martes, 5 de junio de 2018

Gürtel: el final que merecía M. Rajoy

No es el tonto que nos han querido vender. No es el tonto que el mismo ha querido vendernos. Detrás de ese inmovilismo, de esa ‘pachorra’, detrás de esa aparente dejación de funciones, había un un político ambicioso, egocéntrico y sin autocrítica. Mucho pese a su lacerante mediocridad.

Rajoy, ejerciendo de 'presidente' de la Peña España.
No molestar.

En una semana, comienza el Mundial de fútbol en Rusia.

M. Rajoy está ocupado leyendo el ‘Marca’ y organizando su agenda (ahora que la tiene libre por completo después de perder la presidencia del Gobierno y renunciar a la presidencia del PP) para verse todos los partidos por televisión.

¿Volverá a ganar el Mundial la Roja (oops, España, que eso de la Roja es de antiespañoles)? ¿Cómo será la España de Lopetegui? ¿Se despedirá Iniesta con otro título? ¿Quién meterá los goles? ¿Quiénes serán los rivales de España? ¿Qué selecciones jugarán la final? ¿Cristiano Ronaldo o Messi?

Son las cosas que le preocupan, de verdad, a M. Rajoy.

El hombre ya andaba bastante fastidiado, con eso de la moción de censura, tras perderse la final de la Liga de Campeones entre el Real Madrid y Liverpool. Y encima ahora se pierde una hipotética final del Mundial con la selección española. ¡Eso no se hace a M. Rajoy!

Entre fútbol y ciclismo, M. Rajoy siempre ha tenido la agenda disponible. Ningún problema (por grave que fuera) ha perturbado sus intereses deportivos, por encima de sus responsabilidades políticas.

Así ocurrió, por ejemplo, en el primer partido de la selección española de fútbol en la Eurocopa de 2012. España acababa de recibir un rescate a su sector financiero de 100.000 millones de euros. Unos chuches (que diría el gallego) para la banca. Rajoy viajó, sin embargo, a Polonia para ver a España frente a Italia tras una comparecencia pública a regañadientes. ¿Por qué hablar de política cuando se puede hablar de fútbol? ¡Qué ganas de complicarnos la vida!

“Me voy porque la selección lo merece y porque el asunto está resuelto”, explicó entonces.

Quizás sea una de las anécdotas que mejor resume la personalidad de M. Rajoy.

No es el tonto que nos han querido vender. No es el tonto que el mismo ha querido vendernos. Detrás de ese inmovilismo, de esa ‘pachorra’, detrás de esa aparente dejación de funciones, había un político ambicioso, egocéntrico y sin autocrítica. Mucho pese a su lacerante mediocridad.

Quienes navegamos entre la treintena y la cuarentena de años llevamos toda la vida escuchando su nombre en la primera línea de la política. Realmente, es el único que continúa (continuaba) activo. Voluntaria o involuntariamente, se marcharon de la política Felipe González, Alfonso Guerra, Jordi Pujol, Xavier Arzallus, José María Aznar, Manuel Fraga, José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba…

Y Rajoy seguía mientras Miguel Indurain era el rey del ciclismo mundial y Alberto Contador recogía su testigo en las carreteras, mientras el Real Madrid se obsesionaba con la Séptima Copa de Europa y alargaba años después su hegemonía con trece títulos.

Eterno. El día que Rajoy entró en la política fue para no salir de ella. El gallego, que se sacó las oposiciones de registrador de la propiedad a los 23 años, ‘aprobó’ también unas segundas oposiciones para vivir de la política toda su vida. Era el lugar idóneo donde leer cada mañana la prensa. Ejem, el diario ‘Marca’. Y algunas cosillas más.

M. Rajoy ha tenido el final que merecía: la sentencia de la Trama Gürtel I (1999-2005) y una moción de censura que ha aupado a Pedro Sánchez a La Moncloa con una mayoría absoluta (180) de los diputados del Congreso. Es el primer presidente de la democracia española que pierde la confianza del Congreso.

Un final justo.

Es el político que se negó siempre a ver la realidad.

Negó el Prestige. No eran más que unos “hilitos de plastilina”.

Negó la autoría del 11-M. Nunca superó la derrota en las urnas en 2004.

Negó su catalanofobia. Mientras le servía para pescar votos.

Negó la voz de la calle (salvo cuando le interesaba). Era más de mayorías silenciosas.

Negó los recortes. Eran órdenes gustosas desde Berlín y Bruselas.

Negó la desigualdad. Lo que importa es la macroeconomía.

Negó a los nacionalismos. Salvo cuando le valieron, por ejemplo, para aprobar los últimos Presupuestos.

Negó a Aznar. Aunque fue su delfín, el hombrecillo señalado que se rebeló al padre.

Negó a sus compañeros. A Rato, a Zaplana, a Matas, a Barberá, a Aguirre… a Bárcenas.

Negó la corrupción. Eran dos casos aislados.

Negó la caja B del PP. Negó los sobresueldos del PP.

Negó Gürtel, aquella trama que, decía, era “contra el PP”.

Tranquilo, M. Rajoy, ahora ya tienes todo el tiempo del mundo para ver el Mundial de fútbol.

Tardó, pero Gürtel ha sido el final que merecías.

No te echaré en falta.

¡Ah, se me olvidaba!

Fin de la cita, M. Rajoy.

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