Una
mala candidata demócrata, Hillary Clinton, una mejor respuesta a la crisis
socio-económica en los estados del deprimido ‘rush belt’ y un peligroso auge
mundial de los nacionalismos, que en Estados Unidos se suma a un preocupante problema racial
creciente.
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La Torre Trump de Manhattan, tras la victoria del candidato republicano. |
No me alegro de la
victoria de Donald Trump.
Tampoco me habría
alegrado del triunfo de Hillary Clinton.
Me parecían, y me
siguen pareciendo, dos pésimos candidatos.
Sostenía en este
blog, en el artículo ‘¿Emperador o emperatriz en la Casa Blanca?’, que, “pase
lo que pase, las presidenciales de 2016 son ya un gran fracaso”.
Era un fracaso que
un candidato como Trump llegara a las puertas de la Casa Blanca, incluso a
pesar del rechazo de la oligarquía del Partido Republicano. El expresidente George W. Bush adelantó que
votaría en blanco. McCain y Romney, los dos candidatos republicanos derrotados
por Obama en 2008 y 2012, respectivamente, descartaron apoyar a Trump.
Machista hasta el
extremo de lindar lo delictivo. Ignoro si las numerosas confesiones de los
últimos días de mujeres presuntamente agredidas sexualmente por el nuevo
presidente de Estados Unidos tendrán recorrido legal. Si realmente hubo delito,
debería, ¿no?
Xenófobo,
desgajando hasta supurar las diferencias raciales en Estados Unidos y avivando
la desconfianza, cuando no directamente el odio, acusando a los latinos poco menos que de
delincuentes. Ya veremos si hay “a great wall” (“un gran muro”), como se ha
vanagloriado en los últimos meses, en la frontera con México. Y quién lo paga.
Tramposo, eludiendo
sus responsabilidades fiscales durante dieciocho años, amparado en una dudosa
bancarrota.
Y, sin embargo, ha
ganado.
Ha ganado porque,
como decía, las elecciones eran, “pase lo que pase”, un gran fracaso.
Y no solo por
Trump.
Hillary Clinton era
una pésima candidata.
Por eso ha perdido.
Hillary Clinton y la
oligarquía del Partido Demócrata son los únicos culpables de la victoria de
Donald Trump.
El Partido
Demócrata tenía en su mano una ilusionante alternativa al legado de Barack
Obama: el senador por Vermont Bernie Sanders, un socialdemócrata a la europea.
Un socialista de corazón.
Pero un verso
suelto en el Partido Demócrata.
La nominación de
Hillary Clinton significaba dar varios pasos atrás con respecto a Obama.
¿No lo entendió el Partido Demócrata en las Primarias de 2008?
¿No lo entendió el Partido Demócrata en las Primarias de 2008?
Entonces, Barack
Obama, un prometedor afroamericano con una corta carrera (menos de cuatro
años) en el Senado representando a Illinois, derrotó a la candidata oficial del partido: Hillary Clinton.
¿Y qué ha cambiado
en Hillary Clinton en estos últimos ocho años para merecer la Casa Blanca?
Nada.
Hillary Clinton
sigue siendo la misma.
La misma candidata
sin carisma. ¡Menos mal que los Obama e incluso su avejentado marido, Bill
Clinton, han tenido un papel muy activo en la campaña!
La misma candidata
fría, robótica, sin empatía social.
La misma candidata
que lleva en la política estadounidense más de tres décadas. Primero a la
sombra de Bill Clinton, en Arkansas y posteriormente en la Casa Blanca.
Después, como protagonista, en primera línea, aspirando a todo.
La misma candidata
que participó, públicamente y con orgullo, en la defensa de la Guerra de Iraq,
uno de los mayores errores en la historia moderna..., y no solo en Estados Unidos.
La misma candidata
con una relación privilegiada con todo el ‘establishment’ financiero,
empresarial y mediático en Estados Unidos.
La misma candidata,
redimida de su derrota en las primarias con Obama con el codiciado puesto de
secretaria de Estado, con una hoja de servicios tan cuestionable como la
promoción de las guerras de Siria y Libia.
¿O es que acaso
Hillary Clinton solo tenía el problema de los famosos e-mails?
Era una mala
candidata.
Se equivocó el
Partido Demócrata.
Montaron unas
Primarias como un paseo militar, con la única oposición del abuelete cascarrabias de Vermont.
Incluso así,
maniobraron para frenar cualquier sorpresa. Porque Sanders podía ganar.
De hecho, Sanders venció en las primarias (abiertas) de Michigan y Wisconsin, dos estados
tradicionalmente demócratas que Hillary Clinton ha perdido ante Trump.
Hillary Clinton y
su risa forzada se sentaron a la espera de recoger el voto de las minorías
latina y afroamericana y de los múltiples errores dialécticos del charlatán
provocador Donald Trump.
Queda una fractura
en Estados Unidos como hacía mucho tiempo que no se veía.
Una fractura
geográfica, con Nueva Inglaterra, la costa oeste, Illinois, Minnesota, Colorado
y Nuevo México como únicos diques a Trump.
Una fractura entre
el mundo urbano y rural, con las grandes metrópolis y las ciudades de tamaño
medio (muy abundantes en Estados Unidos) enfrentadas.
Una fractura
socio-económica, decisiva en el resultado de las elecciones. Trump ha arrasado
en el deprimido ‘rush belt’, con una aplastante victoria en Ohio por casi nueve
puntos y dos golpes muy duros en Pennsylvania y Michigan. Desde la década de
los ochenta, con Ronald Reegan y George Bush (padre), los republicanos no
ganaban en Pennsylvania y Michigan.
Una fractura
educativa, con las clases menos formadas, y a menudo con peores condiciones
económicas, apoyando a Trump. Los blancos sin estudios le han empujado hasta la
Casa Blanca.
Y, lo más
preocupante, una fractura racial en un país construido a base de inmigración.
No es un problema nuevo, ni mucho menos, pero ha despertado con fuerza. Trump
ha ganado a pesar de no contar con el respaldo de afroamericanos y latinos.
Pero ha tenido el apoyo mayoritario de los blancos. Inquietante para la convivencia
futura en Estados Unidos. Porque, les guste o no a los republicanos, van a seguir llegando inmigrantes. Y porque, les guste o no a los demócratas, la población blanca está aflorando la xenofobia.
Y es que el triunfo
de Donald Trump es el triunfo de la nueva oleada nacionalista que está
avanzando por todo el mundo.
El Brexit, el auge
de la ultraderecha en la Europa del Este o en Francia, Holanda y la misma
Alemania, la victoria de Trump, con su lema ‘Make America Great Again’… No son
situaciones inconexas.
Volvemos a los
nacionalismos. Cuidado, mucho
cuidado.
Las crecientes
desigualdades sociales, laborales y económicas, ante la torpe reacción del ‘establishment’,
han abonado el terreno para los nacionalismos.
En esencia, eso es
Donald Trump, que contará además con la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y el Senado. Eso son sus votantes, ante todo nacionalistas estadounidenses.
Y por eso, y por
una mala candidata demócrata, ha ganado la Casa Blanca quien nunca lo debería haber hecho.
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