martes, 17 de diciembre de 2013

Las decadencias de Madrid y Barcelona

Los fracasos de la candidatura olímpica y del proyecto de Eurovegas dañan la imagen de la capital de España, envuelta recientemente en una huelga de limpieza y con una deuda de casi 7.500 millones de euros. Mientras, la suicida apuesta soberanista de Cataluña manda al pasado, al amado 1714 por los independentistas, a la Ciudad Condal.
 
 
España es un país decadente. La calidad de vida de la sociedad española es sustancialmente inferior que la que existía antes de la crisis. Y no solo por las consecuencias de la situación económica. Las soluciones aportadas por las distintas instancias políticas y económicas de España y la UE, sin olvidar al infame FMI, han deprimido al país al son del chasquido de unas tijeras afiladas y descontroladas que están podando el bienestar social.

Un fenómeno socioeconómico que en las dos principales ciudades españolas, Madrid y Barcelona, se intensifica por agentes externos directa e indirectamente relacionados con la crisis económica. Madrid y Barcelona son actualmente dos ciudades decadentes. Su pujanza económica se derrite entre erróneas decisiones políticas que afectan a sus ciudadanos y menoscaban su imagen internacional.
 
Madrid se ha llevado, en apenas tres meses, dos soberanos mazazos a sus grandes planes de futuro: la candidatura olímpica de 2020, que se marchó a Tokio, y el proyecto de Eurovegas, que previsiblemente también acabará en Asia. Ni Juegos, ni casinos. Madrid se ha quedado sin los dos proyectos económicos que más esfuerzo han concentrado en los últimos años en el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad de Madrid.
 
No puede ser una casualidad. La realidad es que 22 años de gestión del Partido Popular en el Ayuntamiento de la Villa de Madrid no es, precisamente, la mejor noticia para el progreso de la capital de España. Madrid ha perdido encanto casi al mismo ritmo que se ha agujereado hasta la saciedad el subsuelo de la ciudad y se han construido nuevas e innecesarias urbanizaciones.
 
Madrid se ha quedado sin proyecto económico. El Partido Popular lo había fiado todo a un relanzamiento del boom urbanístico con la organización de los Juegos Olímpicos de 2020 y a la llegada del proyecto de Eurovegas, asentado en la vecina Alcorcón. ¿Alguien sabe cuáles son los otros proyectos económicos de Madrid? Premio para quien lo sepa. Madrid se ha quedado sin hoja de ruta para afrontar un futuro incierto.
 
El declive de la capital española es evidente. No hay más que ver a su alcaldesa, Ana Botella, la señora del expredidente Aznar, una doña que, aburrida en su casa, se metió en el mundo de la política con nulas capacidades de gestión. Su actuación en la tragedia del Madrid Arena, dejando solas a las familias de las cinco chicas fallecidas para marcharse de fin de semana a un spa de Lisboa, certificó su nulidad como alcaldesa.
 
La reciente huelga de basuras, provocada por los recortes presupuestarios del Ayuntamiento de Madrid, que obligaron a las empresas concesionarias a plantear un ERE y salvajes recortes salariales, agrandó la incapacidad de la señora de José María Aznar. Ana Botella no había tenido suficiente haciendo el ridículo con su discurso en ¿inglés? en la reunión del COI para decidir el nombre de la ciudad organizadora de los Juegos de 2020.
 
Eurovegas no es un fracaso que se deba atribuir directamente a Ana Botella, ni siquiera al actual presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González. Su máxima responsable es Esperanza Aguirre, especialista en abandonar las casas a tiempo de escapar de las llamas. Eurovegas era una quimera, un sueño, sencillamente, irrealizable y con cifras siempre muy infladas sobre la realidad. Puro humo del que a Sheldon Adelson, alma del proyecto, le gusta que inunde los salones de sus casinos.
 
De Eurovegas se han dicho auténticas salvajadas sin contrastar. Los cálculos de creación de empleo eran desorbitados. Un mínimo de 80.000 trabajadores y hasta un máximo de 250.000. El Partido Popular de Madrid presumía de proyecto y pronosticaba un alud de empleos. En Alcorcón, ya había 17.000 personas apuntadas a una lista con más ilusión que realidad. Las Vegas tiene actualmente 78 casinos que generan unos 300.000 empleos. En Alcorcón se iban a construir seis casinos. Hagan ustedes las cuentas.
 
Las exigencias de Sheldon Adelson, un personaje que recuerda a quienes construyeron Las Vegas en los sesenta, han sido tan desorbitadas como los números que siempre se han manejado alrededor de Eurovegas. Adelson quería un cheque en blanco. Y la Comunidad de Madrid ha hecho todo lo posible para que así fuera. El Gobierno tampoco ha puesto demasiados impedimentos con peticiones como un cambio en la Ley Antitabaco.
 
Madrid quería Eurovegas costase lo que costase. Esa ansiedad ha sido, al final, un tiro en el pie para regocijo de un multimillonario como Adelson dispuesto a venderse al mejor postor. Eurovegas no era la gran oportunidad que vendían los políticos del PP. Adelson exigía blindar su inversión ante un posible cambio legislativo que no cumpliese con sus exigencias iniciales. También demandaba una rebaja fiscal del juego hasta un anecdótico 1%.
 
Con todo, hasta hace unas escasas semanas, la Comunidad de Madrid, con la connivencia del Ayuntamiento y del Gobierno, se manifestaba en público con euforia sobre Eurovegas. Adelson no se podía escapar. ¿O sí? El PP había inflado tanto el proyecto de Eurovegas como la gran inversión de futuro en Madrid que no podía permitirse un fracaso. Detrás de Eurovegas, no había una alternativa.
 
Madrid se ha quedado huérfana. Sus políticos ya no tienen nada que vender a sus electores. El futuro de Madrid está por escribir. No hay ideas para reactivar una ciudad que ha perdido interés turístico, en parte por la reestructuración de Iberia ordenada por British Airways, que ha provocado una pérdida de casi seis millones de pasajeros en Barajas en lo que va de año. Y, lo que es peor, no hay un plan para pagar la salvaje deuda del Ayuntamiento de la Villa: más de 7.400 millones de euros.
 
Si las soluciones pasaban por los Juegos Olímpicos de 2020 y por Eurovegas, Madrid no tiene motivos para mirar al futuro con optimismo. No existe un modelo de crecimiento a largo plazo, ni siquiera a medio. La decadencia de la capital de España no ha hecho más que empezar.
 
El caso de Barcelona es diferente. La celebración de los Juegos Olímpicos de 1992 transformó a una ciudad que ha sabido siempre vender muy bien dos valores muy apreciados en todo el mundo: modernidad, con Antoni Gaudí como referente, y cultura mediterránea. El éxito de los Juegos recolocó a Barcelona, una ciudad turísticamente muy atractiva, en el mundo. Dos décadas después, Barcelona está más de moda que nunca con un aeropuerto de El Prat que amenaza el reinado de Barajas y un puerto que recibe a los cruceros más lujosos.
 
Pero Barcelona no puede ser solo turismo. La decadencia económica es un hecho, no hay más pasearse por los otrora boyantes polígonos industriales. Barcelona, como principal escaparate de Cataluña, ha perdido pulso económico. Ya no es la gran locomotora de España. Cataluña contribuyó con 198.000 millones de euros al PIB español en el año 2012 con un PIB per cápita de 27.248 euros. El PIB catalán representa menos de una quinta parte del español. La locomotora se ha parado.
 
La crisis ha destapado una economía catalana con muchos agujeros. Con mucha diferencia, es la autonomía con una mayor deuda pública, 53.665 millones de euros, el 27.2% del PIB de Cataluña. La Comunidad Valenciana, con casi 30.000 millones, la sigue a distancia. En el mercado laboral, no van mucho mejor las cosas. Cataluña aglutina al 24% de los empleos perdidos en España desde 2005, a pesar de que su población supone solo el 16% del total nacional.
 
La economía catalana no marcha. Lo saben, perfectamente, sus ciudadanos y sus políticos. Y mejor que nadie Artur Mas. A la decadencia económica, la Generalitat ha echado madera suficiente para carbonizar los Pirineos avivando el debate identitario hasta extremos muy complicados de gestionar. CiU y ERC han convencido a un amplio sector de los catalanes de que el culpable único de la decadencia se llama España. En tiempos de crisis, el mensaje independentista se ha propagado más rápido que la gripe más letal. España es mala, nos roba. Puede parecer un resumen muy simple pero se aproxima bastante a la idea central del independentismo catalán.
 
Muchos catalanes han abrazado el secesionismo como una milagrosa solución que les convertirá ipso facto en más ricos y más felices. Eso sí, sin nada que justifique tanto optimismo. Cataluña, con un anunciado referéndum programado para el próximo 9 de noviembre, se aboca, voluntariamente, a un panorama con más incertidumbres de las que el independentismo reconoce. Una Cataluña fuera de la Unión Europa, mal haríamos si negamos esta premisa en caso de independencia, no parece la decisión más inteligente para el progreso de sus ciudadanos. Adiós el mercado común.
 
Si la decadencia en Madrid tiene un marcado carácter político, con errores clamorosos en la gestión económica, en Barcelona se multiplican por la apuesta soberanista. Madrid y Barcelona ya no son lo que eran. Y, si no lo remedian, dentro de unos años serán mucho menos. La decadencia acaba de comenzar.

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