domingo, 19 de enero de 2014

El cuento de la Infantita enamorada

Uno de los abogados de Cristina de Borbón, imputada por un presunto delito fiscal y blanqueo de capitales, nos ha ‘tocado’ la fibra sensible para defender a la hija del Rey: “Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona”. Hay quien se lo cree. Al Fiscal Anticorrupción de las Islas Baleares, Pedro Horrach, ya solo le falta ponerse una armadura de caballero medieval para defender a su señora del malvado juez Castro.
 
 
Érase una vez, en un Reino llamado España, una Infanta con el cabello de color platino bautizada como Cristina de Borbón. Era hija del campechano Rey Juan Carlos, un amante de la caza en el más amplio sentido de la palabra. Su madre, la Reina Sofía, procedía del otro extremo del Mediterráneo y aún no había perdido su fuerte acento. Sofía miraba hacia otro lado cada vez que Juan Carlos salía de excursión.

La Infanta tenía dos hermanos. La mayor, Elena, había tenido una mala experiencia amorosa con Jaime de Marichalar. Según Palacio, todo se reducía a un cese temporal de la convivencia. Cristina tenía otro hermano pequeño. Era el ojito derecho de la familia y del pueblo: Felipe. En la calle, le llamaban el heredero. A Felipe le gustaban mucho las chicas rubias. Pero el campechano Rey siempre le pedía que cambiara de novia. Un día, Felipe se enamoró viendo la tele y se plantó. O me caso con Letizia, o me voy del Reino.
 
La Infanta Cristina ya había salido años antes del Palacio. El Rey Juan Carlos le había procurado un buen empleo en La Caixa y había aprobado su boda con un apuesto deportista que jugaba con una pelota entre las manos: Iñaki Urdangarin. Desde entonces, eran los Duques de Palma, aunque Iñaki, cuando se escribía con sus amigos con el ordenador, prefería usar otro sobrenombre. Los Borbones eran felices. El pueblo les adoraba. O eso parecía.
 
A la Infanta e Iñaki, que habían tenido ya cuatro hijos, se les había quedado pequeña su primera casa y se compraron un Palacete en Barcelona al que había que hacerle un par de reformitas. El amor podía con todo. Iñaki y Cristina habían creado una sociedad, Aizoon, y el dinero brotaba y brotaba. La Infanta no sabía nada. Era pura inocencia. Iñaki era tan guapo y bueno. Se había hecho amigo de unos señores muy aficionados a las gaviotas que le daban dinero a cambio de nada. La vida era un cuento.
 
Esperen, rebobinen un momento. En los cuentos siempre hay un malo. Les presento, por si alguno aún no lo conocía, al malvado juez José Castro, un vengativo motero enemigo del Palacio que escupe fuego por la boca. Castro llamó a Iñaki a su despacho. El pueblo, salvo los señores de la gaviota y otros que escribían en dos cosas de papel llamadas ‘ABC’ y ‘La Razón’, gritaba y se reía de Urdangarin. La Infanta sufría. Y el juez Castro, amigo del bondadoso Fiscal Anticorrupción, el caballero real Sir Pedro Horrach, movió sus pérfidas manos para expulsar del Reino a Cristina.
 
Pues oigan, que de verdad esto es un cuento. Y de los gordos. El juez Castro, pese a las enormes presiones que lleva soportando en los dos últimos años, ha imputado por segunda vez a la Infanta por un posible delito fiscal y blanqueo de capitales en la sociedad Aizoon, compartida con su marido Iñaki Urdangarin. Zarzuela, con la connivencia de La Moncloa, ya se había encargado de parar un primer intento. ¿O es que hay alguien que se cree aún que la justicia no está politizada en este país?
 
La Infanta declarará el próximo 8 de febrero. Castro la había citado para un mes después. De repente, a Zarzuela le han entrado las prisas. El desgaste de la monarquía por el Caso Urdangarin es brutal por más que se tape desde algunos medios de comunicación con encuestas que no se las cree ni el tío que más odia a Jaime Peñafiel. La Familia Real, con y sin la compañía de miembros del Gobierno de Rajoy, recibe en la calle una cada vez mayor desaprobación ciudadana.
 
