Principio del final de una anomalía, de un vestigio de una Guerra Fría que
(supuestamente) se derrumbó con la caída del Muro de Berlín. Washington y La
Habana comienzan una nueva e ilusionante era. “A fin de cuentas, estos
cincuenta años han demostrado que el aislamiento no ha funcionado. Ha llegado
la hora de un nuevo enfoque” ha reconocido el mismo Obama. “Todos somos americanos”. Entre el castrismo y el bloqueo de Washington,
los únicos que han sufrido han sido los ciudadanos cubanos. Ahora sí tienen derecho
a soñar con su libertad.
Obama se ha ganado su paso a los libros de historia. Más allá de ser el
primer presidente negro en Estados Unidos y su mejor respuesta a la crisis económica mundial,
Obama había decepcionado a mucha gente (a mí me había decepcionado enormemente)
en lo que supone el gran lunar de la Casa Blanca en los últimos tiempos: la
política exterior. La Administración Obama ha sido errática con múltiples
equivocaciones en la llamada Primavera Árabe en Egipto y Libia. Estados Unidos no ha
sabido qué hacer en Siria y sigue con los brazos cruzados en Palestina. De la
guerra de Ucrania, mejor ni hablamos.
Con Cuba, Obama ha acertado:
“Nací en 1961, justo dos años después de que
Fidel Castro tomara el poder en Cuba y unos meses después de la invasión en la
Bahía de Cochinos, en la que se intentó derrocar a su régimen. En las
siguientes décadas, la relación entre nuestros países se desarrolló con el trasfondo de la Guerra Fría y la firme oposición de Estados Unidos al
comunismo. Solamente nos separan 90 millas. Pero año tras año, se endureció la
barrera ideológica y económica entre los dos países”.
La situación diplomática entre Estados Unidos y Cuba es una anomalía,
una herencia de la Guerra Fría en pleno siglo XXI.
“A fin de cuentas, estos 50
años han demostrado que el aislamiento no ha funcionado. Ha llegado la hora de
un nuevo enfoque”, ha admitido el presidente de Estados Unidos.
Obama ha demostrado la
sensatez y el sentido común que muchos europeos y ciudadanos de otras partes
del mundo esperamos de la primera potencia del mundo:
“No pienso que
podamos seguir haciendo lo mismo durante más de cinco décadas y esperar un
resultado distinto. Además, intentar empujar a Cuba al colapso no beneficia los
intereses de Estados Unidos ni los de los cubanos”.
Eisenhower, John Fitzgerald Kennedy,
Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George
Bush (padre), Bill Clinton y George Bush (hijo) fracasaron en su estrategia
para derrocar el castrismo asfixiando a los ciudadanos cubanos. El aislamiento
a Cuba no ha dañado a los Castro, solo ha dañado a los cubanos, empobrecidos
entre el comunismo de La Habana y el bloqueo de Washington, secundado por sus
aliados occidentales.
¿Qué forma es esa de
provocar un cambio en Cuba hacia la democracia mediante el sufrimiento del
pueblo cubano? Una estrategia que no solo ha sido ineficaz sino, sobre todo,
inhumana. No tenía sentido mantener una situación larvada hace más de medio
siglo en un contexto histórico muy diferente, en plena Guerra Fría.
Obama ha rectificado un
error histórico clamoroso de la Casa Blanca:
“Esta política rígida
no sirve bien ni al pueblo estadounidense ni al pueblo cubano y se origina en
eventos que ocurrieron antes de que muchos de nosotros naciéramos. Piensen que
por más de 35 años hemos tenido relaciones con China, un país mucho más grande
también gobernado por el Partido Comunista. Hace casi dos décadas,
restablecimos relaciones con Vietnam, donde luchamos una guerra en la que
perecieron más estadounidenses que en ninguna confrontación de la Guerra Fría”.

Obama, con la
aquiescencia de Raúl Castro y la inestimable colaboración del Papa Francisco
(que nos dure muchos años este buen señor), ha tomado una decisión histórica.
No es una cesión, en
absoluto, como han clamado algunos republicanos, como el senador por Florida Marco Rubio, y
sectores del anticastrismo en Florida. ¿Qué sentido tenía mantener una política
que no ha servido para devolver la democracia a Cuba sino para aumentar la
pobreza de los cubanos? Ninguno. ¿No ha sido suficiente con más de medio siglo
de error diplomático?
Yo también quiero mi Cuba libre, como cantaba la conocida anticastrista Gloria Estefan. Pero ese objetivo no puede pasar por un mayor dolor del pueblo cubano que, por si no tuviera suficiente con vivir bajo el yugo de una dictadura comunista, ha tenido que convivir con un bloqueo diplomático de quienes decían mirar por su bienestar. Con amigos así, ¿para qué quiere uno enemigos?

La pelota está, como
siempre, en el alero de Estados Unidos. En concreto del Partido Republicano, que
tiene mayoría en la Cámara de Representantes. El final del bloqueo y el
comienzo definitivo de una nueva etapa en Cuba se encuentra en manos de los congresistas
republicanos que deben decidir si quieren cerrar (ya va siendo hora) la Guerra
Fría y escuchar las voces jóvenes del exilio cubano que piden cambios en la relación
entre Washington y La Habana o si prefieren continuar con una estrategia con la
que no se ha conseguido ningún avance.
Quiero ser optimista.
Hoy, por primera vez, me apetece decir:
¡Felicidades Cuba! Lo
mejor aún está por llegar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario