Casi treinta mil españoles emigraron al país germano en el pasado año.
Un volumen migratorio desconocido desde las décadas de los sesenta y setenta
cuando aún vivíamos en una dictadura y en medio de la pobreza. Además, existe
una notable diferencia. Si entonces muchos de los inmigrantes eran ciudadanos
con una preparación académica limitada, ahora un alto porcentaje son profesionales altamente
preparados.
![]() |
Infografía: www.elpais.com |
29.910 ciudadanos abandonaron España en el año 2012 con rumbo a Alemania
para buscar un trabajo. Es el mayor éxodo laboral en las últimas
cuatro décadas. Los jóvenes, y no tan jóvenes, españoles han recuperado las
maletas que sus abuelos y padres utilizaron para emigrar, principalmente, en la
década de los sesenta a Alemania, Francia, Suiza, Argentina, Venezuela o Alemania. La
fortísima crisis económica y laboral han incrementado las necesidades por salir
de una España con un presente complicado y un futuro lleno de incertidumbres.
En esta misma semana, Alfredo Landa nos abandonaba. El genial actor
navarro (‘Los santos inocentes’, ‘La vaquilla’, ‘El crack’, ‘La marrana’, ‘El
puente’, ‘El bosque animado’, ‘Atraco a las tres’ o ‘El río que nos lleva’)
sobrevivió en los años del tardofranquismo con comedias ligeras, retratos de una época de cambio, de choque entre los estertores de la dictadura
y los deseos crecientes de la sociedad por una apertura social, moral,
económica y política. Landa, con un físico de hombre humilde y acomplejado,
bordó el papel de ese ciudadano reprimido que sueña, en todos los terrenos
de su vida, con el ‘Dorado’. Además de perseguir suecas, el actor reflejó en la
pantalla fenómenos como el de inmigración en ‘Vente a Alemania, Pepe’. Era
1971.
Quien más, quien menos, se ha tropezado alguna vez en su vida con la
película en programas cinematográficos dirigidos a los nostálgicos de los años
de la posguerra como ‘Cine de barrio’. Landa, un pluriempleado ganadero de un
pueblo de Aragón, emigraba a Munich para repetir el supuesto éxito de un
vecino, interpretado por José Sacristán, con trabajos pagados en unos marcos
que equivalían cada uno a cuatro duros. Independientemente del valor artístico
del filme, un pasatiempos tardofranquista con moralina, el espectador español de
los últimos años observaba la película y la inmigración como un fenómeno
antiguo, extraño y poco probable de repetir.
“Como en España no se vive en ningún sitio” ha sido una de las frases más repetidas desde la reinstauración de la democracia. La inmigración dejó de identificarse con el español medio para, en especial en este siglo XXI, hacerlo con países pobres, con ciudadanos sudamericanos, magrebíes y subsaharianos que llegaban a nuestro país muertos de hambre. Incluso, una parte importante de la sociedad olvidó el pasado de sus ascendientes e incluso de ellos mismos y acogió de mala gana este movimiento demográfico.
España vuelve a ser hoy un país de inmigrantes. La ciudadanía no cree los ‘brotes verdes’ que nos lanzan desde La Moncloa. Así, por ejemplo, la inmigración a Alemania aumentó un 44,7% en 2012 con respecto al año anterior. Desde 1973, no había tantos españoles que se marchaban al país germano para buscar un trabajo. Volvemos a la década de los sesenta. Entonces, hubo momentos en los que salieron hasta más de ochenta mil personas, como en los años 1964 y 1965, incentivados por un acuerdo firmado entre el Gobierno alemán y la dictadura franquista. Alemania reclamaba mano de obra no cualificada para impulsar su ‘milagro’ económico. El 80% de los españoles que emigraron regresaron tras probar suerte y, algunos, enriquecerse. Buscaban dinero fuera de una España pobre.
Aquellos inmigrantes de la década de los sesenta se asemejan al Pepe de
Alfredo Landa. Embutidos en su ‘boina’, ya fuera real o mental, viajaron a
Alemania para labrarse un mejor futuro, ganar dinero y volver a España con muchos
marcos en las maletas. En el fondo, un fenómeno similar al de millones de
inmigrantes que se han instalado en suelo español en los últimos quince años. No
eran ciudadanos con grandes currículos académicos. Muchos eran simples hombres
de pueblo que habían quedado relegados de la industrialización de Euskadi o
Cataluña. Salían de una España en blanco y negro, asfixiada política, moral y
económicamente y que vivía bajo el yugo de una dictadura. No existía una crisis
internacional que hubiera dañado al sector financiero. No había una burbuja
inmobiliaria. Eran simplemente prisioneros de una España pobre, de posguerra.
La emigración actual hacia Alemania u otro país europeo o de cualquier otra parte del mundo tiene grandes diferencias. Ya no vivimos en una dictadura. Pertenecemos a la Unión Europea. Estamos en un mundo globalizado. La formación de los trabajadores es muy superior. Ahora padecemos, en cambio, una enorme crisis financiera, laboral y social internacional. Hoy no se emigra para salir del hambre de un país de posguerra, se emigra para poder trabajar fuera de una España deprimida económicamente. Si antes emigrar suponía una oportunidad para progresar y salir de la miseria, ahora representa una manera de tener un empleo y sobrevivir esperando tiempos mejores para regresar a tu país con tu familia y amigos.
Claro, también hay razones más esperpénticas como la apuntada con total desvergüenza por la secretaria de Inmigración y Emigración, Marina del Corral. En la presentación del informe de la Organización Internacional de las Migraciones, Del Corral justificó la elevada emigración española por el “impulso aventurero de la juventud”. La ministra de Trabajo, Fátima Báñez, lejos de desautorizar a la número dos de su ministerio, insistió en minimizar esa fuga de talentos: "Es verdad que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, han salido de España en busca de oportunidades por la crisis; eso se llama movilidad exterior. Pero esa realidad no empezó ayer: 50.000 jóvenes emigraron con el anterior Gobierno socialista”. Para el PP, todo problema se explica en la calle Ferraz. Con eso, se quedan satisfechos. ¿Para qué arreglarlo si la culpa, sea o no verdad, es exclusivamente de los socialistas?
No estamos ahora ante una salida de trabajadores españoles sin cualificar como ocurrió en la posguerra. Entonces, incluso la emigración era algo positivo: suponía la llegada de divisas a España y una notable mejoría profesional de esos empleados. Ahora es distinto. La emigración se ha convertido casi en la única posibilidad para determinados profesionales como los investigadores. Miles de licenciados de todas las ramas ven cortado su acceso al mercado laboral. Emigrar es una opción casi forzosa.
Mientras, Alemania recibe gozosa a parte de nuestros profesionales mejor
preparados como ingenieros, investigadores, médicos, personal de enfermería... Un auténtico robo de cerebros que se extiende a todos los países
del sur y del este de Europa. No son emigrantes carentes de formación, son
emigrantes sin trabajo, pero no por carencias académicas sino por una dramática
ausencia de oportunidades laborales en sus países de origen. Quien ha probado suerte con un currículo deficiente ha fracasado. Muy revelador era un
demoledor reportaje del diario ‘El País’ de febrero de 2011 con españoles
vagabundeando en las calles de Noruega sin trabajo. No todo el mundo puede emigrar. Alemania, como el
resto de Europa, América, Asia y Oceanía, actúan como vampiros de nuestro
talento con la connivencia de nuestro Gobierno, el actual y el anterior. Ese
impulso aventurero que describe el Ejecutivo es una burla a los miles de
españoles que están abandonando forzosamente España para poder trabajar.
¿Regresarán? La mayoría sí quieren, pero mucho tienen que cambiar las cosas para
que así sea en un corto y medio plazo de tiempo.
Desde el Gobierno, con el apoyo de sus medios de comunicación satélites, se insiste en que la reforma laboral empieza a dar frutos como demuestran los descensos del desempleo en marzo y abril, meses en los que siempre suele bajar por el carácter estacional del mercado de trabajo español. ¿Nadie se ha frenado un momento a pensar que la evolución del paro se está viendo afectada, entre otros factores, por el repunte de la emigración? Miles de españoles sin empleo están dejando el país. Decenas de miles de inmigrantes extranjeros están regresando a sus naciones de origen. En 2012, por primera vez en quince años, España perdió población. Mala y poco inteligente solución es reducir las listas del paro encomendándose al fenómeno de la inmigración.
La emigración es una alternativa voluntaria para cada ciudadano. No puede ser una obligación para muchos jóvenes y perfiles profesionales de alta cualificación. Que España retroceda cuatro décadas y vuelva a ver salir a miles de sus ciudadanos cargados con sus maletas a otros países para tener un presente y un futuro es, sin duda, uno de los aspectos más deleznables de la actual crisis económica. España no puede permitirse que más ‘Pepes’, con y sin boina, con y sin alta preparación académica, se marchen por una simple y aterradora explicación: porque aquí no hay trabajo.
“Como en España no se vive en ningún sitio” ha sido una de las frases más repetidas desde la reinstauración de la democracia. La inmigración dejó de identificarse con el español medio para, en especial en este siglo XXI, hacerlo con países pobres, con ciudadanos sudamericanos, magrebíes y subsaharianos que llegaban a nuestro país muertos de hambre. Incluso, una parte importante de la sociedad olvidó el pasado de sus ascendientes e incluso de ellos mismos y acogió de mala gana este movimiento demográfico.
España vuelve a ser hoy un país de inmigrantes. La ciudadanía no cree los ‘brotes verdes’ que nos lanzan desde La Moncloa. Así, por ejemplo, la inmigración a Alemania aumentó un 44,7% en 2012 con respecto al año anterior. Desde 1973, no había tantos españoles que se marchaban al país germano para buscar un trabajo. Volvemos a la década de los sesenta. Entonces, hubo momentos en los que salieron hasta más de ochenta mil personas, como en los años 1964 y 1965, incentivados por un acuerdo firmado entre el Gobierno alemán y la dictadura franquista. Alemania reclamaba mano de obra no cualificada para impulsar su ‘milagro’ económico. El 80% de los españoles que emigraron regresaron tras probar suerte y, algunos, enriquecerse. Buscaban dinero fuera de una España pobre.

La emigración actual hacia Alemania u otro país europeo o de cualquier otra parte del mundo tiene grandes diferencias. Ya no vivimos en una dictadura. Pertenecemos a la Unión Europea. Estamos en un mundo globalizado. La formación de los trabajadores es muy superior. Ahora padecemos, en cambio, una enorme crisis financiera, laboral y social internacional. Hoy no se emigra para salir del hambre de un país de posguerra, se emigra para poder trabajar fuera de una España deprimida económicamente. Si antes emigrar suponía una oportunidad para progresar y salir de la miseria, ahora representa una manera de tener un empleo y sobrevivir esperando tiempos mejores para regresar a tu país con tu familia y amigos.
Claro, también hay razones más esperpénticas como la apuntada con total desvergüenza por la secretaria de Inmigración y Emigración, Marina del Corral. En la presentación del informe de la Organización Internacional de las Migraciones, Del Corral justificó la elevada emigración española por el “impulso aventurero de la juventud”. La ministra de Trabajo, Fátima Báñez, lejos de desautorizar a la número dos de su ministerio, insistió en minimizar esa fuga de talentos: "Es verdad que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, han salido de España en busca de oportunidades por la crisis; eso se llama movilidad exterior. Pero esa realidad no empezó ayer: 50.000 jóvenes emigraron con el anterior Gobierno socialista”. Para el PP, todo problema se explica en la calle Ferraz. Con eso, se quedan satisfechos. ¿Para qué arreglarlo si la culpa, sea o no verdad, es exclusivamente de los socialistas?
No estamos ahora ante una salida de trabajadores españoles sin cualificar como ocurrió en la posguerra. Entonces, incluso la emigración era algo positivo: suponía la llegada de divisas a España y una notable mejoría profesional de esos empleados. Ahora es distinto. La emigración se ha convertido casi en la única posibilidad para determinados profesionales como los investigadores. Miles de licenciados de todas las ramas ven cortado su acceso al mercado laboral. Emigrar es una opción casi forzosa.

Desde el Gobierno, con el apoyo de sus medios de comunicación satélites, se insiste en que la reforma laboral empieza a dar frutos como demuestran los descensos del desempleo en marzo y abril, meses en los que siempre suele bajar por el carácter estacional del mercado de trabajo español. ¿Nadie se ha frenado un momento a pensar que la evolución del paro se está viendo afectada, entre otros factores, por el repunte de la emigración? Miles de españoles sin empleo están dejando el país. Decenas de miles de inmigrantes extranjeros están regresando a sus naciones de origen. En 2012, por primera vez en quince años, España perdió población. Mala y poco inteligente solución es reducir las listas del paro encomendándose al fenómeno de la inmigración.
La emigración es una alternativa voluntaria para cada ciudadano. No puede ser una obligación para muchos jóvenes y perfiles profesionales de alta cualificación. Que España retroceda cuatro décadas y vuelva a ver salir a miles de sus ciudadanos cargados con sus maletas a otros países para tener un presente y un futuro es, sin duda, uno de los aspectos más deleznables de la actual crisis económica. España no puede permitirse que más ‘Pepes’, con y sin boina, con y sin alta preparación académica, se marchen por una simple y aterradora explicación: porque aquí no hay trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario