Joan Lerma. Barberá no saldría del Ayuntamiento de Valencia hasta las elecciones municipales de 2015. Los
valencianos le enseñaron entonces, en las urnas, la puerta de salida.
Un referente básico
en el municipalismo, con seis mandatos consecutivos en la tercera ciudad más
populosa de España.
Pero mucho más.
Barberá ha sido una pieza imprescindible en el PP. Imprescindible. Carné número tres del PP, solo por detrás de Manuel Fraga y José María Aznar. Una figura
que explica muchas cosas del PP. Y en un lugar tan sensible como la Comunidad
Valenciana.
El estilo Barberá
encaja como un guante en eso que el PP y adláteres adjudican con notable desprecio a
otros: el populismo.
Un fortísimo
personalismo, con un sentido del humor muy particular, que la hizo,
consecuentemente, partícipe directa de todo lo que ha pasado en la Comunidad
Valenciana durante los gobiernos de Zaplana y, sobre todo, Camps, con el que
mantenía una mejor relación. ¡Y vaya si han pasado cosas en la orilla
levantina!
Nadie que quisiera
hacer carrera en el PP en Valencia podía osar a cuestionar a ‘la jefa’. Un
apelativo que dice mucho del personaje. Un apelativo rebajado, por la misma
Barberá, a broma de la Policía Local por una gorra de la alcaldesa. El humor Barberá.
Tampoco nadie que
quisiera mandar en el PP en Génova. Bien lo sabe el mismo Mariano Rajoy, que la
necesitó en sus momentos más críticos, cuando Esperanza Aguirre amagó con
disputarle el liderazgo.
Durante muchos años,
hasta que el castillo quedó sepultado bajo un lodazal de corrupción, el PP de
la Comunidad Valenciana era la nueva joya de la corona de la derecha española.
Y allí estaba Rita.
Rajoy, incluso cuando el
río de la corrupción estaba desbordado, mantenía intacta la confianza en la polémica
alcaldesa de Valencia en un mitin en las últimas elecciones municipales, hace
apenas un año y medio:
“Rita, eres la
mejor. Valencia siempre fue Valencia, pero desde que Rita es alcaldesa ha dado
un salto adelante que ninguna ciudad europea dio. A ver quién me dice lo
contrario y sobre todo quién me lo argumenta”.
Ya saben, los
mítines comparten mensaje hipócrita con los funerales. Y sin necesidad de finado al que velar.
Rita Barberá no fue
una buena alcaldesa.
Su proyecto se basó
en la ostentación. La política de los grandes eventos. La política de los
castillos (en el aire) que se acabaron derrumbando con estrépito.
Uno tras otro: la
Ciudad de las Artes y las Ciencias, la visita del Papa Benedicto XVI, la
Fórmula Uno, la Copa América…
En Valencia, todo
se hacía a lo grande.
Y se cayó... a lo
grande.
Un paseo por las
ruinas de lo que dejaron la Copa América o la Fórmula Uno es el mejor resumen
de su gestión.
Pero Valencia
siempre es más.
No era suficiente
con una política municipal megalómana.
Valencia es la cuna
de la corrupción.
Y, aunque costó,
fue la corrupción la que acabó con ‘la jefa’.
La derrota en las
urnas en las municipales de 2015 fue el primer paso.
Barberá expresó,
mejor que nadie, lo que pasó en las urnas, en la ciudad y en la comunidad:
-¡Qué ostia, qué
ostia!
El PP le buscó un
destino cómodo: senadora.
La blindó
judicialmente, en medio del carrusel de elecciones, con su inclusión en la
Diputación Permanente del Senado.
Pero, fuera de la
Alcaldía, avanzó la batalla judicial.
‘La jefa’ ya no
tenía el poder de antes.
Hasta sus fieles la
abandonaban.
El PP empezó a
repudiarla en público. Le exigió que abandonara el Senado. Barberá se negó y
pasó al Grupo Mixto.
El ‘modus operandi’
tradicional en el PP cuando alguien ya está absolutamente quemado por la
corrupción. De protegerlo a capa y espada a desentenderse, como si no lo conocieran de nada.
Ya no es de los
nuestros.
No hay que irse muy
lejos.
Mientras Barberá
declaraba en el Tribunal Supremo, Pablo Casado, el vicesecretario de
Comunicación del PP, marcaba distancias con la otrora referencia del PP
valenciano: “No está ya en el Partido Popular y no tenemos nada que comentar al
respecto”.
La muerte de Rita
Barberá no ha tardado en cambiar el mensaje.
“Se hace muy duro
esto (…). Ha dedicado su vida a Valencia. Ha dedicado su vida al PP”, ha
recordado Rajoy.
Rita Barberá, una
vez muerta, ha vuelto a ser ‘uno de los nuestros’.
El mismo PP que se
había desmarcado de Barberá, en plena avalancha judicial, ha cogido el pañuelo
cual plañidera en un cementerio para llorar la pérdida de la exalcaldesa de
Valencia.
Ahí tenemos, como
claro ejemplo, la loa de Rafael Hernando, portavoz del PP en el Congreso: “Gran
servidora pública. Linchada política y mediáticamente”.
Y la corrupta Rita
Barberá ha pasado a ser la víctima Rita Barberá. La víctima de “una cacería”
judicial, política y mediática.
Celia Villalobos:
“Habéis condenado a muerte a Rita Barberá. Estaba muy dolida y destrozada, y
con razón. Si yo lo estaba con el Candy Crush (cuando le pillaron a Villalobos
jugando en el Congreso), que era una tontería, ¡cómo no lo iba a estar ella por
lo de los 1.000 euros!” (por el ‘pitufeo’ de la financiación irregular del PP
de Valencia).
Rafael Catalá,
ministro de Justicia: “Cada uno tendrá sobre su conciencia lo que ha hecho y ha
dicho (de Barberá), las barbaridades que se le han atribuido sin ninguna prueba
y justificación. Yo lo que siento muchísimo es que haya tenido unos meses
finales con tanta crítica injustificada, en mi opinión. Yo he hablado siempre
de la presunción de inocencia”.
El coro de
plañideras.
Las alabanzas del
último día.
¡Qué buena era
Rita!
Hoy.
Hace dos días,
cuando declaraba en el Tribunal Supremo…
Santa Rita, que
estaba en el infierno del PP, ha sido elevada a los cielos.
Solo ha sido
necesario… que dijera ‘adiós’. ¡Hipócritas!
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