Me pregunto, tras meses de insistir a mis compañeros
en el uso de la mascarilla en la oficina, ¿cómo les voy a convencer ahora de
que se la pongan cuando la solución de la sexta ola, para Pedro Sánchez, pasa
por protegerse al aire libre donde el riesgo es significativamente muy inferior?
Si ya me costaba antes…
-Sí, con las dos (dosis), ¿por?
-Como te veo que sigues con la mascarilla…
Hace unos meses, en pleno verano, un
compañero de trabajo, con el rostro al descubierto, se interesaba por mi celo
con la covid-19.
Una importante precisión, no estábamos al
aire libre. Trabajo en un espacio interior, en una oficina, aunque procuro que
haya ventilación. Lo hago en el verano, con el calor, y lo intento en el invierno,
con el frío. Si pueden los niños en los colegios, ¿por qué no los adultos en los centros de trabajo?
Casi dos años después de que
‘descubriéramos’ que las pandemias no solo existen en la antigüedad y en las
películas apocalípticas, muchísima gente y, aún peor, muchísimos gobiernos (al
menos así parece) siguen sin entender cómo se contagia la covid-19.
Y es curioso porque no hace tanto tiempo no
teníamos tantos problemas a la hora de intuir cómo habíamos cogido una gripe,
un catarro o un resfriado.
Pocas cosas había más molestas que un
estornudo mejor o peor disimulado en un ascensor. O pocas certezas mayores que
la velocidad y la eficacia de un contagio en los colegios o en los hogares o en
las empresas. Vamos, en los interiores. No es que los seres humanos
nos pillemos muchos constipados al aire libre. Y con la covid-19 no es muy
diferente.
Aunque algo perplejo por la curiosidad de
mi compañero, que ronda los sesenta años y, por cierto, es diabético, respondí breve y
claro:
-Es que estamos en un interior.
Desde entonces, yo he seguido con mi
mascarilla en la oficina.
Mi compañero y otros, también, aunque a
regañadientes con el paso de las semanas y la evidente mejoría de la pandemia en
las hospitalizaciones, los ingresos en la UCI y los fallecimientos.
Desde que la vacunación tomara velocidad en
España, la covid-19 empezó a ser historia para mucha gente.
Pero no, esto no ha acabado.
La sexta ola, impulsada por la nueva
variante ‘ómicrom’, nos ha condenado a unas segundas navidades pandémicas.
Inesperadas para algunos por ese error tan humano de confundir los deseos con
la realidad.
La mascarilla es la solución para el
Gobierno de Pedro Sánchez, temeroso de aprobar medidas verdaderamente
efectivas, pero con un mayor coste económico en plena campaña navideña.
Pero no en los interiores, donde nunca ha
dejado de ser obligatoria (aunque demasiados lo hayan olvidado) y donde siempre
se han concentrado los contagios, sino en los exteriores, incluso sin
aglomeraciones.
Me pregunto, tras meses de insistir a mis
compañeros en el uso de la mascarilla en la oficina, ¿cómo les voy a convencer
ahora de que se la pongan cuando la solución de la sexta ola, para Pedro
Sánchez, pasa por protegerse al aire libre donde el riesgo es
significativamente muy inferior?
Si ya me costaba
antes…
No hay comentarios:
Publicar un comentario