Los fracasos de la candidatura olímpica y del proyecto de Eurovegas dañan
la imagen de la capital de España, envuelta recientemente en una huelga de
limpieza y con una deuda de casi 7.500 millones de euros. Mientras,
la suicida apuesta soberanista de Cataluña manda al pasado, al amado 1714 por
los independentistas, a la Ciudad Condal.
Un fenómeno socioeconómico que en las dos principales ciudades españolas,
Madrid y Barcelona, se intensifica por agentes externos directa e
indirectamente relacionados con la crisis económica. Madrid y Barcelona son
actualmente dos ciudades decadentes. Su pujanza económica se derrite entre
erróneas decisiones políticas que afectan a sus ciudadanos y menoscaban su
imagen internacional.
Madrid se ha llevado, en apenas tres meses, dos soberanos mazazos a sus
grandes planes de futuro: la candidatura olímpica de 2020, que se marchó a
Tokio, y el proyecto de Eurovegas, que previsiblemente también acabará en Asia.
Ni Juegos, ni casinos. Madrid se ha quedado sin los dos proyectos económicos
que más esfuerzo han concentrado en los últimos años en el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad de
Madrid.
No puede ser una casualidad. La realidad es que 22 años de gestión del
Partido Popular en el Ayuntamiento de la Villa de Madrid no es, precisamente,
la mejor noticia para el progreso de la capital de España. Madrid ha perdido
encanto casi al mismo ritmo que se ha agujereado hasta la saciedad el subsuelo
de la ciudad y se han construido nuevas e innecesarias urbanizaciones.
Madrid se ha quedado sin proyecto económico. El Partido Popular lo había
fiado todo a un relanzamiento del boom urbanístico con la organización de los
Juegos Olímpicos de 2020 y a la llegada del proyecto de Eurovegas, asentado
en la vecina Alcorcón. ¿Alguien sabe cuáles son los otros proyectos económicos
de Madrid? Premio para quien lo sepa. Madrid se ha quedado sin hoja de ruta para
afrontar un futuro incierto.
El declive de la capital española es evidente. No hay más que ver a su
alcaldesa, Ana Botella, la señora del expredidente Aznar, una doña que,
aburrida en su casa, se metió en el mundo de la política con nulas capacidades
de gestión. Su actuación en la tragedia del Madrid Arena, dejando solas a las
familias de las cinco chicas fallecidas para marcharse de fin de semana a un
spa de Lisboa, certificó su nulidad como alcaldesa.
La reciente huelga de basuras, provocada por los recortes presupuestarios
del Ayuntamiento de Madrid, que obligaron a las empresas concesionarias a
plantear un ERE y salvajes recortes salariales, agrandó la incapacidad de la
señora de José María Aznar. Ana Botella no había tenido suficiente haciendo el
ridículo con su discurso en ¿inglés? en la reunión del COI para decidir el
nombre de la ciudad organizadora de los Juegos de 2020.
Eurovegas no es un fracaso que se deba atribuir directamente a Ana Botella,
ni siquiera al actual presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González.
Su máxima responsable es Esperanza Aguirre, especialista en abandonar las casas
a tiempo de escapar de las llamas. Eurovegas era una quimera, un sueño,
sencillamente, irrealizable y con cifras siempre muy infladas sobre la
realidad. Puro humo del que a Sheldon Adelson, alma del proyecto, le gusta que
inunde los salones de sus casinos.
De Eurovegas se han dicho auténticas salvajadas sin contrastar. Los
cálculos de creación de empleo eran desorbitados. Un mínimo de 80.000
trabajadores y hasta un máximo de 250.000. El Partido Popular de Madrid
presumía de proyecto y pronosticaba un alud de empleos. En Alcorcón, ya había
17.000 personas apuntadas a una lista con más ilusión que realidad. Las Vegas
tiene actualmente 78 casinos que generan unos 300.000 empleos. En Alcorcón se
iban a construir seis casinos. Hagan ustedes las cuentas.
Las exigencias de Sheldon Adelson, un personaje que recuerda a quienes
construyeron Las Vegas en los sesenta, han sido tan desorbitadas como los
números que siempre se han manejado alrededor de Eurovegas. Adelson quería un
cheque en blanco. Y la Comunidad de Madrid ha hecho todo lo posible para que
así fuera. El Gobierno tampoco ha puesto demasiados impedimentos con peticiones
como un cambio en la Ley Antitabaco.

Con todo, hasta hace unas escasas semanas, la Comunidad de Madrid, con la
connivencia del Ayuntamiento y del Gobierno, se manifestaba en público con
euforia sobre Eurovegas. Adelson no se podía escapar. ¿O sí? El PP había
inflado tanto el proyecto de Eurovegas como la gran inversión de futuro en
Madrid que no podía permitirse un fracaso. Detrás de Eurovegas, no había una
alternativa.
Madrid se ha quedado huérfana. Sus políticos ya no tienen nada que vender a
sus electores. El futuro de Madrid está por escribir. No hay ideas para
reactivar una ciudad que ha perdido interés turístico, en parte por la
reestructuración de Iberia ordenada por British Airways, que ha provocado una
pérdida de casi seis millones de pasajeros en Barajas en lo que va de año. Y, lo que es
peor, no hay un plan para pagar la salvaje deuda del Ayuntamiento de la Villa:
más de 7.400 millones de euros.
Si las soluciones pasaban por los Juegos Olímpicos de 2020 y por Eurovegas,
Madrid no tiene motivos para mirar al futuro con optimismo. No existe un modelo
de crecimiento a largo plazo, ni siquiera a medio. La decadencia de la capital
de España no ha hecho más que empezar.
El caso de Barcelona es diferente. La celebración de los Juegos Olímpicos
de 1992 transformó a una ciudad que ha sabido siempre vender muy bien dos
valores muy apreciados en todo el mundo: modernidad, con Antoni Gaudí como
referente, y cultura mediterránea. El éxito de los Juegos recolocó a Barcelona,
una ciudad turísticamente muy atractiva, en el mundo. Dos décadas después,
Barcelona está más de moda que nunca con un aeropuerto de El Prat que amenaza
el reinado de Barajas y un puerto que recibe a los cruceros más lujosos.
Pero Barcelona no puede ser solo turismo. La decadencia económica es un
hecho, no hay más pasearse por los otrora boyantes polígonos industriales. Barcelona, como principal escaparate de Cataluña, ha perdido pulso
económico. Ya no es la gran locomotora de España. Cataluña contribuyó
con 198.000 millones de euros al PIB español en el año 2012 con un PIB per
cápita de 27.248 euros. El PIB catalán representa menos de una quinta parte
del español. La locomotora se ha parado.
La crisis ha destapado una economía catalana con muchos agujeros. Con mucha
diferencia, es la autonomía con una mayor deuda pública, 53.665 millones de
euros, el 27.2% del PIB de Cataluña. La Comunidad Valenciana, con casi 30.000
millones, la sigue a distancia. En el mercado laboral, no van mucho mejor las
cosas. Cataluña aglutina al 24% de los empleos
perdidos en España desde 2005, a pesar de que su población supone solo el
16% del total nacional.
La economía catalana no marcha. Lo saben, perfectamente, sus ciudadanos
y sus políticos. Y mejor que nadie Artur Mas. A la decadencia económica, la
Generalitat ha echado madera suficiente para carbonizar los Pirineos avivando
el debate identitario hasta extremos muy complicados de gestionar. CiU y ERC
han convencido a un amplio sector de los catalanes de que el culpable único de la
decadencia se llama España. En tiempos de crisis, el mensaje independentista se
ha propagado más rápido que la gripe más letal. España es mala, nos roba. Puede
parecer un resumen muy simple pero se aproxima bastante a la idea central del
independentismo catalán.
Muchos catalanes han abrazado el secesionismo como una milagrosa
solución que les convertirá ipso facto en más ricos y más felices. Eso sí, sin
nada que justifique tanto optimismo. Cataluña, con un anunciado referéndum programado para el próximo
9 de noviembre, se aboca, voluntariamente, a un panorama con más incertidumbres
de las que el independentismo reconoce. Una Cataluña fuera de la Unión Europa,
mal haríamos si negamos esta premisa en caso de independencia, no parece la
decisión más inteligente para el progreso de sus ciudadanos. Adiós el mercado
común.
Si la decadencia en Madrid tiene un marcado carácter político, con
errores clamorosos en la gestión económica, en Barcelona se multiplican por la
apuesta soberanista. Madrid y Barcelona ya no son lo que eran. Y, si no lo
remedian, dentro de unos años serán mucho menos. La decadencia acaba de comenzar.
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