La realidad de la Franja (bombardeos indiscriminados, bloqueo físico, aniquilación de edificios y de las condiciones mínimas de una vida digna, desplazamientos forzados de la población, hambruna y miles de asesinatos de civiles) continuará tras las protestas ciudadanas, más o menos improvisadas, en la ronda ciclista española. Cualquier medida que no pase por un firme boicot comercial y político de carácter mundial a Israel será tan ruidosa como cosmética y, finalmente, estéril. Y, tristemente, tardía, incluso de forma irreversible.
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Banderas palestinas al paso del pelotón de la Vuelta a España. |
¿Y qué pasará cuando acaben las bombas?
Cuando, en enero de 2009, Israel atacó con dureza la Franja de Gaza durante tres semanas, con más de un millar de palestinos muertos (la mayoría civiles), un ciudadano árabe, sirio de nacimiento, se encogió de hombros y me contestó:
-Nada, hasta que ocurra otro nuevo ataque de Israel en un tiempo, unos meses, unos años...
No se equivocó.
La Vuelta a
España de 2025 concluyó, sin completar su festivo y tradicional recorrido final por las
calles de Madrid, con un mayor ‘espectáculo’ e interés en lo
que ocurría en sus inmediaciones, con las protestas ciudadanas en las aceras contra el genocidio israelí en Gaza, que lo
ofrecido sobre el asfalto por el esfuerzo de los
ciclistas en su último día de trabajo.
La participación
del equipo Israel-Premier Tech, en plena ofensiva del gobierno de Tel
Aviv en la Franja, desvirtuó la competición, que quedó
relegada a un segundo plano con el transcurso de las etapas. Las
protestas fueron a más hasta finiquitar la carrera de
forma abrupta, sin la llegada a meta y, mucho menos, la ceremonia de premios para los ganadores de las diferentes clasificaciones de la Vuelta.
¿Una derrota
para el estado de Israel? ¿O, al menos, un toque de atención para
el gobierno de Netanyahu? ¿Una victoria moral para el pueblo de
Gaza? Quizás, quizás, nada de eso. Veremos qué queda de todo esto
cuando el ruido y la niebla informativa y opinativa de los últimos días se
disipen. Probablemente, más de lo mismo: el atronador sonido de las
bombas de Israel que llevan casi dos años empujando a la Franja al
borde de su desaparición, al menos tal y como malvivía en las
últimas décadas.
En realidad, muchas décadas más arrinconando a Palestina y los palestinos a la nada con la complicidad o, al menos, el silencio de gran parte de la comunidad internacional ante un intocable Israel, cobijado y mimado por Estados Unidos, pero también por una irrelevante Unión Europea. Israel, el principal aliado occidental en Oriente Próximo. De hecho, en el caso de Estados Unidos, esté quien esté sentado en la Casa Blanca, directamente su principal aliado, haga lo que haga.
Porque Gaza y
los palestinos necesitan (urgentemente) algo más, mucho más para ser exactos, que una ‘performance’ inflada, aunque moralmente esté
justificada, en un evento deportivo de segundo nivel internacional celebrado a más de cinco mil kilómetros de
distancia de Oriente Próximo. Incluso aunque se haya afeado la
imagen pública de Israel. ¡Cómo si no lo estuviera hace tiempo para
millones de ciudadanos de todo el mundo sin efecto alguno en la situación diaria de Palestina!
La Vuelta no era la solución para Gaza, ni siquiera el inicio de la solución. Gaza
no cambiará tras la Vuelta porque las medidas, las efectivas, deben
ser otras más complejas y fuera de las manos de la sociedad y de una
competición deportiva. Cualquier medida que no pase por un firme
boicot comercial y político de carácter mundial a Israel será tan
ruidosa como cosmética y, finalmente, estéril. Y, tristemente,
tardía, incluso de forma irreversible.
¿Se puede
separar la política y el deporte? ¿Se puede arreglar el conflicto
de Palestina en España? ¿Se puede frenar la agresión a Gaza en una
carrera ciclista? No, incluso con la presencia (anecdótica) de un
equipo de Israel en el pelotón de la Vuelta.
