miércoles, 13 de marzo de 2013

Hugo Chávez deja huérfana a la izquierda iberoamericana y mundial

La muerte del dirigente venezolano representa, sin duda, una de las noticias de mayor impacto político y social del siglo XXI. Tras un mandato de catorce años repleto de luces y sombras, el pueblo de Venezuela decidirá el próximo 14 de abril si revalida el proyecto ‘bolivariano’ en la figura de Nicolás Maduro o apuesta por Henrique Capriles. Una decisión nacional pero con consecuencias en el resto del planeta.

Hugo Chávez era el político actual con mayor carisma y relevancia de la izquierda. Con el ‘castrismo’ diluido sin la figura de Fidel al frente del poder y con una socialdemocracia europea laminada antes y durante la actual crisis económica, el ‘chavismo’ significaba el movimiento progresista, con todas sus peculiaridades, más importante de una Hispanoamérica que se ha coloreando poco a poco de ‘rojo’.

Con una socialdemocracia europea sometida al liberalismo más rampante que domina en Berlín y Bruselas, la muerte de Hugo Chávez arrebata a la izquierda a su mayor referente mundial. Ningún otro líder, salvo quizás el brasileño Lula da Silva, ha alcanzado su notoriedad en los últimos años.

Con un oscuro pasado, con un destacado fallido golpe de Estado en 1992, Chávez convirtió a Venezuela en el país de Latinoamérica con menor desigualdad social y redujo sustancialmente la pobreza. Logros muy importantes que deben situarse al otro lado de la balanza de sus autoritarias maneras, su polémica política de nacionalizaciones de empresas extranjeras o las violaciones de los Derechos Humanos.



 
Hugo Chávez se encuentra ya en los libros de historia. Presidente de Venezuela durante catorce años (febrero de 1999-marzo de 2013), el mandato de Chávez, con sus luces y sus sombras, no ha dejado a nadie indiferente. Amado y odiado casi a partes iguales, con su muerte, tras dos años peleando contra el cáncer, la izquierda se queda huérfana de su gran referente iberoamericano y mundial. Con las excepciones asiáticas de la dictadura comunista de Corea del Norte y del capitalismo de izquierdas de una China llena de incógnitas y contradicciones, la principal voz del progresismo salía de Caracas en la garganta de Hugo Chávez. Quizás por eso su gran número de enemigos.


La izquierda europea atraviesa un pésimo momento. Con la reciente excepción de Francia, con la llegada de François Hollande al Elíseo, y a falta de ver qué sucede en Italia, con un evidente escenario de ingobernabilidad tras las elecciones de hace dos semanas, el progresismo europeo se concentra cada vez más en movimientos alejados de los partidos tradicionales. El socialismo vive sus peores días desde que naciera pegado al movimiento obrero en los años posteriores a la Revolución Industrial. Su connivencia con el poder financiero ha espantado a millones de ciudadanos en toda Europa. El socialismo, al igual que la socialdemocracia, del Viejo Continente huelen a naftalina y, lo que es mucho peor, al mismo mensaje con leves matices sociales que el liberalismo que rige los designios de la UE desde sus bases de Bruselas y Berlín.

Europa ha perdido referentes propios en el espectro ideológico de una izquierda tradicional aburguesada y rendida al capitalismo más extremo e injusto. La desilusión hacia los partidos socialistas y socialdemócratas es enorme. Quizás sea está también una de las principales causas del poderío actual de la derecha en la UE. La esperanza se encuentra en partidos más pequeños, como Syriza en Grecia, Foro de Izquierdas en Francia, Movimento 5 Stelle en Italia o Izquierda Unida en España. Formaciones que encauzan el desencanto de generaciones enteras, en especial entre los más jóvenes y en los núcleos urbanos. Pero, mientras esos movimientos llegan al poder y, en su recorrido, no se contaminan del sistema que pretenden cambiar de arriba hacia abajo, la izquierda solo ha estado viva en los últimos años en Latinoamérica.

El ‘castrismo’ no ha quedado aislado, como Estados Unidos y sus socios europeos deseaban tras la caída del Telón de Acero. Las ideas de Fidel Castro han calado en millones de latinoamericanos. Aunque con el aval, con la importantísima diferencia de lo que ocurre en Cuba, de las urnas. Salvo en el país caribeño, es absolutamente injusto y falso hablar de dictadores en el continente iberoamericano. Se puede estar más o menos de acuerdo con sus presidentes, pero son la decisión libre de sus ciudadanos. En este contexto, Hugo Chávez, sin duda, es el principal representante de esta oleada de la izquierda en Hispanoamérica, con lazos más o menos fuertes con el ‘castrismo’, pero con el refrendo de unas elecciones. ¿Se puede considerar a Hugo Chávez como un dictador cuando ha ganado cuatro comicios (1998, 2000, 2006 y 2012)? No. Los dictadores no convocan elecciones exponiéndose a perderlas. ¿Votamos alguna vez los españoles cuando estaba el ‘caudillo’ Franco o han votado alguna vez los cubanos durante el ‘castrismo’? La legalidad, además, de las victorias en las urnas de Hugo Chávez no ha sido nunca cuestionada en la esfera internacional.

¿Por qué entonces califican algunos a Hugo Chávez como dictador y ‘caudillo’? ¿No se esconden detrás de esos calificativos despectivos un ánimo de revancha hacia el líder mundial más relevante de la izquierda en los últimos años? Sus denuncias, acompañadas de excesos verbales, hacia el capitalismo no han gustado nunca a liberales y conservadores que han visto siempre a Chávez como un obstáculo para rendir a Hispanoamérica bajo sus intereses. El influjo del dirigente venezolano ha sido evidente. Tras su llegada al poder, movimientos más o menos similares han triunfado a su alrededor: Lula da Silva, antes, y ahora Dilma Rousseff (Brasil), Daniel Ortega (Nicaragua) Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador), Cristina Fernández de Kirchner (Argentina), José Mújica (Uruguay), Ollanta Humala (Perú), Federico Franco (Paraguay) o incluso recientemente Enrique Peña Nieto (México), con el regreso al poder del histórico PRI. La derecha solo conserva los gobiernos de Colombia, con Juan Manuel Santos, y Chile, tradicional bastión progresista salvo el triste periodo de la dictadura de Pinochet, con Sebastián Piñera en Hispanoamérica.

En cierto modo, Hugo Chávez abrió el camino a esta ‘revolución’ de la izquierda en Hispanoamérica. Con un Fidel Castro enfermo y relegado a un segundo plano, con su hermano Raúl tomando el testigo, con una Cuba que languidece por su resistencia a abrirse a la democracia, Chávez ganó, paso a paso, voz y fuerza en la izquierda latinoamericana. Tanta que con su muerte deja huérfana de líder a una ideología dominante en todo el continente pero que, sin Lula da Silva y el presidente venezolano, necesita a un representante en el mundo que hasta ahora tenía.

El mandato de Hugo Chávez ha estado lleno de claroscuros, como corresponde a una personalidad arrolladora y vehemente no exenta de tics autoritarios. Nadie oculta que Chávez lideró un golpe de Estado militar en febrero de 1992 contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez. No creo que mucha gente justifique esa actuación. Yo, desde luego, no lo haré. El mismo Chávez, años después y ya en el poder, sufrió un intento de golpe de Estado en abril de 2002. La historia moderna de Venezuela no ha sido, precisamente tranquila. En realidad, ningún país latinoamericano puede presumir de unas últimas décadas exentas de acontecimientos convulsos. Ahora es, precisamente, cuando se está apreciando una mayor tranquilidad.

El balance de la era Chávez tiene logros sociales muy destacados de los que ya quisiera poder presumir la izquierda, no digamos la derecha, occidental. ¿Se puede considerar como mal presidente a alguien que redujo sustancialmente la pobreza entre sus ciudadanos o que extendió la cobertura sanitaria y educativa? La democracia de Iberoamérica camina aún por detrás de la europea o la estadounidense. Dos principales problemas han lastrado su progreso en el siglo XX: las dictaduras y la pobreza. Con la salvedad de Cuba, el primer obstáculo parece superado. El segundo, el mayor reto para los políticos latinoamericanos, supone el eje de sus actuaciones. Aún recuerdo a Lula da Silva enfatizar, una vez asumió el cargo como presidente de Brasil, que su prioridad sería disminuir el hambre en su país.

Todos estos dirigentes que beben de ideas progresistas similares (Lula, Chávez, Correa, Morales, Mújica, Cristina Fernández…) han sido vilipendiados desde los sectores más conservadores de Europa y Estados Unidos. Y, ¿por qué ha pasado esto? ¿Creen ustedes que a los liberales occidentes les interesa que Latinoamérica, con sus inmensas posibilidades económicas, despierte y se convierta en una potencia mundial? Brasil, por ejemplo, ya lo es. Y eso que a Dilma Rousseff, heredera del gran legado de Lula da Silva, la queda un largo recorrido por recorrer.

Algo se está haciendo bien en Hispanoamérica, incluido los países con gobiernos conservadores, y mal en Europa. En el año 2012, Panamá encabezó el crecimiento en la zona (10,5%), seguida por Perú (6,2%), Chile (5,5%), Venezuela (5,3%), Costa Rica (5%), Bolivia (5%), Ecuador (4,8%) y Colombia (4,5%). Mientras, el PIB de México aumentó un 3,8%, el de Argentina un 2,2% y el de Brasil un 1,2%. Las previsiones para 2013 son también positivas. La expansión estará liderada por Paraguay (8,5%), Panamá (7,5%), Perú (6%), Haití (6%), Bolivia (5%), Chile (4,8%), Nicaragua (4,5%) y Colombia (4,5%). Brasil crecerá un 4%, Argentina un 3,9% y México un 3,5%. Venezuela y El Salvador, con una previsión de crecimiento de un 2%, cierran la lista. Cualquier país europeo ‘mataría’ por disfrutar de los datos de Venezuela en 2013. La economía española se contrajo un 1,4% en el pasado año. En el mismo periodo, el PIB de la zona euro cayó un 0,5% y el del conjunto de la UE un 0,3%. Y 2013 no será mucho mejor. ¿Estamos en condiciones de cuestionar en Europa las políticas de carácter progresista que se imponen en Hispanoamérica? Los datos son claros: ¡no!

Obviamente, la brecha de calidad de vida entre ambos lados del charco son notables. Europa lleva un camino recorrido. Pero, mientras la UE va marcha atrás, Hispanoamérica avanza. Mientras en la UE aumentan la pobreza y la desigualdad social, en países como la Venezuela de Hugo Chávez ha disminuido. Cuidado, por tanto, con menospreciar las políticas emprendidas por el dirigente venezolano y por la mayoría de presidentes hispanoamericanos para los que, en cierto modo, fue un modelo a imitar.

Sin duda alguna, el gran logro del ‘chavismo’ es la reducción de la pobreza. Un incuestionable avance social de primer nivel. En Venezuela, sigue habiendo más pobreza que en cualquier país europeo, pero la tendencia es más que esperanzadora. Cuando llegó al poder, casi la mitad de los venezolanos, el 42%, vivían en la pobreza extrema. En 2010, el porcentaje había bajado hasta el 9,5% actual, según expone la BBC. ¡Claro que siguen siendo muchísimos! Pero yo no cuestionaría a un presidente que miró por los más desfavorecidos. Y, de hecho, no solo miró, sino que actuó correctamente mejorando su vida. A un pobre no se le puede engañar. A un pobre no se le puede engatusar con palabras. A un pobre no se le puede manipular. Si ahora ve comida, aunque sea poca, en su plato, y antes no la veía, por más que clamen desde Occidente contra Chávez, apoyará a su presidente.

Recojo una valoración del profesor de la prestigiosa Universidad de Georgetown Michael Shifter, presidente del centro de análisis independiente Diálogo Interamericano: "Chávez fue un héroe movido por impulsos humanitarios a reparar la desigualdad y la injusticia social (…) que luchó valientemente por la solidaridad latinoamericana y contra el imperio estadounidense. Con carisma y petrodólares, aprovechó la oportunidad de corregir los desequilibrios de riqueza y de poder en los asuntos hemisféricos y venezolanos". Para garantizar la seguridad y soberanía alimentaria nacional, creó la 'Misión Alimentación' para ofrecer a la población productos de la cesta básica a bajos precios y sin intermediarios. A mí, personalmente, un líder que coloca en el eje de su agenda política estas preocupaciones me merece todo tipo de respeto.

Las políticas sociales de Chávez también han sido exitosas en educación, sanidad y empleo. Así, por ejemplo, en 2005, Venezuela logró la meta trazada por la UNESCO de declarar el país territorio libre de analfabetismo con un 96% de la población adulta que sabe leer y escribir. Según la Constitución venezolana, la educación es gratuita y obligatoria desde los 6 años y hasta los 20. Chávez creó, además, las ‘misiones’ educativas. Dos son las más conocidas: la 'Misión Robinson', para enseñar a leer y a escribir en los barrios más pobres, y la 'Misión Ribas', que incluía a todas aquellas personas que no habían podido culminar sus estudios de Bachillerato o Secundaria.

En materia sanitaria, la Venezuela de Chávez invertía hasta un  4,2% de su Producto Interior Bruto en salud y profundizó sus estrategias para garantizar atención médica gratuita. El desempleo, por su parte, se redujo en un 50% al pasar de 12% al 5,9% en diciembre de 2012. Venezuela es, además, el país latinoamericano con menor desigualdad social, según el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Habitat).

 
 
A nivel social, los logros de Hugo Chávez son irrebatibles. ¿Quién puede estar en contra de un presidente que ha luchado contra el hambre y que ha extendido la educación y la sanidad entre sus ciudadanos? ¿Alguien puede negar estas realidades? ¿Son más pobres los venezolanos ahora que cuando llegó al poder Hugo Chávez? No. ¿Han mejorado su atención educativa, sanitaria y el empleo? Sí. Ese legado social de Chávez ha pasado ya a los libros de historia. Me parece injusto, como desde los sectores conservadores y liberales de Occidente se pretende, minimizar la figura del expresidente venezolano a su verborrea contra George W. Bush o sus encontronazos con el rey Juan Carlos I de España. Y, ¡qué quieren que les diga!, Chávez no ha emprendido ninguna guerra. Bush, sí. Una, más o menos justificable en Afganistán como respuesta al 11-S, y otra absolutamente inadmisible en Iraq basada en mentiras. ¿Cuál es el legado de Bush? Ni más ni menos que dos guerras y un atentado, el mayor de la historia. Pues me quedo con el legado de Hugo Chávez. ¿Y ustedes? En cuanto al rey Don Juan Carlos I, nadie en España se atreve a convocar un referéndum para preguntar a la ciudadanía sobre la permanencia de la monarquía. Chávez, al menos, ha sido avalado en las urnas en cuatro ocasiones para dirigir su país. Una sutil diferencia.

 
La derecha española, que ha menospreciado siempre a Chávez, temido por su capacidad para movilizar a Latinoamérica con ideas progresistas, redobló sus ataques tras aquel episodio con el rey. La política de nacionalizaciones emprendida por Venezuela también avivó el fuego. Una de sus víctimas fue el Banco de Venezuela, filial del Banco Santander. Una actitud repetida posteriormente por los gobiernos de Bolivia y Argentina. Latinoamérica quiere recuperar el control de sus inmensos recursos, aunque, eso sí, quebrantando acuerdos suscritos con países como España. Un choque con el que la imagen de Chávez, y otros dirigentes, se ha fortalecido entre sus ciudadanos mientras se ha debilitado en el exterior. En España, existen todavía demasiados ciudadanos influyentes que tratan a Iberoamérica como si viviéramos en los años del colonialismo. Es preciso encontrar un punto de encuentro entre los intereses nacionales de los países hispanoamericanos y los intereses empresariales de las naciones extranjeras. La derecha española, en especial la mediática, incluso no ha ahorrado graves acusaciones a Caracas de cobijar a miembros de ETA, un aspecto que Venezuela siempre negó. Lo que importaba era dañar la imagen del presidente venezolano, deformarla, 'pintarle' como un peligroso 'caudillo' antiespañol.

¿Es todo bueno lo que ha hecho el expresidente de la ‘revolución bolivariana’? Indudablemente, no. Entiendo que algunas personas hayan calificado de ‘dictador’ a Hugo Chávez ciñéndose exclusivamente a su forma de hablar. Aunque quizás, más que ‘caudillo’, lo exacto sería definirlo como ‘populista’. Chávez arrastraba masas. No existe ni un solo líder actual europeo capaz de hacerlo. De hecho, solo los movimientos que demandan remodelar el sistema tienen presencia en las calles. El apoyo a los partidos tradicionales se reduce a las urnas, apuntalado aún en el miedo al cambio que persiste en amplios sectores de la población occidental. Una inacción que, de todos modos, se resquebraja a pasos agigantados. El ‘populismo’ de Chávez siempre ha sido sometido a las urnas con éxito, salvo en el referéndum de diciembre de 2007. Entonces, por un estrechísimo margen, el pueblo dijo ‘no’. Chávez perdió una primera batalla para establecer la reelección indefinida en la figura del presidente. Quince meses después, ganó la misma consulta. "En 2012 habrá elecciones y, a menos que Dios disponga otra cosa, a menos que el pueblo disponga otra cosa, este soldado que está aquí ya es precandidato a la presidencia de la república para el mandato de 2013-2019". Y así fue, derrotando a Henrique Capriles y con el cáncer ya debilitando a marchas forzadas su salud.

"Me han acusado de que quiero ser perpetuo. Dios es perpetuo. La Patria es perpetua. Pero para que la Patria sea perpetua tiene que haber un pueblo perpetuo", clamó Chávez tras ganar el referéndum de febrero de 2009. Este es, sin duda, uno de los aspectos más negativos de su figura: el excesivo culto de los ciudadanos hacia su persona. El ‘chavismo’ nunca será igual sin Chávez. La fuerte personalidad del presidente venezolano irradió con fuerza su país y la izquierda hispanoamericana y mundial, que se siente huérfana de su líder más carismático en décadas. Pero, al mismo tiempo, esa persistencia en el cargo, aunque avalada por el pueblo, siempre me pareció un grave error. Una persona, por muy querida que sea por su pueblo, no puede confundirse con el sentimiento nacional. En este sentido, la herencia de Chávez será muy complicada de gestionar. Y las declaraciones de su designado sucesor, siempre que gane los próximos comicios de abril, Nicolás Maduro, apuntan a maneras totalitarias sin las habilidades lingüísticas y las dotes de gentes de su predecesor. Señalar hacia Estados Unidos como culpable de haber inoculado el cáncer que ha acabado con la vida de Hugo Chávez es algo completamente infantil y un burdo intento de aprovechar los sentimientos del pueblo venezolano hacia su fallecido presidente.

Hay otros dos importantes aspectos negativos en el mandato de Chávez que merecen ser puntualizados. El primero es la presunta fractura social. Yo, sinceramente, la veo igual que en cualquier otro país con un dirigente fuerte. ¿No tiene, por ejemplo, Mariano Rajoy un fortísimo rechazo en España que se atisba todos los días en la calle? Todo presidente de cualquier país cuenta con un alto porcentaje de ciudadanos en su contra. En eso consiste la democracia, entre otros aspectos, en la posibilidad de discrepar con el poder. Lo preocupante sería que en todo el mundo hubiera regímenes como el de Corea del Norte. Que exista oposición a Chávez es normal, que mucha de esa oposición parta de venezolanos que viven fuera de su país, también. Muchos de ellos residen, además, en Estados Unidos. Venezolanos que, como los cubanos residentes en Florida, desean la caída de sus gobiernos por motivos ideológicos. Ni menos, ni más. Chávez nunca ha impedido que se presentaran candidatos opositores en las elecciones. Ha sido el pueblo venezolano, en completa libertad, quien ha expresado a quién deseaba como presidente. Lo que no pueden pretender los opositores es imponer su opinión si no es mayoritaria. La democracia consiste en aceptar esta premisa. ¿Dónde está entonces esa gran fractura social? Si es, sencillamente por la existencia de opositores, en todos los países hay entonces fractura social, menos en las más feroces dictaduras estilo Corea de Norte.

Otro problema del que se acusa a Chávez es la inseguridad ciudadana en Venezuela. Caracas es una de las ciudades más peligrosas del mundo. No es una circunstancia excepcional en este contexto geográfico. En los países latinoamericanos, en todos, existen importantes problemas de seguridad. Los homicidios son muy superiores a los registrados en otras partes del mundo. "Venezuela es un ejemplo de que no bastan esas políticas sociales para disminuir los índices de violencia criminal", reconoció el propio Chávez. Los opositores argumentan que "el Gobierno considera que la violencia y el delito tienen su origen en la pobreza y el capitalismo" y ha optado por "no aparecer como un Gobierno represivo", según el sociólogo Roberto Briceño, director del Observatorio Venezolano de Violencia.

"En 1998, por cada cien homicidios, hubo 118 detenciones. En 2011, por cada cien homicidios hubo nueve detenciones. Eso quiere decir que la impunidad es total, en el 91% de los casos, siendo optimistas. Eso significa que no hay ni juicio ni condena. No hay razones para no delinquir en Venezuela". Seguramente, Briceño tenga razón, pero creo, desde España, que el problema es más complejo de explicar. La inseguridad ciudadana, con una actuación policial más férrea, aparece también, aunque con menor intensidad, en más países latinoamericanos.

La situación de los centros penitenciarios queda también en el debe de Chávez. Cumplir una condena en una prisión venezolana es enfrentarse a una situación llena de peligros innecesarios en el interior del penal. Una ausencia de seguridad que los opositores extienden al sistema judicial: "En Venezuela no existe Estado de Derecho. La violación de la Constitución cuenta con el aval de un Poder Judicial controlado por la Presidencia de la República, creando una creciente inseguridad jurídica", apuntaba recientemente la BBC. Una visión que comparte Human Right Watch: "La presidencia de Hugo Chávez (1999-2013) estuvo marcada por una alarmante concentración de poder e indiferencia absoluta por las garantías básicas de derechos humanos", ha señalado en un comunicado tras la muerte de Chávez. Según Human Right Watch, "tomaron el control del Tribunal Supremo y debilitaron la capacidad de periodistas, defensores de derechos humanos y otros venezolanos de ejercer sus derechos fundamentales".

Chávez nunca escatimó adjetivos a sus contrarios, muestra de su carácter indómito y autoritario, a partes iguales. Y, es cierto, su relación con los medios de comunicación fue más que denunciable cerrando cuantas bocas críticas observaba.

"Chávez dejará en el corazón de la historia y en las luchas de América Latina un vacío", resumió Dilma Rousseff tras el anuncio de la muerte de Hugo Chávez. Su adiós deja huérfana a la izquierda, sin un referente en el rincón del planeta donde más pujanza tiene: Iberoamérica. Que concentre tantos admiradores como detractores solo puede ser la explicación de una personalidad que ha pasado a la historia, capaz de despertar a Venezuela y a la mayoría de países de su alrededor. Con múltiples errores, y con múltiples aciertos. La izquierda ha perdido a su gran líder en el siglo XXI. Y Venezuela a un nuevo libertador.

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