miércoles, 12 de julio de 2017

El mejor recuerdo para Miguel Ángel Blanco

El vigésimo aniversario del asesinato del concejal de Ermua, a manos de ETA, ha deparado un innecesario linchamiento hacia la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Todos nos acordamos de Miguel Ángel. Todos. Todos sentimos su muerte. Todos. Carmena, también.

Manos blancas contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco.
Hay días (personales y colectivos) que son imborrables.

Las sensaciones nunca se olvidan, se recuerdan como si fueran hoy mismo.

Todos recordamos cómo vivimos la victoria de la selección española de fútbol en el Mundial de Sudáfrica en la noche del 11 de julio de 2010. Quizás el último día de mayoritaria alegría colectiva en este país.

Hay otros días que también son imborrables, pero por motivos muy diferentes.

El asesinato de Miguel Ángel Blanco, tras dos días secuestrado, también entró a fondo en la memoria colectiva de la sociedad española: 12 de julio de 1997 (falleció en la madrugada del día 13).

En mi caso, la noticia me pilló de vacaciones, en mi verano previo a entrar en la Universidad. Una tarde habitual en esos tiempos. Una tarde de Tour de Francia, aunque Miguel Indurain hubiera colgado ya la bicicleta.

Era sábado y toda España estaba pendiente de Miguel Ángel.

ETA había amenazado con su asesinato si el Gobierno de José María Aznar no acercaba a los presos etarras a Euskadi.

No hubo cesión.

Y ETA, por medio de la pistola del sanguinario Francisco Javier García Gaztelu, alias ‘Txapote’, cumplió su amenaza. Txapote descerrajó dos tiros sobre la cabeza de Miguel Ángel Blanco en un descampado de Lasarte-Oria. No murió en el acto. Aún le quedaron unas largas horas de agonía.

España se conmocionó.

A todos nos embargó un sentimiento de dolor y rabia.

Durante dos días, contuvimos el aliento.

No queríamos pensar que ETA llegara tan lejos.

Dos semanas antes, la sociedad española había celebrado la liberación del empresario Cosme Delclaux, tras 232 días de secuestro, y del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, tras un interminable cautiverio de 532 días (más de un año y medio).

Un revés para ETA. Los secuestros de Delclaux y Ortega Lara le concedían a los terroristas una visibilidad constante en los medios de comunicación. Nunca conviene olvidar que el terrorismo vive, sobre todo, de la publicidad de sus actos.

ETA (herida) reaccionó con el secuestro de Miguel Ángel Blanco, un anónimo concejal del PP en el Ayuntamiento de Ermua, a medio camino entre las tres capitales de Euskadi.

El asesinato de Miguel Ángel Blanco lo sentimos todos. Todos.

Recuerdo muy bien aquel día. La transmisión (radiofónica) del Tour se cortó. Y todos nos acordamos de Miguel Ángel. Por un momento, esperamos (soñamos) con otro milagro, como la liberación de Ortega Lara. No fue así. El cuerpo, casi sin vida, de Miguel Ángel Blanco había aparecido en una zona boscosa de Lasarte-Oria.

Tampoco hubo milagro aquella tarde-noche. Miguel Ángel Blanco falleció.

Aquella noche lloré en la cama.

Muchos lo hicimos.

Me sentía dolido, indignado, rabioso.

Al día siguiente, participé en una manifestación en la Plaza Mayor de Valladolid. Acudí solo. Fue una decisión de última hora. Fue una decisión como ciudadano.

“ETA, dispara, aquí tienes mi nuca”, se escuchaba.

El ambiente era de dolor colectivo extremo.

Solo lo volví a sentir en aquellos días de los atentados del 11-M.

ETA mostró su cobardía. Porque siempre fue una banda terrorista (como todas) cobarde.

ETA mató a Miguel Ángel Blanco, pero aquella tarde del 12 de julio de 1997, cuando Txapote apretó la pistola mientras muchos españoles veíamos el Tour de Francia a la espera de buenas noticias sobre Miguel Ángel, empezó a perder la calle (también en Euskadi) y cavar su derrota.

Basta.

La sociedad española (toda la sociedad española) dijo basta.

ETA mató a Miguel Ángel Blanco, pero ETA perdió.

Todos nos acordamos de aquel día, de aquellas horas.

Todos la sentimos.

Manuela Carmena, la actual alcaldesa de Madrid, también.

Y quien piense lo contrario es que no recuerda bien aquellos momentos.

Todos nos acordamos de Miguel Ángel Blanco. Todos.

Todos lloramos su asesinato.

Como nos acordamos de todas las víctimas de ETA, de todas las víctimas del terrorismo.

Del Grapo.

De los GAL.

Del 11-M yihadista.

De la dictadura franquista.

De todos.

Nadie me va a contar a mí cómo me sentí aquellas horas. Y qué siento ahora.

Y nadie debería recordárselo (con insultos que sobran) a Manuela Carmela.

Con el recuerdo de las víctimas, no se juega. No se hace política.

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