La crisis sanitaria (y económica) del coronavirus
mide el grado de responsabilidad y madurez de la sociedad. España (parte de
España) ha fracasado. La suspensión de las clases y el teletrabajo han instado
a algunos a adelantar las vacaciones en la playa o la montaña o a llenar
los parques y las terrazas en las ciudades. Justo lo contrario de lo indicado por las
autoridades políticas y médicas: quedarse en casa. No es tan difícil. Un acto estúpido de
desobediencia civil que pagamos todos.
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Nuestro deber: estar en casa. Foto: Reuters. |
“Alejémonos hoy para abrazarnos más
fuerte mañana” (Giuseppe Conte, primer ministro de Italia).
Estoy enfadado con mucha gente.
Solo en los últimos días, miles de
personas secundaron las manifestaciones del 8-M, Vox contraprogramó con su
Asamblea General en Vistalegre, tres mil seguidores del Atlético de Madrid
viajaron a Liverpool para apoyar a los rojiblancos en la Liga de Campeones y
miles de madrileños adelantaron las vacaciones a la costa del Levante, como
miles de vascos a sus segundas residencias en Cantabria o de catalanes en el
litoral de la Costa Brava. Quien no pudo, se marchó de cañas a las terrazas, aprovechando el buen tiempo, o
con los niños al parque. La estupidez, como el egoísmo, no conoce límites ideológicos,
geográficos o económicos.
No se quedaron en casa en plena crisis
del coronavirus, un problema de primera magnitud de salud pública y un desafío
económico que nos afectará, en mayor o menor medida, a todos.
Sí, a todos. Nadie es inmune a una
pandemia.
Unos enfermerán. Algunos morirán. Otros perderán el trabajo. Incluso se arruinarán. La economía se resentirá (ya veremos la eficacia de las medidas, que deben ser globales para ser efectivas, para paliar los efectos). La economía de todos. Quien se crea inmune tiene un serio problema de narcisismo, soberbia e ignorancia.
Unos enfermerán. Algunos morirán. Otros perderán el trabajo. Incluso se arruinarán. La economía se resentirá (ya veremos la eficacia de las medidas, que deben ser globales para ser efectivas, para paliar los efectos). La economía de todos. Quien se crea inmune tiene un serio problema de narcisismo, soberbia e ignorancia.
Las manifestaciones del 8-M no eran
procedentes con el momento. Bastaba con ver la situación en Italia, nuestro
espejo más cercano. La lucha feminista es una tarea imprescindible los 365 días del año. Año tras año. Una lucha que va lógicamente más allá de una
manifestación un día concreto. El 8-M tiene un evidente valor simbólico, pero
el feminismo perdió más que ganó con las últimas concentraciones en pleno desconcierto
social por la extensión del covid-19.
A Vox ‘no’ se le puede pedir mucha
cabeza. No la tienen sus dirigentes. La obsesión contra el feminismo les llevó
a contraprogramar el 8-M. El coronavirus no les preocupaba. Que no culpen a
nadie más que a sí mismos de los contagios de Ortega Smith, que viajó además a
Milán en pleno estallido del brote en Italia, y Abascal, entre otros. Suya fue
la decisión de reunirse en Vistalegre. Nadie les obligó y nadie les habría
impedido cancelar el acto. Pero la preocupación era otra, el feminismo, no el
virus.
El deporte profesional ha reaccionado a regañadientes,
como si no fuera el coronavirus con las competiciones deportivas. Pero el error no es solo de la UEFA
por no suspender el encuentro del pasado martes entre el Liverpool y el
Atlético en Anfield. Tres mil seguidores rojiblancos antepusieron sus intereses
personales, en este caso su afición por el fútbol, a un problema de salud
pública. Irresponsables. Eran un factor de riesgo para ellos mismos y para los
ingleses. El virus, encantado de que le muevan.
La España acomodada (parte de ella), la
España de las segundas residencias en la costa, la montaña y el pueblo de turno, se ha
tomado el coronavirus como una excusa perfecta para adelantar sus vacaciones.
Y la España media (parte de ella) ha
optado por salir a los parques y las terrazas para ocupar su mayor tiempo de
ocio.
La España que solo piensa en sí misma no
está dando la talla.
Lo del ‘teletrabajo’ y las clases ‘on-line’
funciona más en las noticias de los medios de comunicación que en la realidad cotidiana.
A algunos, la crisis sanitaria (y económica)
del coronavirus les ha venido muy bien.
¡Fiesta, vacaciones anticipadas!
-Oye, que el Gobierno dice que nos
quedemos en casa.
-Menudo rollo. Además, siempre nos
mienten.
-Oye, que los médicos recomiendan no
salir a la calle.
-¡Qué sabrán ellos, son unos exagerados!
-Los niños no tienen colegio y yo puedo ‘trabajar’
con el ordenador y el móvil.
-Yo, también.
-¿Qué tal si aprovechamos estos días y
nos vamos a la casa de la playa?
-¿No es peligroso?
-¡Qué va! Nosotros somos jóvenes. Esto
solo lo cogen los viejos y los enfermos. Y si lo pillamos, es solo una gripe,
en dos días estamos bien.
-¿Y si contagiamos a alguien?
-¿Te importa realmente?
-Bueno… Dame una hora, hago la maleta y
nos vamos.
-Vacaciones en marzo. ¡Viva el
coronavirus!
Es una conversación ficticia pero…
¿Se aleja de la realidad de los cuatro
descerebrados (desgraciadamente más) que se han saltado, se están saltando y se
saltarán la indicación de quedarse en casa para frenar la propagación del
covid-19 en España?
La crisis del coronavirus tiene muchas
vertientes.
La más inmediata, la principal (ahora):
la sanitaria.
Se trata de salvar vidas y evitar nuevos contagios
para no colapsar los hospitales y agravar la pandemia y el funcionamiento de
nuestro sistema de salud, ya sobrecargado de por sí. Se trata de controlar la
situación hasta que llegue una vacuna en un plazo, aproximado, de un año.
La más peligrosa e impredecible, a medio
y largo plazo: la económica.
Los autónomos, los trabajadores, el
turismo, el comercio, los impuestos, la bolsa…
Esta crisis cambiará el tablero
geopolítico, con un creciente liderazgo de China (ya no solo a nivel comercial
y tecnológico), Corea del Sur, Japón y Singapur. Se avecinan también nuevos
tiempos en el mercado laboral y nuestras economías, ya agitadas ante desafíos inminentes
como el cambio climático y la revolución tecnológica. Pero de eso vamos a estar hablando durante muchos
años.
El covid-19 servirá (o debería servir) de espoleta para preparar e iniciar muchas profundas e imprescindibles transformaciones en nuestra estructura económica. Una nueva era.
Pero la vertiente sanitaria y económica
‘camuflan’ otra vertiente no menos importante: la sociológica.
El coronavirus nos evalúa como
ciudadanos y como personas.
Es una prueba de fuego de nuestro
comportamiento individual y colectivo a un problema individual y, por supuesto, colectivo.
Y la sociedad, hablo de España, de parte
de España, no está respondiendo a la altura.
Total, a mí no me va a tocar.
Error.
El virus te acabará afectando si no se toman medidas a tiempo.
Quedarse en casa es necesario.
Porque retrasar la contención del virus incrementará el número de infectados y fallecidos, intensificará las consecuencias sobre la economía y el mercado laboral (con una incalculable caída de la actividad y, aún menos, un indeterminado regreso de la confianza) y alargará y redoblará las medidas coercitivas desde los organismos públicos.
Ya que algunos son incapaces de pensar y actuar en colectivo, que sepan que, a la larga, también ellos se verán perjudicados. Se quejarán si se restringen sus movimientos. O si enferman. O dirán que no estaban informados.
Pero no sería necesario establecer ningún Estado de Alarma si fuéramos colectivamente responsables.
Pero no lo somos.
El Estado de Alarma no solo responde a una emergencia sanitaria y económica.
El Estado de Alarma responde también a una imprescindible respuesta constitucional contra cuatro descerebrados, contra la desobediencia civil en tiempos en los que toca pensar por todos.
Un Estado de Alarma en tiempos en los que debemos remar todos juntos: políticos, médicos, enfermeros, empresarios, autónomos, trabajadores, niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, progresistas, conservadores, ricos, pobres, solteros, casados… Generosos e insolidarios.
Juntos porque ahora prima el interés colectivo.
Ahora prima la obediencia civil, la disciplina social.
Ahora toca aportar nuestro granito de arena contra el coronavirus y quedarnos en casa.
Y si no es por nosotros mismos, será con un Estado de Alarma de dos semanas o el tiempo que sea necesario.
Total, a mí no me va a tocar.
Error.
El virus te acabará afectando si no se toman medidas a tiempo.
Quedarse en casa es necesario.
Porque retrasar la contención del virus incrementará el número de infectados y fallecidos, intensificará las consecuencias sobre la economía y el mercado laboral (con una incalculable caída de la actividad y, aún menos, un indeterminado regreso de la confianza) y alargará y redoblará las medidas coercitivas desde los organismos públicos.
Ya que algunos son incapaces de pensar y actuar en colectivo, que sepan que, a la larga, también ellos se verán perjudicados. Se quejarán si se restringen sus movimientos. O si enferman. O dirán que no estaban informados.
Pero no sería necesario establecer ningún Estado de Alarma si fuéramos colectivamente responsables.
Pero no lo somos.
El Estado de Alarma no solo responde a una emergencia sanitaria y económica.
El Estado de Alarma responde también a una imprescindible respuesta constitucional contra cuatro descerebrados, contra la desobediencia civil en tiempos en los que toca pensar por todos.
Un Estado de Alarma en tiempos en los que debemos remar todos juntos: políticos, médicos, enfermeros, empresarios, autónomos, trabajadores, niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, progresistas, conservadores, ricos, pobres, solteros, casados… Generosos e insolidarios.
Juntos porque ahora prima el interés colectivo.
Ahora prima la obediencia civil, la disciplina social.
Ahora toca aportar nuestro granito de arena contra el coronavirus y quedarnos en casa.
Y si no es por nosotros mismos, será con un Estado de Alarma de dos semanas o el tiempo que sea necesario.
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