Madrid sí es el problema, el gran problema:
sanitario, económico, judicial y, sobre todo, político. La pandemia, una
inesperada ocasión para debilitar y tumbar al casi neonato Gobierno de coalición de Pedro
Sánchez y Pablo Iglesias, aunque sea acosta de vidas y empleos, en gran parte
de los sectores más desfavorecidos y vulnerables de la sociedad. ¡Qué más le da
a la antigua ‘community manager’ del perro de Esperanza Aguirre, la Juana de
Arco, es más, la Isabel La Católica y la Agustina de Aragón del liberalismo
español! Aunque sea retorciendo los datos a su gusto, buscando día sí y día
también la confrontación y marcando constantemente diferencias porque su
estrategia es la única correcta. No, los demás españoles no somos los romanos
asediando a la Comunidad de Madrid. Y Ayuso, desde luego, no es ninguna
defensora de la libertad con los cascos con alas de Astérix.
Toda la Galia está ocupada por los
romanos… ¿Toda?
¡No! Una aldea poblada por irreductibles
galos resiste, todavía y como siempre, al invasor”.
Es la celebérrima introducción de cada
historieta de ‘Astérix El Galo’, el cómic del genial dúo francés compuesto por
el guionista y editor René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo.
Madrid no es ninguna aldea española
asediada en los tiempos de la pandemia del covid-19.
Aunque lo quiera parecer.
Ni la presidenta Isabel Díaz Ayuso aka
IDA (nunca unas siglas fueron tan declarativas) una versión moderna de Astérix y
Obélix, con sus cascos con alas, aderezada con toques de Juana de Arco, Isabel
la Católica y Agustina de Aragón, que para eso es española y mucho española.
IDA no es ninguna libertadora.
Roma no está asediando a Madrid en los
tiempos de la pandemia.
De la existencia de la ‘community
manager’ de ‘Pecas’, el perro de su mecenas en el PP, Esperanza Aguirre, la
mayoría de los españoles supimos poco antes de las elecciones autonómicas de mayo de
2019. Porque Madrid, aunque lo pretenda el PP y lo parezca en buena parte de
los medios de comunicación de difusión nacional, no es toda España.
Hasta entonces, Ayuso era una
desconocida, al menos para la mayoría de la sociedad.
Ayuso, eso sí, ya tenía buenos padrinos en
Génova: Aznar, vía FAES, Aguirre y Casado, compañero de generación.
Toda una declaración de intenciones.
Casado, cuando la eligió personalmente
como candidata para el Gobierno de la Comunidad de Madrid, la definió como una
liberal y conservadora “sin complejos”.
Aquel “sin complejos” deslizaba ya el
futuro estilo de Ayuso como política.
La nueva ‘Marianne’ de la derecha
española.
Pero Ayuso perdió las elecciones, con el peor
resultado histórico del PP en unas autonómicas en Madrid, aunque ganó
la presidencia con un “pacto de perdedores”, como en su día los llamaba el PP,
con Ciudadanos y Vox.
Otra declaración de intenciones.
A mediados de septiembre de 2019, la gota
fría, ahora conocida como DANA, descargó con fuerza en varios puntos de España,
entre otros en el sureste de Madrid, que para eso es España y mucha España.
Ayuso se calzó las ‘katiuskas’, se vistió
con un chubasquero de la Agencia de Seguridad y Emergencias Madrid 112 y se
desplazó a Villar del Olmo. Se le olvidaron el casco con alas de Astérix, el
caballo más indómito de la Doncella de Orleans, los soldados del Reino de Castilla de Isabel la Católica… o, ya puestos, el cañón de
Agustina de Aragón.
Pero la liberal y conservadora “sin complejos”
estaba claramente fuera de sitio.
Ayuso había ido a hacerse la foto, cual
George W. Bush, por buscar un referente ideológico, sobre los escombros de las
Torres Gemelas tras los atentados del 11-S.
Pero Bush, a pesar de todo, tenía cierta
capacidad para conectar con una parte del pueblo estadounidense. Ayuso, no. Carece de empatía.
Hasta hace poco más de un año, lo suyo
era medrar en las camarillas del PP de Madrid, con las redes sociales de
‘Pecas’, y ganar méritos entre los sectores más ultras del partido (a los que
cuesta distinguir de Vox) y la prensa más conservadora. No es casual que, antes
de ser nombrada como candidata a la presidenta de la CAM, ya fuera una de las ‘prefe’
de Jiménez Losantos. La liberal y conservadora “sin complejos” ya tenía el
pedigrí perfecto, con el aval en la sombra de FAES, de Aznar.
Pero Ayuso estaba incómoda en el forzado
papel de Isabel la Católica en tiempos de inundaciones. Es poca cosa para ella. A la enviada del liberalismo madrileño le esperaban cometidos superiores.
Estaba incómoda, como reflejaba su rostro
de desagrado, casi de asco, mientras paseaba con sus ‘katiuskas’ por las
embarradas calles de la humilde Villar del Olmo, con menos de dos mil
habitantes y una renta per cápita diez veces inferior a Pozuelo de Alarcón
–donde llueve con sentido–, tras el desbordamiento del Arroyo de la Vega y
prometía ayudas, posteriormente fijadas en tres millones de euros.
Y más incómoda se puso cuando un
‘atrevido’ vecino le preguntó por la ausencia de los técnicos de la Conferencia
Hidrográfica del Tajo.
¡Cuánta insolencia!
A Ayuso, que no respondió, solo le faltó
responder que esas preguntas no se le hacen a una presidenta. Y mucho menos a ella.
Más o menos, el mismo recurso que se
buscó para ‘contestar’ a las razonables dudas recientes de Silvia Intxaurrondo,
en Telemadrid (ningún medio enemigo), sobre la dotación del personal para el futuro
‘hospital de pandemias’ de Valdebebas, construido en cuatro meses (que aprendan
los chinos de Wuhan con sus habitaciones prefabricadas). Porque, ya se sabe, a
los pacientes les atienden los ladrillos y el hormigón, no los médicos, los enfermeros y demás
personal sanitario y administrativo. Y Madrid es el ejemplo de todo el mundo en
la gestión de la pandemia.
Ayuso, desde que llegó a la presidencia
de la CAM, con el indispensable apoyo de Ciudadanos (ellos sabrán) y Vox
(primos hermanos) y la enésima absurda división del voto progresista (con
tantos responsables y tan pocos confesores), ha querido ser la protagonista de la política… española.
Visto el pobre desempeño de Casado en las
urnas, con el pacto ‘obligado’ entre el PSOE y Unidas Podemos, con el gobierno
de coalición, Ayuso se desató, asesorada por aquel antiguo portavoz del primer gobierno
de Aznar, ese Miguel Ángel Rodríguez de voz apagada, sentido del humor para
‘avanzados’ e ideas políticas olvidadas por casi cualquier demócrata.
Y llegó la ‘oportunidad’ de la pandemia del covid-19.
Ayuso no es Astérix ni Madrid las Galias.
Ayuso tampoco es Isabel la Católica (ella es mucho más limpia) ni
Madrid la Granada liberada del ‘yugo’ (que no las flechas) musulmán.
Ayuso ni siquiera es Agustina de Aragón
con Madrid emulando a la Zaragoza rodeada por la Francia napoleónica.
Sanitario porque los números lo dicen.
10.403 madrileños han fallecido en Madrid
con covid-19 confirmado, según los últimos datos del Ministerio de Sanidad. Casi un
tercio del total en España.
Madrid ha sido la zona cero de la pandemia, como Lombardía en Italia o Nueva York en Estados Unidos.
Fue en Madrid donde, en el momento más
crítico, se tuvieron que habilitar tres morgues improvisadas: el
Palacio de Hielo, la ‘Nevera’ de Majadahonda y el Instituto de
Medicina Legal, el conocido ‘donut’, por su forma, de la fallida Ciudad de la
Justicia de Aguirre, curiosamente vecina del megapromocionado Hospital de
Pandemias de Valdebebas. El colapso en los servicios funerarios supuso que algunas incineraciones se realizarán a cientos de kilómetros de distancia.
Fue en Madrid donde se transformó Ifema
en un hospital de campaña (con fiesta de despedida de bocadillos de calamares incluida tras
abandonar Ayuso, superado el covid-19, su sufrido confinamiento en dos suites de un hotel de Sarasola, plasmado en una doliente sesión de fotos).
Ha sido en Madrid donde se dejó morir a miles de ancianos en las residencias, ni sabemos aún el número exacto, tras
impedirse, por órdenes políticas, su derivación a unos hospitales colapsados.
Es Madrid, como capital de España y motor
económico, la principal responsable del desplome de la actividad económica porque,
aunque Ayuso lo siga sin entender, sin salud no hay economía.
Es Madrid, el problema judicial porque
cada vez que el Gobierno decide una medida que no comparte acude a los juzgados
como si fueran expertos en salud pública.
Y es Madrid, sin duda, el problema, el
gran problema, político que está dificultando la gestión de la pandemia y con
ello la salud y los empleos de todos los españoles.
No es así, apenas, para Ayuso (promotores,
aduladores y colaboradores).
La pandemia ha sido una inesperada
ocasión para debilitar y tumbar al casi neonato Gobierno de coalición de Pedro Sánchez y
Pablo Iglesias, aunque sea acosta de vidas y empleos, en gran parte de los
sectores más desfavorecidos y vulnerables de la sociedad.
¡Qué más le da a la antigua ‘community
manager’ del perro de Esperanza Aguirre, la Juana de Arco, la Isabel La
Católica del liberalismo español!
Aunque sea retorciendo los datos a su
gusto (bajando el volumen de pruebas para disminuir el número de casos), buscando día sí y día también la
confrontación (sean los controles en Barajas, como si el virus solo pudiera
venir de fuera; el 8-M, vía agotada en los tribunales; o el Estado de Alarma y el mando único) y marcando constantemente diferencias (atendiendo a principios
de zonas básicas de salud y no municipios o inventándose fórmulas de
confinamiento por días, dinamitando en plena rueda de prensa el acuerdo con los atónitos presidentes de Castilla y León y Castilla La Mancha) porque su estrategia es la única correcta y porque sus asesores así se lo dicen (qué otra cosa podrían decir).
No, los demás españoles no somos los
romanos asediando a la Comunidad de Madrid.
Y Ayuso, desde luego, no es ninguna
defensora de la libertad con los cascos con alas de Astérix y Obélix y las
‘katiuskas’ de Villar del Olmo para que los madrileños, castigados por no irse
de puente en Los Santos y La Almudena, se puedan mover (con casi todas las comunidades confinadas perimetralmente) para salvar las
vidas y los empleos de los españoles.
Estamos en el año 2020 después de
Jesucristo.
Toda España está acosada por una pandemia…
¿Toda?
¡Sí! Una aldea poblada por irreductibles liberal-conservadores
madrileños también está contagiada.
Quizás seamos todos los españoles, madrileños incluidos, quienes tengamos democráticamente que resistirnos al invasor.
Y no es solo el virus.
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