Como si fuera una condena. Porque
para algunos lo está siendo. Los españoles volveremos este domingo a las urnas para
elegir un nuevo Congreso y un nuevo Senado con una apremiante necesidad: volver
a ilusionarnos y recuperar nuestras vidas. Es lo que quería aquel
imprescindible 15-M.
Se me han hecho largos, muy largos, interminables.
El próximo domingo, 20 de diciembre de 2015, millones de españoles tenemos la posibilidad de concluir una condena injusta. Otros eran los culpables.
No es el momento de repasar con fríos datos el balance de la legislatura de Mariano Rajoy en La Moncloa.
Creo que el mejor resumen lo hizo el candidato de Podemos, Pablo Iglesias, en el épico minuto final del debate a cuatro con Pedro Sánchez, Albert Rivera y Soraya Sáenz de Santamaría, en el que se escondió cobardemente Rajoy. ¿Se imaginan ustedes al presidente de una empresa escaqueándose del Consejo de Administración o de una Asamblea? Pues ese es el presidente Mariano Rajoy en La Moncloa.
Secundo el discurso de Iglesias:
“Solo quiero pedirles dos cosas: la primera que no olviden, no olviden tarjetas black, no olviden los desahucios, no olviden Púnica, no olviden ‘Luis, se fuerte’, no olviden los ERE’s de Andalucía, no olviden la estafa de las preferentes, no olviden las colas en la sanidad, no olviden los recortes en educación, no olviden el (artículo) 135, no olviden la reforma laboral.
La segunda cosa que les voy a pedir es que sonrían, que sonrían al 15-M, que sonrían a las plazas, que sonrían a los vecinos que paraban desahucios, que sonrían a Ada Colau, que sonrían a los autónomos y a los pequeños empresarios, que sonrían a los que se levantan a las seis de la mañana para trabajar y a los que se levantan a la seis de la mañana y no tienen donde ir a trabajar, que sonrían a las madres con jornadas de quince horas, que sonrían a los abuelos que se parten la espalda para estirar su pensión. Sonrían, sonrían, que sí se puede”.
Viví el 15-M como periodista. Había cambiado
recientemente de trabajo. Mi nuevo jefe era un ‘empresario’ bregado en la
publicidad y negocios varios, como las inmobiliarias, que había abierto un
medio digital en una ciudad de Castilla y León. Sobre el 15-M, tiraba con gusto
de argumentario carca: “Son unos perroflautas”. Yo combatía internamente su
sectarismo.
He asistido a muchas manifestaciones, unas de manera personal, otras de manera profesional.
El 15-M era algo distinto. No solo había reivindicaciones ciudadanas de todo tipo: laborales, económicas, sociales, democráticas… Había, sobre todo, ilusión. La ilusión del despertar de un pueblo.
Ni PP, ni PSOE entendieron el 15-M. Probablemente ni estaban preparados, instalados en su atalaya de poder, ni estaban interesados.
El primero en conocer los efectos del 15-M fue el PSOE de Rubalcaba, que se dejó cuatro millones de votos en las elecciones generales de 2011 con respecto al PSOE de Zapatero. El descalabro socialista entregó el poder absoluto a Rajoy. Comenzaba nuestra condena. Pero el 15-M, los famosos indignados, estaba vivo, muy vivo.
El PSOE, que había pisoteado, con su errática gestión de la crisis, lo poco que le quedaba de su esencia, no había entendido el despertar de millones de españoles. Pero muchos de sus votantes, sí. Abandonaron a un partido perdido que hace mucho, mucho tiempo, se olvidó de los ‘parias’ de la tierra, que somos muchos más desde esta crisis que, más que una condena, parece una cadena perpetua.
Con Rajoy mofándose en La Moncloa de todos los españoles, aplicando un programa completamente diferente al presentado a las elecciones generales, el 15-M no desapareció. Las plazas se vaciaron. Pero España ya había despertado. Lo demostró en los primeros años de la legislatura de Rajoy respondiendo, pacífica y democráticamente, en la calle a cada injusta medida del PP: recortes sociales, recortes laborales, recortes democráticos…
Fue Podemos, como podría haber sido cualquier otro movimiento que hubiera estado atento, quien recogió el espíritu del 15-M.
Un espíritu que pasa por volver a ilusionarnos, a recuperar nuestras vidas.
Porque cuatro años y un mes de condena (injusta) ha sido demasiado tiempo para demasiados.
No olviden y, sobre todo, sonrían.
El próximo domingo, 20 de diciembre de 2015, millones de españoles tenemos la posibilidad de concluir una condena injusta. Otros eran los culpables.
No es el momento de repasar con fríos datos el balance de la legislatura de Mariano Rajoy en La Moncloa.
Creo que el mejor resumen lo hizo el candidato de Podemos, Pablo Iglesias, en el épico minuto final del debate a cuatro con Pedro Sánchez, Albert Rivera y Soraya Sáenz de Santamaría, en el que se escondió cobardemente Rajoy. ¿Se imaginan ustedes al presidente de una empresa escaqueándose del Consejo de Administración o de una Asamblea? Pues ese es el presidente Mariano Rajoy en La Moncloa.
Secundo el discurso de Iglesias:
“Solo quiero pedirles dos cosas: la primera que no olviden, no olviden tarjetas black, no olviden los desahucios, no olviden Púnica, no olviden ‘Luis, se fuerte’, no olviden los ERE’s de Andalucía, no olviden la estafa de las preferentes, no olviden las colas en la sanidad, no olviden los recortes en educación, no olviden el (artículo) 135, no olviden la reforma laboral.
La segunda cosa que les voy a pedir es que sonrían, que sonrían al 15-M, que sonrían a las plazas, que sonrían a los vecinos que paraban desahucios, que sonrían a Ada Colau, que sonrían a los autónomos y a los pequeños empresarios, que sonrían a los que se levantan a las seis de la mañana para trabajar y a los que se levantan a la seis de la mañana y no tienen donde ir a trabajar, que sonrían a las madres con jornadas de quince horas, que sonrían a los abuelos que se parten la espalda para estirar su pensión. Sonrían, sonrían, que sí se puede”.
He asistido a muchas manifestaciones, unas de manera personal, otras de manera profesional.
El 15-M era algo distinto. No solo había reivindicaciones ciudadanas de todo tipo: laborales, económicas, sociales, democráticas… Había, sobre todo, ilusión. La ilusión del despertar de un pueblo.
Ni PP, ni PSOE entendieron el 15-M. Probablemente ni estaban preparados, instalados en su atalaya de poder, ni estaban interesados.
El primero en conocer los efectos del 15-M fue el PSOE de Rubalcaba, que se dejó cuatro millones de votos en las elecciones generales de 2011 con respecto al PSOE de Zapatero. El descalabro socialista entregó el poder absoluto a Rajoy. Comenzaba nuestra condena. Pero el 15-M, los famosos indignados, estaba vivo, muy vivo.
El PSOE, que había pisoteado, con su errática gestión de la crisis, lo poco que le quedaba de su esencia, no había entendido el despertar de millones de españoles. Pero muchos de sus votantes, sí. Abandonaron a un partido perdido que hace mucho, mucho tiempo, se olvidó de los ‘parias’ de la tierra, que somos muchos más desde esta crisis que, más que una condena, parece una cadena perpetua.
Con Rajoy mofándose en La Moncloa de todos los españoles, aplicando un programa completamente diferente al presentado a las elecciones generales, el 15-M no desapareció. Las plazas se vaciaron. Pero España ya había despertado. Lo demostró en los primeros años de la legislatura de Rajoy respondiendo, pacífica y democráticamente, en la calle a cada injusta medida del PP: recortes sociales, recortes laborales, recortes democráticos…
Fue Podemos, como podría haber sido cualquier otro movimiento que hubiera estado atento, quien recogió el espíritu del 15-M.
Un espíritu que pasa por volver a ilusionarnos, a recuperar nuestras vidas.
Porque cuatro años y un mes de condena (injusta) ha sido demasiado tiempo para demasiados.
No olviden y, sobre todo, sonrían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario