viernes, 11 de septiembre de 2020

Covid-19: Las prisas como estrategia

España, la eterna España, también en los tiempos de la pandemia. No hay un plan. Menos una alternativa. No existe una hoja de ruta. Nadie piensa en el medio plazo, ni digamos en el largo. Se actúa y se improvisa…, cuando el problema ya no se puede ocultar y obviar. Lo que tenemos es una catarata de decisiones, a menudo de última hora, escasamente coordinadas entre todas las administraciones. Da igual que sea la vuelta a los colegios que la protección de las residencias.


España vive con prisas, con muchas prisas, incluso en los tiempos de la pandemia.

Con una desescalada precipitada (las fases cayeron como fichas de dominó una vez se inclinó la primera), con evidentes presiones de los distintos lobbies turísticos y empresariales.

Porque no manda la salud, manda el dinero. 

Con demasiadas ganas por volver pronto a nuestra normalidad, cuando la situación no lo permite. 

Porque no manda la salud, manda nuestro ocio. 

Porque no manda el interés colectivo, mandan las necesidades individuales.

Está prohibido pararse y pensar en el problema que tenemos encima y en la forma de abordarlo y resolverlo. En España, todo es mejor rápido que bien. Que nada, ni siquiera una pandemia, nos cambie la vida.

Como el perezoso alumno que aguarda hasta la noche anterior para estudiar con la esperanza de salvar la papeleta con un aprobado justo.

España es una mala estudiante.

Ciudadanos y administraciones actuamos siempre igual: tarde y con prisas.

Va en nuestro carácter y no es algo, para nada, de lo que sentirnos orgullosos.

No es la mejor actitud para afrontar una crisis sanitaria de la magnitud de la pandemia del covid-19 que exige anticiparse a los hechos, un plan claro y sostenible. También una alternativa (mejor si son varias) para cada obstáculo que nos coloque el virus: los sanitarios y los socioeconómicos.

España fue uno de los países más golpeado del mundo en la primera ola del coronavirus y lidera desde hace semanas el incremento de casos en Europa de una hipotética segunda ola.

No es casual.

El covid-19 es un magnífico e implacable evaluador socioeconómico de cada país.

¿Por qué la pandemia está haciendo tanto daño en España?

Sencillamente, porque somos España.

¿Por qué los efectos de la pandemia, sanitarios y económicos, son y serán mayores que en países, teóricamente, similares?

Sencillamente, porque somos España.

España vive y apura el presente, pero nunca piensa en el futuro. ¡¡¡Carpe diem!!!

¿Se acuerdan cuando se hablaba, hace años, de la necesidad de un cambio de modelo productivo o de las consecuencias de los recortes en los servicios públicos o del deterioro de nuestro sistema educativo o de las deficiencias asistenciales en las residencias? 

No se hizo nada porque se apostó más por el presente que por el futuro.

Y no se engañen, se hará lo justo durante y tras la pandemia.

Por eso, el covid-19 ha encontrado aquí, en España, las mejores circunstancias para expandirse.

Los políticos y los ciudadanos, medio año después de conocer al virus, seguimos sin entender qué significa convivir con una pandemia. No podemos actuar igual que antes. Al menos, durante un tiempo. 

Somos nosotros quienes tenemos que adaptarnos al covid-19 y no al revés, como nuestras tradicionales prisas pretenden. Tenemos que pensar en algo más que en el presente. Debemos trazar un plan y plantear todos los escenarios posibles. Toca levantar el pie del acelerador. No es el momento de las prisas. Es el momento de dejar de ser tan españoles.

No éramos un país preparado para afrontar una crisis de esta magnitud, pero seguiremos sin serlo mientras no cambiemos la mentalidad. 

España no puede seguir siendo un mal alumno que confía en salvar la papeleta con el mínimo esfuerzo, sin cambiar momentáneamente su estilo de vida, que espera hasta la última hora para resolver cada desafío de la pandemia.

En su momento, fueron las residencias. Se actuó tarde, cuando el virus ya había desbordado a muchos centros asistenciales con miles de fallecidos. Y se actuó mal porque los contagios, aunque a menor ritmo, siguen surgiendo en las residencias en la segunda ola. Las medidas han sido escasas en un escenario crítico para el covid-19.

Ahora, los colegios. El comienzo del curso, en pleno ‘boom’ de contagios, es una absoluta incertidumbre.

Las clases marcarán la evolución de la pandemia, nuestra maltrecha economía y nuestras vidas. 

El curso pasado se cerró como se pudo, con un déficit académico notable tras aflorar las carencias socioeducativas sobradamente denunciadas desde hace tiempo en España. Antes que el covid-19, ya estábamos avisados. El sistema educativo español necesitaba una modernización. Necesitaba recursos, inversión. Pero, ya se sabe, en España el ‘modus operandi’ con los problemas es peculiar: nada hasta que explotan.

No es que se haya hecho demasiado tras el pico de la pandemia entre marzo y abril. Se han desperdiciado meses para preparar todos los escenarios, pero se ha esperado al final. Como siempre. 

El curso arranca porque tiene que arrancar, porque hay prisas para aparentar una normalidad que no es tal. Pero no empieza como se podía y se debía haber hecho, con un plan… Con varios planes, con los alumnos, con los profesores, con los padres, con las empresas…

Tendríamos que ‘dejar de ser’ España, al menos mientras el covid-19 siga siendo una amenaza para nuestras vidas y nuestras economías.

Nuestras prisas, nuestra genética impaciencia, son nuestro peor enemigo en la pandemia.

Este examen no se puede preparar y aprobar con lo justo estudiando la noche anterior. 

Las prisas no pueden marcar nuestra estrategia.

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