sábado, 24 de octubre de 2015

A 4

Debate. Nada de un cara a cara entre Rajoy y Sánchez. Tampoco una fórmula intermedia (y discriminatoria con Iglesias) con Rajoy, Sánchez y Rivera. Las elecciones generales del próximo 20 de diciembre necesitan de un debate a 4, entre los cuatro candidatos con opciones, más o menos reales, de sentarse en La Moncloa o, al menos, incidir con fuerza a la hora de decidir el nombre del próximo presidente del Gobierno. Hasta ahora, al PP solo le ha interesado debatir cuando ha estado en la oposición.


Estados Unidos no es la cuna de la democracia, como se vanaglorian en clamar por aquellos lares. Pero la política estadounidense tiene aspectos ciertamente muy positivos. Uno de ellos tiene que ver con una práctica residual en la democracia española: los debates públicos por televisión entre los principales candidatos a la presidencia del Gobierno.

La política estadounidense no se entiende sin los debates entre Nixon (el famoso día que no paraba de sudar) y Kennedy, Gerald Ford y Jimmy Carter, Clinton y Bush (padre), Bush (hijo) y Kerry o los más recientes entre Obama y McCain. Es una sana costumbre. Siempre que hay elecciones presidenciales, los estadounidenses tienen la oportunidad de escuchar un cara a cara entre los candidatos a la Casa Blanca. Y no solo entonces, también en los interesantísimos procesos de primarias de cada partido.

A la democracia española le ha costado bastante más adquirir la costumbre de los debates. Tardaron en llegar. No lo hicieron hasta 1993, con un doble cara a cara entre Felipe González y José María Aznar. PP y PSOE hurtaron a los españoles de los debates hasta 2008, con José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy por partida doble. Hace cuatro años, hubo un único debate entre Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy.

Pese a que Mariano Rajoy es el político español con más presencias en un debate presidencial (tres en total), solo ha acudido cuando ha tenido algo que ganar, cuando estaba en la oposición y con las encuestas en contra. El PP se negó en redondo a debatir con Zapatero en 2004 tras una segunda legislatura de gran rechazo social: Huelga General de 2002, Guerra de Iraq, catástrofe ecológica del Prestige y tragedia del Yak-42. Aznar, en 1996, tras el fiasco de las elecciones de 1993, tampoco quiso debatir con González y exponerse a perder las elecciones. No cambió de idea con Almunia en el año 2000.



Las próximas elecciones generales del 20 de diciembre no se pueden celebrar sin un papel destacado de los debates públicos en la campaña. Lo contrario sería una falta de respeto a la democracia y a los españoles.

Estamos a la vuelta de la esquina de unas elecciones que seguro, salga lo que salga de las urnas, serán históricas. El régimen gestado en la Transición ofrece síntomas muy evidentes de agotamiento. El turnismo PP-PSOE ya no es una verdad política intocable. A la Constitución de 1978 le brotan las arrugas. Hasta hemos asistido a un cambio monárquico, eso sí, sin consulta de por medio al pueblo. Por no hablar de que las elecciones llegarán tras un periodo de enorme convulsión económica tras ocho largos años de crisis que, más allá de los grandes números, no ha desaparecido en la calle para millones de españoles.

Las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 son posiblemente las más importantes desde la reinstauración de la democracia. Sentarán las bases de un nuevo periodo con grandes retos pendientes de todo tipo: socio-económicos y laborales (tan importante como resolver la crisis es resolver las consecuencias negativas de la misma), políticos (la nueva legislatura debe ser un periodo pre-constituyente) y territoriales (porque el independentismo catalán no está, ni mucho menos, desactivado).

El deterioro político, con una corrupción fragrante y un enorme coste social para PP y PSOE por una errática e injusta gestión de la crisis, ha movido un tablero que parecía inamovible. PP y PSOE ya no están solos. El bipartidismo tiene competencia, y nada despreciable. Se empezó a ver en las elecciones europeas, con el fenómeno de Podemos, movimiento político que nace desde el 15-M, y prosiguió en el resto de convocatorias municipales y autonómicas, con la pujanza de un cuarto partido, Ciudadanos, de origen catalán y expansión vertiginosa al resto de España en los últimos dos años.

Hay partido y no es a 2, sino a 4.

No valen términos medios. Los españoles y la democracia española nos merecemos debates (sí, en plural) entre los cuatro grandes candidatos a la presidencia del Gobierno: Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera.

El reciente éxito de audiencia de la charla (más que debate) entre Iglesias y Rivera en ‘Salvados’ (La Sexta), con más de cinco millones de espectadores (25,2% de share), ha ratificado las ganas que tiene la sociedad española de escuchar a los candidatos a La Moncloa confrontando sus programas.


LOS CINCO DEBATES EN ESPAÑA:






Algo que sería normal en Estados Unidos es, tristemente, excepcional en España. Rajoy, como siempre que el PP está en el poder, ha despreciado cualquier tipo de debate en una legislatura con mayoría absoluta gestionada como si fuera un antiguo señor feudal. Dar la cara no es algo que le guste al señor Rajoy, que ha creado una nueva forma de comunicarse con los periodistas y los ciudadanos: por plasma. Siempre queda el recurso de escaparse bajo un paraguas o dar directamente media vuelta cuando se encuentra a la prensa, que de todo hemos visto en estos últimos cuatro años.

Rajoy no quiere debatir. El éxito de audiencia de la charla entre Iglesias y Rivera ha obligado al equipo del presidente del Gobierno y candidato popular a repetir en La Moncloa a conceder un pseudodebate con doce ciudadanos elegidos, se supone (que es mucho suponer), de forma arbitraria. Un apaño del famoso ‘Tengo Una Pregunta Para Usted’, pero con sutiles diferencias. El escenario está absolutamente controlado: casa amiga (TVE) y preguntas editadas, sin posibilidad de réplica. Rajoy conocerá, por si fuera poco, de antemano las preguntas. Nada de sorpresas no vaya a ser que no sepa por dónde salir a los ciudadanos. Antes, la típica entrevista amiga, esta vez con Ana Blanco.

¿Qué esperar de la cita? Poco, muy poco. Para una vez que Rajoy se arriesgó, con Carlos Alsina, salió trasquilado con un diálogo que ha quedado para la historia:

Alsina: Pero la nacionalidad española no la perderían los ciudadanos de Cataluña.

Rajoy: Ah, no sé por qué no la perderían, ¿y la europea tampoco?.

Alsina: La ley dice que el ciudadano de origen nacido en España no pierde la nacionalidad aunque resida en un país extranjero si manifiesta su voluntad de conservarla.

Rajoy: Pues eeehh..., ¿y la europea?.

Alsina: La europea la tiene porque tiene la nacionalidad española.

Rajoy: Me parece que estamos entrando en una disquisición que no conduce a parte alguna.

Rajoy es un pésimo orador, lo cual, unido a su tradicional cobardía, dificulta mucho su presencia en un debate a 4 en la próxima campaña de las elecciones generales. Sánchez, Iglesias y Rivera podrían destrozarlo dialécticamente. Rajoy está aterrado a quedar públicamente en ridículo ante los otros tres candidatos. No quiere debatir porque es absolutamente consciente que tiene muy poco que ganar y mucho que perder

Pero ése no es el problema de los españoles. Nos merecemos un debate a 4 entre los principales candidatos a La Moncloa. Con todos, con los cuatro, con Rajoy, con Sánchez, con Rivera y también con Iglesias. Sería un grave error, como ha deslizado Rivera, apartar a Iglesias porque los sondeos insinúen un desgaste electoral de Podemos, algo que está por verse en las urnas. ¿Desde cuándo los sondeos son la verdad suprema para dictar quién debe y quién no debe ir a un debate?

Si Rajoy, o quien sea, nos hurtan de ese debate, flaco favor se estará haciéndo (algo que no deja de ser un asunto personal) pero, sobre todo, flaco favor estará haciendo a la democracia española.

Nunca antes había sido tan necesario un debate público en una campaña de unas elecciones generales. Y, a 4.

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