sábado, 21 de noviembre de 2015

¿Qué debe hacer España ante la amenaza yihadista?

Los atentados de París han colocado en primera línea un problema que, realmente, nunca ha desaparecido desde el punto de inflexión del 11-S. Bien lo sabemos en España. Pero importa, y mucho, la reacción. España, las fuerzas de seguridad, la justicia y la sociedad dieron un extraordinario ejemplo cívico tras el 11-M. Estados Unidos, en concreto la Casa Blanca con Bush, no. Provocó dos guerras, una de cuestionable utilidad (Afganistán) y la otra absolutamente injustificada (Iraq), que más de una década después solo han valido para alimentar el extremismo. ¿Aprendimos de los errores? Hollande no parece.


Yo no estoy en guerra con nadie. Y usted, seguramente, tampoco.

Las distintas facciones yihadistas, sea el pujante Daesh (mejor que llamarlo Isis o Estado Islámico como prefieren ellos), Al Qaeda (que sigue vivita y coleando), Boko Haram, Al Shabaab… (franquicias del terror, por desgracia, no faltan), sí quieren la guerra.

Flaco favor nos haremos si les concedemos su deseo. Al terror es mucho mejor, mucho más eficaz, combatirlo desde la cabeza y no desde el corazón y, aún menos, desde las tripas.

NO a la guerra. Eso no significa que rechace el uso de puntuales operaciones militares. Al yihadismo hay que combatirlo con todas las herramientas posibles. Las militares son una de ellas. Pero, no son ni las únicas, ni seguramente las principales.

Tenemos dos opciones recordando cómo se reaccionó tras dos atentados, aún más devastadores incluso que los de París: 11-S y 11-M.

El 11-S hirió en el orgullo a Estados Unidos. Bush, el peor gobernante posible en el momento más inadecuado, se pidió el traje de Capitán América. Con los escombros de las Torres Gemelas de Nueva York aún humeantes, clamó y prometió venganza:

Bush, clamando venganza en los escombros de las Torres Gemelas.
Bush apretó la maquinaria bélica en Afganistán.
E incendió innecesariamente y torpemente Iraq.
I can hear you, the rest of the world can hear you and the people who knocked these buildings down will hear all of us soon”. (Te oigo, el resto del mundo os oye y la gente que derribó estos edificios pronto nos oirá).

El mensaje belicista no tardó en hacerse realidad. Ni un mes desde el 11-S. El 7 de octubre de 2001, Estados Unidos comenzó a bombardear Afganistán, donde estaba cobijado Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, considerada como la autora de los atentados de Nueva York y Washington.

Una guerra planteada bajo el principio de la legítima defensa que, catorce años después, ha deparado muy pobres resultados. Afganistán vive sumida en una posguerra (al estilo somalí) sin horizonte cercano de solución. Un Estado fallido más en el mundo, sin capacidad real para controlar el país. Los talibanes desalojados por Bush controlan, de nuevo, amplias zonas de Afganistán. La guerra continúa. Hace apenas dos meses, Kunduz, quinta ciudad más poblada del país, cayó en poder de los talibanes. Estados Unidos bombardeó con tanta saña que se le fue la mano y acabó atacando un Hospital de Médicos Sin Fronteras. Un crimen de guerra que ya veremos si algún día se juzga.

Estados Unidos ha fracasado en Afganistán. Al Qaeda no ha desaparecido. Estados Unidos tardó casi diez años en capturar y matar, en una operación con cada vez más sombras, a Bin Laden. Y eso que no andaba muy lejos, en la vecina Paquistán.

Pero si Afganistán ha demostrado la inconveniencia de la estrategia militar para derrotar al yihadismo, la Guerra de Iraq constituye uno de los grandes errores y, desde luego, una de las grandes mentiras de la historia de la humanidad. Estados Unidos y sus aliados (tristemente también la España de Aznar) generó un problema de terrorismo donde no lo había: en Iraq.

La Guerra del Terrorismo de Bush representa uno de los grandes engaños de la humanidad. Estados Unidos no fue a Iraq a proteger la seguridad del mundo. Aquella guerra, que nada tenía que ver con la lucha contra el terrorismo, sí que ha sido, sin embargo, un acelerador del yihadismo.

La respuesta exclusivamente militar de Estados Unidos al yihadismo se ha revelado manifiestamente errónea. Las guerras de Afganistán e Iraq se abrieron mal y se cerraron mucho peor. Tenemos conflicto en ambos países para muchos años. En Afganistán, se intervino con el simple combustible de la venganza sin saber muy bien dónde se metían. En Iraq, fue mucho peor. Se abrió un conflicto que ha desestabilizado aún más una zona, Oriente Medio, que no necesitaba de más bombas. Con el tiempo, Iraq abonó el terreno para que Al Qaeda tuviera la guerra que quería y, con la vecina Siria en guerra, apareciera una amenaza todavía más letal: Daesh.

El cambio de administración en la Casa Blanca modificó en parte la estrategia de Estados Unidos. Los neocon, que ya habían señalado a Irán, fueron desalojados del poder. Obama abandonó un plan que habría incendiado aún más el mundo musulmán. Pero no ha cambiado por completo el rumbo. Con el pretexto de unas dudosas Primaveras Árabes, el uso de la fuerza amplió el campo de actuación a Libia y se quedó cerca en Siria. Pero Obama ya no pone soldados en la tierra. El pueblo estadounidense no está dispuesto al coste de más vidas tras Afganistán e Iraq, con al menos 7.000 soldados muertos y 50.000 heridos.

Las medidas adoptadas por Estados Unidos tras el 11-S, centradas en la fuerza militar, han sido claramente ineficaces. El yihadismo, desde el 11-S, se ha fortalecido. Ha ganado adeptos. Ha ganado la batalla porque desde el otro lado ha obtenido la respuesta que deseaba: guerra y miedo.

El 11-M tuvo una respuesta mucho más madura desde España. Podemos estar muy orgullosos de la respuesta de la sociedad española a los atentados del 11-M. Y eso que las circunstancias, con un Gobierno empeñado en manipular la autoría de las bombas, viciaron mucho el clima social en los primeros días.



España ha respondido al 11-M sin extremismos, con civismo, justicia y policía.
España no respondió al 11-M con terror. La madurez se plasmó en una actuación policial y judicial modélica. El 11-M, salvo para conspiranoicos con graves problemas de riego cerebral, es el atentado yihadista mejor resuelto del mundo. La mayoría de los autores fueron detenidos y juzgados o bien se inmolaron en el marco de una operación policial en Leganés. La sociedad, salvo en determinados sectores que ya estaban predispuestos a odiar al extranjero, no ha optado por el racismo y señalar como culpable a toda la comunidad musulmana.

Y ese es el camino. España no ha dejado desde entonces de luchar contra el yihadismo abortando planes terroristas, más o menos avanzados, en nuestro país. Pero también cumpliendo con su papel en la cooperación internacional contra el terrorismo. En el debe, la actuación en Libia, que no venía a cuento y ha terminado por desestabilizar un Estado a las puertas de Europa.

Los atentados de París no han cambiado el panorama. La amenaza yihadista no existe en función de que las bombas exploten o no, en función de que los atentados se consumen o no. La amenaza es constante y, desgraciadamente, no tiene visos de que vaya a desaparecer en el corto y medio plazo.

La reacción en caliente de Hollande, sin entrar en el papel de Francia en la Guerra de Siria, no es la adecuada. Falta un plan. Ya le pasó a Bush en Afganistán. Al yihadismo no se le persigue con venganza. Eso es lo que quieren los terroristas.

Quieren terror porque se alimentan del terror.


España, tras el 11-M, ya demostró cómo se debe luchar contra el yihadismo. Confío en la labor policial muy por encima de la bélica. No renuncio a activar la maquinaria de guerra, pero solo en momentos puntuales, porque el terrorismo no es una amenaza bélica para Occidente. Aquí no hay ninguna guerra entre civilizaciones. Solo la podría haber si aceptamos el lenguaje de Daesh o Al Qaeda y acabamos por sumergirnos con el corazón y las vísceras, pero sin la cabeza, en el enjambre yihadista donde nos están esperando.

¿Qué debe hacer España ante la amenaza yihadista?

Proseguir con las medidas adoptadas hasta ahora. Porque nada ha cambiado. Los atentados de París son la simple constatación de que el peligro es real. Pero las medidas no pueden depender del éxito de las bombas o las balas de los kalashnikov.

Haya o no atentados consumados, la estrategia debe ser la misma y pasa más por lo que hizo España tras el 11-M, apostando por la vía policial y judicial sin abrir nuevos frentes bélicos y sin generar xenofobia, que por lo que hizo Estados Unidos tras el 11-S, creando dos guerras mal planificadas y peor desarrolladas que han acabado siendo una cantera del yihadismo.

Quieren terror porque se alimentan del terror.

No se lo demos.

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