La estrategia de defensa de la Infanta es, cuanto menos, de cuento de hadas, de princesas si les gusta más. “Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona: Amor, matrimonio y desconfianza son absolutamente incompatibles”, ha asegurado el Cupido de los tribunales, el abogado Jesús María Silva, uno de los letrados de la Infanta.
 
El amor, para Silva, es una fuerza de la naturaleza que rebasa todo, incluso la lógica. “Lo que no se puede pretender es que el legislador diga: Mujeres, cuando vuestros maridos os den algo a firmar, primero llamad a un notario y tres abogados o, viceversa,: Maridos, cuando vuestras mujeres os presenten algo, desconfiad y esperad a firmar”. Flaco favor ha hecho este abogado a su representada y al conjunto de las mujeres. El amor no está reñido, ni mucho menos, con la inteligencia y que la Infanta no conociera los negocios de su marido es tan inverosímil como que a la ministra Ana Mato le pareciera normal ver un Jaguar en el garaje de su casa y marcharse de vacaciones pagadas cada dos por tres.
 
Pero, como ya les decía antes, en este cuento de la Infantita enamorada los hay muy ‘ingenuos’. ¡Mira que dudar de que es verdad eso de que se casaron, vivieron felices y comieron perdices! La prensa conservadora, que si hubiera existido en la sociedad del Antiguo Régimen habría sido fiel a los señores feudales y cruel con los holgazanes campesinos muertos de hambre, ha puesto una marcha más a su campaña de descrédito del juez Castro. A los Marhuenda de turno les mola decir que la Infanta no se enteraba de nada y que todo es una obcecación del soberbio juez.
 
Lo triste es que estas teorías de la conspiración de las que es tan amiga la derecha, no olvidemos los atentados del 11-M, han calado en sectores muy importantes de la justicia y, en concreto, de la Fiscalía Anticorrupción de las Islas Baleares. Algo habrá que hacer, algún día, para que la Fiscalía sea por fin autónoma. Su dependencia con el poder político de turno es nauseabunda en un sistema democrático. Y, desde luego, al PP la imputación de la Infanta les parece una afrenta. Cristina de Borbón, para el ministro Gallardón, tan enredado con el tema del aborto, merece un trato de favor. Si se opone a que baje la famosa rampa de los juzgados de Palma de Mallorca, imagen ustedes cuál será la posición del PP en aspectos de mayor trascendencia con el futuro judicial de la Infanta.
 
El Fiscal Horrach, antiguo amigo del magistrado Castro, no ha dudado (¡qué manera más triste de tirar su carrera!) en aceptar el papel de caballero real de su Infanta y ha cargado con una vergonzosa violencia verbal contra el juez instructor Castro alentando las teorías de la conspiración. Los delitos contra la Hacienda pública que se imputan a Iñaki Urdangarin difícilmente se podían haber cometido sin, cuando menos, el conocimiento y la aquiescencia de su esposa por mucho que, de cara a terceros, mantuviera una actitud propia de quien mira a otro lado”, sostiene Castro en un medido auto de 227 páginas.
 
Para ser una teoría de la conspiración, como defienden algunos, menuda imaginación tiene el juez. Cualquier día de estos nos escribe una trilogía con monstruos que cágate ‘El señor de los Anillos’ o ‘Juego de Tronos’.  “Llevaron a cabo un reparto fáctico, fiscalmente opaco, de dividendos sobre la base de la disposición de fondos de Aizoon para atender gastos personales. Las facturaciones por gastos personales de doña Cristina de Borbón con cargo a Aizoon supusieron una doble defraudación en IRPF e Impuesto de Sociedades”, añade Castro.
 
Pero para Horrach, sin embargo, el auto es una “teoría conspiratoria sobre la que el propio magistrado se apoya para justificar la existencia de indicios delictivos que avalen la imputación de doña Cristina de Borbón”. El cuento de la Infantita enamorada y sus protectores, el Cupido de los abogados Jesús María Silva y el caballero fiscal Sir Pedro Horrach, no ha hecho más que comenzar. Ya veremos quién se come las perdices.

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