A cuatro días de la Diada, la prensa se inunda de titulares sobre
Cataluña. En realidad, nada nuevo. El órdago secesionista lleva monopolizando
la agenda política (no tanto la ciudadana) en los dos últimos años, rivalizando con las medidas
anticrisis y el hundimiento del bipartidismo. El escándalo fiscal del Clan
Pujol y el horizonte del inminente referéndum independentista de Escocia agitan el
debate. Pero, ¿realmente se sabe qué va a pasar después del 11 de septiembre?
Un paseo este domingo por los quioscos (ese vestigio de la prensa
tradicional del siglo XX en imparable declive) o por internet nos deja un
indiscutible protagonista: Cataluña. La próxima Diada del 11-S y la consulta
independentista del 9-N marcan la agenda política en un curso que debería tener
otras prioridades como una salida equitativa de una crisis económica que no ha
desaparecido por más propaganda que lleve lanzando el PP desde el último año y
medio. Pero para unos (el Gobierno central) y otros (la Generalitat) les
resulta más sencillo hablar de patrias y banderas.
La prensa nacional se ha envuelto en la rojigualda. ‘Una mayoría de catalanes quiere respetar el fallo del Constitucional.
Solo el 23% defiende la consulta aunque el tribunal la prohíba’ (El País). ‘Mas
se considera el actor principal del reto soberanista. Acusa a ERC de ser
espectador secundario. Santamaría advierte de que el 9-N puede retrasar la
salida de la crisis’ (El Mundo). ‘La corrupción desmonta el plan soberanista. La
estrategia del expresidente catalán provoca un choque de intereses con Artur
Mas, su heredero político’ (ABC). ‘El 55,3% de los catalanes no apoyaría la
consulta si es ilegal. Santamaría avisa al president de que sus decisiones
perjudican la recuperación’ (La Razón).
La prensa catalana también ha rebajado el tono soberanista, según se acerca la
Diada y la consulta, e incluso marca ciertas distancias con el proceso. ‘Mas reivindica ante ERC que
CDC es clave en la consulta. El president llama a los republicanos a la unidad:
El partidismo puede hundir al país’ (La Vanguardia). ‘El Caso Pujol castiga a
CiU. Convergència perdería hoy 3,2 puntos en intención directa de voto, y ERC
también bajaría. El 55% considera que el escándalo afectará al proceso
soberanista y el 31%, que no’ (El Periódico). ‘Toque de atención de Mas a ERC.
El presidente admite que el consenso es el eslabón débil del proceso y que un
cálculo partidista puede hundir el país’ (El Punt Avui).
Sondeos y más sondeos (que en España no es que acierten mucho) indican un desgaste del independentismo. El mayúsculo escándalo fiscal del Clan Pujol, con una inabarcable fortuna de origen más que
sospechoso, ha impactado en la sociedad catalana. Pujol ha sido una figura
clave en la transición en Cataluña y España. El Molt Honorable ha pasado de referente
del independentismo a apestado. ¿Una definitiva piedra en el proceso? Según se
mire. Los sondeos de la prensa insisten en que el escándalo de los Pujol ha
descarrillado el proceso independentista. Yo, sinceramente, hasta que no vea la
respuesta ciudadana en la Diada conservó mis dudas.
No soy partidario de la independencia de Cataluña. Apuesto por la globalización,
por una verdadera globalización de los pueblos de todo el mundo, no este cachondeo
capitalista que tenemos. Me desagrada el nacionalismo, todo lo que tiene que
ver con agitar banderas y cantar himnos. Me importan las personas, no las
naciones. Con el centenario de la Primera Guerra Mundial, recupero aquella
genial frase del coronel Dax (Kirk Douglas) en la mítica ‘Senderos de Gloria’
mientras el general Mireau apelaba a su patriotismo para tomar un objetivo
imposible: la Colina de las Hormigas.
Dax, con el sarcástico gesto de Douglas, parafraseaba al doctor Samuel
Johnson:
-No soy un toro, mi
general, no me ponga delante la bandera de Francia para que embista.
-No me gusta que
compare la bandera de Francia con un capote de toreo.
-No he querido ser
irrespetuoso con nuestra bandera, señor.
-Quizás esté
anticuada la idea de patriotismo, pero donde hay un patriota hay un hombre
honrado.
-No todos opinan,
así. El doctor (Samuel) Johnson decía algo muy distinto sobre el patriotismo.
-Y, ¿se puede saber
lo que decía?
-Dijo que era el
último refugio de los canallas.
No, no soy un
patriota. Que nadie me espere en una guerra para defender un trapo, una
bandera. Que nadie me espere para defender el concepto de Estado o País se llama España, Cataluña o como se llame. Cuando
vea un país que antepone los intereses de los ciudadanos a los intereses
particulares nacionales, entonces pensaré que merece la pena luchar por la
patria. No es un lenguaje anticuado. El nacionalismo es una enfermedad que ha
generado demasiados desastres en la historia de la humanidad. ¿Les parece poco
las dos guerras mundiales? Ni siquiera hace falta irse tan lejos. El
nacionalismo desangró los Balcanes, como ahora está desangrando Ucrania.
Creo que mi postura está
bastante clara: odio los nacionalismos. No hay cosa más absurda que
considerarse superior al vecino por temas culturales, lingüísticos, históricos, étnicos,
religiosos o territoriales. ¡Dejemos de crear fronteras, de pelearnos por unos
centímetros de tierra, de considerar al vecino alguien distinto e inferior (sí, inferior) por,
sencillamente, vivir en otro país! El nacionalismo, señalaba, es una enfermedad
y en España, ahora mismo, tenemos dos focos sin vacuna: el rancio nacionalismo españolista que tan bien representa el PP, digno heredero del patriotismo franquista de aquel infausto ‘España
una, grande y libre’, y el supremacista e insolidario nacionalismo catalán
germinado con tanta intensidad por la lengua y la cultura autóctonas como por unos
supuestos desagravios fiscales. La pela es la pela.
No es que esté en
contra de la identidad cultural, lingüística o histórica de algunos pueblos.
Respeto el movimiento político que defiende la construcción de la Europa de los
Pueblos. Pero no lo comparto. Apuesto por una entidad supranacional europea (no
el camelo que tenemos ahora con la UE, cada vez más un protectorado alemán, de
la banca alemana para ser precisos) en la que tengan cabida y representación
cada pueblo o identidad cultural. Todos juntos. No separados. Y en una relación de igual a
igual.
Pero miro las
portadas de los periódicos y me preguntó: Y el 12 de septiembre, ¿qué? ¿Alguien, realmente, se ha preocupado por el
12 de septiembre? Porque la Diada, que nadie lo dude, tendrá una movilización
popular multitudinaria, sea algo mayor o algo menor que en los dos últimos años. Ningún medio de comunicación se olió la tostada, o la
infravaloró o la ocultó, que cada uno se apunte a cada respuesta, la Diada del
año 2012 con una masiva reclamación popular por la independencia. Ni Artur Mas
supo leer el movimiento secesionista que brotaba como nunca en el seno de la
sociedad. No tuvo más remedio que sumarse al carro.
Es un error muy habitual de los sectores del nacionalismo español
argumentar que Artur Mas se ha erigido en Mesías del pueblo catalán prometiendo
el paraíso. Mas no es el protagonista del independentismo catalán. Lo es la
sociedad catalana. Cierto es que si el secesionismo ha germinado con tanta
fuerza en Cataluña ha sido gracias a las políticas de la Generalitat con Jordi Pujol
(sí, el jefe del clan de los defraudadores) y, posteriormente, con el
tripartito con Maragall y Montilla como inconscientes (por el resultado de sus políticas) separadores del resto de España. Pero el contexto en el año 2014 es
diferente: es la sociedad quien empuja a los políticos. No al revés.
Será la sociedad catalana quien decida si desea seguir adelante con la
pulsión independentista, por mucho desencanto que haya producido el Caso Pujol
(algo, de todos modos, que era un runrún histórico en Cataluña), o se echa para
atrás. Es algo que desde La Moncloa y, especialmente, el PP, planteando un innecesario frente antisoberanista con PSC, Ciutadans y Uniò, no han entendido. El
independentismo catalán no se agotará por el Caso Pujol ni por un frenazo del
Tribunal Constitucional a la consulta del 9-N.
¿Tiene plan el Gobierno para el 12 de septiembre? No tengo ninguna duda
de que la prensa más cercana a las tesis oficiales de La Moncloa se encargará de reducir el
impacto de la Diada. Sacarán cálculos (interesados) que hablarán de una menor
participación. Una estrategia que ya han seguido en las últimas semanas
instando a la desmovilización en la Diada. Pero, ¿cree realmente el PP que el
órdago secesionista se cerrará apelando al escándalo Pujol y al miedo al
abismo?
No hay un plan para
el 12 de septiembre. No quiero que Cataluña se marche porque no creo en los
nacionalismos pero me parece que la mejor manera de frenar el proceso no pasa,
precisamente, por el portazo a la consulta. ¿Cómo explicar a la sociedad
catalana que no puede decidir su futuro cuando Escocia se encuentra cerca de
abrir su propio camino como avanzan las últimas encuestas? Es un error usar la
Constitución como un muro para impedir la consulta. No estamos resolviendo el reto
catalán, sino retrasándolo. No hay plan para el 12 de septiembre.
Y empiezo a pensar
que, realmente, nadie quiere tener un plan para el 12 de septiembre. Unos (el
nacionalismo español) y otros (el nacionalismo catalán) se encuentran muy
cómodos mareando la perdiz. Unos y otros, al final, corren el riesgo de que sea
la sociedad catalana, al margen de los intereses políticos, económicos y mediáticos,
quien marque la hoja de ruta. Y, ¿saben qué? Sería lo mejor que nos podría
pasar. Sí a la consulta. No a la independencia. Pero sí a la consulta. No hay
nada peor que no tener un plan B tras la Diada. Sencillo: votar y escuchar.
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