La constitución de
las nuevas Cortes ha evidenciado la resistencia, la lamentable resistencia, de
actores políticos y mediáticos para entrar en el siglo XXI. El clasismo social
más rancio no ha desaparecido. ¡Como si llevar traje y corbata y peinado
perfecto con gomina y sin piojos fuera sinónimo de persona íntegra! Algunos
siguen viviendo de las apariencias. Y lo llaman, tristemente, política seria.
Las formas antes que el fondo. Y luego se extrañan que muchos, cada vez más, demandemos cambios.
Nunca me he visto
con rastas.
No es mi estilo capilar. Pero no por motivos clasistas. Paso bastante de los estúpidos convencionalismos sociales que perviven en pleno siglo XXI. No me interesan. Nunca me he disfrazado de lo que no soy. Y yo no soy una persona obsesionada con tener una imagen socialmente pulcra. Prefiero tener una mente pulcra.
Mi aspecto físico ha sido, en ocasiones, desaliñado. Tengo el pelo rizado y bastante rebelde. Pero siempre me ha gustado llevar el pelo largo, al menos hasta que el paso de los años ha menguado (sic) mi cabellera.
Y no me sobran motivos, motivos, obviamente, personales. Siempre he sido bastante perezoso a la hora de ir al peluquero. Lo siento por los peluqueros, pero conmigo no han hecho nunca mucho negocio. Siempre me ha resultado un coñazo ir al peluquero, quedarme quieto (con lo inquieto que soy) durante un cuarto de hora y ‘mantener’ una insustancial conversación mientras me rebajaban la cabellera. En no pocas ocasiones he estado más de medio año sin cortarme el pelo. Creo que mi record fue de ocho-nueve meses, cuando estaba en mis últimos años en el colegio y en la Universidad. A esa pereza a la hora de ir a la peluquería se une, simplemente, que me gusta llevar el pelo largo. Una elección personal.
Y habrá quien me llame sucio porque lo dice el convencionalismo social por tener o haber tenido el pelo largo.
Mi pelo, cuando lo he llevado corto y cuando lo he llevado largo, siempre ha estado limpio. Y los únicos piojos que he tenido (¡Dios mío que he tenido piojos, que me fusilen!) fueron de muy niño en el colegio. Las habituales consecuencias de juntarse un grupo de niños pequeños: mocos y piojos. Esos desvergonzados churumbeles que obvian las normas inquebrantables de los convencionalismos sociales.
Sin embargo, la apariencia capilar, pelo corto o pelo largo, no es la misma para un determinado sector anquilosado y fósil de la sociedad porque, absurdamente, está bien visto llevar el pelo corto, con las patillas bien arregladas, gomina en el pelo, camisa impoluta, traje y corbata. Y, sin embargo, está mal visto llevar el pelo largo, desaliñado, con una camisa o camiseta de sport fuera de unos pantalones vaqueros.
Las apariencias. El disfraz antes que el contenido. El traje o el peinado antes que la misma persona. ¿Qué más da cómo seas si vistes bien?
La constitución de las nuevas Cortes ha deparado un resurgir, si es que había desaparecido, del apestoso clasismo de una parte de la sociedad española, de la que lleva física o mentalmente traje y corbata pensando que conlleva una mayor integridad y legitimidad social, económica y democrática.
Y todo porque un diputado de Podemos por Tenerife, Alberto Rodríguez, apareció con un look diferente en la primera jornada del nuevo Congreso, con unas rastas en el pelo.
El diputado de las rastas, como ya se le conoce, tiene 31 años. Es hijo de una maestra y un electricista, técnico Superior en Química Ambiental y operador en una refinería de petróleo y activista social. Alberto Rodríguez ha sido objeto de críticas por esa España rancia política y mediática que se resiste a entrar en el siglo XXI y entregar el poder porque los otros somos diferentes.
