No
es el tonto que nos han querido vender. No es el tonto que el mismo ha querido
vendernos. Detrás de ese inmovilismo, de esa ‘pachorra’, detrás de esa aparente
dejación de funciones, había un un político ambicioso, egocéntrico y sin
autocrítica. Mucho pese a su lacerante mediocridad.
En una semana,
comienza el Mundial de fútbol en Rusia.
M. Rajoy está
ocupado leyendo el ‘Marca’ y organizando su agenda (ahora que la tiene libre
por completo después de perder la presidencia del Gobierno y renunciar a la
presidencia del PP) para verse todos los partidos por televisión.
¿Volverá a ganar el
Mundial la Roja (oops, España, que eso de la Roja es de antiespañoles)? ¿Cómo
será la España de Lopetegui? ¿Se despedirá Iniesta con otro título? ¿Quién
meterá los goles? ¿Quiénes serán los rivales de España? ¿Qué selecciones
jugarán la final? ¿Cristiano Ronaldo o Messi?
Son las cosas que
le preocupan, de verdad, a M. Rajoy.
El hombre ya andaba
bastante fastidiado, con eso de la moción de censura, tras perderse la final de
la Liga de Campeones entre el Real Madrid y Liverpool. Y encima ahora se pierde
una hipotética final del Mundial con la selección española. ¡Eso no se hace a
M. Rajoy!
Entre fútbol y
ciclismo, M. Rajoy siempre ha tenido la agenda disponible. Ningún problema (por
grave que fuera) ha perturbado sus intereses deportivos, por encima de sus
responsabilidades políticas.
Así ocurrió, por
ejemplo, en el primer partido de la selección española de fútbol en la Eurocopa
de 2012. España acababa de recibir un rescate a su sector financiero de 100.000
millones de euros. Unos chuches (que diría el gallego) para la banca. Rajoy
viajó, sin embargo, a Polonia para ver a España frente a Italia tras una
comparecencia pública a regañadientes. ¿Por qué hablar de política cuando se
puede hablar de fútbol? ¡Qué ganas de complicarnos la vida!
“Me voy porque la
selección lo merece y porque el asunto está resuelto”, explicó entonces.
Quizás sea una de las anécdotas que mejor resume la personalidad de M. Rajoy.
Quizás sea una de las anécdotas que mejor resume la personalidad de M. Rajoy.
No es el tonto que
nos han querido vender. No es el tonto que el mismo ha querido vendernos.
Detrás de ese inmovilismo, de esa ‘pachorra’, detrás de esa aparente dejación
de funciones, había un político ambicioso, egocéntrico y sin autocrítica.
Mucho pese a su lacerante mediocridad.
Quienes navegamos
entre la treintena y la cuarentena de años llevamos toda la vida escuchando su
nombre en la primera línea de la política. Realmente, es el único que continúa
(continuaba) activo. Voluntaria o involuntariamente, se marcharon de la
política Felipe González, Alfonso Guerra, Jordi Pujol, Xavier Arzallus, José
María Aznar, Manuel Fraga, José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez
Rubalcaba…
Y Rajoy seguía mientras Miguel Indurain era el rey del ciclismo mundial y Alberto
Contador recogía su testigo en las carreteras, mientras el Real Madrid se
obsesionaba con la Séptima Copa de Europa y alargaba años después su hegemonía
con trece títulos.
Eterno. El día que
Rajoy entró en la política fue para no salir de ella. El gallego, que se sacó
las oposiciones de registrador de la propiedad a los 23 años, ‘aprobó’ también
unas segundas oposiciones para vivir de la política toda su vida. Era el lugar
idóneo donde leer cada mañana la prensa. Ejem, el diario ‘Marca’. Y algunas
cosillas más.
M. Rajoy ha tenido
el final que merecía: la sentencia de la Trama Gürtel I (1999-2005) y una
moción de censura que ha aupado a Pedro Sánchez a La Moncloa con una mayoría
absoluta (180) de los diputados del Congreso. Es el primer presidente de la
democracia española que pierde la confianza del Congreso.
Un final justo.
Es el político que
se negó siempre a ver la realidad.
Negó el Prestige.
No eran más que unos “hilitos de plastilina”.
Negó la autoría del
11-M. Nunca superó la derrota en las urnas en 2004.
Negó su
catalanofobia. Mientras le servía para pescar votos.
Negó la voz de la
calle (salvo cuando le interesaba). Era más de mayorías silenciosas.
Negó los recortes. Eran
órdenes gustosas desde Berlín y Bruselas.
Negó la
desigualdad. Lo que importa es la macroeconomía.
Negó a los
nacionalismos. Salvo cuando le valieron, por ejemplo, para aprobar los últimos Presupuestos.
Negó a Aznar.
Aunque fue su delfín, el hombrecillo señalado que se rebeló al padre.
Negó a sus
compañeros. A Rato, a Zaplana, a Matas, a Barberá, a Aguirre… a Bárcenas.
Negó la corrupción.
Eran dos casos aislados.
Negó la caja B del
PP. Negó los sobresueldos del PP.
Negó Gürtel,
aquella trama que, decía, era “contra el PP”.
Tranquilo, M.
Rajoy, ahora ya tienes todo el tiempo del mundo para ver el Mundial de fútbol.
Tardó, pero Gürtel
ha sido el final que merecías.
No te echaré en
falta.
¡Ah, se me olvidaba!
Fin de la cita, M. Rajoy.
¡Ah, se me olvidaba!
Fin de la cita, M. Rajoy.
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