El
vigésimo aniversario del asesinato del concejal de Ermua, a manos de ETA, ha
deparado un innecesario linchamiento hacia la alcaldesa de Madrid, Manuela
Carmena. Todos nos acordamos de Miguel Ángel. Todos. Todos sentimos su muerte.
Todos. Carmena, también.
![]() |
Manos blancas contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco. |
Hay días
(personales y colectivos) que son imborrables.
Las sensaciones
nunca se olvidan, se recuerdan como si fueran hoy mismo.
Todos recordamos
cómo vivimos la victoria de la selección española de fútbol en el Mundial de
Sudáfrica en la noche del 11 de julio de 2010. Quizás el último día de
mayoritaria alegría colectiva en este país.
Hay otros días que
también son imborrables, pero por motivos muy diferentes.
El asesinato de
Miguel Ángel Blanco, tras dos días secuestrado, también entró a fondo en la
memoria colectiva de la sociedad española: 12 de julio de 1997 (falleció en la
madrugada del día 13).
En mi caso, la
noticia me pilló de vacaciones, en mi verano previo a entrar en la Universidad.
Una tarde habitual en esos tiempos. Una tarde de Tour de Francia, aunque Miguel
Indurain hubiera colgado ya la bicicleta.
Era sábado y toda
España estaba pendiente de Miguel Ángel.
ETA había amenazado
con su asesinato si el Gobierno de José María Aznar no acercaba a los presos
etarras a Euskadi.
No hubo cesión.
Y ETA, por medio de
la pistola del sanguinario Francisco Javier García Gaztelu, alias ‘Txapote’,
cumplió su amenaza. Txapote descerrajó dos tiros sobre la cabeza de Miguel
Ángel Blanco en un descampado de Lasarte-Oria. No murió en el acto. Aún le
quedaron unas largas horas de agonía.
España se
conmocionó.
A todos nos embargó
un sentimiento de dolor y rabia.
Durante dos días,
contuvimos el aliento.
No queríamos pensar
que ETA llegara tan lejos.
Dos semanas antes,
la sociedad española había celebrado la liberación del empresario Cosme
Delclaux, tras 232 días de secuestro, y del funcionario de prisiones José
Antonio Ortega Lara, tras un interminable cautiverio de 532 días (más de un año
y medio).
Un revés para ETA.
Los secuestros de Delclaux y Ortega Lara le concedían a los terroristas una
visibilidad constante en los medios de comunicación. Nunca conviene olvidar que
el terrorismo vive, sobre todo, de la publicidad de sus actos.
ETA (herida)
reaccionó con el secuestro de Miguel Ángel Blanco, un anónimo concejal del PP
en el Ayuntamiento de Ermua, a medio camino entre las tres capitales de Euskadi.
El asesinato de
Miguel Ángel Blanco lo sentimos todos. Todos.
Recuerdo muy bien
aquel día. La transmisión (radiofónica) del Tour se cortó. Y todos nos
acordamos de Miguel Ángel. Por un momento, esperamos (soñamos) con otro
milagro, como la liberación de Ortega Lara. No fue así. El cuerpo, casi sin
vida, de Miguel Ángel Blanco había aparecido en una zona boscosa de
Lasarte-Oria.
Tampoco hubo
milagro aquella tarde-noche. Miguel Ángel Blanco falleció.
Aquella noche lloré
en la cama.
Muchos lo hicimos.
Me sentía dolido,
indignado, rabioso.
Al día siguiente,
participé en una manifestación en la Plaza Mayor de Valladolid. Acudí solo. Fue
una decisión de última hora. Fue una decisión como ciudadano.
“ETA, dispara, aquí
tienes mi nuca”, se escuchaba.
El ambiente era de
dolor colectivo extremo.
Solo lo volví a
sentir en aquellos días de los atentados del 11-M.
ETA mostró su
cobardía. Porque siempre fue una banda terrorista (como todas) cobarde.
ETA mató a Miguel
Ángel Blanco, pero aquella tarde del 12 de julio de 1997, cuando Txapote apretó
la pistola mientras muchos españoles veíamos el Tour de Francia a la espera de
buenas noticias sobre Miguel Ángel, empezó a perder la calle (también en Euskadi)
y cavar su derrota.
Basta.
La sociedad
española (toda la sociedad española) dijo basta.
ETA mató a Miguel
Ángel Blanco, pero ETA perdió.
Todos nos acordamos
de aquel día, de aquellas horas.
Todos la sentimos.
Manuela Carmena, la
actual alcaldesa de Madrid, también.
Y quien piense lo
contrario es que no recuerda bien aquellos momentos.
Todos nos acordamos
de Miguel Ángel Blanco. Todos.
Todos lloramos su
asesinato.
Como nos acordamos
de todas las víctimas de ETA, de todas las víctimas del terrorismo.
Del Grapo.
De los GAL.
Del 11-M yihadista.
De la dictadura franquista.
De todos.
Nadie me va a
contar a mí cómo me sentí aquellas horas. Y qué siento ahora.
Y nadie debería
recordárselo (con insultos que sobran) a Manuela Carmela.
Con el recuerdo de
las víctimas, no se juega. No se hace política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario