jueves, 7 de noviembre de 2024

La victoria de Trump y el ‘wishful thinking’ en la otra orilla del Atlántico

Su próximo regreso a la Casa Blanca nos ha pillado mayoritariamente con el pie cambiado. ¿Error de cálculo, ignorancia, autoengaño o manipulación? En Europa no podemos depender de que en la Casa Blanca se siente cada cuatro años quien queramos. Nuestro principal aliado ha elegido a un presidente que rechazamos. Es momento (hace mucho tiempo en realidad) de pensar y ejecutar un plan B.


Confundir los deseos con la realidad.

O, ya que hablamos de Estados Unidos, anglicismo al canto: ‘wishful thinking’.

Ha pasado, y no es la primera vez (por ejemplo también con las administraciones Bush) en la otra orilla del Atlántico, en suelo europeo a pie de calle pero también en los medios de comunicación y las administraciones públicas a la hora de valorar y comprender los recientes resultados de las últimas elecciones presidenciales estadounidenses.

Ganó Trump, que regresará a la Casa Blanca dentro de dos meses y medio, el próximo 20 de enero de 2025, y ganó con una imprevista rotundidad, tanto en el colegio electoral (312-226) como incluso en el voto popular, algo que no logró ante Hillary Clinton en 2016.

Y en Europa, la pregunta más repetida en los últimas horas es por qué, cómo ha sido posible.

¿Cómo puede derrotar un condenado, por 34 delitos por falsificar registros contables para encubrir el soborno a la exactriz porno Stormy Daniels y con otras tres causas judiciales pendientes, a una respetada abogada y defensora de los derechos civiles que se convirtió en la primera fiscal general en la historia de California? ¿Cómo puede volver a la Casa Blanca alguien que alentó el asalto al mismísimo Capitolio tras perder (y no aceptar) las elecciones de 2020 ante Biden? ¿Cómo pueden elegir los estadounidenses a un presidente que dividió a la sociedad estadounidense como nunca antes había pasado desde la Guerra de Secesión?

Quizás porque los europeos ni votamos allí ni conozcamos tan bien como nos creemos a un país complejo, con muchas realidades sociales y muy alejado de nuestra mentalidad y sentido democrático por mucho que consumamos diariamente su ‘american way of life’ y persigamos nuestra versión del sueño americano.

¿Sabíamos realmente lo que estaba pasando en Estados Unidos o estábamos confundiendo los deseos con la realidad? ¿Estábamos ejerciendo, a fin de cuentas, un simple ejercicio de ‘wishful thinking’ hasta el mismo momento en el que se empezaron a contar los votos? Posiblemente. Y por eso costará tanto entender y digerir el mal trago de la victoria de Trump, de la segunda victoria de Trump. Ya no es un accidente, un error circunstancial.

Incluso el fin de semana previo a la jornada de las elecciones, una única encuesta (siempre las dichosas y cuestionables encuestas) de Iowa, el mismo estado que marca en cada cita electoral el inicio del apasionante camino de las primarias a principios de febrero, revolucionó el debate alrededor del pulso entre Donald Trump y Kamala Harris.

Trump se alejaba de la Casa Blanca. Harris estaba a un paso de convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos. Una mujer, además, mestiza, con orígenes indios y jamaicanos y piel negra. La candidata demócrata encabezaba un sondeo, con un campo de trabajo inferior al millar de personas, de la encuestadora Ann Selzer en la tradicionalmente republicana Iowa. Tres puntos por delante: 47-44%. No tardó en circular con euforia por los círculos informativos progresistas de Estados Unidos y Europa. Estaba hecho.

Si Harris podía ganar en Iowa, que no aparecía en la lista de los ‘swing states’, ¡qué no ocurriría en los estados que estaban en principio en disputa para decidir el nombre del próximo líder de la primera potencia mundial: Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Georgia, Carolina del Norte, Arizona y Nevada! Pintaba a barrida azul y punto y final de una era, de una seria amenaza a las democracias liberales, el ‘trumpismo’, y un varapalo a la ultraderecha en todo el mundo.

Pero Iowa no cayó. Ni estuvo cerca, trece puntos a favor de Trump. Ni tampoco cayeron ninguno de los siete ‘swing states’. Ni Nevada, con una amplia comunidad latina en la icónica Las Vegas; ni Arizona, al borde de la misma frontera con México; ni Georgia, con una numerosa comunidad negra que arropó a Biden hasta la Casa Blanca en 2020; ni Carolina del Norte, la actual puerta de entrada a aquel antiguo sur segregacionista; ni la clave Pensilvania, Michigan y Wisconsin, que forman aquel depauperado ‘rush belt’, otrora un poderoso polo económico industrial, que ya se decantó por Trump ante Hillary Clinton en 2016.

Las certezas que teníamos en Europa sobre una segura victoria de Harris, más allá de su rocambolesca y tardía nominación tras la renuncia de un enfermo presidente Biden, fueron cediendo según avanzaban los resultados de la noche electoral y siguen derrumbándose según se precisan algunos datos electorales por sexo, edad, comunidad racial o lugar de residencia. Quizás no fueron más que ‘wishful thinking’.

Kamala Harris no ha arrasado en el voto femenino. Ha empeorado incluso los resultados de Biden a pesar de las evidentes diferencias con los republicanos en un tema tan sensible en la sociedad estadounidense como el aborto. Tampoco los jóvenes se han volcado con Harris, menos movilizados que hace cuatro años hacia la candidatura demócrata.

Algo impensable en Europa ha ocurrido también con el voto latino, que no ha percibido el racismo y el peligro de Trump al mismo nivel que se denuncia constantemente al otro lado del Atlántico. Los hombres latinos incluso han preferido al candidato republicano. Un cambio de tendencia que, si se consolida, marcará el devenir de las venideras elecciones en Estados Unidos.

El millonario de cuna ha ganado entre las rentas bajas y medias, que no han percibido la bonanza de los datos macroeconómicos de la administración Biden, y en los decisivos suburbios, donde residen la mitad de los ciudadanos de la primera potencia del mundo.

Estados Unidos no es como nos pensamos o, mejor dicho, Estados Unidos no es como los europeos deseamos. ¿Error de cálculo, ignorancia, autoengaño o manipulación? En Europa seguimos sin entender lo que ocurre entre Manhattan y Hollywood y no podemos depender de que en la Casa Blanca se siente cada cuatro años quien queramos.

Nuestro principal aliado ha elegido a un presidente que rechazamos. Es momento (hace mucho tiempo en realidad) de pensar y ejecutar un plan B. O seguir confundiendo nuestros deseos con la realidad al otro lado del Atlántico.

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