La diputada popular
Celia Villalobos, que lleva en el Congreso desde 1989 y se debe pensar ya que
es su casa y su tesoro, se las ha dado, con pésimos resultados, de ‘Chiquita de la Calzada’ con el
diputado de las rastas:
“A mí que un diputado de Podemos, o que fuera del Partido Popular o de donde fuera, lleve rastas me da igual. Yo tengo sobrinos y familiares y chavales que tienen rastas... A mí con que las lleven limpias, para que no me peguen un piojo, me parece prefecto”, soltó la higiénica Villalobos en el programa ‘La Mañana’ (La Primera) de Mariló Montero, otro claro ejemplo de la España rancia que va de íntegra por llevar el pelo y el vestuario arreglados.
¿Un desliz?
La conservadora periodista Pilar Cernuda, en la tertulia de Espejo Público (Antena 3), ha repartido carnets de higiene a los nuevos diputados de Podemos. Cernuda pedía “un poquito de limpieza porque en el Congreso conviven muchas personas juntas (…). Lo que vi y lo que olí. Que hace falta limpieza también, que la progresía no está reñida con el baño, con la ducha”.
¿Dos deslices?
El ultraconservador diario ABC, que sigue anclado mentalmente en el año de su fundación, 1903, dedicaba una curiosa portada al diputado de las rastas. Con una imagen de Alberto Rodríguez, en primer plano, y un aparentemente estupefacto Mariano Rajoy, en segundo, ABC titulaba: ‘El Congreso de las caras nuevas, y las caras de sorpresa’, con un pie de foto que buscaba criminalizar al debutante en el Congreso: ‘Mariano Rajoy observa, ayer en el Congreso, al diputado de Podemos Alberto Rodríguez, quien presume, entre otros méritos, de haber estado detenido’.
El principal problema de los tres ejemplos de Villalobos, Cernuda y el diario ABC, los tres más claros en unos últimos días llenos de declaraciones rancias, de un clasismo carca que no se corresponde con los tiempos actuales, es que no responden a un calentón sino que responden a una pauta.
¿Se acuerdan del 15-M? ¿Se acuerdan de los perroflautas?
El movimiento social del 15-M, que supuso un despertar ciudadano, ya sirvió para que la España más carca enseñara la patita y destilara su clasismo y pavor contra aquellos que pedíamos (y seguimos pidiendo) una democracia mejor, más justa y real.
Para la España carca, el 15-M eran los perrofalutas, los de las rastas, los sucios, los que se ganaban la vida con los malabares y tocando el tambor en las esquinas de las calles de España… No hay nada como tirar de tópicos para desprestigiar a alguien.
De poco valía que el 15-M fuera un movimiento muy heterogéneo, incluso capilarmente.
La España rancia ya había dictado sentencia: eran unos perroflautas que, además, olían mal. Porque para esa España rancia la gente de izquierdas olemos mal, no nos aseamos, vamos mal peinados y peor vestidos. Y somos gente peligrosa.
¿Y dónde está el peligro?
El peligro, más allá de que exista gente clasista, traspasa las supuestas barreras capilares e higiénicas.
El peligro real, para esa España casposa, es el definitivo despertar del pueblo. El peligro real es que el cambio democrático que muchos llevamos demandando se haga pronto realidad.
Y eso, cada día, es más posible, llevemos, o no, rastas.
Igual deshacernos, por completo, de unos cuantos ñoños convencionalismos sociales sería un interesante primer paso. Vencer ese estúpido convencionalismo social que hace que algunos, por ir mejor vestidos o peinados, miren por encima del hombro al resto sea en la política, una entrevista laboral, un centro de trabajo o la misma calle.
¿A que huelen señores tan impecablemente vestidos y peinados, cuando el pelo se lo permite, como Rodrigo Rato, Miguel Blesa, Luis Bárcenas, Francisco Granados, Carlos Fabra, Jaume Matas o el diputado popular Pedro Gómez de la Serna, que ha entrado en el Congreso a pesar de estar bajo investigación por el cobro de unas dudosas y millonarias comisiones?
