…y
han perdido la ‘vergüenza’. No éramos una excepción en Europa ni en el resto
del mundo. Nunca lo fuimos. Aquí también había electores dispuestos a elegir a
un Trump, un Bolsonaro o una Le Pen. Era incierto que la ultraderecha no
tuviera representación política en España. Siempre contó con ella, aunque
‘camuflada’ en su momento en Alianza Popular y, sobre todo, el Partido Popular,
un ‘atrapalatodo’ en la derecha. Las caretas no se han caído. Únicamente
existían si se querían ver. La diferencia es que la ‘vergüenza’ ya no existe y
la ultraderecha española reclama ahora una voz propia en la derecha.
En España no existe
la ultraderecha.
Es una de las grandes mentiras políticas en los últimos años en nuestro país.
Siempre ha existido. Bastaba con escuchar a la gente, bastaba con escuchar a muchos votantes del PP. ¿Qué decían muchos de ellos en la calle, en conversaciones diarias privadas?
He escuchado ‘barbaridades’ en los últimos años contra los nacionalismos periféricos, las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales, los transexuales, los republicanos, los comunistas, los socialistas, los desempleados, los desfavorecidos, los desahuciados, los ecologistas, los actores, los pacifistas, los ateos, los agnósticos, los antitaurinos… Críticas al Estado del Bienestar. Críticas al Estado de las Autonomías. Críticas a las políticas de igualdad.
Machistas, racistas, xenófobos, homófobos, anticatalanes, antivascos, retrógrados… Sí, fachas.
¿No eran ideas reaccionarias propias de la ultraderecha?
Lo eran. Lo son.
¿Es que no había fachas en España? ¿Se fueron de un día para otro?
Votaban al PP (últimamente también algunos a Ciudadanos), porque era la única opción de poder en la derecha, pero pensaban en clave de ultraderecha, aunque una amplia mayoría negaban ser de ultraderecha. Y lo seguirán haciendo.
¿Qué más da como se consideren? Son de ultraderecha, lo admitan o no.
Hay que prestar más atención a la calle, y menos a las palabras (calculadas) de los líderes políticos (aunque algunos han enseñado la ‘patita’ desde hace tiempo). A todo el mundo le gusta quedar bien.
Sencillamente, nos hemos querido engañar.
La ultraderecha nunca desapareció en España.
Nos acostamos bajo una dictadura y nos despertamos con una democracia. Pero el cambio social no fue tan radical y nunca se completó. La ultraderecha no se fue, se cobijó, se adaptó, se camufló y, cuatro décadas después, ha vuelto a salir de donde estaba ‘escondida’.
Ya no les vale con votar al PP, esa es la diferencia.
Como no les vale en Francia con votar a Les Républicains o en Alemania con apoyar al SPD o en Italia con refrendar a Forza Italia. Cada país, con sus particulares, como en Estados Unidos con Trump o en Brasil, recientemente, con Bolsonaro.
Los partidos tradicionales de derecha, que durante años no hicieron ascos a sus votantes de extrema derecha, ya no controlan la situación. Es lo que suele pasar cuando se lleva tanto tiempo jugando con fuego.
Al PP le ha ocurrido en España. Años de discursos incendiarios contra Cataluña (en su día también contra Euskadi). Años de ambigüedad en debates tan complejos como la inmigración. Años de resistencia a la lucha contra el machismo.
La ultraderecha, cobijada en el PP, supo muy bien calzar sus ideas. El mensaje caló, avanzó y se impuso, con frecuencia, a conservadores, democratacristianos, liberales… Hacía tiempo que costaba distinguir al PP de un partido tradicional de ultraderecha.
Ya estaban… y han perdido la ‘vergüenza’.
Las consecuencias de la crisis socioeconómica (que sigue viva), las réplicas a la globalización y la inminente revolución tecnológica y, en España, la crisis territorial han despertado a la bestia.
Las elecciones autonómicas de Andalucía han dejado un escenario ‘inesperado’, histórico y muy preocupante: el PSOE perderá San Telmo (el último bastión en la política española, hasta el PNV o el PP gallego habían conocido la oposición), la derecha gobernará (que nadie dude del pacto PP-C’s-Vox) y, sobre todo, la ultraderecha ha encontrado su lanzadera.
El resultado de Vox es un aviso.
La ultraderecha reclama ya su voz propia.
Y ultraderechistas, en España, siempre ha habido dispuestos a escucharla.
En España, sí existe la ultraderecha. Y dan tanto miedo como antes.
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El multitudinario mitin ultraderechista de Vox en Vistalegre hace dos meses. |
Es una de las grandes mentiras políticas en los últimos años en nuestro país.
Siempre ha existido. Bastaba con escuchar a la gente, bastaba con escuchar a muchos votantes del PP. ¿Qué decían muchos de ellos en la calle, en conversaciones diarias privadas?
He escuchado ‘barbaridades’ en los últimos años contra los nacionalismos periféricos, las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales, los transexuales, los republicanos, los comunistas, los socialistas, los desempleados, los desfavorecidos, los desahuciados, los ecologistas, los actores, los pacifistas, los ateos, los agnósticos, los antitaurinos… Críticas al Estado del Bienestar. Críticas al Estado de las Autonomías. Críticas a las políticas de igualdad.
Machistas, racistas, xenófobos, homófobos, anticatalanes, antivascos, retrógrados… Sí, fachas.
¿No eran ideas reaccionarias propias de la ultraderecha?
Lo eran. Lo son.
¿Es que no había fachas en España? ¿Se fueron de un día para otro?
Votaban al PP (últimamente también algunos a Ciudadanos), porque era la única opción de poder en la derecha, pero pensaban en clave de ultraderecha, aunque una amplia mayoría negaban ser de ultraderecha. Y lo seguirán haciendo.
¿Qué más da como se consideren? Son de ultraderecha, lo admitan o no.
Hay que prestar más atención a la calle, y menos a las palabras (calculadas) de los líderes políticos (aunque algunos han enseñado la ‘patita’ desde hace tiempo). A todo el mundo le gusta quedar bien.
Sencillamente, nos hemos querido engañar.
La ultraderecha nunca desapareció en España.
Nos acostamos bajo una dictadura y nos despertamos con una democracia. Pero el cambio social no fue tan radical y nunca se completó. La ultraderecha no se fue, se cobijó, se adaptó, se camufló y, cuatro décadas después, ha vuelto a salir de donde estaba ‘escondida’.
Ya no les vale con votar al PP, esa es la diferencia.
Como no les vale en Francia con votar a Les Républicains o en Alemania con apoyar al SPD o en Italia con refrendar a Forza Italia. Cada país, con sus particulares, como en Estados Unidos con Trump o en Brasil, recientemente, con Bolsonaro.
Los partidos tradicionales de derecha, que durante años no hicieron ascos a sus votantes de extrema derecha, ya no controlan la situación. Es lo que suele pasar cuando se lleva tanto tiempo jugando con fuego.
Al PP le ha ocurrido en España. Años de discursos incendiarios contra Cataluña (en su día también contra Euskadi). Años de ambigüedad en debates tan complejos como la inmigración. Años de resistencia a la lucha contra el machismo.
La ultraderecha, cobijada en el PP, supo muy bien calzar sus ideas. El mensaje caló, avanzó y se impuso, con frecuencia, a conservadores, democratacristianos, liberales… Hacía tiempo que costaba distinguir al PP de un partido tradicional de ultraderecha.
Ya estaban… y han perdido la ‘vergüenza’.
Las consecuencias de la crisis socioeconómica (que sigue viva), las réplicas a la globalización y la inminente revolución tecnológica y, en España, la crisis territorial han despertado a la bestia.
Las elecciones autonómicas de Andalucía han dejado un escenario ‘inesperado’, histórico y muy preocupante: el PSOE perderá San Telmo (el último bastión en la política española, hasta el PNV o el PP gallego habían conocido la oposición), la derecha gobernará (que nadie dude del pacto PP-C’s-Vox) y, sobre todo, la ultraderecha ha encontrado su lanzadera.
El resultado de Vox es un aviso.
La ultraderecha reclama ya su voz propia.
Y ultraderechistas, en España, siempre ha habido dispuestos a escucharla.
En España, sí existe la ultraderecha. Y dan tanto miedo como antes.
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