Ahora, toca salvar vidas y también empleos… en 2020.
No son unas fiestas comunes. No. ¿Acaso el año ha sido normal? La covid-19
sigue ahí, en las UCI’s, en los hospitales, en los centros de salud…, pero
también en nuestras calles con una trasmisión comunitaria menor que en las últimas
semanas, pero todavía demasiado importante como para subestimarla. No ha
desaparecido, ni va a desaparecer a corto plazo, incluso cuando comience la
ansiada campaña de vacunación. Tampoco lo hizo tras el confinamiento de
primavera. Entonces, había que salvar el verano. Antes incluso se quiso salvar
la Semana Santa (spoiler, no vuelvan con lo mismo dentro de unos meses). Al
virus le encanta que le sigamos menospreciando. Golpeó una vez. Golpeó dos
veces. Y golpeará una tercera vez si queremos salvar las navidades… de 2020.
Andrea Crisanti contuvo a la covid-19 en marzo en el Véneto, mientras que los hospitales y las morgues de la vecina Lombardía se saturaban.
El epidemiólogo italiano de la
Universidad de Padua está preocupado:
“Pero no tanto por el virus sino por la
incapacidad de la clase política para enfrentar de una manera resolutiva este
problema”, precisó en una reciente charla con la Asociación de la Prensa
Extranjera.
Las luces se siguen quedando cortas.
“Cuando se acerque la Navidad, habrá mucha
presión política y económica para volver a abrir pero, si no tenemos un plan
para mantener la pandemia en números mínimos, habrá luego una tercera ola en
enero y febrero”.
Crisanti no es ningún agorero.
Ya ha pasado en este otoño.
Europa cantó victoria muy rápido. El
virus había levantado los brazos y se había rendido tras nuestros esfuerzos y nuestros sacrificios del confinamiento primaveral. Ya saben, la pandemia se vendió como
una guerra con vencedores, los ciudadanos, y vencidos, el SARS CoV-2, aunque con
un alto coste en vidas y con un inédito hundimiento de las economías en la época
contemporánea. Los héroes y las víctimas de la guerra.
Pero habíamos ganado. O eso se dijo (y se
creyó porque se quiso creer).
Llegaba el verano y… Había que salvar el
verano.
Porque no sabemos y porque no queremos
vivir con problemas que enturbien nuestras existencias cotidianas.
Como sociedad es algo que no entendemos.
Ocurre hoy con la covid-19 y ocurrirá en el futuro, que nadie lo dude, con próximos desafíos, como cuando el cambio climático, el gran reto inminente de
la historia de la humanidad, apriete a fondo el acelerador por, precisamente,
querer seguir siendo los mismos.
Es curioso que la humanidad, una prodigiosa
historia de adaptación, atraviese su época más rígida. Una mezcla de soberbia y
estupidez. No se piensen que somos tan listos como nos creemos. Construimos este
mundo y, parece ser, estamos dispuestos también a destruirlo mientras la
orquesta de nuestro particular Titanic sigue tocando con alegría, ajena a que
el agua hace tiempo ya pasó de nuestras cinturas.
Y porque a la economía, esa inhumana
maquinaria que tiraniza, tritura y maneja nuestras vidas, le importa una mierda nuestra
salud, estemos vivos, enfermos o muertos. Ya vendrán otros a sustituirnos. Somos carne de cañón, seamos más o menos productivos.
Cuando, digamos dentro de un par de
generaciones, se estudie la pandemia de la covid-19, no saldremos muy bien
retratados como personas, ciudadanos y sociedad.
La segunda ola, que ha
atacado a Europa en los tres últimos meses, es hija directa de nuestros errores
del verano, de querer salvar (a medias) el verano.
La tercera ola, si se produce, será hija
de lo que hagamos en estas navidades.
Incluso los países mejor preparados económica,
social, política y científicamente en la pandemia, como Alemania, están sufriendo
ahora el segundo envite del virus, con mayor dureza que en marzo y abril.
Y eso que Merkel está siendo,
probablemente, la líder mundial más lúcida en la pandemia.
“Lo siento de corazón pero, si el precio
a pagar son 590 muertes al día, es inaceptable”, clamó la canciller en el
Bundestag en la pasada semana para defender nuevas restricciones antes de las
fiestas navideñas.
“No puede ser que ahora, antes de las navidades,
tengamos muchos contactos y a continuación sean las últimas fiestas con los
abuelos porque hemos desperdiciado la oportunidad de hacer algo”, añadió Merkel.
Casi un grito de desesperación mientras nos
acercamos cuesta abajo, sin frenos y acelerando al precipicio. Y negando la
realidad.
Al virus le dan igual nuestras prisas por
querer vivir como antes.
Al virus le dan igual nuestros problemas
para equilibrar la balanza entre la salud y la economía.
Al virus le da igual que sea 25 de
diciembre o 25 de marzo.
Al virus le damos igual.
El virus solo quiere infectar y crecer.
El problema somos nosotros. El problema
es nuestra respuesta al virus, siguiendo la reflexión de Crisanti.
No nuestra respuesta científica, que será
la que nos saque de la pandemia, sino nuestra respuesta individual y colectiva,
nuestra respuesta ciudadana y política.
Hay que salvar las navidades, pero de
2021
Ahora, toca salvar vidas y también
empleos… en 2020.
Sí, empleos. No habría nada peor para la
economía que extender la pandemia unos meses más, con nuevas restricciones.
¡No alimentemos al virus en la mesa de
Navidad!
¡No invitemos al virus en la mesa de
Navidad!
Estas navidades no son unas fiestas
comunes.
No.
¿Acaso el año ha sido normal?
La covid-19 sigue ahí, en las UCI’s, en
los hospitales, en los centros de salud…, pero también en nuestras calles con
una trasmisión comunitaria menor que en las últimas semanas, pero todavía
demasiado importante como para subestimarla. Una trasmisión superior, sin ir
más lejos, que los números con los que se afrontó el verano, con mejor tiempo, con
muchas más actividades al aire libre.
El virus no ha desaparecido, ni va a
desaparecer a corto plazo, incluso cuando comience la ansiada campaña de
vacunación, que llevará meses y exigirá mientras las mismas medidas de
precaución que desde marzo.
Tampoco lo hizo tras el confinamiento de
primavera. Entonces, había que salvar el verano. Antes incluso se quiso salvar
la Semana Santa (spoiler, no vuelvan con lo mismo dentro de unos meses).
Al virus le encanta que le sigamos
menospreciando. Golpeó una vez. Golpeó dos veces. Y golpeará una tercera vez si
queremos salvar las navidades… de 2020.
Ya llegamos tarde.
Para Crisanti, que ya pidió el
confinamiento de Italia en Navidad hace un par de meses, “en estas condiciones,
la tercera ola es una certeza. No se puede bajar la guardia. Antes de que la
vacuna tenga efecto, pasarán meses. Nos espera un difícil invierno”.
Y una Navidad en casa, y con los justos, en 2020 para volver
a tener unas navidades, todos juntos, en 2021.
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