Huelen a corrupción. Y sin rastas.
El diputado Alberto Rodríguez, sin corbata, sin traje y con sus rastas, huele a cambio político y social. Y eso es lo que, verdaderamente, les da miedo a algunos.
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Alberto Rodríguez toma posesión de su escaño en el Congreso. |
No es mi estilo capilar. Pero no por motivos clasistas. Paso bastante de los estúpidos convencionalismos sociales que perviven en pleno siglo XXI. No me interesan. Nunca me he disfrazado de lo que no soy. Y yo no soy una persona obsesionada con tener una imagen socialmente pulcra. Prefiero tener una mente pulcra.
Mi aspecto físico ha sido, en ocasiones, desaliñado. Tengo el pelo rizado y bastante rebelde. Pero siempre me ha gustado llevar el pelo largo, al menos hasta que el paso de los años ha menguado (sic) mi cabellera.
Y no me sobran motivos, motivos, obviamente, personales. Siempre he sido bastante perezoso a la hora de ir al peluquero. Lo siento por los peluqueros, pero conmigo no han hecho nunca mucho negocio. Siempre me ha resultado un coñazo ir al peluquero, quedarme quieto (con lo inquieto que soy) durante un cuarto de hora y ‘mantener’ una insustancial conversación mientras me rebajaban la cabellera. En no pocas ocasiones he estado más de medio año sin cortarme el pelo. Creo que mi record fue de ocho-nueve meses, cuando estaba en mis últimos años en el colegio y en la Universidad. A esa pereza a la hora de ir a la peluquería se une, simplemente, que me gusta llevar el pelo largo. Una elección personal.
Y habrá quien me llame sucio porque lo dice el convencionalismo social por tener o haber tenido el pelo largo.
Mi pelo, cuando lo he llevado corto y cuando lo he llevado largo, siempre ha estado limpio. Y los únicos piojos que he tenido (¡Dios mío que he tenido piojos, que me fusilen!) fueron de muy niño en el colegio. Las habituales consecuencias de juntarse un grupo de niños pequeños: mocos y piojos. Esos desvergonzados churumbeles que obvian las normas inquebrantables de los convencionalismos sociales.
Sin embargo, la apariencia capilar, pelo corto o pelo largo, no es la misma para un determinado sector anquilosado y fósil de la sociedad porque, absurdamente, está bien visto llevar el pelo corto, con las patillas bien arregladas, gomina en el pelo, camisa impoluta, traje y corbata. Y, sin embargo, está mal visto llevar el pelo largo, desaliñado, con una camisa o camiseta de sport fuera de unos pantalones vaqueros.
Las apariencias. El disfraz antes que el contenido. El traje o el peinado antes que la misma persona. ¿Qué más da cómo seas si vistes bien?
La constitución de las nuevas Cortes ha deparado un resurgir, si es que había desaparecido, del apestoso clasismo de una parte de la sociedad española, de la que lleva física o mentalmente traje y corbata pensando que conlleva una mayor integridad y legitimidad social, económica y democrática.
Y todo porque un diputado de Podemos por Tenerife, Alberto Rodríguez, apareció con un look diferente en la primera jornada del nuevo Congreso, con unas rastas en el pelo.
El diputado de las rastas, como ya se le conoce, tiene 31 años. Es hijo de una maestra y un electricista, técnico Superior en Química Ambiental y operador en una refinería de petróleo y activista social. Alberto Rodríguez ha sido objeto de críticas por esa España rancia política y mediática que se resiste a entrar en el siglo XXI y entregar el poder porque los otros somos diferentes.
“A mí que un diputado de Podemos, o que fuera del Partido Popular o de donde fuera, lleve rastas me da igual. Yo tengo sobrinos y familiares y chavales que tienen rastas... A mí con que las lleven limpias, para que no me peguen un piojo, me parece prefecto”, soltó la higiénica Villalobos en el programa ‘La Mañana’ (La Primera) de Mariló Montero, otro claro ejemplo de la España rancia que va de íntegra por llevar el pelo y el vestuario arreglados.
¿Un desliz?
La conservadora periodista Pilar Cernuda, en la tertulia de Espejo Público (Antena 3), ha repartido carnets de higiene a los nuevos diputados de Podemos. Cernuda pedía “un poquito de limpieza porque en el Congreso conviven muchas personas juntas (…). Lo que vi y lo que olí. Que hace falta limpieza también, que la progresía no está reñida con el baño, con la ducha”.
¿Dos deslices?
El ultraconservador diario ABC, que sigue anclado mentalmente en el año de su fundación, 1903, dedicaba una curiosa portada al diputado de las rastas. Con una imagen de Alberto Rodríguez, en primer plano, y un aparentemente estupefacto Mariano Rajoy, en segundo, ABC titulaba: ‘El Congreso de las caras nuevas, y las caras de sorpresa’, con un pie de foto que buscaba criminalizar al debutante en el Congreso: ‘Mariano Rajoy observa, ayer en el Congreso, al diputado de Podemos Alberto Rodríguez, quien presume, entre otros méritos, de haber estado detenido’.
El principal problema de los tres ejemplos de Villalobos, Cernuda y el diario ABC, los tres más claros en unos últimos días llenos de declaraciones rancias, de un clasismo carca que no se corresponde con los tiempos actuales, es que no responden a un calentón sino que responden a una pauta.
¿Se acuerdan del 15-M? ¿Se acuerdan de los perroflautas?
El movimiento social del 15-M, que supuso un despertar ciudadano, ya sirvió para que la España más carca enseñara la patita y destilara su clasismo y pavor contra aquellos que pedíamos (y seguimos pidiendo) una democracia mejor, más justa y real.
Para la España carca, el 15-M eran los perrofalutas, los de las rastas, los sucios, los que se ganaban la vida con los malabares y tocando el tambor en las esquinas de las calles de España… No hay nada como tirar de tópicos para desprestigiar a alguien.
De poco valía que el 15-M fuera un movimiento muy heterogéneo, incluso capilarmente.
La España rancia ya había dictado sentencia: eran unos perroflautas que, además, olían mal. Porque para esa España rancia la gente de izquierdas olemos mal, no nos aseamos, vamos mal peinados y peor vestidos. Y somos gente peligrosa.
¿Y dónde está el peligro?
El peligro, más allá de que exista gente clasista, traspasa las supuestas barreras capilares e higiénicas.
El peligro real, para esa España casposa, es el definitivo despertar del pueblo. El peligro real es que el cambio democrático que muchos llevamos demandando se haga pronto realidad.
Y eso, cada día, es más posible, llevemos, o no, rastas.
Igual deshacernos, por completo, de unos cuantos ñoños convencionalismos sociales sería un interesante primer paso. Vencer ese estúpido convencionalismo social que hace que algunos, por ir mejor vestidos o peinados, miren por encima del hombro al resto sea en la política, una entrevista laboral, un centro de trabajo o la misma calle.
¿A que huelen señores tan impecablemente vestidos y peinados, cuando el pelo se lo permite, como Rodrigo Rato, Miguel Blesa, Luis Bárcenas, Francisco Granados, Carlos Fabra, Jaume Matas o el diputado popular Pedro Gómez de la Serna, que ha entrado en el Congreso a pesar de estar bajo investigación por el cobro de unas dudosas y millonarias comisiones?
Huelen a corrupción. Y sin rastas.
El diputado Alberto Rodríguez, sin corbata, sin traje y con sus rastas, huele a cambio político y social. Y eso es lo que, verdaderamente, les da miedo a algunos.
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