viernes, 19 de septiembre de 2014

Escocia votó y el mundo no se hundió

El Apocalipsis no va a llegar. Al menos, de momento. El rechazo escocés a la independencia ha aliviado a los poderes económicos, la Unión Europea y el Gobierno español con el órdago secesionista de Cataluña sobre la mesa. Pero, ¿realmente se ha parado al independentismo catalán desde Edimburgo y Glasgow? Sería un grave error pensar que sí, y más cuando el Parlament aprobará este mismo viernes una Ley de Consultas para dotar de legalidad la consulta independentista del 9 de noviembre.


Escocia y Cataluña no son iguales. Sin embargo, en las últimas semanas el referéndum de independencia de Escocia ha servido para analizar la reivindicación catalana para separarse de España. Para unos, los partidarios de la consulta, suponía una clara prueba de que se puede preguntar al pueblo para que marque su futuro. Para otros, los defensores de la unidad, un error estratégico de David Cameron que ponía en riesgo a la UE. Solo ha faltado Fernando Arrabal hablando del ‘mineralismo’ y anunciando que “el Apocalipsis va a llegar”.


Escocia ha votado. Lo ha hecho, además, bajo un clima de extrema normalidad. Como no podía ser de otra manera. Los mensajes apocalípticos aireados por la prensa española, casi sin excepción, pensando en clave catalana no han tenido, sin embargo, adeptos en las calles escocesas. Máxima tranquilidad. Cero incidentes. Escocia ha decidido su futuro ofreciendo una destacada lección de madurez ciudadana. Y eso que desde los poderes económicos y las grandes empresas británicas se había agitado también la carta del miedo dibujando un infernal escenario para una Escocia fuera del Reino Unido.

Frente al dramatismo, democracia. Frente al Apocalipsis, urnas. Escocia ha votado, con un 55,3% de defensores de la unidad y un 44,7% de la ruptura con el Reino Unido, y el mundo no se ha hundido. Tampoco se habría hundido si el resultado hubiera sido distinto. El Apocalipsis, cuando llegue, no será por una consulta independentista. Más bien parece que será por retos mayúsculos de la humanidad casi sin abordar como la sobrepoblación del planeta y el cambio climático o por graves errores actuales en el combate contra la crisis económica mundial que están acelerando una peligrosa desigualdad social.

La Unión Europa temía que un probable refrendo a la independencia escocesa alimentara las ansias secesionistas de Cataluña, Euskadi, Córcega, Irlanda del Norte, la Padania o Flandes, entre otros territorios con pulsiones nacionalistas importantes. Pero ni siquiera en un hipotético proceso de independencia de todas estas regiones estaríamos hablando de un Apocalipsis. El mapa europeo no ha cesado de cambiar en el último siglo. En realidad, nunca lo ha hecho. Europa jamás ha cobijado a tantos países como ahora tras las desmembraciones de las antiguas Yugoslavia y Unión Soviética. Y cuesta pensar que sean los últimos cambios.


La posible independencia de Escocia habría llegado de una forma pacífica con el aval de las urnas, no de las armas. El mensaje apocalíptico era simple palabrería. Los nacionalismos han creado muchos conflictos bélicos en Europa. Nadie lo discute. Conviene recordarlo ahora mismo cuando se está celebrando el centésimo aniversario de la Primera Guerra Mundial. La Guerra de los Balcanes se encuentra también demasiado cerca en nuestra memoria. Pero me parece muy tramposo comparar esos procesos con la actual oleada nacionalista en Europa. Las circunstancias históricas y sociales han cambiado. Afortunadamente.

Europa no se va a debilitar porque surjan nuevos Estados en su seno. Es algo a lo que no ha tenido que enfrentarse la Unión Europea, pero es solo cuestión de tiempo. La convivencia entre flamencos y valones en Bélgica tiene fecha de caducidad. La de Cataluña con el resto de España, también. Escocia ha demostrado que se puede votar, que el pueblo puede decidir y que el Apocalipsis con el que nos atemorizan no es tal. No estamos hablando de un contexto bélico de auge de los nacionalismos. Esas nuevas naciones se incluirían pacíficamente, por más que se niegue, dentro de la UE.

El riesgo para el proyecto europeo no se esconde detrás de los nacionalismos periféricos como el catalán, el escocés o el flamenco. Su filosofía es converger de inmediato con la UE. El verdadero riesgo nacionalista es otro. Se llama Marine Le Pen y el Frente Nacional. Un asalto de la ultraderecha francesa al Elíseo desmontaría la zona euro, con la salida de Francia de la moneda única, y abriría una brecha con Alemania que desestabilizaría la UE. No menos problemático es el UKIP de Nigel Farage, que ganó las últimas elecciones europeas en el Reino Unido y compromete el futuro político de David Cameron. El Reino Unido está a un paso de convocar un referéndum para decidir si sigue o no dentro de la UE. Esos nacionalismos son, de verdad, los problemáticos. 

Dice Rajoy que “todos estamos muy contentos de que Escocia siga con nosotros”. Hace apenas dos días se había pasado con el abono a las tesis apocalípticas en el caso de un sí en el referéndum escocés: “Estos procesos son un torpedo en la línea de flotación del espíritu europeo porque Europa se ha hecho para integrar Estados y no para fragmentarlos”. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Margallo, había ido aún más lejos: “Para Escocia la secesión sería una catástrofe y terminaría con un proceso de balcanización”. Miedo, miedo. Margallo ha insinuado incluso la posibilidad de suspender la autonomía de Cataluña.


Menos gaitas. El Gobierno de Rajoy sigue enrocado en su postura a la hora de afrontar el reto independentista catalán. Ni un solo centímetro de margen. La Constitución es un muro infranqueable de escrupuloso cumplimiento. Al menos en lo que se refiere a la integridad territorial, otra cosa es cuando hablamos sobre empleo y vivienda dignos. La Constitución de 1978, un imprescindible paso para apuntalar la transición de la dictadura franquista a la democracia, se está convirtiendo en la perfecta excusa de los inmovilistas.

La última Diada, como era de esperar, ha sido un multitudinario cántico a favor del derecho a decidir. Algo que prohíbe la Constitución pero que, con cintura política, no solo no es una quimera sino la postura más inteligente pensando en el más inmediato futuro. El independentismo en Cataluña no va a desaparecer. Es una realidad que no se puede ocultar cerrando los ojos y los oídos con la Constitución en las manos como pretende el Gobierno de Rajoy. Porque así no va a adelantar nada. Sí, Cataluña no tendrá consulta, pero el problema seguirá ahí. ¿Pretende Rajoy atajar el masivo deseo de los catalanas parapetado tras la Constitución?

Rajoy, que ya pensó erróneamente que el Caso Pujol liquidaría al independentismo, ha salido ipso facto para congratularse del resultado del referéndum en Escocia: “Todos estamos muy felices de que Escocia siga con nosotros”. Los escoceses, para Rajoy, han evitado el Apocalipsis por “las graves consecuencias económicas, sociales, institucionales y políticas que hubieran supuesto su separación del Reino Unido y Europa”. Vamos, la misma apelación al miedo de las últimas semanas pensando, no nos engañemos, en lo que está pasando y vaya a pasar en Cataluña.



El Partido Popular, al igual que sus socios de tinglado pseudodemocrático, el Partido Socialista, considera que una victoria del ‘no’ a la independencia en Escocia frena los planes de segregación en Cataluña. Rajoy estaba aterrado ante un posible ‘sí’ escocés que incentivará aún más a los catalanes. No ha sido así. Para Rajoy, se ha impuesto la cordura, lo que él entiende por sentido común. Y no hay nada más ‘cuerdo’ que la resistencia al cambio. Pero, insisto, el problema del independentismo catalán no se resuelve a través de lo que se ha decidido en Escocia. Es un error, señor Rajoy.

Escocia votó y no se hundió el mundo. No pasó nada. Es más, la votación ha permitido saber que, aunque notable, la reivindicación independentista no es mayoritaria en Escocia. ¿Lo sabemos en Cataluña? De momento, lo que sabemos son los resultados electorales, con un predominio de las tesis nacionalistas e independentistas; los sondeos, que apuntan a un triunfo de ERC; y las imágenes de las tres últimas Diadas con manifestaciones multitudinarias clamando por el derecho a decidir en toda Cataluña.

El conflicto entre España y Cataluña no se resolverá hasta que una consulta valide en las urnas en qué punto de la relación estamos, hasta que se imite los pasos que Escocia ha recorrido. El PP habla de una ‘mayoría silenciosa’ (eufemismo que suele usar cuando las calles no reflejan sus opiniones de turno) que no es partidaria de la independencia de Cataluña. Una mayoría que, sin embargo, no es tal en el Parlament ni en casi ningún Ayuntamiento catalán. El PP y Ciutadans son la cuarta y la sexta, respectivamente, fuerza en el Parlament. Al PSC, su indefinición le ha llevado de la Generalitat al hundimiento.


¿Qué pasaría si los catalanes votaran como han hecho los escoceses? ¿Estaríamos a un paso del Apocalipsis? En absoluto. Estaríamos a un paso de saber qué piensa la sociedad catalana sobre su relación con el conjunto de España. Y, visto el resultado, seguir juntos o por caminos diferentes. ¿Qué sentido tiene que una hipotética mayoría de catalanes, incómodos como españoles, sigan estando en España únicamente porque la Constitución impida un referéndum? ¿Qué lógica, más allá de la Carta Magna, tiene que un señor de Huelva pueda imponer a un señor de Manresa si debe ser o no español?

Me gustaría que Cataluña siguiera dentro de España. Es un deseo personal como, en mi caso, vallisoletano. Pero no es una decisión que me corresponda a mí. Son los catalanes quienes deben hablar. Son los catalanes quienes deben decidir si quieren seguir dentro de España o no. No quiero que Cataluña siga en España por imposición. Quiero que Cataluña siga en España porque lo quiera Cataluña. Y si no quieren, con el mejor de mis deseos, el mundo no se hundirá y el Apocalipsis no llegará. Hoy el Parlament aprobará una Ley de Consultas que dote de un marco legal a la consulta independentista del 9 de noviembre. Rajoy se opondrá con la Constitución en la mano y hablará otra vez del Apocalipsis. En Escocia, la vida, sin embargo, sigue igual.

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