El Apocalipsis no va a
llegar. Al menos, de momento. El rechazo escocés a la independencia ha aliviado
a los poderes económicos, la Unión Europea y el Gobierno español con el órdago
secesionista de Cataluña sobre la mesa. Pero, ¿realmente se ha parado al
independentismo catalán desde Edimburgo y Glasgow? Sería un grave error pensar que sí, y más cuando el Parlament aprobará este mismo viernes una Ley de Consultas para dotar de legalidad la consulta independentista del 9 de noviembre.
Escocia y Cataluña no son
iguales. Sin embargo, en las últimas semanas el referéndum de independencia de
Escocia ha servido para analizar la reivindicación catalana para separarse de
España. Para unos, los partidarios de la consulta, suponía una clara prueba de
que se puede preguntar al pueblo para que marque su futuro. Para otros, los
defensores de la unidad, un error estratégico de David Cameron que ponía en
riesgo a la UE. Solo ha faltado Fernando Arrabal hablando del ‘mineralismo’ y
anunciando que “el Apocalipsis va a llegar”.
Escocia ha votado. Lo ha
hecho, además, bajo un clima de extrema normalidad. Como no podía ser de otra manera. Los mensajes apocalípticos
aireados por la prensa española, casi sin excepción, pensando en clave catalana
no han tenido, sin embargo, adeptos en las calles escocesas. Máxima
tranquilidad. Cero incidentes. Escocia ha decidido su futuro ofreciendo una
destacada lección de madurez ciudadana. Y eso que desde los poderes económicos
y las grandes empresas británicas se había agitado también la carta del miedo
dibujando un infernal escenario para una Escocia fuera del Reino Unido.
Frente al dramatismo,
democracia. Frente al Apocalipsis, urnas. Escocia ha votado, con un 55,3% de
defensores de la unidad y un 44,7% de la ruptura con el Reino Unido, y el mundo no se ha hundido.
Tampoco se habría hundido si el resultado hubiera sido distinto. El Apocalipsis, cuando llegue, no será por una consulta independentista. Más bien
parece que será por retos mayúsculos de la humanidad casi sin abordar como la sobrepoblación
del planeta y el cambio climático o por graves errores actuales en el combate
contra la crisis económica mundial que están acelerando una peligrosa
desigualdad social.
La Unión Europa temía que un
probable refrendo a la independencia escocesa alimentara las ansias
secesionistas de Cataluña, Euskadi, Córcega, Irlanda del Norte, la Padania o
Flandes, entre otros territorios con pulsiones nacionalistas importantes. Pero ni siquiera
en un hipotético proceso de independencia de todas estas regiones estaríamos
hablando de un Apocalipsis. El mapa europeo no ha cesado de cambiar en el
último siglo. En realidad, nunca lo ha hecho. Europa jamás ha cobijado a tantos
países como ahora tras las desmembraciones de las antiguas Yugoslavia y Unión Soviética. Y cuesta pensar que sean los últimos cambios.
La posible independencia de
Escocia habría llegado de una forma pacífica con el aval de las urnas, no de
las armas. El mensaje apocalíptico era simple palabrería. Los nacionalismos han
creado muchos conflictos bélicos en Europa. Nadie lo discute. Conviene recordarlo ahora mismo
cuando se está celebrando el centésimo aniversario de la Primera Guerra Mundial. La
Guerra de los Balcanes se encuentra también demasiado cerca en nuestra memoria.
Pero me parece muy tramposo comparar esos procesos con la actual oleada nacionalista
en Europa. Las circunstancias históricas y sociales han cambiado.
Afortunadamente.
Europa no se va a debilitar
porque surjan nuevos Estados en su seno. Es algo a lo que no ha tenido que
enfrentarse la Unión Europea, pero es solo cuestión de tiempo. La convivencia
entre flamencos y valones en Bélgica tiene fecha de caducidad. La de Cataluña
con el resto de España, también. Escocia ha demostrado que se puede votar, que
el pueblo puede decidir y que el Apocalipsis con el que nos atemorizan no es
tal. No estamos hablando de un contexto bélico de auge de los nacionalismos.
Esas nuevas naciones se incluirían pacíficamente, por más que se niegue, dentro de la UE.
El riesgo para el proyecto europeo no se esconde detrás de los nacionalismos periféricos como el catalán, el escocés o el flamenco. Su filosofía es converger de inmediato con la UE. El verdadero riesgo nacionalista es otro. Se llama Marine Le Pen y el Frente Nacional. Un asalto de la ultraderecha francesa al Elíseo desmontaría la zona euro, con la salida de Francia de la moneda única, y abriría una brecha con Alemania que desestabilizaría la UE. No menos problemático es el UKIP de Nigel Farage, que ganó las últimas elecciones europeas en el Reino Unido y compromete el futuro político de David Cameron. El Reino Unido está a un paso de convocar un referéndum para decidir si sigue o no dentro de la UE. Esos nacionalismos son, de verdad, los problemáticos.
Dice Rajoy que “todos
estamos muy contentos de que Escocia siga con nosotros”. Hace apenas dos días
se había pasado con el abono a las tesis apocalípticas en el caso de un sí en
el referéndum escocés: “Estos procesos son un torpedo en la línea de flotación
del espíritu europeo porque Europa se ha hecho para integrar Estados y no para
fragmentarlos”. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Margallo, había
ido aún más lejos: “Para Escocia la secesión sería una catástrofe y terminaría
con un proceso de balcanización”. Miedo, miedo. Margallo ha insinuado incluso
la posibilidad de suspender la autonomía de Cataluña.
Menos gaitas. El Gobierno de
Rajoy sigue enrocado en su postura a la hora de afrontar el reto
independentista catalán. Ni un solo centímetro de margen. La Constitución es un
muro infranqueable de escrupuloso cumplimiento. Al menos en lo que se refiere a
la integridad territorial, otra cosa es cuando hablamos sobre empleo y vivienda
dignos. La Constitución de 1978, un imprescindible paso para apuntalar la
transición de la dictadura franquista a la democracia, se está convirtiendo en
la perfecta excusa de los inmovilistas.
La última Diada, como era de
esperar, ha sido un multitudinario cántico a favor del derecho a decidir.
Algo que prohíbe la Constitución pero que, con cintura política, no solo no es
una quimera sino la postura más inteligente pensando en el más inmediato
futuro. El independentismo en Cataluña no va a desaparecer. Es una realidad que
no se puede ocultar cerrando los ojos y los oídos con la Constitución en las
manos como pretende el Gobierno de Rajoy. Porque así no va a adelantar nada.
Sí, Cataluña no tendrá consulta, pero el problema seguirá ahí. ¿Pretende Rajoy
atajar el masivo deseo de los catalanas parapetado tras la Constitución?
Rajoy, que ya pensó
erróneamente que el Caso Pujol liquidaría al independentismo, ha salido ipso
facto para congratularse del resultado del referéndum en Escocia: “Todos
estamos muy felices de que Escocia siga con nosotros”. Los escoceses, para
Rajoy, han evitado el Apocalipsis por “las graves consecuencias económicas,
sociales, institucionales y políticas que hubieran supuesto su separación del
Reino Unido y Europa”. Vamos, la misma apelación al miedo de las últimas
semanas pensando, no nos engañemos, en lo que está pasando y vaya a pasar en Cataluña.
El Partido Popular, al igual
que sus socios de tinglado pseudodemocrático, el Partido Socialista, considera que
una victoria del ‘no’ a la independencia en Escocia frena los planes de
segregación en Cataluña. Rajoy estaba aterrado ante un posible ‘sí’ escocés que
incentivará aún más a los catalanes. No ha sido así. Para Rajoy, se ha impuesto
la cordura, lo que él entiende por sentido común. Y no hay nada más ‘cuerdo’
que la resistencia al cambio. Pero, insisto, el problema del independentismo
catalán no se resuelve a través de lo que se ha decidido en Escocia. Es un
error, señor Rajoy.
Escocia votó y no se hundió
el mundo. No pasó nada. Es más, la votación ha permitido saber que, aunque
notable, la reivindicación independentista no es mayoritaria en Escocia. ¿Lo
sabemos en Cataluña? De momento, lo que sabemos son los resultados electorales,
con un predominio de las tesis nacionalistas e independentistas; los sondeos,
que apuntan a un triunfo de ERC; y las imágenes de las tres últimas Diadas con
manifestaciones multitudinarias clamando por el derecho a decidir en toda Cataluña.
El conflicto entre España y
Cataluña no se resolverá hasta que una consulta valide en las urnas en qué
punto de la relación estamos, hasta que se imite los pasos que Escocia ha
recorrido. El PP habla de una ‘mayoría silenciosa’ (eufemismo que suele usar
cuando las calles no reflejan sus opiniones de turno) que no es partidaria de
la independencia de Cataluña. Una mayoría que, sin embargo, no es tal en el
Parlament ni en casi ningún Ayuntamiento catalán. El PP y Ciutadans son la
cuarta y la sexta, respectivamente, fuerza en el Parlament. Al PSC, su
indefinición le ha llevado de la Generalitat al hundimiento.
¿Qué pasaría si los
catalanes votaran como han hecho los escoceses? ¿Estaríamos a un paso del Apocalipsis? En absoluto. Estaríamos a un paso de saber qué piensa la sociedad
catalana sobre su relación con el conjunto de España. Y, visto el resultado,
seguir juntos o por caminos diferentes. ¿Qué sentido tiene que una hipotética
mayoría de catalanes, incómodos como españoles, sigan estando en España únicamente porque
la Constitución impida un referéndum?
¿Qué lógica, más allá de la Carta Magna, tiene que un señor de Huelva pueda
imponer a un señor de Manresa si debe ser o no español?
Me gustaría que Cataluña
siguiera dentro de España. Es un deseo personal como, en mi caso, vallisoletano.
Pero no es una decisión que me corresponda a mí. Son los catalanes quienes
deben hablar. Son los catalanes quienes deben decidir si quieren seguir dentro
de España o no. No quiero que Cataluña siga en España por imposición. Quiero
que Cataluña siga en España porque lo quiera Cataluña. Y si no quieren, con el mejor de mis deseos, el mundo no se hundirá y el Apocalipsis no
llegará. Hoy el Parlament aprobará una Ley de Consultas que dote de un marco legal a la consulta independentista del 9 de noviembre. Rajoy se opondrá con la Constitución en la mano y hablará otra vez del Apocalipsis. En Escocia, la vida, sin embargo, sigue igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario