Salió el rey, en plena crisis de la pandemia del
coronavirus y del escándalo de la herencia de su padre, para decir… nada.
Frases hechas y mil veces repetidas en estos últimos días que parecían sacadas
del manual de supervivencia de cualquier ‘coaching’ de segunda fila o de una
redacción de fin de semana de un aventajado alumno de Primaria deseando la paz
y la felicidad para todo el mundo. Se espera algo más profundo del jefe del
Estado que apelaciones baratas a la solidaridad colectiva y un silencio
absoluto sobre la fortuna de su padre, el emérito.
El rey no está ni cuando se le espera.
Ni cuando habla.
Ni para ponerse al frente de una situación de emergencia nacional, o al menos soltar algo más que cuatro frases hechas para quedar bien y cumplir el trámite, ni para explicar la envenenada herencia de su padre, que cuestiona, si cabe más, una institución absolutamente desprestigiada y sin aval ciudadano en las urnas (ese referéndum que nunca se ha querido convocar).
Salió Felipe VI, tarde y mal.
La viva imagen de la monarquía española.
Salió para defender su trono, un trono que se cae a pedazos.
No salió para proteger a su pueblo, al que siempre apela defender y al que debe su privilegiada vida y posición tras el legado de su padre, al que ahora repudia.
Puntual (estaba grabado).
Y breve (apenas siete minutos).
Por supuesto, sin referencias al escándalo de la herencia de su padre.
De eso, ya pasó página con un furtivo comunicado, a última hora de la noche del domingo, tres días antes de comparecer públicamente con un mensaje exclusivo sobre la pandemia del coronavirus y con la España que dice tanto amar en Estado de Alarma, confinada y atemorizada por su salud y su futuro económico.
La historia de siempre de la monarquía española: patada para adelante.
Pero el problema volverá.
Cuando la pesadilla del coronavirus desaparezca, Felipe VI tendrá que dar explicaciones muy claras y convincentes sobre la herencia de su padre y la figura del emérito, hiperprotegida en España pero cuestionada desde hace mucho tiempo en la prensa internacional por el carácter difuso de su fortuna.
No le valdrá a Felipe VI la misma estrategia de su hermana Cristina con los negocios de su marido, Iñaki Urdangarin: la ignorancia.
¡Qué curioso!
La monarquía española prefiere parecer tonta antes que corrupta.
Si fuera así, ¿de qué nos vale una monarquía que no se entera de nada, ni siquiera de lo que sucede en su propia familia?
La monarquía española, tan bien preparada, según sus palmeros, es ineficaz y tiene que dar muchas y muy claras explicaciones sobre su funcionamiento.
La emergencia nacional del coronavirus no servirá para tapar las vergüenzas de la Zarzuela.
Esta vez, no.
A Felipe VI no le valdrá con soltar su repetida cantinela, su típico discurso de Liga de Debate de Georgetown:
“Este virus no nos vencerá, al contrario, nos va a hacer más fuertes como sociedad, una sociedad más comprometida, solidaria y unida”.
¿De qué valen ahora esas palabras?
Esas palabras, que ya han repetido muchas veces cargos públicos y personas privadas en los últimos días, ¿es el único mensaje que ofrece el monarca en la mayor crisis sanitaria en la historia moderna en España?
Esas apelaciones colectivas simplonas, qué buenos somos, no van a detener a la pandemia por sí solas.
El rey, si quiere merecer el sueldo y el respeto de su pueblo, no puede presentarse ante sus ciudadanos con un discurso de alumno de Primaria mientras se parapeta en la Zarzuela para huir de la sombra de su padre.
El rey no está ni cuando se le espera.
Ni cuando habla.
Ni para ponerse al frente de una situación de emergencia nacional, o al menos soltar algo más que cuatro frases hechas para quedar bien y cumplir el trámite, ni para explicar la envenenada herencia de su padre, que cuestiona, si cabe más, una institución absolutamente desprestigiada y sin aval ciudadano en las urnas (ese referéndum que nunca se ha querido convocar).
Salió Felipe VI, tarde y mal.
La viva imagen de la monarquía española.
Salió para defender su trono, un trono que se cae a pedazos.
No salió para proteger a su pueblo, al que siempre apela defender y al que debe su privilegiada vida y posición tras el legado de su padre, al que ahora repudia.
Puntual (estaba grabado).
Y breve (apenas siete minutos).
Por supuesto, sin referencias al escándalo de la herencia de su padre.
De eso, ya pasó página con un furtivo comunicado, a última hora de la noche del domingo, tres días antes de comparecer públicamente con un mensaje exclusivo sobre la pandemia del coronavirus y con la España que dice tanto amar en Estado de Alarma, confinada y atemorizada por su salud y su futuro económico.
La historia de siempre de la monarquía española: patada para adelante.
Pero el problema volverá.
Cuando la pesadilla del coronavirus desaparezca, Felipe VI tendrá que dar explicaciones muy claras y convincentes sobre la herencia de su padre y la figura del emérito, hiperprotegida en España pero cuestionada desde hace mucho tiempo en la prensa internacional por el carácter difuso de su fortuna.
No le valdrá a Felipe VI la misma estrategia de su hermana Cristina con los negocios de su marido, Iñaki Urdangarin: la ignorancia.
¡Qué curioso!
La monarquía española prefiere parecer tonta antes que corrupta.
Si fuera así, ¿de qué nos vale una monarquía que no se entera de nada, ni siquiera de lo que sucede en su propia familia?
La monarquía española, tan bien preparada, según sus palmeros, es ineficaz y tiene que dar muchas y muy claras explicaciones sobre su funcionamiento.
La emergencia nacional del coronavirus no servirá para tapar las vergüenzas de la Zarzuela.
Esta vez, no.
A Felipe VI no le valdrá con soltar su repetida cantinela, su típico discurso de Liga de Debate de Georgetown:
“Este virus no nos vencerá, al contrario, nos va a hacer más fuertes como sociedad, una sociedad más comprometida, solidaria y unida”.
¿De qué valen ahora esas palabras?
Esas palabras, que ya han repetido muchas veces cargos públicos y personas privadas en los últimos días, ¿es el único mensaje que ofrece el monarca en la mayor crisis sanitaria en la historia moderna en España?
Esas apelaciones colectivas simplonas, qué buenos somos, no van a detener a la pandemia por sí solas.
El rey, si quiere merecer el sueldo y el respeto de su pueblo, no puede presentarse ante sus ciudadanos con un discurso de alumno de Primaria mientras se parapeta en la Zarzuela para huir de la sombra de su padre.
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