lunes, 15 de septiembre de 2025

Gaza no cambiará tras la Vuelta

La realidad de la Franja (bombardeos indiscriminados, bloqueo físico, aniquilación de edificios y de las condiciones mínimas de una vida digna, desplazamientos forzados de la población, hambruna y miles de asesinatos de civiles) continuará tras las protestas ciudadanas, más o menos improvisadas, en la ronda ciclista española. Cualquier medida que no pase por un firme boicot comercial y político de carácter mundial a Israel será tan ruidosa como cosmética y, finalmente, estéril. Y, tristemente, tardía, incluso de forma irreversible.

Banderas palestinas al paso del pelotón de la Vuelta a España.

¿Y qué pasará cuando acaben las bombas?

Cuando, en enero de 2009, Israel atacó con dureza la Franja de Gaza durante tres semanas, con más de un millar de palestinos muertos (la mayoría civiles), un ciudadano árabe, sirio de nacimiento, se encogió de hombros y me contestó:

-Nada, hasta que ocurra otro nuevo ataque de Israel en un tiempo, unos meses, unos años...

No se equivocó.

La Vuelta a España de 2025 concluyó, sin completar su festivo y tradicional recorrido final por las calles de Madrid, con un mayor ‘espectáculo’ e interés en lo que ocurría en sus inmediaciones, con las protestas ciudadanas en las aceras contra el genocidio israelí en Gaza, que lo ofrecido sobre el asfalto por el esfuerzo de los ciclistas en su último día de trabajo.

La participación del equipo Israel-Premier Tech, en plena ofensiva del gobierno de Tel Aviv en la Franja, desvirtuó la competición, que quedó relegada a un segundo plano con el transcurso de las etapas. Las protestas fueron a más hasta finiquitar la carrera de forma abrupta, sin la llegada a meta y, mucho menos, la ceremonia de premios para los ganadores de las diferentes clasificaciones de la Vuelta.

¿Una derrota para el estado de Israel? ¿O, al menos, un toque de atención para el gobierno de Netanyahu? ¿Una victoria moral para el pueblo de Gaza? Quizás, quizás, nada de eso. Veremos qué queda de todo esto cuando el ruido y la niebla informativa y opinativa de los últimos días se disipen. Probablemente, más de lo mismo: el atronador sonido de las bombas de Israel que llevan casi dos años empujando a la Franja al borde de su desaparición, al menos tal y como malvivía en las últimas décadas. 

En realidad, muchas décadas más arrinconando a Palestina y los palestinos a la nada con la complicidad o, al menos, el silencio de gran parte de la comunidad internacional ante un intocable Israel, cobijado y mimado por Estados Unidos, pero también por una irrelevante Unión Europea. Israel, el principal aliado occidental en Oriente Próximo. De hecho, en el caso de Estados Unidos, esté quien esté sentado en la Casa Blanca, directamente su principal aliado, haga lo que haga.

Porque Gaza y los palestinos necesitan (urgentemente) algo más, mucho más para ser exactos, que una ‘performance’ inflada, aunque moralmente esté justificada, en un evento deportivo de segundo nivel internacional celebrado a más de cinco mil kilómetros de distancia de Oriente Próximo. Incluso aunque se haya afeado la imagen pública de Israel. ¡Cómo si no lo estuviera hace tiempo para millones de ciudadanos de todo el mundo sin efecto alguno en la situación diaria de Palestina!

La Vuelta no era la solución para Gaza, ni siquiera el inicio de la solución. Gaza no cambiará tras la Vuelta porque las medidas, las efectivas, deben ser otras más complejas y fuera de las manos de la sociedad y de una competición deportiva. Cualquier medida que no pase por un firme boicot comercial y político de carácter mundial a Israel será tan ruidosa como cosmética y, finalmente, estéril. Y, tristemente, tardía, incluso de forma irreversible.

¿Se puede separar la política y el deporte? ¿Se puede arreglar el conflicto de Palestina en España? ¿Se puede frenar la agresión a Gaza en una carrera ciclista? No, incluso con la presencia (anecdótica) de un equipo de Israel en el pelotón de la Vuelta.

El deporte, el profesional y el amateur, necesitan la indispensable aportación de los patrocinadores, bien sea un mecenas individual (un rey Midas mundial o un próspero comerciante de barrio), una empresa de prestigio, una compañía en fase de expansión o alguna administración pública, como en este caso el gobierno de Israel, para que las cuentas salgan y sea mínimamente viable y pueda subsistir.

Las competiciones, desde hace mucho tiempo, despliegan un carrusel de publicidad, cada una con su correspondiente nivel de repercusión pública, sin importar mucho la procedencia del dinero. Los deportistas visten camisetas con los nombres de las marcas que toquen, desde el humilde restaurante que apoya a un equipo de fútbol benjamín hasta la multinacional española, estadounidense o catarí que acompaña el escudo de los principales clubes del mundo.

Los escenarios de las competiciones, los estadios, los pabellones o las mismas carrocerías de coches y motos, se adornan con vallas, desde las rudimentarias metálicas a las modernas pantallas LED, o impresiones de los distintos patrocinadores. Tan sólo ha cambiado que ya no se anuncian Ducados, Ponche Caballero o las modernas casas de apuestas para evitar asociar el, se entiende, saludable y limpio deporte a hábitos insalubres y sucios como el tabaco, el alcohol o el juego. 

Otra cosa, sin embargo, es asociarse a regímenes políticos democráticamente dudosos, pero poderosos económica y políticamente. Piensen, por citar un ejemplo entre mil más, en la Supercopa de fútbol de España, que se disputa desde hace unos años, a cambia de pasta, en Arabia Saudí. Entonces, los límites morales no existen en ningún deporte. 

El ciclismo quizás sea uno de los deportes más dependiente o, al menos, más vinculado directamente a la existencia de los patrocinadores. Un deporte individual, pero que se compite en equipo bajo la fórmula de escuadras con las denominaciones comerciales más variopintas. Desde multinacionales como el gigante de las telecomunicaciones Movistar hasta grandes grupos del sector servicios como Decathlon o Lidl e incluso compañías que venden champús contra la caída del pelo como Alpecin.

Pero ahí más, otros nombres no tan simpáticos. Aquella serpiente multicolor, como se conoce al pelotón ciclista por la variedad de los tonos de los maillots de los corredores, ofrece algunas particularidades, al menos más evidentes, con los patrocinadores con respecto a otros deportes: un ‘sportswashing’, o lavado de cara del mecenas de turno gracias al deporte, sin tapujos. Y ahí sí es donde entra la polémica de la existencia del Israel-Premier Tech y su participación en la Vuelta.

No es algo novedoso. El ciclismo, en plena crisis de patrocinadores comerciales, encontró hace años un filón en el interés y el dinero de las administraciones públicas. En principio, con un afán turístico promocional, como en los casos en España del Illes Balears (heredero de las estructuras de los históricos Reynolds y Banesto de Pedro Delgado y Miguel Induráin), Comunitat Valenciana (relevo del sempiterno Kelme), el actual Burgos o los desaparecidos y más efímeros Andalucía, Estepona y Fuenlabrada, entre otros.

Una postal turística abierta a todo el mundo. Eso ofrecía (y ofrece) el ciclismo a la clase política. Pero, para quien estuviera también interesado, además una puerta igualmente abierta de par en par para la promoción de la identidad nacional de un territorio con algo limpio y puro como el deporte (ja, ja, ja).

Algo que siempre estuvo, por ejemplo, presente en el germen, el desarrollo y el apogeo del Euskaltel-Euskadi (en sus primeros pasos simplemente Euskadi). Y una de las claves de su incuestionable éxito, con miles de aficionados vascos con miles de ikurriñas en las cunetas de las carreteras donde participaba el equipo con el nombre de su tierra. Un mar de ikurriñas inundaron cada verano los Pirineos (y los Alpes) en el Tour. Amor al ciclismo, y algo más. Porque no todo es deporte, es cierto y entre las ikurriñas sobresalían no pocas banderas con otras consideraciones en absoluta deportivas.

Esa supuesta promoción limpia no es exclusiva de equipos con licencia española. El Israel-Premier Tech no está solo. De hecho, es el último exponente en incorporarse a una lista con nombres tan potentes y polémicos en el pelotón actual como Astana (nombre de la capital de Kazajistán), Bahrain y UAE (Emiratos Árabes Unidos), la escuadra más potente del ciclismo mundial. Ninguno de esos países entraría en el prototipo de país democrático, pero llevan años representados y blanqueados en el mundo del ciclismo con el silencio… de todos.

El mismo Israel-Premier Tech compitió en la Vuelta a España en 2024, ya con la agresión a Gaza en niveles absolutamente desproporcionados tras los atentados de Hamas de un año antes, sin que recibiera una contestación ciudadana y política ni mínimamente aproximada a lo visto en la última edición. Igual que lo ha hecho en los últimos meses en las principales carreras del calendario español o en el mismo Tour de Francia.

¿Israel ha utilizado a la Vuelta (y al ciclismo) para blanquear su imagen? Sí, como cualquier otro patrocinador, sea una marca comercial o una administración pública.

¿Se debe consentir ese blanqueamiento? Seguramente, no, pero eso queda en las manos, en este caso, de la UCI o, en el resto de deportes, en la respectiva máxima instancia (COI, UEFA, FIFA, FIBA…).

¿Habría evitado la expulsión del Israel-Premier Tech en la Vuelta de 2025 o ya en 2024 la agresión israelí en Gaza? Es muy dudoso, muy ingenuo y muy arrogante atreverse a plantear eso.

Gaza, reducida a escombros.
Foto: Amnistía Internacional España.

A Rusia no le ha importado ni le ha pesado su marginación en las grandes competiciones deportivas, dirigidas por países cercanos a Israel, para continuar con la guerra en Ucrania. Ni tampoco le ha importado a sus poderosos aliados, principalmente China, India e Irán. Ni siquiera, por qué no recordarlo, a aquellos países que han promovido su boicot deportivo, pero también político y comercial, mientras conservaban ciertas relaciones económicas con Moscú a través de intermediarios, lo que es todavía más hipócrita.

A Israel no se la detendrá porque se la expulse de la Vuelta y del ciclismo por mucha gente, por muy buenas que sean sus intenciones, que llene las aceras de las carreras donde compita su equipo de ciclismo. Ni aunque, a imitación de Rusia, se la expulsara del movimiento olímpico, la Euroliga de baloncesto o la clasificación del próximo Mundial de fútbol, como sus principales escaparates deportivos. Porque, además, ni siquiera existe unanimidad, como se ha visto con la reciente participación israelí en el Eurobasket en Polonia y Letonia.

La realidad de la Franja (bombardeos indiscriminados, bloqueo físico, aniquilación de edificios y de las condiciones mínimas de una vida digna, desplazamientos forzados de la población, hambruna y miles de asesinatos de civiles) continuará tras las protestas ciudadanas, más o menos improvisadas, en la ronda ciclista española.

La realidad de la Franja seguirá siendo la misma cuando, dentro de un par de semanas, ya nadie se acuerde de la Vuelta a España de 2025.

Una protesta bienintencionada de un día, un tirón de orejas a Israel de un día, no pararán esto. 

Y quizás, como aquel ciudadano sirio me dijo en plena ofensiva israelí en Gaza en 2009, después de todo, no pasará nada. Esto sólo parará cuando Israel quiera. Y volverá cuando vuelva a querer.

Hace mucho tiempo que Gaza, Palestina entera, fue olvidada por todos. Una marea de bienintencionadas movilizaciones ciudadanas (con cierta utilización política de fondo) durante tres semanas de finales de verano en España en una carrera ciclista no alterarán el rumbo de un conflicto de décadas con raíces muy profundas del que todos hemos apartado la vista y que todos, directa o indirectamente, hemos consentido.

¿Llegamos tarde a Gaza? Sí, mucho. Ni con millones de banderas. Ni con las mejores intenciones. Ni con la bicicleta más rápida. 

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