domingo, 15 de marzo de 2020

Estado de Alarma… contra la indisciplina social

La crisis sanitaria (y económica) del coronavirus mide el grado de responsabilidad y madurez de la sociedad. España (parte de España) ha fracasado. La suspensión de las clases y el teletrabajo han instado a algunos a adelantar las vacaciones en la playa o la montaña o a llenar los parques y las terrazas en las ciudades. Justo lo contrario de lo indicado por las autoridades políticas y médicas: quedarse en casa. No es tan difícil. Un acto estúpido de desobediencia civil que pagamos todos.

Nuestro deber: estar en casa. Foto: Reuters.
“Alejémonos hoy para abrazarnos más fuerte mañana” (Giuseppe Conte, primer ministro de Italia).

Estoy enfadado con mucha gente.

Solo en los últimos días, miles de personas secundaron las manifestaciones del 8-M, Vox contraprogramó con su Asamblea General en Vistalegre, tres mil seguidores del Atlético de Madrid viajaron a Liverpool para apoyar a los rojiblancos en la Liga de Campeones y miles de madrileños adelantaron las vacaciones a la costa del Levante, como miles de vascos a sus segundas residencias en Cantabria o de catalanes en el litoral de la Costa Brava. Quien no pudo, se marchó de cañas a las terrazas, aprovechando el buen tiempo, o con los niños al parque. La estupidez, como el egoísmo, no conoce límites ideológicos, geográficos o económicos.

No se quedaron en casa en plena crisis del coronavirus, un problema de primera magnitud de salud pública y un desafío económico que nos afectará, en mayor o menor medida, a todos.

Sí, a todos. Nadie es inmune a una pandemia. 

Unos enfermerán. Algunos morirán. Otros perderán el trabajo. Incluso se arruinarán. La economía se resentirá (ya veremos la eficacia de las medidas, que deben ser globales para ser efectivas, para paliar los efectos). La economía de todos. Quien se crea inmune tiene un serio problema de narcisismo, soberbia e ignorancia.

Las manifestaciones del 8-M no eran procedentes con el momento. Bastaba con ver la situación en Italia, nuestro espejo más cercano. La lucha feminista es una tarea imprescindible los 365 días del año. Año tras año. Una lucha que va lógicamente más allá de una manifestación un día concreto. El 8-M tiene un evidente valor simbólico, pero el feminismo perdió más que ganó con las últimas concentraciones en pleno desconcierto social por la extensión del covid-19.

A Vox ‘no’ se le puede pedir mucha cabeza. No la tienen sus dirigentes. La obsesión contra el feminismo les llevó a contraprogramar el 8-M. El coronavirus no les preocupaba. Que no culpen a nadie más que a sí mismos de los contagios de Ortega Smith, que viajó además a Milán en pleno estallido del brote en Italia, y Abascal, entre otros. Suya fue la decisión de reunirse en Vistalegre. Nadie les obligó y nadie les habría impedido cancelar el acto. Pero la preocupación era otra, el feminismo, no el virus.

El deporte profesional ha reaccionado a regañadientes, como si no fuera el coronavirus con las competiciones deportivas. Pero el error no es solo de la UEFA por no suspender el encuentro del pasado martes entre el Liverpool y el Atlético en Anfield. Tres mil seguidores rojiblancos antepusieron sus intereses personales, en este caso su afición por el fútbol, a un problema de salud pública. Irresponsables. Eran un factor de riesgo para ellos mismos y para los ingleses. El virus, encantado de que le muevan.

La España acomodada (parte de ella), la España de las segundas residencias en la costa, la montaña y el pueblo de turno, se ha tomado el coronavirus como una excusa perfecta para adelantar sus vacaciones.

Y la España media (parte de ella) ha optado por salir a los parques y las terrazas para ocupar su mayor tiempo de ocio.

La España que solo piensa en sí misma no está dando la talla.

Lo del ‘teletrabajo’ y las clases ‘on-line’ funciona más en las noticias de los medios de comunicación que en la realidad cotidiana.

A algunos, la crisis sanitaria (y económica) del coronavirus les ha venido muy bien.

¡Fiesta, vacaciones anticipadas!

-Oye, que el Gobierno dice que nos quedemos en casa.

-Menudo rollo. Además, siempre nos mienten.

-Oye, que los médicos recomiendan no salir a la calle.

-¡Qué sabrán ellos, son unos exagerados!

-Los niños no tienen colegio y yo puedo ‘trabajar’ con el ordenador y el móvil.

-Yo, también.

-¿Qué tal si aprovechamos estos días y nos vamos a la casa de la playa?

-¿No es peligroso?

-¡Qué va! Nosotros somos jóvenes. Esto solo lo cogen los viejos y los enfermos. Y si lo pillamos, es solo una gripe, en dos días estamos bien.

-¿Y si contagiamos a alguien?

-¿Te importa realmente?

-Bueno… Dame una hora, hago la maleta y nos vamos.

-Vacaciones en marzo. ¡Viva el coronavirus!

Es una conversación ficticia pero…

¿Se aleja de la realidad de los cuatro descerebrados (desgraciadamente más) que se han saltado, se están saltando y se saltarán la indicación de quedarse en casa para frenar la propagación del covid-19 en España?

La crisis del coronavirus tiene muchas vertientes.

La más inmediata, la principal (ahora): la sanitaria.

Se trata de salvar vidas y evitar nuevos contagios para no colapsar los hospitales y agravar la pandemia y el funcionamiento de nuestro sistema de salud, ya sobrecargado de por sí. Se trata de controlar la situación hasta que llegue una vacuna en un plazo, aproximado, de un año.

La más peligrosa e impredecible, a medio y largo plazo: la económica.

Los autónomos, los trabajadores, el turismo, el comercio, los impuestos, la bolsa…

Esta crisis cambiará el tablero geopolítico, con un creciente liderazgo de China (ya no solo a nivel comercial y tecnológico), Corea del Sur, Japón y Singapur. Se avecinan también nuevos tiempos en el mercado laboral y nuestras economías, ya agitadas ante desafíos inminentes como el cambio climático y la revolución tecnológica. Pero de eso vamos a estar hablando durante muchos años. 

El covid-19 servirá (o debería servir) de espoleta para preparar e iniciar muchas profundas e imprescindibles transformaciones en nuestra estructura económica. Una nueva era.

Pero la vertiente sanitaria y económica ‘camuflan’ otra vertiente no menos importante: la sociológica.

El coronavirus nos evalúa como ciudadanos y como personas.

Es una prueba de fuego de nuestro comportamiento individual y colectivo a un problema individual y, por supuesto, colectivo.

Y la sociedad, hablo de España, de parte de España, no está respondiendo a la altura.

Total, a mí no me va a tocar.

Error.

El virus te acabará afectando si no se toman medidas a tiempo.

Quedarse en casa es necesario.

Porque retrasar la contención del virus incrementará el número de infectados y fallecidos, intensificará las consecuencias sobre la economía y el mercado laboral (con una incalculable caída de la actividad y, aún menos, un indeterminado regreso de la confianza) y alargará y redoblará las medidas coercitivas desde los organismos públicos.

Ya que algunos son incapaces de pensar y actuar en colectivo, que sepan que, a la larga, también ellos se verán perjudicados. Se quejarán si se restringen sus movimientos. O si enferman. O dirán que no estaban informados.

Pero no sería necesario establecer ningún Estado de Alarma si fuéramos colectivamente responsables.

Pero no lo somos.

El Estado de Alarma no solo responde a una emergencia sanitaria y económica.

El Estado de Alarma responde también a una imprescindible respuesta constitucional contra cuatro descerebrados, contra la desobediencia civil en tiempos en los que toca pensar por todos.

Un Estado de Alarma en tiempos en los que debemos remar todos juntos: políticos, médicos, enfermeros, empresarios, autónomos, trabajadores, niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, progresistas, conservadores, ricos, pobres, solteros, casados… Generosos e insolidarios.

Juntos porque ahora prima el interés colectivo.

Ahora prima la obediencia civil, la disciplina social.

Ahora toca aportar nuestro granito de arena contra el coronavirus y quedarnos en casa.

Y si no es por nosotros mismos, será con un Estado de Alarma de dos semanas o el tiempo que sea necesario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario