lunes, 10 de noviembre de 2014

Cataluña: no es momento para números, ‘numeritos’ y mayorías silenciosas

Y se votó. O se consultó. Más de dos millones de catalanes expresaron su opinión sobre el futuro de Cataluña: romper o continuar con el resto de España. ¿Éxito? ¿Fracaso? Según los objetivos de quien responda. Lo cierto es que, si nos preguntan hace tres años que estaríamos en esta situación, prácticamente nadie lo habría adivinado. Ya es hora de hablar, DIALOGAR y ESCUCHAR.


10-N. Y siguen votando. Lo harán hasta el martes 25 en ocho sedes de la Generalitat: el Palau Robert en Barcelona y las respectivas delegaciones en Tarragona, Lleida, Girona, Manresa, Vic, Tortosa y Tremp. Las colas del 9-N, que se están repitiendo hoy, confirman, una vez más, la existencia de un importante deseo de los catalanes para decidir su futuro, con una elevada presencia del independentismo. ¿Aún hay quien lo niega?

Escribo desde Castilla y León. No escribo, precisamente, desde un territorio ‘amigo’ del independentismo catalán, ni de ningún otro tipo de independentismo. Aquí se lleva el españolismo, tanto que casi ha destruido el sentimiento castellano. Quedan los localismos. Geográficamente, estoy programado para rechazar todo lo que huela a Cataluña. Algo que, ojo, también existe en zonas de Cataluña con España.

Pero los ciudadanos somos personas adultas. A menudo se olvida. A las élites (económicas, financieras, empresariales, políticas…), con todo muy bien ‘montadito’, no les gusta que la gente active su cerebro y piense por sí misma. ¡Mala suerte compañeros, muy tarde para evitarlo! Cataluña, como todas las comunidades que conforman actualmente España, es libre para marcar su futuro. Libre y consciente del paso al que se enfrenta.

No conozco Cataluña. Llevo tiempo queriendo ir a Barcelona. De cualquier manera, una visita turística a una ciudad no significa, ni mucho menos, descubrir cómo funciona una sociedad. Creo que el desconocimiento sobre Cataluña es bastante amplio en gran parte de España. Y me he dado cuenta con el paso de los años. No hay nada como escuchar. Y, por supuesto, escuchar sin prejuicios.

Vaya por delante que a mí me gustaría que Cataluña se quedara en España. Pero no porque la Constitución promulgue bien rápido, en su artículo 2, “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Ni porque la Constitución, en su artículo 149.1, estipule que el Estado “tiene competencia exclusiva”, entre otros asuntos, en la “autorización para la convocatoria de consultas populares por vía de referéndum”.




La Ley impide cualquier aventura secesionista en España. ¿Es suficiente? No, yo no quiero que Cataluña se quede forzada dentro de España. Quiero que los catalanes se queden porque así lo decidan. Es mi deseo, pero no una obligación. Si una mayoría de los catalanes es partidaria de la independencia, sería un enorme error agitar la Constitución como un infranqueable muro. ¿Qué tipo de relación nos esperaría con una parte obligada a quedarse?

No me gusta, en absoluto, todo lo que sale del independentismo catalán. Me parece que hay mucho victimismo en Cataluña y cierta insolidaridad que me molesta bastante. Les recomendaría a los independentistas que se dieran una vuelta por Castilla y León, por ejemplo, y compararán las infraestructuras que tenemos con las que existen en Cataluña. Me cabrea bastante la insolidaridad fiscal de Cataluña con España. Atufa a egoísmo infantil. Y no me gusta la gente egoísta.

Ni les cuento lo que siento cuando escucho a algún independentista sugerir el famoso lema de ‘España nos roba’. Yo no robo a nadie, sea catalán o no. Es una acusación muy dura, injusta y manipuladora. Si en Cataluña hay mayor riqueza, los impuestos, lógicamente, serán más altos antes, ahora y siempre. Una riqueza gestada, además, con el esfuerzo conjunto de todos los españoles, no solo de los catalanes.

Pero mis objeciones al independentismo catalán, que creo injustificado por motivos fiscales (en una Cataluña independiente seguirán pagando más impuestos quienes más tienen, igual que ahora), no me han impedido escuchar a todos: españolistas, federalistas y secesionistas. Y se llegan a algunas conclusiones que el 9-N no hace más que ratificar: Cataluña pide la palabra, reclama hablar y decidir por sí misma qué quiere ser (esté o no equivocada). Yo no me siento legitimado para decir a un catalán qué tiene que ser por mucho que la Constitución lo permita.



El PP tiene una costumbre muy mala, y muy torpe, a la hora de afrontar los problemas: taparse los ojos y los oídos. Como los niños malcriados cuando no les gusta lo que les dicen: “¡No veo, no escucho!”. Por si fuera necesario, queda otra salida aún más inoportuna e inmadura: desaparecer como si no pasara nada. ¡Y vaya que si pasa! Más de dos millones de catalanes participaron en el 9-N. Más de un 80% optaron por la independencia.

Según transcurría la jornada, con largas colas, se vislumbraba ya la estrategia defensiva desde el Estado para responder a Cataluña: la participación. El 9-N no ha sido una jornada de votación al uso. No existía un censo tradicional ni urnas. El 9-N suponía una consulta degradada (en los informativos de la televisión se han encargado de recalcar que era una pseudoconsulta) lejos del objetivo de un referéndum que el Tribunal Constitucional tumbó.