El deporte, el
profesional y el amateur, necesitan la indispensable aportación de
los patrocinadores, bien sea un mecenas individual (un rey Midas
mundial o un próspero comerciante de barrio), una empresa de
prestigio, una compañía en fase de expansión o alguna
administración pública, como en este caso el gobierno de Israel, para que las cuentas salgan y sea
mínimamente viable y pueda subsistir.
Las
competiciones, desde hace mucho tiempo, despliegan un carrusel de
publicidad, cada una con su correspondiente nivel de repercusión
pública, sin importar mucho la procedencia del dinero. Los deportistas visten camisetas con los nombres de las
marcas que toquen, desde el humilde restaurante que apoya a un equipo de fútbol
benjamín hasta la multinacional española, estadounidense o catarí que acompaña el escudo de los
principales clubes del mundo.
Los escenarios
de las competiciones, los estadios, los pabellones o las mismas
carrocerías de coches y motos, se adornan con vallas, desde las
rudimentarias metálicas a las modernas pantallas LED, o impresiones
de los distintos patrocinadores. Tan sólo ha cambiado que ya no se
anuncian Ducados, Ponche Caballero o las modernas casas de apuestas
para evitar asociar el, se entiende, saludable y limpio deporte a
hábitos insalubres y sucios como el tabaco, el alcohol o el juego.
Otra cosa, sin embargo, es asociarse a regímenes políticos democráticamente dudosos, pero poderosos económica y políticamente. Piensen, por citar un ejemplo entre mil más, en la Supercopa de fútbol de España, que se disputa desde hace unos años, a cambia de pasta, en Arabia Saudí. Entonces, los límites morales no existen en ningún deporte.
El ciclismo
quizás sea uno de los deportes más dependiente o, al menos, más
vinculado directamente a la existencia de los patrocinadores. Un
deporte individual, pero que se compite en equipo bajo la fórmula de
escuadras con las denominaciones comerciales más variopintas. Desde
multinacionales como el gigante de las telecomunicaciones Movistar
hasta grandes grupos del sector servicios como Decathlon o Lidl e
incluso compañías que venden champús contra la caída del pelo
como Alpecin.
Pero ahí más, otros nombres no tan simpáticos.
Aquella serpiente multicolor, como se conoce al pelotón ciclista
por la variedad de los tonos de los maillots de los corredores,
ofrece algunas particularidades, al menos más evidentes, con los
patrocinadores con respecto a otros deportes: un ‘sportswashing’, o lavado de cara del mecenas de turno gracias al deporte, sin tapujos. Y ahí
sí es donde entra la polémica de la existencia del Israel-Premier
Tech y su participación en la Vuelta.
No es algo novedoso. El ciclismo, en
plena crisis de patrocinadores comerciales, encontró hace años un
filón en el interés y el dinero de las administraciones públicas.
En principio, con un afán turístico promocional, como en los casos
en España del Illes Balears (heredero de las estructuras de los
históricos Reynolds y Banesto de Pedro Delgado y Miguel Induráin),
Comunitat Valenciana (relevo del sempiterno Kelme), el actual Burgos
o los desaparecidos y más efímeros Andalucía, Estepona y
Fuenlabrada, entre otros.
Una postal
turística abierta a todo el mundo. Eso ofrecía (y ofrece) el
ciclismo a la clase política. Pero, para quien estuviera también
interesado, además una puerta igualmente abierta de par en par para
la promoción de la identidad nacional de un territorio con algo
limpio y puro como el deporte (ja, ja, ja).
Algo que siempre
estuvo, por ejemplo, presente en el germen, el desarrollo y el apogeo
del Euskaltel-Euskadi (en sus primeros pasos simplemente Euskadi). Y
una de las claves de su incuestionable éxito, con miles de
aficionados vascos con miles de ikurriñas en las cunetas de las
carreteras donde participaba el equipo con el nombre de su tierra. Un mar de ikurriñas inundaron cada verano los Pirineos (y los Alpes) en
el Tour. Amor al ciclismo, y algo más. Porque no todo es deporte, es
cierto y entre las ikurriñas sobresalían no pocas banderas con otras consideraciones en absoluta deportivas.
Esa supuesta promoción
limpia no es exclusiva de equipos con licencia española. El
Israel-Premier Tech no está solo. De hecho, es el último exponente
en incorporarse a una lista con nombres tan potentes y polémicos en
el pelotón actual como Astana (nombre de la capital de
Kazajistán), Bahrain y UAE (Emiratos Árabes Unidos), la escuadra
más potente del ciclismo mundial. Ninguno de esos países entraría
en el prototipo de país democrático, pero llevan años
representados y blanqueados en el mundo del ciclismo con el silencio… de todos.
El mismo
Israel-Premier Tech compitió en la Vuelta a España en 2024, ya con
la agresión a Gaza en niveles absolutamente desproporcionados tras
los atentados de Hamas de un año antes, sin que recibiera
una contestación ciudadana y política ni mínimamente aproximada a
lo visto en la última edición. Igual que lo ha hecho en los últimos
meses en las principales carreras del calendario español o en el
mismo Tour de Francia.
¿Israel ha
utilizado a la Vuelta (y al ciclismo) para blanquear su imagen? Sí,
como cualquier otro patrocinador, sea una marca comercial o una
administración pública.
¿Se debe
consentir ese blanqueamiento? Seguramente, no, pero eso queda en las
manos, en este caso, de la UCI o, en el resto de deportes, en la
respectiva máxima instancia (COI, UEFA, FIFA, FIBA…).
¿Habría
evitado la expulsión del Israel-Premier Tech en la Vuelta de 2025 o
ya en 2024 la agresión israelí en Gaza? Es muy dudoso, muy ingenuo
y muy arrogante atreverse a plantear eso.
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Gaza, reducida a escombros. Foto: Amnistía Internacional España. |
A Rusia no le ha importado ni le ha pesado su marginación en las grandes competiciones deportivas, dirigidas por países cercanos a Israel, para continuar con la guerra en Ucrania. Ni tampoco le ha importado a sus poderosos aliados, principalmente China, India e Irán. Ni siquiera, por qué no recordarlo, a aquellos países que han promovido su boicot deportivo, pero también político y comercial, mientras conservaban ciertas relaciones económicas con Moscú a través de intermediarios, lo que es todavía más hipócrita.
A Israel no se la detendrá porque se la expulse de la Vuelta y del ciclismo por mucha gente, por muy buenas que sean sus intenciones, que llene las aceras de las carreras donde compita su equipo de ciclismo. Ni aunque, a imitación de Rusia, se la expulsara del movimiento olímpico, la Euroliga de baloncesto o la clasificación del próximo Mundial de fútbol, como sus principales escaparates deportivos. Porque, además, ni siquiera existe unanimidad, como se ha visto con la reciente participación israelí en el Eurobasket en Polonia y Letonia.
La realidad de
la Franja (bombardeos indiscriminados, bloqueo físico, aniquilación
de edificios y de las condiciones mínimas de una vida digna,
desplazamientos forzados de la población, hambruna y miles de
asesinatos de civiles) continuará tras las protestas ciudadanas, más
o menos improvisadas, en la ronda ciclista española.
La realidad de
la Franja seguirá siendo la misma cuando, dentro de un par de
semanas, ya nadie se acuerde de la Vuelta a España de 2025.
Una protesta
bienintencionada de un día, un tirón de orejas a Israel de un día, no pararán esto.
Y quizás, como
aquel ciudadano sirio me dijo en plena ofensiva israelí en Gaza en
2009, después de todo, no pasará nada. Esto sólo parará cuando
Israel quiera. Y volverá cuando vuelva a querer.
Hace mucho
tiempo que Gaza, Palestina entera, fue olvidada por todos. Una marea de bienintencionadas movilizaciones ciudadanas (con cierta utilización política de fondo) durante tres semanas de finales de verano en España en una carrera ciclista no alterarán el rumbo de un conflicto de décadas con raíces muy profundas del que
todos hemos apartado la vista y que todos, directa o indirectamente,
hemos consentido.
¿Llegamos tarde
a Gaza? Sí, mucho. Ni con millones de banderas. Ni con las
mejores intenciones. Ni con la bicicleta más rápida.
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