lunes, 9 de septiembre de 2013

Diada 2013: el peligro de la ruptura definitiva

Cataluña, por voluntad propia, se ha colocado al borde de una vital disyuntiva. La sociedad catalana se encuentra en un cruce de caminos. Una decisión que marcará el futuro de sus actuales ciudadanos y sus próximas generaciones. Ante sus ojos, se abren dos posibles salidas: seguir con España con la misma relación política de los últimos años (no parece viable, con el actual Gobierno del PP, que se explore la alternativa del federalismo) u optar por la independencia. La ruptura seduce más que la continuidad. Pero, ¿han valorado y reflexionado los catalanes con calma y serenidad sobre las consecuencias de un proceso independentista? A la hora de decidirse por uno u otro camino, el corazón y la cartera, motivos, a fin de cuentas, pasionales, no pueden mandar sobre el cerebro, sobre un necesario debate personal intelectual de cada catalán. No es un juego. Y no hay marcha atrás.

 
La Diada de 2012 sobrepasó incluso las expectativas más optimistas del independentismo catalán. Las calles de Barcelona fueron un clamor. Artur Mas, con una acción política muy cuestionada en la Generalitat aplicando incluso más recortes que el Gobierno de Mariano Rajoy, se sumó al carro y convocó unas elecciones que le salieron bastante mal. Mas, que soñaba con pasar a los libros de historia como el libertador del pueblo catalán, quedó muy debilitado. ERC fue en la práctica la ganadora en las urnas. Nada se mueve ahora mismo en Cataluña sin el beneplácito de la formación independentista catalana por antonomasia. ERC, con un elevado componente social en su ideario político, ha optado por focalizar sus esfuerzos en su gran sueño: la independencia. La formación liderada por Oriol Junqueras nunca la ha visto tan cerca y no quiere perder la oportunidad.

Si la Diada de 2012 supuso la confirmación del brote del independentismo en Cataluña, la Diada de 2013 amenaza con significar la ruptura social definitiva con España. Además de las manifestaciones que recorrerán las calles catalanas, la gran novedad vendrá con una cadena humana de 480 kilómetros que atravesará 86 municipios, desde Alcanar (Tarragona) hasta El Pertús (Girona), el litoral mediterráneo catalán: la Via Catalana Cap a la Independència. Una iniciativa organizada por l'Assemblea Nacional Catalana que contara con cerca de 400.000 participantes. El independentismo, ansioso por conseguir una repercusión internacional que no tiene, busca una gran fotografía que desacredite a España y empuje la secesión de Cataluña. Tras la gran manifestación del pasado año, ha programado otro golpe de efecto. La Via Catalana Cap a la Independència recorrerá, por ejemplo, los lugares más emblemáticos de Barcelona, una de las ciudades más conocidas del mundo: la Sagrada Familia, las Ramblas, el paseo de Gracia, la Diagonal, los alrededores del Camp Nou… El independentismo catalán quiere plasmar en la calle su desapego hacia España con una foto que inunde las portadas de todos los medios internacionales. Ese es el objetivo en esta Diada.
La propuesta es original y, seguramente, será un gran éxito. A estas alturas, es indiscutible que el independentismo en Cataluña es una opción ideológica muy importante y creciente y, en amplias zonas, mayoritaria. Tampoco es el momento de analizar por qué se ha llegado a este fenómeno. El órdago secesionista insta a pensar y actuar en un presente que explica, además, muchos factores de este proceso. El independentismo catalán ha encontrado en la brutal crisis económica que sacude a toda España al perfecto chivo expiatorio. En Cataluña, como en todas las comunidades autónomas, sus ciudadanos están hartos del desempleo, de los recortes, del progresivo deterioro de sus condiciones de vida. Las formaciones independentistas y nacionalistas han convencido a una importante cantidad de catalanes de que el culpable de sus miserias se llama España.
 
En esa disyuntiva que se ha colocado, voluntariamente, el pueblo catalán, seguir el camino de la unidad con España se identifica con la crisis. En cambio, lograr la independencia se vende como la salida de la crisis. Esta postura es la que ha propiciado el salto independentista en Cataluña. La sociedad catalana indulta a sus dirigentes y responsabiliza exclusivamente a España de todos sus males. En una comunidad que siempre ha tenido una fuerte identidad propia, el factor crisis ha catapultado las tensiones territoriales. Miles y miles de catalanes están ilusionados y convencidos de que fuera de España serán más felices y vivirán más prósperos. La independencia de Cataluña es un sueño feliz. La continuidad con España significa, en cambio, una pesadilla.
No tendría ningún problema en que se celebrara un referéndum en Cataluña si se explicará en profundidad lo que supondría la secesión. ¿Quién rechazaría romper con alguien que, según el ideario nacionalista, te roba? Esa machacona idea se ha insertado con fuerza en la mente de la sociedad catalana. Resulta estéril explicar que quienes pagan impuestos son las personas físicas, no los territorios, y que los ciudadanos catalanes aportan más a la Hacienda pública simplemente porque son más ricos. Un millonario catalán paga lo mismo que un millonario asturiano. Y un ‘mileurista’ catalán paga lo mismo que un ‘mileurista’ riojano. Ni más, ni menos. La trampa del independentismo, y al mismo tiempo su gran victoria, es que han conseguido convencer a los catalanes de que los impuestos se pagan como pueblo, no como individuo.
Superada esta barrera que impide un entendimiento inicial entre un independentista catalán y un ciudadano del resto de España, queda, para mí, un enorme problema que imposibilita, actualmente, la celebración de un referéndum: muchos catalanes desean la independencia sin saber, realmente, qué consecuencias tendría la independencia. No voy a hablar del fútbol, de dónde jugaría el Barça. Es lo menos importante, una anécdota. La primera y fundamental consecuencia de la independencia sería el aislamiento internacional. En la Unión Europea, ningún país apoyará un proceso secesionista unilateral. Como parece altamente improbable que el Gobierno español acepte la independencia de Cataluña, tendría que ser la misma Cataluña quien se proclamara Estado.
La comisaria europea de Justicia y Derechos Fundamentales, Viviane Reding, ya lo dejó muy claro en octubre del pasado año en una carta publicada en el diario ‘El País’: “A efectos puramente dialécticos, si la Constitución española fuera efectivamente modificada para permitir la celebración de un referéndum y si a resultas de la misma surgiera un Estado independiente, éste no formaría en ningún caso parte de la UE. Así resulta del artículo 52 del Tratado de la UE, en el que se enumeran los Estados miembros a los que se aplican los Tratados, entre ellos el Reino de España. Por ello, ese hipotético nuevo Estado debería, a tenor de lo que establece el artículo 49 del Tratado de la UE, solicitar la adhesión y obtener una decisión favorable del Consejo, por unanimidad, debiendo ser el Acta de Adhesión ratificada por los Parlamentos de todos los Estados miembros”.
La posibilidad de una declaración unilateral de independencia situaría a Cataluña en un panorama aún más sombrío. “La Unión respetará la igualdad de los Estados miembros ante los Tratados, así como su identidad nacional, inherente a las estructuras políticas y constitucionales de estos, también en lo referente a la autonomía local y regional. Respetará las funciones esenciales del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad territorial, mantener el orden público y salvaguardar la seguridad nacional. En particular, la seguridad nacional seguirá siendo responsabilidad exclusiva de cada Estado miembro”, reza el artículo 4.2 del Tratado de la Unión. De esta manera, una declaración unilateral de Cataluña dejaría fuera de la UE al nuevo Estado al no contar con el plácet de España.
Ningún país europeo que sobrepase el millón de habitantes está voluntariamente fuera de la UE salvo dos honrosas excepciones con economías muy particulares y consolidadas: Noruega (que tiene bastante petróleo) y Suiza (banquero de las grandes fortunas de medio mundo). Cataluña, si se independiza de manera unilateral, quedará fuera de la UE, de su mercado común. ¿Con quién entablaría relaciones comerciales Cataluña y con qué moneda? No he escuchado a ningún político catalán independentista explicar cómo organizaría una Cataluña aislada dentro de Europa.
Fuera de la UE, regresarían, por ejemplo, los aranceles que encarecerían sustancialmente el coste de los productos ‘made in Catalunya’. Al final, Catalunya tendría que vivir del turismo como principal fuente de ingresos. Y siempre con la incógnita de qué moneda circulará en su territorio. El euro es imposible. Que nadie me venga con los casos de El Vaticano, Andorra, Mónaco o San Marino ni con las excepciones de Montenegro y Kosovo. Solo con la población de Barcelona se excede a estos seis miniterritorios. Y no está el horno para bollos en la UE para admitir a nuevos socios en la moneda único cuando ni siquiera formen parte de la UE.
Artur Mas, pese a sus deseos personales de ser el fundador del Estado catalán, es consciente de las dificultades. Otra cosa es que lo confiese públicamente. Solo así se puede entender su juego con la fecha de una próxima consulta sobre la independencia en Cataluña. En cuestión de horas pasó de admitir un posible retraso hasta 2016 a refrendar 2014, como exige ERC. A Mas se le ha ido, por completo, de las manos el órdago. Las encuestas indican que ERC podría incluso ganar en unas próximas elecciones autonómicas. El pueblo catalán no quiere esperar. Solo escucha los cantos de sirena de una independencia vendida como la solución a todos sus males pero que nadie se ha molestado en explicarles qué consecuencias conllevaría.
La Diada es una jornada festiva y reivindicativa. Pero, concluidos los gestos, que nada cuestan, sería recomendable que cientos de miles de catalanes se pararan un segundo a pensar y reflexionaran qué supondría la independencia. No solo lo bueno, también lo malo. Para mí, sería muy malo para España, que perdería a uno de sus principales motores económicos, y letal para Cataluña, que se fabricaría ella solita un colosal problema social y económico. Un error histórico. Las rupturas definitivas no tienen marcha atrás. Detrás de las mareas de esteladas y los gritos de independencia no existe un proyecto realista, solo ilusión, humo.

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