miércoles, 9 de noviembre de 2016

¿Por qué ganó Donald Trump?

Una mala candidata demócrata, Hillary Clinton, una mejor respuesta a la crisis socio-económica en los estados del deprimido ‘rush belt’ y un peligroso auge mundial de los nacionalismos, que en Estados Unidos se suma a un preocupante problema racial creciente.

La Torre Trump de Manhattan, tras la victoria del candidato republicano.
No me alegro de la victoria de Donald Trump.

Tampoco me habría alegrado del triunfo de Hillary Clinton.

Me parecían, y me siguen pareciendo, dos pésimos candidatos.

Sostenía en este blog, en el artículo ‘¿Emperador o emperatriz en la Casa Blanca?’, que, “pase lo que pase, las presidenciales de 2016 son ya un gran fracaso”.

Era un fracaso que un candidato como Trump llegara a las puertas de la Casa Blanca, incluso a pesar del rechazo de la oligarquía del Partido Republicano. El expresidente George W. Bush adelantó que votaría en blanco. McCain y Romney, los dos candidatos republicanos derrotados por Obama en 2008 y 2012, respectivamente, descartaron apoyar a Trump.

Machista hasta el extremo de lindar lo delictivo. Ignoro si las numerosas confesiones de los últimos días de mujeres presuntamente agredidas sexualmente por el nuevo presidente de Estados Unidos tendrán recorrido legal. Si realmente hubo delito, debería, ¿no?

Xenófobo, desgajando hasta supurar las diferencias raciales en Estados Unidos y avivando la desconfianza, cuando no directamente el odio, acusando a los latinos poco menos que de delincuentes. Ya veremos si hay “a great wall” (“un gran muro”), como se ha vanagloriado en los últimos meses, en la frontera con México. Y quién lo paga.

Tramposo, eludiendo sus responsabilidades fiscales durante dieciocho años, amparado en una dudosa bancarrota.

Y, sin embargo, ha ganado.

Ha ganado porque, como decía, las elecciones eran, “pase lo que pase”, un gran fracaso.

Y no solo por Trump.

Hillary Clinton era una pésima candidata.

Por eso ha perdido.

Hillary Clinton y la oligarquía del Partido Demócrata son los únicos culpables de la victoria de Donald Trump.

El Partido Demócrata tenía en su mano una ilusionante alternativa al legado de Barack Obama: el senador por Vermont Bernie Sanders, un socialdemócrata a la europea. Un socialista de corazón.

Pero un verso suelto en el Partido Demócrata.

La nominación de Hillary Clinton significaba dar varios pasos atrás con respecto a Obama.

¿No lo entendió el Partido Demócrata en las Primarias de 2008?

Entonces, Barack Obama, un prometedor afroamericano con una corta carrera (menos de cuatro años) en el Senado representando a Illinois, derrotó a la candidata oficial del partido: Hillary Clinton.

¿Y qué ha cambiado en Hillary Clinton en estos últimos ocho años para merecer la Casa Blanca?

Nada.

Hillary Clinton sigue siendo la misma.

La misma candidata sin carisma. ¡Menos mal que los Obama e incluso su avejentado marido, Bill Clinton, han tenido un papel muy activo en la campaña!

La misma candidata fría, robótica, sin empatía social.

La misma candidata que lleva en la política estadounidense más de tres décadas. Primero a la sombra de Bill Clinton, en Arkansas y posteriormente en la Casa Blanca. Después, como protagonista, en primera línea, aspirando a todo.

La misma candidata que participó, públicamente y con orgullo, en la defensa de la Guerra de Iraq, uno de los mayores errores en la historia moderna..., y no solo en Estados Unidos.

La misma candidata con una relación privilegiada con todo el ‘establishment’ financiero, empresarial y mediático en Estados Unidos.

La misma candidata, redimida de su derrota en las primarias con Obama con el codiciado puesto de secretaria de Estado, con una hoja de servicios tan cuestionable como la promoción de las guerras de Siria y Libia.

¿O es que acaso Hillary Clinton solo tenía el problema de los famosos e-mails?

Era una mala candidata.

Se equivocó el Partido Demócrata.

Montaron unas Primarias como un paseo militar, con la única oposición del abuelete cascarrabias de Vermont.

Incluso así, maniobraron para frenar cualquier sorpresa. Porque Sanders podía ganar.

De hecho, Sanders venció en las primarias (abiertas) de Michigan y Wisconsin, dos estados tradicionalmente demócratas que Hillary Clinton ha perdido ante Trump.

Hillary Clinton y su risa forzada se sentaron a la espera de recoger el voto de las minorías latina y afroamericana y de los múltiples errores dialécticos del charlatán provocador Donald Trump.

Queda una fractura en Estados Unidos como hacía mucho tiempo que no se veía.

Una fractura geográfica, con Nueva Inglaterra, la costa oeste, Illinois, Minnesota, Colorado y Nuevo México como únicos diques a Trump.

Una fractura entre el mundo urbano y rural, con las grandes metrópolis y las ciudades de tamaño medio (muy abundantes en Estados Unidos) enfrentadas.

Una fractura socio-económica, decisiva en el resultado de las elecciones. Trump ha arrasado en el deprimido ‘rush belt’, con una aplastante victoria en Ohio por casi nueve puntos y dos golpes muy duros en Pennsylvania y Michigan. Desde la década de los ochenta, con Ronald Reegan y George Bush (padre), los republicanos no ganaban en Pennsylvania y Michigan.

Una fractura educativa, con las clases menos formadas, y a menudo con peores condiciones económicas, apoyando a Trump. Los blancos sin estudios le han empujado hasta la Casa Blanca.

Y, lo más preocupante, una fractura racial en un país construido a base de inmigración. No es un problema nuevo, ni mucho menos, pero ha despertado con fuerza. Trump ha ganado a pesar de no contar con el respaldo de afroamericanos y latinos. Pero ha tenido el apoyo mayoritario de los blancos. Inquietante para la convivencia futura en Estados Unidos. Porque, les guste o no a los republicanos, van a seguir llegando inmigrantes. Y porque, les guste o no a los demócratas, la población blanca está aflorando la xenofobia.

Y es que el triunfo de Donald Trump es el triunfo de la nueva oleada nacionalista que está avanzando por todo el mundo.

El Brexit, el auge de la ultraderecha en la Europa del Este o en Francia, Holanda y la misma Alemania, la victoria de Trump, con su lema ‘Make America Great Again’… No son situaciones inconexas.

Volvemos a los nacionalismos. Cuidado, mucho cuidado.

Las crecientes desigualdades sociales, laborales y económicas, ante la torpe reacción del ‘establishment’, han abonado el terreno para los nacionalismos.

En esencia, eso es Donald Trump, que contará además con la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y el Senado. Eso son sus votantes, ante todo nacionalistas estadounidenses.

Y por eso, y por una mala candidata demócrata, ha ganado la Casa Blanca quien nunca lo debería haber hecho.

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