Los datos de participación hay que analizarlos con mucho cuidado. Desde los sectores más antinacionalistas, que cuando se habla de Cataluña son casi todos en los medios de comunicación, se ha enfatizado en que el 9-N ha sido una “farsa” y un “desafío al Estado”, para el diario ABC. La Razón califica de “desobediencia, prevaricación y malversación” lo que considera “un pucherazo” de Mas. El Mundo titula que “Mas vende como gran éxito su ficción democrática”. El País recibió el 9-N definiéndolo como “inútil”. Tanta negativa unanimidad no parece la mejor estrategia para abordar el asunto de Cataluña.




No son titulares de diálogo. Titulares que van, además, en consonancia directa con la breve intervención, bastante surrealista, del ministro de Justicia, Rafael Catalá, en la noche de la consulta. Para Catalá, la voz del Gobierno, el 9-N solo significó un “acto de pura propaganda”. Una soberbia versión de la rabieta de un niño al que han reñido: “No veo, no escucho”. ¡Ah, y la culpa es tuya que eres malo!

La prensa ha centrado el debate en el número de catalanes que participaron el 9-N: 2,3 millones, alrededor de un tercio del ‘censo’. ¿Son muchos? ¿Son pocos? Para el independentismo, son suficientes para ser escuchados. Para los contrarios a la independencia, son muy pocos para embarcar a Cataluña en aventuras secesionistas. De inmediato, se ha comparado el 9-N con la participación en procesos anteriores:

-2,5 millones y 47% en las últimas elecciones europeas.

-3,6 millones y 67% en las elecciones catalanas de 2012. Entre CiU, ERC y las CUP, las tres formaciones abiertamente independentistas, sumaron 1.740.818 votos.

-2,5 millones y 49% en el referéndum sobre el Estatuto de Cataluña el 18 de junio de 2006.

El 9-N contó con 1.861.753 catalanes (80,76%) partidarios de la independencia en la doble pregunta de la consulta: ¿Quiere que Cataluña sea un Estado? y ¿Quiere que este Estado sea independiente? 232.182 catalanes (10,07%) respondieron afirmativamente que Cataluña sea un Estado, pero no independiente. 104.772 (4,54%) marcaron un doble ‘no’ en la consulta.

Son números, ni más, ni menos. Me parece, como se está haciendo en las últimas horas, erróneo comparar procesos. El 9-N es algo muy específico. En las últimas fechas, además, no ha estado claro que finalmente se realizara. El 9-N no es un referéndum independentista, más bien ha sido un ensayo. Resulta irónico que las mismas voces que calificaban el proceso de pseudoconsulta se agarren ahora a la participación, baja a su entender, para infravalorar el independentismo.

El error se extiende a la hora de explicar los 1.861.753 de votos afirmativos, justificados, casi por completo, por el apoyo a CiU, ERC y las CUP en las últimas elecciones catalanas. Cuidado con esos cálculos que no son tan sencillos y directos. No hagamos de los números ‘numeritos’. Ya vale con las portadas de los medios más conservadores y las reacciones del Gobierno.

Solo falta que el PP esgrima uno de sus argumentos preferidos cuando la calle se moviliza: existe una mayoría silenciosa, en este caso contraria a la independencia de Cataluña. Explicar de una manera tan simple, no caso por caso sino en conjunto, las causas de cada catalán que no acudió a la llamada del 9-N solo puede llevar a una enésima mala interpretación del conflicto político entre Cataluña y España. Y es lo que menos necesitamos a estas alturas.

Que cuatro millones de catalanes, habrá que esperar al día 25 para conocer el número exacto, no hayan participado el 9-N no representa que todos ellos estén en contra de la independencia de Cataluña. Ni en contra, ni a favor. Simplemente no se han pronunciado. Es arriesgado saber de antemano su opinión. Y más cuando los principales partidos que están en contra de la independencia, PP y Ciutadans (del PSC ni se sabe qué pensar viendo su deprimente estado actual), tienen una representación muy inferior en el Parlament que CiU y ERC. Y esos sí que son datos oficiales de las urnas.


No es momento para números, ‘numeritos’ y mayorías silenciosas. El mismo 9-N que se ha infravalorado como pseudoconsulta durante semanas no sirve para explicar la verdadera medida del independentismo en Cataluña. Sí ha abierto una nueva vía, superadas ya las tres últimas multitudinarias Diadas.

Insisto, yo quiero que Cataluña se quede dentro de España. Hace tiempo que superé mi animadversión hacia Cataluña, sustentada en algo tan irracional como la afición futbolística. Tan sencillo como escuchar todas las opiniones, las que me gustaban, las que me ofendían e incluso las que no entendía. Pero, viendo la reacción del ministro de Justicia, seguirá sin ser, de verdad, la hora de hablar, DIALOGAR y ESCUCHAR.

Paso a paso, día a día, perdemos a Cataluña. Y no será, desde luego, por mi culpa. Y, ¿saben? Lo peor de todo es que, cuando se vayan, incluso con los numerosos errores del lado catalán, entenderé que se hayan ido. No les estamos dejando otra salida. Pero, nada, sigamos con los números, ‘numeritos’ y mayorías silenciosas. O, puestos ya, mandemos otra vez al Tribunal Constitucional acompañado por la Fiscalía General del Estado, la Guardia Civil y el Ejército. ¿Para qué hablar y escuchar, verdad?

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